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Irán

Las ambiciones regionales de la República Islámica

Fuentes: A l´Encontre

El acuerdo sobre el expediente del programa nuclear iraní al que se llegó en Viena el 14 de julio pasado por parte de la República Islámica de Irán y el grupo de los 5+1 (cinco Estados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) refrenda el nuevo estatus de la molarquía (en referencia […]

El acuerdo sobre el expediente del programa nuclear iraní al que se llegó en Viena el 14 de julio pasado por parte de la República Islámica de Irán y el grupo de los 5+1 (cinco Estados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) refrenda el nuevo estatus de la molarquía (en referencia a la monarquía de los mulá. ndt) en Medio Oriente.

Este acuerdo deseado por el Guía de la Revolución, Ali Khamenei, primera personalidad de la República Islámica y por la Casa Blanca se inscribe en la continuación lógica del texto firmado en abril pasado en Lausana. Histórico y previsible, este acuerdo es la conclusión de dos años de negociaciones y pone fin a más de 12 años de crisis sobre el asunto nuclear iraní.

En el profundo marasmo que atraviesa Medio Oriente, Teherán y Washington han optado por el compromiso. El acercamiento se operó primero en Afganistán contra los talibanes y, luego, en Irak a la caída de Saddam Hussein. Finalmente, la descomposición y la partición, de hecho, de los Estados irakí y yemenita, la pérdida de control por el régimen de Assad sobre la mayor parte del territorio sirio y la emergencia de Daech han acelerado este proceso. Esto tanto más cuanto que el imperialismo estadounidense y la República Islámica tienen ya un enemigo común: el Estado Islámico.

Si la monarquía saudita y la Turquía de Erdogan han hecho el juego a Daech, el régimen de Teherán pasa por ser un nuevo aliado y una potencia regional insoslayable para la Casa Blanca. Por este acuerdo, la administración estadounidense pretende integrar más a la República Islámica en su dispositivo regional, pero esto no acontece sin contradicciones, como indica la hostilidad del Estado colonialista de Israel, la de las monarquías reaccionarias del Golfo o la importante recuperación de la presencia de la potencia imperialista rusa.

En fin, el acuerdo de Viena permite a las potencias imperialistas frenar y controlar el programa nuclear de Teherán. Los inspectores de la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) tendrán acceso a los centros nucleares y a ciertos enclaves militares. Teherán deberá reducir el número de centrifugadoras (de más de 19 000 a 5 000) y disminuir mucho su stock de uranio enriquecido. El enriquecimiento de uranio será limitado al 3,67% durante quince años y solo en la planta de Natanz.

Acuerdo histórico, intereses comunes y conmociones regionales

Este compromiso histórico, el primero desde 1979, es el producto de las sacudidas aceleradas que golpean Medio Oriente.

El caos regional actual refrenda el fin del largo período histórico abierto por el desmembramiento del Imperio otomano al final de la Primera Guerra Mundial. En efecto, las potencias imperialistas francesa y británica, bajo la égida de la SdN en 1920 -tras la Primera Guerra Mundial y los acuerdos Sykes-Picot (1916)- crearon Estados con fronteras artificiales sobre los escombros del Imperio otomano. Las grandes potencias procuraron poner en el poder, en cada uno de los Estados creados, fuerzas minoritarias y sumisas a los imperialismos. Así, los derechos de los pueblos y de las minorías nacionales y religiosas fueron pisoteados en beneficio de los intereses de las grandes potencias que no dejaron de apoyar a los regímenes dictatoriales de la región.

Hoy, con el ascenso del Estado Islámico y de la provincia autónoma kurda (en el norte de Irak) a las que conviene añadir la descomposición de los Estados yemení, iraquí y sirio, está en curso el germen de una redelimitación de las fronteras del Medio Oriente. De una cierta forma, estos proyectos políticos y «nacionales» son todos reaccionarios. Muestran un repliegue político sobre el menor denominador común, a saber, la identidad religiosa y/o étnica. Así por su proyecto y su práctica, Daech pretende constituir una entidad política «homogénea» y «limpiada» de sus minorías. Se trata de una «purificación» sobre bases religiosas, étnicas y profundamente reaccionarias.

Esta política de «homogeneización» no es solo cosa del Estado Islámico. Lo mismo ocurre con la política saudita hacia las poblaciones chiítas que viven en las zonas del reino ricas en recursos naturales.

En cuanto al gobierno turco de Erdogan, éste lleva a cabo una lucha criminal contra el pueblo kurdo y todas las oposiciones a fin de impedir la creación de un Estado kurdo que modificaría la geografía política de la región. Igualmente, Turquía rechaza toda situación que llevaría a la creación de una entidad autónoma de los kurdos de Siria. Esto explica en gran medida su complacencia hacia el Estado Islámico.

