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Después de Fukushima, Minamata e Hiroshima

Los antinucleares se radicalizan en Japón

Fuentes: Les Blogs du Diplo

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

¿Cómo puede ser que tantos japoneses ordinarios, decenas de miles de personas mayores, de jóvenes, de madres de familia, de artistas, de intelectuales, etc., salgan a la calle todas las semanas para expresar su desacuerdo con el gobierno a propósito de su política nuclear? El Japan Times, periódico anglófono fundado en 1897 y vinculado al Asahi Shimbun, publicó en portada el pasado 30 de julio el siguiente titular: «Los manifestantes antinucleares rodean el Parlamento» («Antinuke demonstrators encircle Diet»).

Las primeras líneas del artículo precisaban: «Cientos, quizá miles de personas, entre las que había ciudadanos ordinarios y militantes antinucleares, se reunieron […] en torno al Parlamento para aumentar la presión sobre el gabinete del primer ministro» [1]. Había una reserva prudente sobre la cantidad de manifestantes. ¿Autocensura?¿Presiones de origen policial o gubernamental? Unos días después, el 6 de agosto, el editorial se titulaba «Un nuevo impulso para el movimiento nuclear» («New impetus for antinuke movement«). En él se lee que todos los viernes por la noche «decenas de miles de personas» se reúnen cerca del Parlamento y de la residencia del primer ministro, y que el 29 de julio eran más de 10.000 según la policía y unas 200.000 según los organizadores.

Hasta entonces, los raros japoneses que protestaban no ocupaban ni la mitad de la calle, en pequeñas filas de cuatro o cinco personas por hilera y que se paraban en cada semáforo para no detener la circulación. Formaban un desfile con banderas, pero dividido en partes y sin el menor exceso. Al menor gesto imprevisto la policía intervenía duramente, pegaba y encarcelaba. Al día siguiente en el mejor de los casos se podía leer algunas líneas en la tercera página de algunos periódicos, excepto, por supuesto, los grandes titulares de Bandera Roja, el periódico del Partido Comunista japonés. Y ni una palabra sobre las intervenciones de la policía.

Por lo tanto, lo que está ocurriendo hoy supone un cambio radical. Una conmoción. Es posible que estas nuevas movilizaciones, facilitadas por internet y las redes sociales, tengan relación tanto con la inscripción en la memoria colectiva de experiencias traumáticas de la energía nuclear y sus consecuencias con Hiroshima y Nagasaki, como con la forma que tiene el Estado de gestionar las catástrofes provocadas por la contaminación, en particular en el caso de Minamata (contaminación con mercurio).

La energía nuclear, a pesar de Hiroshima

La conmemoración cada 6 de agosto del bombardeo de Hiroshima se desarrolló este año con la presencia de un nieto del presidente estadounidense Harry S. Truman, la persona que había dado la orden de lanzar la bomba. Tuvo encuentros con las víctimas, rezó por los difuntos y se unió a la voluntad de ver desaparecer todo armamento nuclear. Lo había invitado Masahiro Sadako, padre de la pequeña Sasaki que hasta su muerte a la edad de 12 años confeccionó incansablemente pajaritas de papel que se convirtieron en el símbolo de la esperanza de un «nunca jamás Hiroshima». En 1945 el pueblo japonés estaba tan harto de la guerra llevada a cabo por los gobernantes y de tener que morir por el emperador que optó por la democracia «aportada» por los estadounidenses.

Muchas personas, incluso entre las víctimas de Hiroshima, no sabían a quién echar la culpa tras los bombardeos: ¿a aquellos de quienes eran rehenes o aquellos que les liberaron en medio de un baño de sangre y de sufrimiento? Los japoneses prefirieron mirar hacia el futuro: tratar de obtener apoyos para aliviar la vida cotidiana de los supervivientes y militar por la desaparición de las armas nucleares. Por medio de su Constitución Japón se prohíbe emprender guerras y acceder al armamento nuclear.

A pesar de todo, el país se ha convertido en una potencia nuclear civil. Para ello tuvo que engañar al pueblo, fascinarle con las perspectivas de crecimiento económico y hacer unos gastos considerables en comunicación para convencerle de que el átomo por la paz propuesto por los estadounidenses era una buena opción, perfectamente segura. Mientras se establecía la energía nuclear civil a pesar de las protestas silenciadas, cierta cantidad de japoneses eran víctimas de contaminaciones industriales extremadamente graves, en particular en Minamata.

