El pasado 15 de febrero Uruguay fue una fiesta. El nuevo Parlamento asumia sus bancas, los nuevos legisladores prestaban juramento de fidelidad a la Constitución y a las leyes. La nueva mayoría absoluta en ambas cámaras asumia funciones. Fue una jornada cargada de simbolismos que a muchísimos compañeros conmovió casi hasta el llanto. Las paradojas […]
El pasado 15 de febrero Uruguay fue una fiesta. El nuevo Parlamento asumia sus bancas, los nuevos legisladores prestaban juramento de fidelidad a la Constitución y a las leyes. La nueva mayoría absoluta en ambas cámaras asumia funciones. Fue una jornada cargada de simbolismos que a muchísimos compañeros conmovió casi hasta el llanto. Las paradojas de la historia y de la vida determinaron que ambas cámaras fuesen presididas por militantes del MLN- Tupamaros. El Presidente del Senado José Mujica le tomó juramento nada menos que a el ex-presidente Julio María Sanguinetti. Toda la prensa siguió la jornada con especial atención sobre este momento. Luego, el pasar revista a la unidad militar del Batallón «Florida» que realiza el saludo oficial al nuevo Parlamento, lo más insólito fue que la revista militar la debió realizar quien presisamente fue uno de sus detenidos y torturados durante la pasada dictadura militar: el tupamaro José Mujica.
Desde las coordinadoras del Frente Amplio se pidió a los militantes que de concurrir no portasen banderas partidarias, vano intento, la gente se agolpó en torno al Palacio Legislativo portando las banderas frentistas y aplaudió a rabiar la presencia de sus legisladores así como abucheó a los legisladores de los partidos de «oposición», los viejos partidos de la oligarquía local. Un vecino de las inmediaciones colocó un enorme cartel sobre un edificio recordando sobre las plantas de celulosa y su necesidad de no aprobar dichos emprendimientos por ser altamente contaminantes y devastar los suelos con los cultivos de eucaliptos.
Pero no podemos pasar por alto algunos elementos. Si José Mujica había sido torturado en el «Florida» fue porque su movimiento armado fue derrotado por los militares a comienzos de los años 70. Alguno podría decir viendo esta nueva escena: derrotado militarmente ayer, vencedor político hoy. Podría ser, si no fuese porque el programa de gobierno con el que comienza a trabajar el Frente es la continuidad del programa de clase neoliberal impuesto por la dictadura a sangre y fuego, y continuado por los sucesivos gobiernos de los partidos tradicionales que hoy son desplazados. ¿Quién es el vencedor, quién el derrotado? ¿Quién «pasa revista» a quién?
Pese a todos los bombos y platillos sobre la «excepcionalidad uruguaya», esto lo hemos visto ya varias veces en América Latina, donde abundan los ex-guerrilleros reconvertidos en políticos neó-liberales. Y no siempre fue necesaria una derrota militar para ello. En Bolivia de los años 50, el MNR de Paz Estensoro llegó al gobierno luego de una victoria militar sobre las fuerzas armadas, apoyado en las milicias armadas de los mineros y obreros, algo con lo que ya ni sueña el MLN uruguayo. Al poco tiempo estaba reprimiendo a sangre y fuego a ese mismo movimiento obrero, para aplicar el recetario del FMI (y ya historia se repitió varias veces, cambiando los protagonostas), como se apresta a hacerlo Danilo Astori hablando de las «coincidencias» con dicho instrumento imperialista.
Pasada la fiesta, al día siguiente se suscribió un acuerdo interpartidario entre todos los partidos con representación parlamentaria y el gobierno electo, y se suscribieron una serie de disposiciones que condicionan el accionar del futuro gobierno. ¿Qué sentido tiene esto si se dispone de mayoría absoluta en ambas cámaras?. Recordemos que estas mayorías permiten aprobar el grueso de las disposiciones que el Poder Ejecutivo desease impulsar. Lo cierto es que se suscribió un acuerdo que mantiene las líneas principales de la política económica seguida hasta el momento.
El deseo del nuevo gobierno es generar a partir del 1 de marzo un «shock de confianza», generar en síntesis un ambiente propicio para la inversión -en particular la privada y la extranjera- pues se entiende que será esta el motor del crecimiento económico y el motor generador del empleo. Para lograr ello se insistirá con la fracasada política económica llevada hasta el día de hoy, se sistematizarán todo el conjunto de exoneraciones tributarias hasta ahora votadas por la coalición blanqui-colorada, se insistiría con la necesidad de conformar un mercado de capitales y se mantendría la actual política monetaria, la cual constituye un traspaso continuo de recursos presupuestales a la burguesía financiera a través de la emisión continúa de títulos de deuda.