Más globalmente, esta política de Ankara se inscribe en la línea histórica del Estado turco. A saber, la negación del derecho de las minorías e incluso de la existencia política y cultural de esas minorías. Los atentados de Suruç (20/07/2015) y de Ankara (10/10/2015) son un golpe contra el pueblo kurdo y, más en general, contra las corrientes de oposición democráticas y de izquierda en Turquía. Constituyen los frutos podridos, directos e indirectos, de la política del Estado turco.

En fin, en este panorama regional caótico conviene no descuidar la inestabilidad creciente de Líbano y de las petromonarquías del Golfo así como la fragilidad crónica del reino jordano.

De forma general, las dinámicas en marcha no están controladas por ninguno de los protagonistas regionales e internacionales y nadie puede prever su evolución.

Estas importantes conmociones son la consecuencia directa de las intervenciones imperialistas que se han sucedido desde 1991, de la ofensiva neoliberal de los últimos decenios que ha socavado las bases de los poderes existentes y reducido sus márgenes de maniobra clientelistas. A estos elementos conviene añadir la corrupción de las élites dirigentes, el carácter dictatorial de los Estados de la región y los levantamientos populares en Magreb y Medio Oriente. Todo esto ha contribuido a poner en cuestión los «equilibrios» pasados. Tanto más cuanto que el imperialismo estadounidense ha reorientado su dispositivo militar hacia Asia del Sudeste y contra China, que ocupa ya un papel central en los documentos estratégicos americanos.

En efecto, en Washington, China está considerada como un peligro, sobre todo a largo plazo. Por otra parte, las tensiones diplomáticas y las maniobras de intimidación militares no dejan de multiplicarse entre las dos grandes potencias, en particular en el mar de China. Este cambio estratégico se ha acompañado de un cierto distanciamiento del imperialismo estadounidense respecto al Medio Oriente.

Más globalmente, el caos regional prolongado muestra la incapacidad de las potencias imperialistas (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia) para «estabilizar» el Medio Oriente. La crisis del sistema capitalista y el ascenso de las contradicciones interimperialistas son los factores primeros de esta situación.

En este contexto, las potencias regionales como Turquía, Reino Saudita, Israel o la República Islámica de Irán han visto reforzarse su autonomía y sus márgenes de maniobra.

Este distanciamiento relativo del imperialismo estadounidense y el callejón sin salida en el terreno militar han dejado el campo libre a la intervención imperialista de Rusia en Siria. La intervención aérea de Moscú tiene por objetivo salvaguardar el régimen sanguinario de Bachar el-Assad, defender los intereses geopolíticos de Rusia y conservar su único puerto en el Mediterráneo, el puerto estratégico de Tartous en Siria. Se produce en un momento en que el régimen de Assad se encuentra en gran peligro. En un primer momento, esta intervención permite la supervivencia política de Assad. Permite igualmente a Putin recuperar presencia en la región y reanudar los vínculos importantes con los gobiernos iraquí y egipcio.

En fin, hay que señalar la colaboración en el plano de la información así como en las maniobras aéreas conjuntas entre Rusia y el Estado colonialista de Israel. Este último elemento indica hasta qué punto se confunden quienes en la izquierda osan pretender aún que el régimen de Assad formaría parte de un supuesto campo antiimperialista o antisionista. Hoy, como ayer, el poder sirio no ha sido jamás ni antiimperialista ni propalestino.

La intervención imperialista rusa es masiva y está coordinada con la República Islámica de Irán que ha enviado sobre el terreno medios humanos importantes. Éstos se elevan a más de 5 000 milicianos, consejeros y militares. Así, el régimen de los mulás ha desplegado en Siria fuerzas salidas de las unidades de élite de los Guardianes de la Revolución y ha organizado milicias a partir de afganos exiliados en Irán. Estos afganos, entrenados precisamente por la República Islámica, constituyen la carne de cañón del régimen de Teherán. A esas fuerzas hay que añadir la intervención del Hezbolá libanés que participa en la guerra contra el pueblo sirio y contra sus aspiraciones legítimas a la libertad y la justicia social.

¿La molarquía victoriosa?

Ha sido en este contexto en el que se han producido los acuerdos sobre el programa nuclear iraní. Prevén el mantenimiento de las sanciones relativas a los misiles balísticos y a las importaciones de armas ofensivas. Además, la transferencia de materiales sensibles que puedan contribuir al programa balístico iraní estará prohibida durante ocho años. La venta o la transferencia de ciertas armas pesadas desde y hacia Irán seguirán estando proscritas durante cinco años.

