Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Analistas de estrategia y editores diplomáticos indios aclaman el hecho de que según ellos Nueva Delhi ha logrado una importante victoria diplomática en Afganistán y que su «influencia» en Kabul ha llegado a un punto máximo. Esta victoria tiene lugar después de la inclinación estratégica de Washington a favor de India y, en el período desde fines de 2001 hasta la fecha, la asignación por India de asombrosos 1.200 millones de dólares como ayuda para la «reconstrucción» afgana.
Algunos animadores indios exponen la tesis de que un aspirante a gran potencia se caracteriza por «aprender primero a convertirse en un proveedor de seguridad regional» – y que Delhi por lo tanto debe intervenir y dar una mano para solucionar el problema afgano. Otros ven a Afganistán ofreciendo una «oportunidad única» para ser útil a EE.UU., y que Delhi terminará por beneficiarse de la retribución de una superpotencia agradecida, que seguramente tendrá lugar. Sin embargo, otro punto de vista indio es que simplemente vale la pena molestar a Islamabad creando espacio para el presidente afgano Hamid Karzai. Un odioso argumento indio es que Delhi debiera utilizar suelo afgano para tomar represalias por el apoyo de Islamabad a militantes de Cachemira.
Tal vez sea útil evitar la memoria histórica en asuntos diplomáticos. Puede que los archivos contengan sólo crónicas de tiempo perdido. Muy pocos analistas estratégicos indios que pontifican actualmente sobre Afganistán parecen tener aunque sea una remota conciencia de como a fines de los años ochenta, el jefe de Estado de aquel entonces en Kabul, doctor Mohammad Najibullah, era un visitante frecuente en Delhi, tal como lo hace Karzai.
También se trataba de una zona muerta en la guerra afgana de 30 años, cuando el conflicto, como el actual, padecía desasosegadamente en la sombra. Por suerte para Delhi, sin embargo, el lento golpe que se gestó lentamente en el laberinto afgano durante meses antes de culminar con el derrocamiento de Najib en la mañana del 16 de abril de 1992, no fue una sorpresa total. Los diplomáticos indios comenzaron pronto a buscar diligentemente a los muyahidín afganos en las peligrosas montañas del Hindu Kush, para explicar a esos nuevos amos la fría lógica de la amistad excesivamente calurosa de India con Najib.
Explicaron pacientemente que se trataba después de todo una relación estricta de Estado a Estado, de gobierno a gobierno, con Najib, despojada de ideología, religión o compromisos. Ahmed Shah Massoud, de la Alianza del Norte, todavía miraba hacia otro lado mientras elementos de su milicia saqueaban sistemáticamente la Embajada India, obligando a sus diplomáticos a huir de Kabul.
Sin embargo, muy pronto, a mediados de los años noventa, Massoud se había convertido en el aliado clave afgano de India o, en la medida en la que podía ser aliado de alguien. Ciertamente, sigue siendo una propuesta tentadora si hubiera sido posible derrocar el régimen talibán con toda la ayuda india, si no fuera por la histórica decisión de al Qaeda de atacar Nueva York y Washington en septiembre de 2001.
Históricamente, nunca faltó la justificación lógica para que India se involucrara en Afganistán. En los días de la yihád afgana de los años ochenta contra los soviéticos, la política india mantuvo que India secular tenía todo que perder con la llegada del islamismo a la región – alentada como un factor de geopolítica de la Guerra Fría por EE.UU. – y que Najib representaba un baluarte contra los muyahidín islamistas basados en Peshawar en Pakistán. Pero Delhi cambió rápidamente de dirección después de la toma del poder de los muyahidín en 1992.
En su lugar se vio conectada con un grupo muyahidín que estaba fenomenalmente arraigado en el Islam político – Jamiat-i-Islami, parte de Akhwan-ul-Muslimeen, basada en Afganistán, que tenía fuertes vínculos con la Hermandad Musulmana en Egipto.
Después de la aparición de los talibanes a mediados de los años noventa, India se puso confiadamente de parte de la Alianza del Norte. En términos políticos, esa fase significó una aceptación general de los islamistas, ya que la Alianza del Norte incluía una variedad de grupos islamistas radicales (incluyendo a grupos muyahidín intransigentes como Ittihad-i-Islami, que seguía la ideología wahabí y gozó de un financiamiento generoso durante la yihád afgana de parte de acaudalados benefactores saudíes, incluyendo a Osama bin Laden).
La nueva justificación lógica fue que los talibanes representaban a las fuerzas tenebrosas del «oscurantismo» y del «extremismo», que representaban una amenaza para la seguridad y la estabilidad regionales. Sin embargo, desde el derrocamiento de los talibanes en 2001, Delhi se distanció cada vez más de la Alianza del Norte. En su lugar, Delhi comenzó a apoyar a la estructura del poder en Kabul respaldada por EE.UU. La política pro-estadounidense fue justificada en términos de la próxima lucha contra el «terrorismo» proclamada por el presidente de EE.UU., George W Bush.
Nadie sabe qué parte de su excedente de capital terminó por gastar Delhi en varios grupos afganos durante las tres décadas – y, lo que es más importante, qué dividendo durable obtuvo India. Por desgracia, el sistema político indio no insiste en realizar balances de la situación. El parlamento indio, de 59 años, todavía tiene que desarrollar un sistema de audiencias a puertas cerradas, que es una característica redentora en la mayoría de las democracias serias del mundo, incluyendo el vecino Irán.