En las conversaciones del futuro gobierno con los organismos de crédito internacional se había sostenido la necesidad de impulsar la agenda de reformas pendientes, es así como se plantean importantes reestructuras en el funcionamiento del sector público de la economía, se habla de «preparar a las empresas públicas para la competencia». Todos sabemos que esto es el anticipo de su eventual privatización o «asociación» en el moderno lenguaje «progresista». El equipo económico se trabó eso sí en una discusión con el Banco Mundial con respecto al superávit primario previo al pago del servicio de la deuda, es lógico, los organismos de crédito quieren asegurarse el cobro de sus préstamos por lo tanto exigen más ahorros internos para generar los recursos para cobrar. El futuro gobierno no solo asegura esos pagos sino que a su vez pretende generar recursos para atender la emergencia social y el desarrollo productivo del país, ¡otorgando regalías y estímulos a la burguesía!. Esto es u na misión imposible, o se atiende a uno o se atiende a otro, sino lo que puede llegar a pasar es que no se cumpla con nadie y el gobierno se enajene el apoyo de las clases que lo votaron.
El espíritu de acuerdo interpartidario ha estado presente en el debate de la izquierda desde hace mucho tiempo. Es así como hace 20 años a la salida de la dictadura militar se conformó la CONAPRO, precisamente para intentar generar políticas alternativas de estado para el gobierno en ese entonces de Julio María Sanguinetti. A la primera de cambio este ignoró todo esto y se alineó plenamente con lo dictado por el FMI. El movimiento sindical también se embarcó varias veces en experiencias de este tipo, cosechando tan solo represión, rebajas salariales, empeoramiento de todas las condiciones laborales.
¿Qué debemos hacer entonces?. Es evidente que este panorama no se presenta tan claro para las masas trabajadoras, existen justificadas expectativas así como contradicciones dentro del Frente Amplio. No todos se alinean con Astori y su abierto liberalismo. Otros se muestran renuentes a decir todo que sí al futuro gobierno. Todo esto se verá con posterioridad al 1 de marzo. Solo así se entiende lo del acuerdo interpartidario, solo así se entiende el entusiasmo de la burguesía por Astori y sus ideas, solo así se entiende la defensa encendida que esta realiza del futuro ministro de Economía. Las cartas se están mostrando. Es muy probable que la vieja división entre «radicales» y «moderados» no se de nuevamente sobre estas bases. Probablemente asistamos a choques -que no generaran rupturas- entre el MPP y su nueva bancada, el Partido Socialista y Comunista por un lado y el bloque más jugado a la continuidad neoliberal.
Entonces de nuevo la pregunta, ¿qué debemos hacer ahora?. Lo primero, no apresurarse. Apuntalar lo positivo de esta experiencia.
La reorganización del movimiento sindical no es un tema menor, de votarse una ley de fueros sindicales y negociación colectiva hay que impulsar esta herramienta, organizar sindicatos, afiliar compañeros y exigir su cumplimiento. En esto no hay recetas, es simplemente militancia de base, trabajo de hormiga, es fundamental que la vanguardia de militantes revolucionarios entiendan que si no les llegamos a los miles y miles de explotados, si no los organizamos no habrá nunca cambios reales. Evidentemente la masa obrera está impregnada de concepciones reformistas y legalistas, pero la experiencia es insustituible, el capitalismo uruguayo no puede hoy, en las condiciones en que está asegurar una vida digna a sus habitantes sin tocar los privilegios de unos pocos. Hoy no hay excusas, las mayorías existen, es necesario por lo tanto apoyar todas las luchas de los trabajadores así tengan los objetivos más limitados que podamos concebir.
La otra punta es el Plan de Emergencia Social. Si se abre una instancia -como se viene anunciando- donde van a participar organizaciones sociales, políticas, voluntarios, etc. en cada localidad del país instancia esta que aportaría el trabajo concreto del reparto de ayudas económicas o de seguimiento de situaciones críticas, también brindaría una gran oportunidad para organizar comisiones barriales o zonales, impulsar coordinaciones. Recomponer el tejido social destruido es algo fundamental. Para eso es imprescindible romper con el sectarismo estrecho, comprender que no todos los militantes son revolucionarios, que no todos son socialistas tan siquiera y por sobre todo comprender que sin el trabajo de masas paciente, organizado, que sirva como vehículo para difundir ideas, programas, propuestas, nuestros esfuerzos militantes quedarán reducidos a la nada.
Esto no implica que los revolucionarios no tengamos nuestras opiniones, ni siquiera nuestros ámbitos propios de debates. Saludamos con entusiasmo todas las instancias de accionar común que surjan de aquí en más.
Un Plan de Emergencia es una prioridad evidente en la actual situación social. Sin embargo, no podemos estar de acuerdo con la contraposición «pobres contra indigentes» con la que se utiliza este plan para justificar la postergación de los aumentos de salarios a los trabajadores, tratando de convencer de ello a los propios trabajadores. Se trata de una verdadera falacia: apoyar la asistencia social, no en el crecimiento productivo (que solamente puede estar asociado al crecimiento del salario y de la capacidad adquisitiva de la población trabajadora) sino… ¡en la deuda externa «buena»!
Es necesario reflotar una prensa de izquierda, socialista. Será necesario criticar en forma pública e implacable toda medida que atente contra los derechos del pueblo trabajador. Y tenemos derecho a hacerlo, porque somos dueños de esta victoria, que fue una victoria con una larga historia de compañeros caídos, de compañeros presos. Sin esas luchas del pasado, sin esas resistencias en solitario -muchas veces- de tantos miles y miles seguramente no hubiesemos vivido la jornada del 15 de febrero pasado, ni este próximo 1 de marzo.