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La peligrosa decadencia del Imperio

Fuentes: Público.es

A cien años de la Primer Gran Guerra podemos estar asistiendo al principio del fin de la hegemonía estadounidense. De los dos pilares en los que todavía se sustenta ésta, el dólar (o el mundo financiero en general) y el complejo industrial-militar, el primero está en franco desmoronamiento; lo que previsiblemente minará a su vez […]

A cien años de la Primer Gran Guerra podemos estar asistiendo al principio del fin de la hegemonía estadounidense. De los dos pilares en los que todavía se sustenta ésta, el dólar (o el mundo financiero en general) y el complejo industrial-militar, el primero está en franco desmoronamiento; lo que previsiblemente minará a su vez al segundo.

La continua creación de dinero sin respaldo (dólares-chatarra) por parte de la Reserva Federal de EEUU, no es sino una desesperada huida hacia adelante para no reconocer el colapso económico de la hasta ahora principal potencia mundial.

La sustitución del dólar como moneda de referencia internacional, por alguna moneda «materializada», referida a los recursos energéticos, está cada vez más próxima. Eso quiere decir que los países con reservas energéticas adquirirán un creciente peso si logran preservarlas para sí mismos.

Pero mientras que las potencias geoestratégicas emergentes no buscan provocar abiertamente el derrumbe del dólar, pues le necesitan al menos mientras no se hayan desacoplado totalmente de él, EEUU está emprendiendo una ofensiva desesperada para mantener artificialmente el dólar como moneda refugio e intercambio internacional. Uno de sus puntos de anclaje para ello es crear inseguridad en torno a los recursos energéticos y especialmente el petróleo. Esto es así porque al pagarse el petróleo en dólares, si hay una crisis petrolera subirá el precio del «oro negro» y con ello la demanda de dólares, permitiendo la revalorización del papel verde.

El otro punto radica en generar inestabilidad político-militar para hacer ver que sólo la moneda del más fuerte puede tener alguna seguridad. Por último, pero unido a esto, EEUU trata por todos los medios (y digo todos) de desbaratar la potencialidad de Eurasia. Eurasia es el Heartland («la Isla del Centro del Mundo» en el vaticinio del primer estratega norteamericano, Mackinder), donde está la gran masa de población, recursos y riqueza.

Algunos de los elementos geoestratégicos más importantes de la intervención del imperio en declive son:

1. Acoso sistemático a Rusia. No contento con acabar con la URSS, persigue ahora desmembrar también Rusia, tratando de reducirla a un tamaño insignificante y sobre todo intentando separarla de sus territorios asiáticos y descolgar de ella Siberia, donde se alberga la mayor variedad de recursos del planeta. Chechenia, Georgia y algunos otros han venido siendo puntos calientes al respecto. Pero últimamente ha combinado esta política con intervenciones geoestratégicas de mayor calado, golpeando a Rusia a través de: a) la crisis bancaria de Chipre (allí es donde Rusia transformaba las cuentas de su energía en monedas de cambio para las compras internacionales); b) la guerra de Siria (cortando la salida de los oleoductos rusos al Mediterráneo e intentando a la vez establecer una cabeza de puente para el control de todo Asia Occidental y Central); c) el golpe de Estado en Ucrania (convierte al que se había pactado como un Estado tampón entre las potencias europeo-norteamericanas y Rusia en un Estado hostil a este último país, en sus propias puertas; al tiempo que intentaba privar a Rusia de la estratégica Crimea).

2. Asedio a China a través de una permanente penetración en Asia Occidental y Centro-Asia, la implantación de un reguero de bases militares en las antiguas repúblicas soviéticas asiáticas, la desestabilización del flanco más oriental a través de las continuas provocaciones a Corea del Norte, el bloqueo del mar de Malaca (principal vía de los intercambios chinos) y el intento de desmembración del territorio chino por el lado del Tíbet, son sólo algunos de los eslabones estratégicos de aquel asedio.

3. Lucha sin cuartel en África contra la penetración china en este continente, previo desplazamiento de Francia del mismo, y apropiación de todo lo que es apropiable allí (Libia, Congo, República Centroafricana, Mali y ahora Nigeria, son algunos de los puntos calientes en un incendio de guerras provocadas que asolan sin piedad el continente).

Tanto en Asia como en África las intervenciones imperiales dejan atrás sociedades barbarizadas y en guerra entre sí, regiones enteras en manos de «señores de la guerra», a menudo con un notorio ascenso de la influencia de Al-Qaeda (que luego justifiquen nuevas intervenciones militares en una espiral sin fin). También dejan Estados carcelarios, como Egipto, Yemen o Irak, que se vienen a sumar en ello a Israel.

4. Contra-ataque en su «patio trasero» para anegar los procesos tanto progresistas como bolivarianos en América Latina (véase especialmente el presente acoso a Venezuela, donde la superpotencia se juega las posibles mayores reservas petroleras del mundo y un «peligroso» liderazgo contra-hegemónico). Ya ha tenido éxito en los golpes de Estado de Honduras y Paraguay.

¿Mientras tanto qué le depara a Europa?

Al viejo continente le tiene envuelto en otra dinámica belicista de «Guerra Fría» contra Rusia, precisamente cuando la vinculación a este país sería la única vía de salida futura inteligente para Europa desde un elemental sentido común capitalista (allí está la energía, la defensa nuclear, enormes recursos y mercado potencial que se abre también hacia el resto de Asia, por ejemplo).

Además de otros objetivos ya vistos, a través de la creación de la crisis de Ucrania EEUU logra dar dos pasos a la vez. Uno: meter el miedo a los europeos de un probable corte de suministros energéticos por parte de Moscú, llevándoles a refugiarse en el espejismo energético del fracking estadounidense. Y dos: dar cobertura para que su complejo industrial-militar pueda intentar tirar de nuevo de la economía.

Al mismo tiempo la superpotencia americana busca la implantación de un macro acuerdo de «libre comercio» (TTIP) con Europa. Con esto pretende dar una salida a sus productos hacia Europa ante un mercado interno crecientemente insolvente. Para ello necesita que los europeos desbaraten la legislación protectora de sus economías y rebajen o eliminen los controles de calidad de las mercancías y las regulaciones sobre transgénicos y demás prevenciones respecto de la salud pública. Aún más importante, busca preservar al dólar como moneda de intercambio con Europa y evitar que ésta forme bloque con los BRICS y muy especialmente con Rusia.

Curiosamente, una vez doblegados los principales líderes europeos bajo tremendas presiones (con algún sui generis «golpe de Estado» por medio, como el de Renzi), el último reducto de resistencia ante toda esta tropelía que se lleva a cabo, como es habitual con el mayor secretismo, no son las poblaciones europeas, que no saben de la misa la media al respecto; ni siquiera las principales fuerzas sindicales, al parecer ocupadas en no perder legitimidad frente a la Troika. Ese último reducto parece encarnarlo la clase capitalista alemana. Demasiado consciente de lo que se juega dando la espalda a la parte rica del continente que llamamos Eurasia.

Al margen de los resultados de las recientes elecciones que en gran medida son ajenas a todo ello, es extremadamente urgente para los pueblos europeos reaccionar contra las dinámicas de guerra y nuevo auge del fascismo que cien años después sacuden de nuevo sus tierras.

Andrés Piqueras. Profesor de Sociología Universitat Jaume I de Castellón

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