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La Cumbre Iberoamericana y los héroes de Juan Carlos de Borbón

Fuentes: Rebelión

Una de las personas más respetadas y queridas por el Rey Juan Carlos de Borbón, José María Aznar, Mariano Rajoy, José Barrionuevo, José Corcuera, Esperanza Aguirre o Maria San Gil; uno de los héroes de cientos de curas, obispos y cardenales de la Iglesia española, o del Papa Pío XII; un ejemplar general que desencadenó […]

Una de las personas más respetadas y queridas por el Rey Juan Carlos de Borbón, José María Aznar, Mariano Rajoy, José Barrionuevo, José Corcuera, Esperanza Aguirre o Maria San Gil; uno de los héroes de cientos de curas, obispos y cardenales de la Iglesia española, o del Papa Pío XII; un ejemplar general que desencadenó un golpe de estado que costó la vida de miles de inocentes, que condenó de por vida a otros tantos, que castigó con increíble crueldad a quienes respetaron la legalidad republicana, y en cuyo nombre se cometieron toda clase de crímenes que los diferentes gobiernos españoles se han negado a condenar desde 1977; ese general que nombrara al nieto de Alfonso XIII sucesor a título de Rey, escribía a su admirado Adolfo Hitler párrafos como los que siguen:

A su Excelencia Adolf Hitler

Fuhrer del pueblo alemán

Palacio de El Pardo, 26 Febrero 1941

Mi querido fuhrer:

Su carta del pasado día 6 merece que le responda con prontitud, ya que considero necesario clarificar algunos asuntos y confirmar mi lealtad hacia su persona (…). Sepa que considero, como usted mismo, que el destino de la historia nos ha unido junto al Duce de una forma indisoluble. Nunca he necesitado más pruebas de ello, y como ya le he explicado en más de una ocasión, nuestra Guerra Civil, desde su inicio y durante todo el tiempo que duró, son más que una prueba evidente. Estoy de acuerdo con su opinión acerca del hecho de que España se encuentra situada entre dos polos, uno de los cuales, la enemiga Inglaterra, aspira a controlarnos (…)

Ambos estamos donde siempre nos habíamos situado, de una manera resuelta y con firmes convicciones. No debe albergar la mínima duda sobre mi fidelidad hacia esa concepción política, y sobre la realidad que supone la unión de nuestros destinos junto a Italia. (…) Teniendo presentes esas dificultades de la posguerra, apreciará que nunca pude fijar a la mayor brevedad la etapa en la que podríamos entrar en esa guerra. Permítame decirle, Fuhrer, que el tiempo que ha transcurrido hasta hoy no se ha perdido del todo (…) El pueblo alemán sabe que los españoles profesan hacia él nobles sentimientos de amistad sincera hacia ellos y su nación.(…) En la reciente reunión de Bordighera le dí al mundo pruebas de mi resulta actitud; esta conferencia sirvió también para llamar al pueblo español hacia el camino en el que una de sus obligaciones es preservar nuestra existencia como país libre. (…)

Mi querido Fuhrer, espero que no quede ni sombra de duda sobre mi lealtad y disposición, unidos por un destino común (…) No creo necesario confirmarle mi fe en el triunfo de su Causa y le repito que seré siempre leal a ella.

Crea en mi sincera amistad y reciba mis saludos más cordiales,

Francisco Franco

 

Hace un par de días, el ciudadano monarca intentó en vano callar al Comandante Hugo Chávez (que llamó fascista al genocida José María Aznar), demostrando su carencia absoluta de ecuanimidad, su incapacidad para analizar los últimos acontecimientos históricos, su parca independencia política y un nulo respeto hacia la opinión que comparten millones de personas que creen en la verdadera democracia, sobre el talante del ex mandatario.

Lo más chusco es que a su alteza le salió un ayudante de campo, en la humillante tarea de apoyar lo indefendible, que saltó vergonzantemente al ruedo para echar un cable al héroe de las Azores. Se trataba del presidente Zapatero, quien se erigía en portavoz de aquellos que creen aún en la España en la que jamás se ponía el sol. Y llegó el día en que se vino el eclipse.

Ya sospechábamos (aunque jamás lo puse en duda) que Juan Carlos prohíbe que, en su real presencia, se digan las verdades que distinguieron a Franco, pero lo que yo, al menos, ignoraba, es que pudiera quedar en ridículo rompiendo lanzas en favor de uno de los responsables de miles de muertes en Irak o Afganistán: José María Aznar. Y la guinda que coronó el pastel iberoamericano la puso José Luis Rodríguez, al que asaltó el síndrome protohispánico, quedando poseído por el espíritu de Hernán Cortés, abducido por el hálito de los Reyes Católicos, en una escena de un patetismo incomparable.

Por suerte, la dignidad del continente latinoamericano quedó a salvo de tamañas tragicomedias. Esa clase de alharacas fueron acalladas por los valientes discursos de los líderes de Bolivia, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Cuba, que sacaron de quicio al ciudadano Borbón y al presidente leonés, quienes regresaron a España con el rabo entre las piernas, entre el gesto de impotencia de Uribe y la mueca de Tabaré, Bachelet, y Kirschner, mientras al aguerrida miembro de la Trilateral, Trinidad Jiménez, helaba su sonrisa y su cabreo, mientras maquina reuniones futuras con sus amigos de Miami.

Jamás una cumbre fue tan sincera, dura y honesta con el liberalismo que España quiere imponer. El Grammy a la genialidad, no obstante, lo obtuvo Zapatero, en un repentino ataque de inteligencia, cuando sentenció con rostro de vidente: «Veremos quién hace más por los enfermos y los niños pobres en Latinoamérica, Si las ambulancias españolas o los médicos que envían otros países«.

Según el presidente español, una ambulancia cura más que un doctor. ¡¡¡ Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuu ¡¡¡ (onomatopeya del vehículo milagroso).