Manuel «Mel» Zelaya es alto, muy alto -acusa 1,90-, viste traje oscuro, camisa blanca, corbata roja. A primera vista le falta algo. Su sombrero, claro. Su sombrero lo acompañó por todas las peripecias que tuvo que vivir desde hace poco más de un año, cuando fue derrocado a punta de fusil mientras dormía en su […]
Manuel «Mel» Zelaya es alto, muy alto -acusa 1,90-, viste traje oscuro, camisa blanca, corbata roja. A primera vista le falta algo. Su sombrero, claro. Su sombrero lo acompañó por todas las peripecias que tuvo que vivir desde hace poco más de un año, cuando fue derrocado a punta de fusil mientras dormía en su casa de Tegucigalpa. Zelaya, el presidente legítimo de Honduras, dice que nunca abandona su sombrero, porque él es un hombre del área rural, donde todo el mundo lleva uno. Lo trajo a Buenos Aires, pero lo dejó en la habitación de este hotel en donde transcurre la entrevista. A lo largo de la charla con Página/12 no suelta por nada del mundo su Blackberry, su conexión con una parte de la familia que quedó en Honduras -sus hijos varones, sus hermanos, su madre-. La otra parte de la familia vive con él en República Dominicana -su mujer, Xiomara Castro, y sus dos hijas-. Zelaya viajó con su esposa a esta ciudad para participar del Foro de San Pablo y tiene varias audiencias pendientes, probablemente con la presidenta Cristina Fernández y otros políticos argentinos. Pero -aclara- acaba de llegar y la agenda está armándose.
¿Qué sintió en el momento en que le arrebataron el poder?
-Fue muy duro ver que alguien que empuñaba un arma irrumpiera por la fuerza en mi casa a las cinco de la mañana. En la puerta de entrada quedaron las marcas de los 67 disparos de armas de grueso calibre. Y fui sacado con ropa de cama, conducido para Costa Rica. En mi casa sólo estaba mi hija menor, que temió que los disparos fueran para mi humanidad. Fue un drama muy doloroso y triste. Un golpe de Estado es una ruptura de orden, del pacto social, es una tragedia. Desde ese momento el país vive una represión: asesinatos, detenciones, tortura. Después regresé a la sede diplomática de Brasil y fui sometido a todo tipo de vejámenes y hostigamiento.
Estuvo en la base militar de Palmerola y luego lo trasladaron a Costa Rica. ¿Cuál cree que fue el rol de Costa Rica en el golpe?
Me dio asilo inmediato. Después Nicaragua me otorgó protección y hoy vivo en República Dominicana.
¿Cómo fue vivir ese tiempo como refugiado en la embajada?
Estuve cinco meses en una pequeña oficina. Brasil me salvó la vida. Lula, Marco Aurelio (García) y Celso Amorim (N. de la R: El presidente de Brasil, su asesor en temas internacionales y su canciller) me salvaron la vida porque me dieron protección en momentos en que el ejército trataba de liquidarme.
¿Quién lo acompañaba?
El pueblo me rodeó. Más de 20.000 personas llegaron a la puerta en menos de dos horas cuando se supo que yo estaba en la embajada. Hubo una fuerte represión. Ahí murió Wendy Avila, una joven de la resistencia, asesinada por la dictadura. Hay más de 166 personas asesinadas también, más de 9.000 denuncias de violaciones de los derechos humanos, incluyendo 4.000 personas encarceladas y torturadas. Fueron asesinados más de siete periodistas en los primeros tres meses del gobierno de Lobo.
¿Cómo recuerda esos cinco meses adentro de la embajada?
Estuve aislado casi todo el tiempo. Se me bloqueaban las comunicaciones de celulares y el diálogo con mis familiares. Los domingos dejaban entrar a mi familia y sólo al grupo más reducido, cinco personas. Tuve problemas de alimentación al principio; también cortaron los servicios básicos. A ello se sumó que nos bombardeaban con ultrasonido que afectaba nuestras mentes. Una tortura. No podíamos ni salir a la ventana porque nos apuntaban con el láser de las pistolas.
¿Temió que lo mataran?
