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Grecia

Jóvenes que no tienen miedo a nada

Fuentes: Público

Muchos en Grecia creen que la revuelta de la generación olvidada es el inicio de una revolución

Cae la noche sobre Atenas y el centro de la ciudad se vacía. La actividad, escasa aún, se paraliza. Las calles se cierran a la circulación; los comerciantes, cuyas tiendas han sobrevivido a los ataques de estos días, bajan la persiana; los trabajadores que reparan escaparates y puertas cesan en su actividad. Unos pocos permanecen junto a sus comercios y contemplan el panorama, mientras se entretienen con su komboloi. Miran, pero no ven. Con inusitado sigilo, grupos de policías toman posiciones en las calles que rodean la plaza Omonia.

«¡Eh, vosotros, adentro!», le grita un agente a un grupo de subsaharianos que asoma la cabeza para ver qué pasa. De momento, no pasa nada. Nada diferente, al menos. Los estudiantes se manifiestan, como por la mañana, como ayer, como anteayer. La Policía los aguarda. Esos adolescentes se han convertido en su cruz.

«No tienen miedo a nada», dice Manuel, un treintañero que comparte sus reivindicaciones. «Son inteligentes, saben lo que quieren, tienen ideas y la fuerza y la rabia de los chicos de 15 años. No soy partidario de la violencia, pero cómo pararlos; es imposible», añade a la puerta del viejo Polytexnio, epicentro de toda esta revuelta.

Apenas 500 metros más allá, una pila de flores, velas y notas manuscritas señalan el lugar del trágico episodio que dio pie a lo que sin duda es una auténtica revolución social. «La muerte de Alexis [Grigoropoulos] fue sólo la gota que colmó el vaso», coinciden en señalar varios estudiantes. No sólo ellos.

«Cuando no vigilas lo que tienes que vigilar, cuando no te ocupas de lo que te tienes que ocupar ni proteges lo que debes, suceden estas cosas. Lógico o no es así», argumenta un abuelo, que pasea a su perro, como cada día, como si a 200 metros de donde deja la basura no hubiese sucedido nada.

¿Servirá de algo todo esto? «Es el principio de una revolución: en unos años, veremos el resultado», añade y prosigue su camino. Justo a su lado, una joven friega la acera. «¿Qué puedo temer ahora? Nunca he tenido ningún problema», asegura. Es albanesa y se inventa el nombre: Miranda.

«Cuando ves que nadie se preocupa por los jóvenes, que no encuentras trabajo después de años en la universidad, que la Policía vuelve a matar sin tomarse siquiera la molestia de ocultarlo y llevas un año entero asistiendo a escándalos protagonizados por el poder, es evidente que, en algún momento, la cosa hará ¡bam!», explica Makis, un ingeniero de 32 años que trabaja respondiendo al teléfono en una empresa de servicios de Internet. Sus estudios le han servido para eso, para ganar 700 euros al mes con los que sobrevivir sin permitirse apenas caprichos.

Los jóvenes no tienen futuro. Han perdido la esperanza y, de paso, la fe en quien los gobierna. Están hartos. La muerte de Alexis Grigoropoulos les ha revuelto las tripas y les ha llevado a expresar en la calle, con toda su rabia, el descontento que acumulan desde hace años. «Queremos un mundo mejor. ¡Ayudadnos! No somos terroristas ni encapuchados. Somos vuestros hijos. Soñamos. ¡No matéis nuestros sueños!», proclaman los amigos de Alexis en una carta abierta.

«Vivís falsas vidas, habéis claudicado, os habéis bajado los pantalones y sólo esperáis el día de vuestra muerte. No soñáis, no amáis, no creáis nada», prosiguen en su escrito. Muchos de los destinatarios del mensaje lo reconocen: tienen razón.

También los padres de la generación de los 700 euros se han cansado de trabajar en dos o tres sitios a la vez para llegar después al supermercado y ver cómo no les cuadran los números, mientras los medios de comunicación escupen el enésimo escándalo: por si no tuvieran bastante con todos los políticos que han engordado sus cuentas ejerciendo de ministros, ahora ven cómo hasta el lugar más sagrado, el Monte Athos, también ha sucumbido a la corrupción.

Efre, su guía espiritual, nutre el alma de sus monjes con una promotora de terrenos y viviendas tan poderosa que muchos prefieren no saber qué más se esconde detrás. En el cielo y la tierra, las diferencias sociales se agrandan cada día y los adolescentes han dicho: ¡Basta ya!