A cambio, Teherán obtiene el levantamiento progresivo de las sanciones adoptadas por la Unión Europea y los Estados Unidos contra los sectores de las finanzas, la energía y el transporte. La molarquía podrá disponer de los haberes del Estado iraní estimados en 150 mil millones de dólares y bloqueados en los Estados Unidos desde 1979. En fin, la República Islámica, que podrá vender sus hidrocarburos sin limitación, pretende beneficiarse de su «vuelta a la normalidad» para abrir su mercado interno a las multinacionales que ya hacen cola. Las visitas de los dirigentes e industriales europeos a Teherán o el viaje del presidente iraní Rohani a Francia en noviembre, anuncian un acercamiento que supera el marco del acuerdo sobre el expediente nuclear.

El levantamiento de las crueles sanciones que han golpeado a los pueblos de Irán es, por supuesto, algo bueno. En efecto, las sanciones influyen con fuerza sobre las condiciones de vida de los pueblos de Irán y sobre le economía del país. Alimentan el paro masivo, la hiperinflación y las penurias. Han conducido a la explosión del mercado negro en gran medida controlado por los Guardianes de la Revolución cuya dirección se ha enriquecido considerablemente.

En el plano interno el régimen presenta estos acuerdos como una victoria. En efecto, la molarquía ha justificado siempre las dificultades económicas y sociales del país por el peso de las sanciones y la hostilidad de las grandes potencias. Por supuesto, esta «explicación» evita poner en cuestión la política económica y social de la teocracia iraní. Una política al servicio de los más ricos, de los dignatarios del país, de su familia y de los Guardianes de la Revolución. Con un paro masivo, en particular entre la juventud, récords de inflación, una bajada importante de los ingresos petroleros debida a la obsolescencia de las infraestructuras y a un hundimiento de los precios en el mercado mundial y a la ausencia de libertades democráticas (en particular las sindicales) los pueblos de Irán sufren de lleno la política injusta y dictatorial del régimen y son por otra parte las primeras víctimas de las sanciones imperialistas.

El acuerdo sobre lo nuclear puede abrir nuevos espacios a quienes quieren acabar con la molarquía. En efecto, el régimen tendrá más dificultades para justificar sus fracasos y su corrupción por la política de las grandes potencias. Las reivindicaciones sociales y democráticas intentarán expresarse tanto más cuanto que, durante muchos decenios, el régimen ha derrochado centenares de miles de millones de dólares para su programa nuclear. Consciente del peligro, la República Islámica ha iniciado, desde la firma del acuerdo de Viena, un nuevo ciclo de represión, en particular contra los militantes del movimiento obrero, a fin de aplastar cualquier veleidad de protesta. La reciente muerte bajo tortura en las prisiones de lamolarquía del dirigente sindical Shahrokh Zamani y la detención de numerosos líderes sindicales muestran este endurecimiento represivo. Los militantes obreros, los sindicalistas de la enseñanza y los militantes kurdos o quienes luchan por la igualdad de derechos pagan un duro tributo. El régimen de los mulás que hoy aparece como aliado para las grandes potencias imperialistas sigue siendo el poder teocrático, reaccionario y dictatorial que ha sido siempre.

La política regional de la República Islámica de Irán

Más globalmente, el levantamiento de las sanciones y el acceso a las cuentas bloqueadas darán al régimen de Teherán márgenes de maniobra para realizar su política clientelista y reforzar su presencia en la región. Así, la molarquía podrá aumentar aún más la ayuda material y humana concedida al gobierno iraquí y a las milicias chiítas que, bajo la cobertura de la lucha contra Daech, llevan a cabo una guerra sectaria contra las poblaciones sunitas.

La política sectaria realizada por el poder de Bagdad, apoyado por la República Islámica, ha favorecido en gran medida el enraizamiento del Estado Islámico. Éste saca su fuerza en la descomposición de la sociedad iraquí y la exclusión de las poblaciones sunitas por los gobiernos iraquíes. Gobiernos apoyados por los Estados Unidos y la República Islámica de Irán.

Reflejando como en un espejo la política saudita, Teherán va a proseguir su acción desestabilizadora en Yemen y en Bahrein. En efecto, la política regional de la República Islámica de Irán se inscribe en una guerra indirecta contra la monarquía ultrareaccionaria de los Saoud. Teherán y Riad son los principales apoyos de las corrientes reaccionarias del islam político y favorecen las lógicas de enfrentamientos sectarios e interreligiosos que arrasan la región a sangre y fuego. Tras estos antagonismos se oculta una lucha de influencia y de intereses entre las dos teocracias reaccionarias que «movilizan» a las poblaciones sobre la base de sus identidades religiosas y/o étnicas. Esta guerra por fuerzas interpuestas es un desastre para la región y para las poblaciones. No sirve más que a los intereses estatales y capitalistas de los Estados teocráticos que son Arabia Saudita y la República Islámica de Irán. Así, en Yemen, la intervención criminal llevada a cabo por el reino saudita y sus aliados participa de este enfrentamiento que asola la región. Este engranaje trágico conviene a las grandes potencias. En efecto, los Estados de la región se han implicado en una nueva carrera de armamentos cuya salida no puede ser más que la continuación de la guerra. El gran beneficiario es la industria de armamento que ve así considerables perspectivas de ganancias. A este respecto, el desplazamiento del primer ministro francés a las monarquías del Golfo y a Arabia Saudita y la decena de miles de millones de dólares en pedidos, en particular en medios militares, muestran perfectamente esa política cínica de las grandes potencias.