Los «años de silencio» en Minamata

Desde 1932 en esta ciudad pequeña del sudoeste de Japón la empresa química Chisso ha estado arrojando al mar residuos de mercurio que se han acumulado en los fondos marinos, antes de ser transmitidos a la población a través de los peces de los que se alimenta. Esta contaminación y sus consecuencias se conocen desde 1956: una parte de la población padece problemas motores y deformaciones psíquicas que empeoran con el tiempo. Los sucesivos gobiernos permitieron que la empresa continuara libremente con sus actividades y adoptaron puntualmente algunas medidas de fachada. Así, en 1959 se inauguró con gran ceremonia una purificadora de aguas, aunque no estaba situada en el lugar principal de los vertidos. Igualmente, el gobierno incitó a Chisso a entregar dinero (a cuentagotas) «por simpatía» con las personas intoxicadas y reconocidas como tales, evitando de esta manera que se cuestionara a la empresa o al gobierno. Diez años de reivindicaciones de las víctimas, de 1959 à 1968, no llevaron a nada, lo que les valdrá la denominación de «años de silencio». Del mismo modo, las reclamaciones tropezaron con un ostracismo en relación con Minamata y sus supervivientes.

A partir de 1969 el gobierno cambia finalmente de actitud y en 1973 la justicia confirma la responsabilidad de Chisso. Un primer acuerdo alcanzado en 1977 permitió reconocer a 3.000 víctimas, otro en 1995 cubrió a otras 10.000 personas. En 2004 el Tribunal Supremo consideró que este último era insuficiente y se votó otro protocolo en 2009 que, aunque estaba lejos de las recomendaciones del Tribunal, llevó a que 57.000 personas presentaran un expediente, el doble del máximo esperado por el gobierno

Después de la catástrofe de Fukushima

Los japoneses están hartos. Las centrales accidentadas de Fukushima están lejos de estar «frías». A 60km de estas la radiactividad en el aire supera aquí y allá las normas autorizadas para los trabajadores de la energía nuclear: ¿cómo dejar crecer ahí a los niños sin preocuparse por su salud? Además, una parte de los productos agrícolas que se vendieron en la región, hasta el té de Shizuoka, contenían dosis de elementos radiactivos por encima de lo normal: la alimentación contribuye a la acumulación de los efectos de la radiactividad en la población. No todo el mundo dispone de los recursos económicos ni de la energía necesarios para abandonar la prefectura de Fukushima, como han hecho las 160.000 personas que se han marchado de ella.

Para los japoneses al «nunca jamás Hiroshima» hay que añadir a partir de ahora «nunca jamás Fukushima». Para ello, más vale abandonar la energía nuclear civil. Se querrá que los discursos sobre la seguridad sean tranquilizadores y perentorios, como lo fueron en el pasado. El nivel de temblor de tierra desencadenado por el tsunami estaba más allá de lo imaginable: no se había hecho ninguna prueba para una catástrofe de estas dimensiones. Actualmente las autoridades concentran su atención en los medios para evitar los encadenamientos que se han producido en Fukushima. Pero sin lugar a dudas la próxima catástrofe tomará otro camino. Tras el accidente y las consecuencias que perduran, las compensaciones se hacen esperar y las autoridades empiezan por decir que no hay víctimas, como en el caso de Minamata. Al «nunca jamás Minamata» hay que añadir también «nunca jamás Fukushima».

Con todo esto en las cabeza, dos terceras partes de los japoneses quieren acabar con al energía de origen nuclear y se esfuerzan por que se oiga su voz con una perseverancia y una tenacidad que deberían obligar a las autoridades a tener en cuenta esta realidad. Sin lugar a dudas habrá de continuar y ampliar aún más este movimiento para que se tomen unas decisiones que vayan en el sentido deseado por el pueblo japonés. El primer ministro ha prometido recibir a unos representantes de los manifestantes (algo único en la historia de Japón), aunque ha prevenido que también escuchará a quienes, manteniéndose en sus trece, reclaman la reactivación de las centrales. Aunque Japón sea una democracia, aquí el pueblo tampoco es verdaderamente soberano.

Marc Humbert es profesor de la Universidad de Rennes, investigador de CNRS [Centro Superior de Investigaciones Científicas francés] y profesor invitado de la Universidad Ritsumeikan, Kyoto.

Nota:

[1] El artículo está disponible en la web ligeramente modificado: «Antinuke demonstrators set their sights on Japan’s Diet building«.

Fuente: http://blog.mondediplo.net/2012-08-09-Au-Japon-les-antinucleaires-se-radicalisent