Definitivamente Porfirio Lobo Sosa se ha adaptado al papel de «office boy» de los gringos y de la oligarquía local; cada vez que lo llaman de emergencia a Washington regresa con una noticia terrible para la sociedad entera. Primero apareció con la aprobación de la expatriación de hondureños hacia Estados Unidos, y ahora pone al […]
Definitivamente Porfirio Lobo Sosa se ha adaptado al papel de «office boy» de los gringos y de la oligarquía local; cada vez que lo llaman de emergencia a Washington regresa con una noticia terrible para la sociedad entera. Primero apareció con la aprobación de la expatriación de hondureños hacia Estados Unidos, y ahora pone al frente de la policía a un personaje de terrible recordación para muchas personas que fueron sus víctimas a lo largo de las últimas décadas. Indudablemente oscuros nubarrones se ciernen sobre la seguridad de nuestro país, y es que no se pueden resolver esos problemas moviendo de un lado para otro las mismas piezas que producen la crisis.
Hoy tenemos, además de los desaciertos continuados de Lobo Sosa, una campaña intensiva de miedo y terror, que encuentra su punto de partida en la ejecución de Alfredo Villatoro, periodista de una radio promotora del Golpe de Estado de junio de 2009. No debemos confundir esta campaña, dirigida especialmente a la gente que se plegó, activa o pasiva, al cuartelazo y sus sucesores, con la política de «limpieza ideológica» que llevan a cabo desde hace casi tres años contra el pueblo en resistencia. Sin embargo, debe notarse como ambas confluyen en el propósito de amedrentar el espíritu de insatisfacción que existe en toda la sociedad hondureña a raíz de los grandes problemas que siguen generando las políticas económicas neoliberales en nuestro país; tampoco debe olvidarse que los miembros de la resistencia, son blanco de este ataque porque son los únicos que proponen desmantelar el modelo neoliberal, instaurar un estado democrático que beneficie a todos y construir un nuevo sistema de justicia. Todo el abanico de partidos que existen fuera de la propuesta de LIBRE no son más que puntales de la misma estructura.
Si hemos de ser realistas, Honduras se convirtió en un infierno a partir del 28 de junio de 2009. Las cifras de violencia eran altas antes de esa fecha, pero las mismas no solo se han duplicado, sino que existe una sensación absoluta de impunidad. Hoy, es sabiduría popular que acudir a la policía, a la fiscalía o a los juzgados para buscar justicia es un grave error. Expertos en extorsiones, por ejemplo, aconsejan a sus víctimas que eviten denunciar a la policía actos de esta naturaleza, para evitar que la «ubicación geográfica de su posición» sea revelada a los criminales. Las cifras de víctimas mortales de la violencia en 2011 sobrepasaron las 6 mil personas, lo que nos hace pensar que no solo ser periodista es un riesgo en Honduras; vivir en Honduras es un riesgo elevadísimo; la situación en 2012 ha ido empeorando, ahora con el nuevo ingrediente de que la campaña de odio y terror eliminará cualquier elemento que haga falta, incluso a quienes simpatizan con su causa o son beneficiarios de los «favores» de la oligarquía.
No está de más mencionar que las «estrellas» del mundo represivo, estructurada en los años ochenta, se van reubicando. El día domingo aparecía en un programa de «debates» un enemigo declarado de la causa del pueblo, el capitán Billy Joya Améndola, disfrazado de experto en seguridad y luciendo un aire de estadista que producía una interrogante que no está nunca de más: ¿será este el Álvaro Uribe Vélez que nos quieren imponer en medio del clamor porque se acabe el terror?. No sería nada extraño que un día no lejano, el gobierno hiciera una rimbombante declaratoria de «Guerra a la Violencia», al más puro estilo de Bush y Cheney, para justifica la masacre de miles de hondureños en nombre de los sagrados intereses de la santificada oligarquía. En ese momento, cuando declaran que quien no está con ellos es enemigo de dios, de Estados Unidos y de la seudo democracia, que ellos mismos han violado miles de veces, es cuando oficialmente se declara la guerra al pueblo, aunque ahora la misma ya está en curso.
Ahora, el asunto es que no podemos creer que nos impongan este sangriento futuro, sin una razón concreta. Antes que nada, debemos estar claros que los intereses que prevalecen en la agenda de la oligarquía, y que se convierten en órdenes en las del gobierno de Lobo Sosa, son los de las transnacionales norteamericanas, guardados celosamente por el pentágono y el departamento de Estado. En ese sentido, la situación latinoamericana es compleja, porque el contexto estratégico mundial, condicionado por una profunda crisis sistémica, activa los tambores de la guerra, así como el intervencionismo en los asuntos internos de nuestras naciones, tal es el caso de Venezuela, donde muy probablemente los gringos estén ya desarrollando la conspiración para un intento de Golpe de Estado.
En segundo lugar en importancia, encontramos los intereses de la oligarquía local, compuesta por unas diez familias que controlan vastamente la economía del país, aunque no han sido capaces de desarrollar Honduras en 20 años de bonanza; quizá porque nunca ha sido su objetivo alcanzar niveles significativos de progreso colectivo. Esas diez familias controlan todo, telecomunicaciones, generación eléctrica, comercialización de derivados del petróleo, el mercado financiero, la construcción, los alimentos, etcétera. La «mano de invisible» de Smith es un mito que a estos señores ya no les sirve; ya no pueden vender ilusiones, ahora solo les queda mercadear el miedo.
Básicamente la situación de la economía en el país es de calamidad; el 40% del PIB sale del gobierno, y aunque redituable, que el Banco Central de Honduras le pague a los bancos privados por cuidar su dinero, esta práctica se ha convertido en una pesadilla para el resto de hondureños. Paradójicamente, el mayor enemigo de las pequeñas y medianas empresas es el capital en manos de la oligarquía, pues estas no pueden cumplir con la función de acumular capital tan necesaria para su supervivencia; el sistema mismo las está matando, y eso las convierte en sus opositoras. Las pequeñas y medianas empresas generan más trabajos en Honduras que la oligarquía en su conjunto, y además, son más proclives a cumplir con la legislación laboral, es decir, la concentración de riqueza en unos cuantos está literalmente cerrando las posibilidades de progreso en todo el país. El modelo no funciona, eso es un hecho indiscutible, y para subsistir, los privilegiados por el mismo, se disponen a competir en el mercado electoral con terror.
Sabemos entonces que en el escenario del debate nacional, aunque la amenaza que se cierne sobre nosotros es concreta, tangible y activa, no debemos perder la perspectiva, ni caer en su agenda mediática. Ellos nos atacan, porque ven en nosotros una amenaza real a sus privilegios; nuestra propuesta de refundar Honduras es más importante ahora que nunca; la construcción de una verdadera democracia, la instauración del socialismo hondureño y la propuesta de acabar con el neoliberalismo en el país, así como la recuperación de la soberanía sobre todos los sectores estratégicos del Estado deben expandirse por todos los rincones de Honduras, ahora es cuando nos toca ser inclaudicables.
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