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La «pataleta» del rey

Fuentes: Rebelión

Siempre he pensado que los reyes, príncipes y condes son zánganos, adheridos a la piel de aquellas naciones donde la monarquía aún prevalece. Sus vidas están marcadas por el ocio, la opulencia y los escándalos de todo tipo, que llenan los espacios de la prensa rosa y de farándula. Sin embargo, Juan Carlos de Borbón, […]

Siempre he pensado que los reyes, príncipes y condes son zánganos, adheridos a la piel de aquellas naciones donde la monarquía aún prevalece. Sus vidas están marcadas por el ocio, la opulencia y los escándalos de todo tipo, que llenan los espacios de la prensa rosa y de farándula.

Sin embargo, Juan Carlos de Borbón, Rey de España, constituye una excepción a la regla, porque además de la vida regalada a la que ha accedido como cualquier otro soberano, juega un rol activo en el diseño e implementación de la política exterior española, independientemente del gobierno de turno. Desde esa perspectiva, no sólo tuvo conocimiento del apoyo que brindó el ex presidente José María Aznar a George W. Bush en la invasión a Irak, sino que lo compartió. Digámoslo claramente: el Rey Juan Carlos es cómplice de la ofensiva genocida del imperio y su secuela de muerte de cientos de miles de iraquíes y también de miles de soldados norteamericanos, carne de cañón al servicio de los intereses petroleros de Bush y sus halcones. A fines de 2004, el presidente estadounidense agradeció su colaboración invitándolo junto a su esposa al rancho de Texas, lugar reservado sólo a sus aliados incondicionales.

El rey tampoco pudo estar al margen del papel que jugó Aznar en el golpe de estado de 2002 en Venezuela. Por el contrario, el gobernante debió actuar con la total anuencia de su soberano, cuyos intereses suelen estar muy ligados a la administración norteamericana. Lo anterior, explica su airada reacción contra el Presidente Hugo Chávez en la reciente Cumbre Iberoamericana en Chile, cuando éste acusó a Aznar, de lo que todo el mundo sabe: que es un fascista y que apoyó la asonada golpista. Nunca un gobernante – en este caso el rey – había hecho callar a otro jefe de estado en una cumbre presidencial. Su alteza – como le dicen los genuflexos del gobierno chileno – acusó el golpe y retrocedió 500 años en un segundo, lo que desató su prepotencia atávica, frente a quienes considera sus súbditos.

Pero eso no fue todo, porque el monarca aún tenía otra sorpresa reservada, que borraría para siempre esa imagen edulcorada, mesurada y democrática que cultivó y prevaleció en el imaginario colectivo, sobretodo de una sociedad como la chilena, donde predomina el arribismo, la siutiquería y la ignorancia. Tampoco soportó la justificada crítica que hizo el Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega contra la rapacidad de las transnacionales españolas que han asolado América Latina. Se levantó furioso de su asiento y abandonó la sala, como un adolescente taimado. Sin embargo, lo más vergonzoso vino después, cuando Alejandro Foxley, ministro de Relaciones Exteriores de Chile – que no siente la menor vergüenza de ensuciarse las rodillas – salió raudo de la sala para intentar calmar el nuevo berrinche de su «majestad».

Como era de esperar, el canciller demócratacristiano se apresuró en solidarizar con España, a nombre del gobierno chileno (el vergonzante silencio de Michelle Bachelet otorga). Pero al día siguiente del exabrupto real, como un muñeco al cual fuerzas oscuras dieron cuerda, Foxley retomó con mayor brío la polémica y desafió a Hugo Chávez a comparar los procesos sociales de Chile y Venezuela. Según aseguró, Chile ha logrado enormes éxitos en materia social, sin recurrir a «experiencias seudo revolucionarias o atajos», en una clara referencia descalificatoria al proceso venezolano. A estas alturas, estaba claro que la campaña contra el Presidente Chávez estaba en su clímax.

El Comandante Fidel Castro tiene razón cuando plantea que está en marcha una operación impulsada por Washington, destinada a lograr el asesinato de imagen de Hugo Chávez, cuyo fin estratégico podría ser eventualmente su eliminación física. En Chile, es liderada por el Diario La Tercera, medio de prensa vinculado a los organismos represivos durante la dictadura militar, que desarrolla hace años una campaña de desinformación permanente contra el proceso venezolano – que incluye también a Cuba – digitada por el demócratacristiano Gutenberg Martínez, quien participa a menudo en las reuniones del consejo editorial del periódico. Martínez, ex presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), es además el marido de Soledad Alvear, ministra de Relaciones Exteriores de la administración de Ricardo Lagos, que reconoció en 2001, al gobierno golpista que intentó sin éxito derrocar a Chávez.

Pero La Tercera no estuvo sola. Ésta vez se le unió The Clinic, pasquín editado por un equipo de periodistas jóvenes, rebeldes sin causa en versión neoliberal, defensores irrestrictos de la libertad (individual). Dicen estar «firmes junto al pueblo», pero son tan reaccionarios como el que más, frente a procesos como el venezolano o cubano, que implican cambios estructurales reales, en beneficio de la mayoría, que ciertamente ponen en riesgo los privilegios y granjerías que les otorga una sociedad de clase.

La prensa chilena – como el más avezado prestidigitador – ha sido muy efectiva desinformando y generando una opinión pública totalmente disociada de la realidad concreta. Esa estrategia, en un país como Chile, donde la mayoría se nutre de diarios como Las Últimas Noticias, La Cuarta y La Tercera, que fomentan de manera deliberada la desinformación, la farándula y la ignorancia, ha sido clave para moldear una animadversión bastante generalizada de los chilenos ante el proceso venezolano y fundamentalmente hacia la figura de Hugo Chávez.

Como plantea el teórico holandés, Teun A. Van Disk, la noticia constituye un tipo de discurso de carácter hegemónico, a través del cual quienes ostentan el poder producen y reproducen el sistema imperante. Marx lo dijo de otra forma: las ideas de quienes no disponen de medios de producción intelectual son sometidas a las ideas de la clase dominante.

El chileno común, sumido en la más profunda ignorancia, asume como realidad el discurso de los medios de comunicación y ve a Chávez como un dictador, cuyo único norte es lograr el poder ilimitado. El chileno común ignora que fue elegido democráticamente por los venezolanos; que su coalisión ha ganado más de 13 elecciones durante su mandato; que el crecimiento económico de Venezuela en 2006 fue de un 10,3 %; que redujo en un 50 por ciento la pobreza extrema y que terminó con el analfabetismo; que ha asegurado salud y educación gratuita para todos los venezolanos; que barrió la corrupción de los gobiernos demócratacristianos, que por decenios esquilmaron los recursos de esa nación; que Venezuela pagó totalmente su deuda externa al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, logrando su soberanía económica, entre otros muchos logros, que a los defensores del neoliberalismo poco o nada les interesa o que simplemente ocultan.

En las antípodas, el gobierno de Michelle Bachelet, ha sido una gran decepción para aquellos que alguna vez albergaron alguna esperanza de cambio, entre quienes por cierto, no me cuento. El derrotero neoliberal trazado ha seguido su curso incólume, mientras la presidenta sucumbe a los designios del imperio y a las presiones y zancadillas de sus propios compañeros de coalisión. El país continúa siendo el alumno predilecto del Fondo Monetario Internacional, el vecino desclasado y arribista que reniega de su origen, que busca codearse con el primer mundo a costa de cualquier precio.

En este escenario, fue fácil responsabilizar mediáticamente a Hugo Chávez y exculpar al Rey Juan Carlos del desaguisado de la cumbre. No obstante, quedará grabada para la historia la actitud rastrera de Alejandro Foxley y el silencio inexplicable de Michelle Bachelet, fiel representante del capitalismo neoliberal, con rostro de mujer.