Durante todas esas dolorosas vicisitudes, la política india hacia Afganistán estuvo impregnada de pragmatismo y se mantuvo en gran parte centrada en Pakistán. Pero las cosas parecen estar cambiando. Los horizontes parecen haberse expandido considerablemente. Según el escritor paquistaní Ahmed Rashid, Kabul está «reemplazando a Cachemira como el área principal de antagonismo» entre India y Pakistán. El establishment paquistaní de la seguridad se ha convencido de que las agencias de inteligencia india y afgana están empeñadas en socavar la seguridad de Pakistán. Analistas estadounidenses dicen que Afganistán se ha convertido explícitamente en un teatro de relaciones antagónicas entre Pakistán e India.
Pero hay una dimensión mucho más amplia. El establishment paquistaní también está evaluando la nueva realidad geopolítica – el giro sin precedentes de EE.UU. a favor de India en la política regional de EE.UU. Le cuesta hacer frente al consenso trilateral entre Kabul, Delhi y Washington, que pone en la picota a Islamabad como «el principal y casi único alborotador» en la región. El establishment paquistaní no puede aceptar que mientras sigue siendo un socio crucial para Washington en la «guerra contra el terror», sea India la que está en camino a convertirse en participante en las estrategias globales de EE.UU.
Por cierto, el documento de Estrategia de la Defensa Nacional publicado por el Pentágono en Washington el 31 de julio confirma las peores sospechas paquistaníes. «Nosotros [EE.UU.] miramos hacia India para que asuma una mayor responsabilidad como participante en el sistema internacional, en proporción con su creciente poder económico, militar y blando.» India es el único país aclamado de esa manera en todas las 29 páginas del documento.
El Pentágono parece haber pasado por alto cómo un pronunciamiento tan vehemente de estrategia de defensa nacional de EE.UU., citando a India como un país fundamental, sería recibido por los generales paquistaníes. Sin duda, Delhi considera que la doctrina de EE.UU. es inmensamente atractiva. Es como la elite india siempre quiso que EE.UU. viera a India. Pero la perspectiva paquistaní ve las ecuaciones regionales emergentes como una tendencia peligrosa hacia la superioridad militar y la «hegemonía» regional de India. ¿Cómo toleran un desafío semejante los militares paquistaníes, acostumbrados a sentimientos antagónicos hacia India?
Primero, Pakistán hará valer sus intereses legítimos en Afganistán, cueste lo que cueste. Que no nos quepa la menor duda. Los generales paquistaníes saben lo que resultó cuando mandamases estadounidenses y británicos se reunieron el mes pasado en Gran Bretaña para intercambiar notas sobre Afganistán. El cónclave analizó que existían inmensos problemas con el funcionamiento del régimen de Karzai y que la guerra podría durar otros 30 años, lo que es un escenario desesperanzado, ya que en los aliados de la OTAN se impone el «cansancio de guerra» y la marea de la opinión pública se vuelve contra la guerra. Pero eso no es todo.
Desde la perspectiva paquistaní, mientras en el pasado India desarrolló esencialmente su propia línea hacia Kabul, ahora actúa de acuerdo con EE.UU. Mientras tanto, India también trabaja para establecer vínculos formales con la OTAN. Por primera vez, el Pentágono invitó a India a participar en el ejercicio aéreo de dos semanas Red Flag, que actualmente se realiza en Nevada. Y en septiembre, la OTAN desplegará en el sur de Afganistán uno de sus siete aviones ultra-sofisticados AWACS, capaz de mirar profundo dentro de Pakistán.
En la víspera de ejercicios militares de EE.UU. e India en Nevada, que también incluyen participación de la OTAN, citaron al comandante en jefe de la fuerza aérea de Rusia, general Alexander Zelin, diciendo que los bombarderos estratégicos rusos podrían comenzar pronto a patrullar el Océano Índico. Un destacado analista estratégico del Instituto de Economía Mundial y Centro Internacional de Relaciones para Seguridad Internacional en Moscú, de la Academia Rusa de Ciencias, Vladimir Yevseyev, comentó que la declaración de Zelin tenía el propósito de «advertir» a India, ya que EE.UU. ha «llegado a considerar el Océano Índico como una zona de sus intereses prioritarios.»
En otras palabras, aunque la retórica india sobre Afganistán está cuidadosamente expresada en términos de contraterrorismo, Pakistán no lo ve de esa manera. En su lugar, la ve en términos mucho más amplios, como una arremetida india, apoyada por EE.UU., como sobresaliente poder regional en el Sur de Asia. En las últimas semanas, los militares paquistaníes elevaron las apuestas a lo largo de la Línea de Control que bordea el Estado indio de Jammu y Cachemira. La resurgencia de tensiones parece ser una acción calculada. Islamabad está enviando algunas señales.
Nasim Zehra, una voz relativamente moderada, sensata, en la comunidad estratégica paquistaní, escribió recientemente: «Es hora de que Pakistán declare categóricamente: basta de ataques contra Pakistán, basta de vacuas moralizaciones kantianas en un mundo hobbesiano, basta del mantra de hagan más, y basta de análisis parcializados, basta de percepciones selectivas, basta de dobles raseros… Pakistán jugará ‘tan limpio como el mundo que lo rodea.’ Tómenlo o déjenlo. No vale ‘una actuación aislada’ para ninguno de los vecinos de Pakistán.»
«No importa cuál pueda ser el PIB [producto interno bruto] de quienquiera o su arsenal nuclear, estamos metidos juntos en este lío… Ese es el mensaje de la creciente militancia… La región se desintegrará si los gobiernos en el área y los extraños involucrados como Washington no hacen causa común para trabajar en conjunto para encarar las causas de la creciente militancia. La respuesta reside en una solución regional.»
El mensaje es simple. Si Pakistán se hunde, se llevará consigo a India. No existe algo como la seguridad absoluta.
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El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en el Foreign Service indio. Sus puestos incluyeron a la Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
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