En nuestra República hay presos y presos y cárceles y cárceles. Algunas son visiones del infierno que Dante hubiese utilizado para hacer sufrir, literariamente, a algún enemigo. Otras, aunque no sean un paraíso, semejan en todo caso al purgatorio imaginado por el florentino. En Domingo Arena los reclusos comparten tres teléfonos públicos y cada cual […]
En nuestra República hay presos y presos y cárceles y cárceles. Algunas son visiones del infierno que Dante hubiese utilizado para hacer sufrir, literariamente, a algún enemigo. Otras, aunque no sean un paraíso, semejan en todo caso al purgatorio imaginado por el florentino.
En Domingo Arena los reclusos comparten tres teléfonos públicos y cada cual tiene celda propia, TV cable y un frigobar. Se da el caso que el Goyo Álvarez disfruta de dos piezas, una para dormir y otra para recibir visitas. Este privilegio es resultado de ciertos rasgos de carácter de nuestro expresidente y de la mentalidad «hegemónica» en aquel sitio. La cárcel de Domingo Arena es una dependencia militar. Por lo que sospecho, ni un sólo civil de entre los civiles que torturaron a mansalva goza de la compañía de estos reclusos. Ser militar trae acarreados varios inconvenientes. Puede suceder que la patria peligre y entonces uno es el primer candidato a regar el suelo con sangre heroica. Pero la incomodidad generada por esta horrible espada de Damocles (salvo Uruguay, casi todos los países alguna vez pueden entrar en guerra) es subsanada por beneficios innumerables. Se jubilan con 20 años de servicio, incluyendo los años de estudio y además no cobran en función del sueldo promedio de los últimos años, como todos nosotros, sino con el sueldo del grado inmediatamente superior al que lograron detentar. El jubilado común, si vuelve a trabajar, pierde el derecho a la jubilación, pero no los militares, que además consiguen normalmente trabajos en empresas vinculadas con la función que realizaban, empresas que precisan, para sobrevivir, como todos nosotros, de vínculos. Tal es el caso de Air Class. Pero sigamos. Los privilegios de los militares son: una escuela propia, una justicia propia, un hospital propio. Tienen, al menos los oficiales, un lugar aparte en el Cementerio Central y su entierro no se realiza de cualquier manera sino con cierta pompa. Pueden transitar armados. Se visten con un uniforme que los distingue del resto.
Heredamos ciertos estamentos de ese pasado medieval tan defenestrado, como las Universidades y la Iglesia. Podríamos decir que nuestra República no heredó la aristocracia medieval, sin embargo esa aristocracia está representada por una casta que conoce de gradaciones, hospitales, escuelas y justicia propias, que puede portar armas (como los aristócratas de antaño) que no trabajan y además, dado el caso de ser recluidos, son cuidados de manera especial por otros integrantes de su casta.
No me parece mal que estos señores disfruten de un frigobar y TV cable. No son los únicos reclusos que gozan de estos privilegios. Los grandes narcos, me aseguran, la pasan igual de mal. Lo que preocupa es lo desparejo de su condición con el resto de los privados de libertad, que en todo caso cometieron delitos infinitamente menos graves. Pero no nos vayamos por las ramas. Estábamos diciendo que nuestro expresidente goza de privilegios resultantes de ciertas circunstancias, las cuales, según los propios encargados de su custodia, están vinculados con una ligera demencia senil y para que nadie piense que me estoy burlando, cito al Director del Instituto Nacional de Rehabilitación «es una persona de mucha edad, tiene más de 80 años y un poco de demencia senil».
Uno creería que estos presos mantienen entre sí algún trato igualitario o republicano, pero no es así. El que fue militar una vez lo será hasta la muerte. Entre ellos guardan el debido respeto por las gradaciones, de tal forma que un Teniente General da órdenes y aplica castigos a sus subordinados. ¿Allí dentro? Sí, allí dentro. Resulta que para el resto de los reclusos las órdenes y los castigos aplicados por nuestro expresidente, que además, o sobre todo, fue un Teniente General, eran desproporcionadas o en todo caso ligeramente dementes y por ese motivo pidieron que los libraran del beneficio de su presencia y por una vez todos estuvieron de acuerdo, inclusive el expresidente y Teniente General, pues pidió (exigió) que lo enviaran a otro sitio pues no podía resistir las insubordinaciones de sus subordinados. Esta orden de un superior no pudo ser cumplida, mas se le construyeron, según el Ministro del Interior, «dos contenedores» en la otra punta del patio común.
Ahora veamos la situación sanitaria de los reclusos. Según el Tribunal de Apelaciones en lo Penal (TAP) de 2º Turno, que en junio de 2013 rechazó el pedido de reclusión domiciliaria para Gavazzo por motivos de salud, «la atención sanitaria de los reclusos alojados en dicho centro penitenciario se encuentra a cargo del ejército y el encausado cuenta con una guardia de enfermería las 24 horas del día y una visita médica diaria de lunes a viernes, permaneciendo a la orden telefónica por cualquier consulta». El TAP sugirió u ordenó (el artículo en el cual me amparo no se pone de acuerdo en este punto) a la Unidad Penitenciaria Nº 8 que dicte un «protocolo eficaz para asegurar la atención inmediata de Asistencia Especializada de Emergencia Móvil en caso de ser necesario por parte de este o cualquier recluso».
Vista la situación sanitaria de estos señores y esperando se cumpla la sugerencia u orden, me asalta una duda. Estos reclusos se comportan como militares y obedecen las órdenes y cumplen los castigos de sus superiores reclusos. Si uno se va de boca, por ejemplo, es dable esperar que sufra un castigo. Acaso cuando hablen entre ellos se cuadren y exclamen: «Sí, mi general» o «A la orden, mi Teniente General». Pero la duda me viene en relación a cualquiera de los encargados de su custodia, los cuales son militares. ¿Deben emplear también este vocabulario? ¿En ciertas ocasiones deben guardar el debido respeto por las jerarquías y cumplir las órdenes dictadas por sus superiores, cuadrándose? No afirmo nada, pero quisiera salir de esta duda republicana.
Cuando Mujica dice que su postura (que pretende escudar en una decisión de la Cruz Roja) «responde a una visión humanista» me pregunto si entiende el significado de la palabra «humanista» y si entiende el sentido de las palabras «visión», «una», «a» y «responde». ¿Qué tiene de humanista atenuar el castigo para con aquellos que cometieron crímenes abominables y que se han empecinado en obstaculizar la labor de la Justicia? Humanista en este caso es aquel que pretende disuadir a los violadores, arrancadores de uñas de los pequeños, introducidores de ratas engrasadas en las vaginas y castradores de hombres, a que no castren, introduzcan ratas en las vaginas, arranquen uñas a bebitos de un año o violen desde el poder del Estado. Humanista es el que intenta reeducarlos por el bien de la humanidad fijando a la vez un límite y dando un castigo ejemplarizante.
No sé de dónde surge este error de nuestro presidente, pero sospecho un vínculo con aquella creencia, compartida por su grupo y por los militares, de que vivíamos una guerra. Observo una relación con su idea de que debemos dejar atrás el pasado y unirnos por el bien del país y por lo tanto todo sirve: tanto los eucaliptus plantados a granel como las lechugas; las importaciones que arruinan a los pequeños productores y el encadenamiento productivo generado por estos pequeños productores; el latifundio y el reparto equilibrado de la tierra; las heladas y el clima benigno; la mosca del cuerno y el chancho jabalí y las vacas y las ovejas; los que introducen ratas engrasadas por las vaginas y los que salvan vidas.
Me pregunto qué significa esa postura por la cual nos amparamos en organismos internacionales, como la Corte de la Haya o La Cruz Roja. ¿Se pretende que nos vayamos acostumbrando a seguir dictados de organismos internacionales en detrimento de la soberanía nacional? ¿Se pretende coadyuvar a la creación de un Estado supranacional?
A lo anterior sumemos la creencia que acaso tenga Mujica, muy generalizada por otra parte, de que los criminales recluidos en Domingo Arena no son presos políticos. No he logrado aún entender por qué se rechaza esta categoría para delincuentes que cometieron crímenes desde el Estado, que obraron con una obvia justificación política, que fueron adoctrinados políticamente, que fueron enseñados a torturar eficazmente por especialistas de otro Estado que destinaba recursos para esta enseñanza y que perseguían a los integrantes de otras doctrinas políticas. Los procesados en Núremberg ¿fueron considerados criminales comunes o políticos? Si fueron considerados criminales comunes, cosa que no sé, observo cierto olvido de la ideología y del aparato político que sustentaban a estos señores. En nuestro caso sucede lo mismo. La pretendida función del Estado es garantizar nuestra libertad, pero cuando ellos se apoderaron del Estado se dedicaron no sólo a robar a mansalva, sino a perseguir a sus enemigos políticos de una manera ejemplarizante. No sólo se los torturaba para castigarlos, sino también para amedrentarnos a todos nosotros. Los militares tenían una idea muy precisa del rol «educador» de sus prácticas aberrantes.
Por esta causa, por ser un crimen político, la situación de estos presos genera tanta controversia. Algo no ha quedado del todo aclarado sobre esos años que vivimos en dictadura, por eso porfiadamente aparecen libros que escarban y revuelven en el período. Nunca una década fue tan persistente, nunca obsesionó tanto. La responsabilidad en este caso es compartida: por un lado quienes llevaron a cabo este plan sistemático; por el otro quienes pretenden olvidar y no aplicar un castigo que actúe como límite a lo inaceptable. Todas las sociedades, desde las más primitivas a las más civilizadas, se han organizado en función de límites. Nuestra democracia no ha establecido este límite y paga por eso las consecuencias: heridas que no cicatrizan y de la cuales emanan eternamente pus.
Cuando reclamábamos Verdad y Justicia necesitábamos saber qué sucedió y necesitábamos que desde el Estado se reconozca qué sucedió y por lo tanto que se actúe en consecuencia. Significaba que la Verdad no sería letra muerta, que la Verdad no es ni puede ser una elucubración de filósofos encerrados en sus gabinetes, sino que está indisolublemente ligada a la Justicia que debe determinar qué es una actitud propia de humanos y qué se convierte en conductas que nos alienan de nuestra humanidad, esto es, de nuestra Verdad como humanidad.
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