En fin, el régimen de Teherán podrá igualmente aumentar su apoyo a la dictadura de Damasco y al Hezbolá libanés que combaten salvajemente contra el pueblo sirio. En efecto, desde el punto de vista de Teherán, el apoyo saudita a las fuerzas integristas sunitas en Siria constituye una amenaza inaceptable. La República Islámica rechaza la caída del régimen de Assad pues esto constituiría un revés mayor para su influencia regional. En efecto, Siria es el «puente» estratégico directo entre Teherán y el Hezbolá libanés. Por otra parte, tras la caída del poder de Damasco, podría perfilarse un debilitamiento, incluso un hundimiento del gobierno iraquí. Ahora bien, esto equivaldría para la República Islámica de Irán a una especie de cerco por parte de la Arabia Saudita. A fin de comprender esto, no hay que olvidar las ambiciones regionales de la molarquía. Éstas están en gran medida expresadas por los medios y la prensa cercana a los Guardianes de la Revolución y a los sectores más nacionalistas de la teocracia iraní. En efecto, las afirmaciones según las cuales Teherán controlaría tres capitales árabes, es decir, Bagdad, Beirut y Damasco son corrientes en la boca de los dignatarios iraníes. Lo que indica la importancia que concede la República Islámica de Irán a los conflictos regionales actuales.

Fracaso de las intervenciones imperialistas

Por supuesto, el fracaso de la campaña de bombardeos contra el Daech realizada por los Estados Unidos y su coalición internacional y el acercamiento con Teherán abren una nueva configuración. En efecto, es ya probable que el régimen de los mulás, Rusia y las potencias occidentales se pongan de acuerdo para salvar al régimen sirio. Hay que señalar que la intervención rusa no podía tener lugar sin un cierto «dejar hacer» de la Casa Blanca. La administración Obama intenta obtener una solución política basada en el mantenimiento del régimen Assad pero con una salida de Bachar el-Assad a medio plazo. En sí, esto no constituye un punto de desacuerdo con Moscú. La intervención rusa permite salvar el poder de Damasco a la vez que elimina las componentes políticas democráticas y revolucionarias aún activas en Siria.

No hay duda que de que el giro de François Hollande, que ha implicado a Francia en el bombardeo de las posiciones de Daech en Siria, o las intervenciones imperialistas de Moscú y de Washington no hacen más que hundir aún más a la región en el caos. Las intervenciones imperialistas no han hecho sino acentuar el desastre humanitario y reforzar la adhesión de ciertas poblaciones al Estado Islámico. Los planteamientos imperialistas no impedirán la descomposición y la partición de Siria y de Irak.

Por la libertad, la igualdad y la justicia social

En Irán como en toda la región, las aspiraciones a la libertad, la igualdad y la justicia social son fuertes. Estas legítimas aspiraciones se enfrentan a la contrarrevolución dirigida por las grandes potencias, los diferentes gobiernos de la región ya sean «laicos» como Siria o Egipto o representen una de las múltiples tendencias del islam político, todas igual de reaccionarias, como en Arabia Saudita, Turquía o Irán.

Los pueblos aprovecharán todas las posibilidades para poner fin a las injusticias y a los regímenes teocráticos y dictatoriales de Medio Oriente. Las recientes movilizaciones sociales y democráticas en Irak y en Líbano muestran que los pueblos de la región no están resignados. Debemos apoyarles en su lucha para librarse de las injerencias imperialistas y de los poderes tiránicos que les oprimen y de las diferentes corrientes del islam político.

Frente al caos y a las particiones basadas en las identidades étnicas y religiosas, las fuerzas progresistas y socialistas deben oponer una perspectiva de clase, democrática, laica, internacionalista y federalista, fundada en la igualdad de derechos entre los pueblos y el reparto de las riquezas.

(Este artículo ha sido redactado a finales de octubre de 2015 -red A l´Encontre).

Fuente origina: http://alencontre.org/moyenorient/iran/les-ambitions-regionales-de-la-republique-islamique-diran.html

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR