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Haití

La imperiosa necesidad de un lugar seguro

Fuentes: Prensa Latina

Tres meses después del terremoto que devastó esta capital, miles de haitianos buscan hoy un lugar donde asentarse definitivamente, algunos por voluntad propia y otros por la fuerza. Después del sismo del 12 de enero pasado, que dejó 222 mil 570 muertos, 310 mil 928 heridos y 869 desaparecidos, cientos de miles de habitantes de […]

Tres meses después del terremoto que devastó esta capital, miles de haitianos buscan hoy un lugar donde asentarse definitivamente, algunos por voluntad propia y otros por la fuerza.

Después del sismo del 12 de enero pasado, que dejó 222 mil 570 muertos, 310 mil 928 heridos y 869 desaparecidos, cientos de miles de habitantes de esta ciudad comenzaron una odisea en busca de un techo para protegerse.

En un principio se acantonaron en cualquier sitio, pero muchos de estos corren el riego de inundarse cuando lleguen las lluvias, o están ubicados en lugares marcados por otros intereses.

Así, cientos de familias se fueron a otras partes del país, con la incertidumbre de permanecer sin trabajo y hasta sin techo, con tal de dejar atrás las huellas del sismo en busca de una zona más tranquila.

Otros no tuvieron otra alternativa que armar una improvisada tienda en la capital y ahora, tres meses después, el fantasma del desalojo vuelve a caer sobre ellos.

Quienes vivieron hasta la semana anterior en la parte más baja del campo de golf de Petionville iniciaron el éxodo hasta Corail, una localidad desde donde no pueden volver a la capital a trabajar.

Esa cifra representa solo el 10 por ciento de quienes estuvieron hacinados en el referido campo deportivo, y es una cantidad ínfima, comparada con la totalidad de personas que tendrán que moverse.

Lo más seguro, y ya es un secreto a viva voz, es que todos los que viven en la cancha de golf tengan que abandonarla en un período muy breve, porque el dueño reclama su salida.

Tal vez sea esa la causa por la cual se inició por allí la reubicación de los damnificados, porque lo de las inundaciones no engaña a nadie que conozca bien Puerto Príncipe, donde hay decenas de campamentos con riesgos de quedar bajo las aguas cuando aparezcan las lluvias.

Moverlos de un lado a otro es, además de una salida temporal, un serio problema para el gobierno, porque en los lugares a los cuales van no existen las condiciones necesarias y mucho menos se les crearon opciones para trabajar y ganarse la vida.

Este panorama obliga a mantener la ayuda en alimentos y agua e impide que cada uno de ellos desempeñe una labor útil por el bien del país y de su familia.

Mientras, en algunos lugares, todavía muy escasos, se observan obras en construcción, en tanto se multiplica la destrucción de los edificios dañados por el movimiento telúrico.

Sin embargo, la recogida de escombros marcha a un ritmo extremadamente lento o desorganizado y pasarán años antes de que todos los residuos de los inmuebles destruidos por el seísmo encuentren un sitio definitivo.

Muchas de las calles permanecen cubiertas de montañas de residuos de concreto, cabillas y piedras y hasta algunas carreteras, como la que va de esta capital hasta la vecina Leoganne, tiene tramos en los cuales pululan los desechos, lo cual complica el de por sí complejo panorama vial.

Pero no todo es malo en Puerto Príncipe y todo el departamento del Oeste: las clases se reiniciaron hace una semana y aunque no para todos a la vez, el hecho de regresar a las escuelas los niños ya es una señal de avance. En algunos campamentos, sobre todo de la periferia, se edifican casonas de madera para proteger a sus inquilinos en momentos de lluvias intensas, incluso hasta de huracanes, cuya temporada se inicia en poco más de un mes y medio.

Entonces, a partir del 1 de junio, comenzarán los grandes problemas para el Gobierno y para las organizaciones internacionales que prestan su ayuda acá.

Además del riesgo de que muchos campamentos desaparezcan como consecuencia de la fuerza de los vientos o el empuje del agua, las lluvias traerán consigo un auge en las enfermedades.

Puede aumentar entonces el número de pacientes por paludismo, tifus, incluso por diarreas, sobre todo entre los niños y los ancianos, los más vulnerables a estos padecimientos.

Eso sí, quienes sufrieron algún tipo de amputación por el sismo, unos cuatro mil, ya sanaron de las heridas y ahora se rehabilitan en espera de las prótesis para recomenzar sus vidas.

En estas funciones los médicos y colaboradores cubanos desempeñan un papel fundamental y cada mañana las salas de rehabilitación de esta ciudad y los alrededores se llenan de personas que intentan ponerle fin a sus padecimientos.

Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=178489&Itemid=1