No tuve temor. Sabía que mi vida estaba en peligro. Me atreví a regresar a mi patria, a mi tierra, en pleno auge del golpe de Estado. Arriesgaba todo.
Desde que Micheletti encabezó el golpe, el 28 de junio de 2009, hubo denuncias de violaciones de los derechos humanos. ¿Algo cambió con la llegada al poder de Porfirio Lobo?
Empeoró. Empezaron los asesinatos más duros. Porque en Honduras una oligarquía sanguinaria ejerce el control de los medios de comunicación, de los bancos, de los medios de producción. Las principales cadenas de radio, televisión y prensa, con honrosas excepciones, son miembros de esa oligarquía, que hasta vende armas. Un golpe tiene diferentes fases que el Departamento de Estado norteamericano conoce de manual: la primera es la desestabilización y en ese proceso los medios juegan el papel principal de preparar el ambiente.
Y todo porque usted quería convocar un referéndum para que la gente decidiera si se instalaba una asamblea constituyente…
Ese fue el pretexto, fue el argumento mediático. Nosotros podemos demostrarlo después de un año del golpe, al hacernos eco de aquellas palabras de la Biblia, «por sus frutos los conoceréis». Hasta que un árbol no echa el fruto no se sabe si está envenenado o si es dulce. Si quiere saber quién dio el golpe de Estado vea qué fruto dejaron: se beneficiaron las compañías petroleras norteamericanas, las transnacionales, los bancos; se rompió con todo el socialismo del sur al que yo me había asociado -el ALBA, con Hugo Chávez- y se derogaron todos los procesos de participación popular. Detrás del golpe están los halcones de Washington.
Desde un principio los hondureños se movilizaron contra el golpe y se formó un frente de la resistencia. ¿Por qué bajaron las movilizaciones? ¿Hay un cierto desgaste?
No. Estados Unidos apoyó al dictador (Roberto) Micheletti en todo. ¿Qué puede hacer un pequeño país como el nuestro frente al imperio? Tuvimos una agresión, una injerencia de Estados Unidos para blanquear el golpe.
¿Qué sucede hoy día con la resistencia? ¿Quiénes la componen?
Está organizada. Hay un debate de si se convierte en un proceso político electoral o si trabaja como una plataforma política de lucha. El debate no se ha resuelto. La componen los hondureños con conciencia, apolíticos; también hay una base política que es el Partido Liberal -que me llevó a la presidencia- y los miembros de organizaciones sociales, sindicatos, indígenas.
Salvo Nicaragua, el resto de los países centroamericanos aprueban la incorporación de Honduras al Sistema de Integración Centroamericana (SICA) y el regreso a la OEA. ¿Cómo lo interpreta?
La posición de los países demócratas de América es que Honduras debe volver a la comunidad internacional cuando Lobo esté dispuesto a cumplir condiciones de restablecer el orden democrático. Mientras siga la represión, Honduras no será reconocida. Pedimos que se cumplan esas condiciones.
¿Cómo evalúa la actuación de los países de Sudamérica? Recientemente Chile normalizó relaciones con Honduras.
Estamos muy complacidos de la posición de todos los países que condenaron el golpe. La condena fue unánime, pero el asunto de restaurar el orden estuvo dividido, una división que estuvo promovida por Estados Unidos. Países como Argentina son símbolos de la democracia latinoamericana. Igual que Brasil, Venezuela, Ecuador, Paraguay y Uruguay. Y Nicaragua. Estas naciones fueron fuertes en pedir la restauración de la democracia, que es un modo de proteger sus propias democracias.
¿Cuál es la salida para Honduras?
La restitución de la democracia y que el Poder Judicial sea independiente, que se puede dar en un proceso de diálogo y de reconciliación del país, sin olvidarse de que la impunidad no debe permanecer como un símbolo. El leit motiv es la refundación del país y una convocatoria a una constituyente.
¿Se imagina volviendo a su país?
Yo quiero volver, no quiero vivir afuera. El arraigo al clima, a la tierra. Vivir afuera es una tortura. Pero por ahora no puedo, tengo orden de captura. Mis verdugos siguen gobernando.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-151545-2010-08-18.html
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