No creo que en el plano de las orientaciones políticas sea válida la afirmación de que toda comparación es odiosa. Más bien algunas veces resultan aleccionadoras.Debo reconocer también que no tengo elementos suficientes como para tener una opinión definitiva sobre el gobierno de Lula. Muchos de mis amigos en Brasil con una larga militancia en […]
No creo que en el plano de las orientaciones políticas sea válida la afirmación de que toda comparación es odiosa. Más bien algunas veces resultan aleccionadoras.
Debo reconocer también que no tengo elementos suficientes como para tener una opinión definitiva sobre el gobierno de Lula. Muchos de mis amigos en Brasil con una larga militancia en el PT, como Emir Sader, Plinio Arruda o los dirigentes del Movimiento de los Sin Tierra (MST) se encuentran en algunas de estas tres categorías: perplejos, críticos o enojados.
No poseo elementos suficientes como para una sentencia definitiva sobre el gobierno que desarrolla un movimiento en el que tantas expectativas pusimos durante años. Algunos dirigentes políticos uruguayos han dicho que el comportamiento de Tabaré para enfrentar la situación económica y social seguirá las orientaciones Lula y su criticado zar de la conducción económica Palocci: cumplimiento estricto de las metas indicadas por el FMI, ausencia de estímulos eficaces para aumentar la producción y disminuir el desempleo, demoras (o focalización) en los planes sociales de reparación a los sectores más carenciados.
Creo que el proceso en Uruguay bajo un gobierno progresista ha de presentar características sustancialmente distintas. Será así en función de la historia social y política de cada uno de los países.
Los orígenes de la nacionalidad
Durante los primeros años de su existencia como territorio perteneciente a la corona de España, en nuestra tierra se desarrolló una sociedad con fuertes rasgos de igualitarismo.
A diferencia de la mayor parte de los países de América Latina la colonización fue lenta. No existían minas proveedoras de los codiciados metales preciosos.
La mayor parte de sus primeros habitantes eran de origen modesto y no se constituyeron en una elite dominante que explotara a las grandes mayorías indígenas como ocurrió en la minería con los pueblos andinos y con México y Centroamérica.
En los siglos XVI y XVII la región sólo siguió siendo atractiva para gente levantisca y rebelde, desertores de los ejércitos español y portugués, bandidos de toda laya y origen, a los que la pampa les daba otra oportunidad, o no, y esclavos que huían de las plantaciones.
El artiguismo no es una retórica
Mientras del otro lado del Paraná-Guazú, en Buenos Aires se instalaba la opulencia del Virreinato, la plana mayor de la Iglesia y los altos grados del Ejército Imperial, Montevideo seguía siendo poco más que una gran aldea bien situada sobre un puerto, no lejos de la frontera con el imperio portugués y en medio de una pradera que se fue poblando de ganado, cimarrón y abundante, que reforzó la personalidad poco disciplinada, libertaria y belicosa que caracterizó al gaucho oriental.
Esta situación se prolongó durante siglos y los principales rasgos del artiguismo como movimiento de emancipación de corte democrático e igualitarista serían incomprensibles si no se tuviera en cuenta las características de la población que habitaba esta parte de América Latina.
Mientras tanto en Brasil, especialmente en el litoral atlántico primero, y luego en la región minera, se instalaba una economía y una sociedad basada en la explotación del trabajo esclavo. En estrecha alianza con el imperio holandés y sobre todo inglés, los navegantes portugueses fueron responsables principales de ese crimen contra la humanidad que fue la trata de esclavos.
A esas sociedades, las minorías blancas trasladaron sus patrones culturales europeos y desplegaron un largo ciclo de dominación social y étnica. Estos rasgos que impregnaban la sociedad, la cultura y el Estado se perpetuaron más allá de la independencia conseguida a principios del siglo XIX. Fue un gran país, casi sin capas medias, casi sin partidos políticos estables y sin partidos nacionales, casi sin política hasta la llegada del PT:
¿Se puede decir, a principios del siglo XXI que la actitud de gran parte de las clases dominantes brasileñas, especialmente la poderosa burguesía latifundista, revela la subsistencia de una mentalidad autoritaria y esclavista? Creemos que sí.
La matanza de campesinos por parte de grupos de sicarios formados por los grandes propietarios ha recorrido el Brasil durante toda su historia. Y no ha cesado aún durante los gobiernos recientes como lo demuestran las matanzas de Carajás y los ataques permanentes contra el MST, que ha organizado pacíficamente a cientos de miles de campesinos brasileños mejorando su calidad de vida, su salud, su educación y el desarrollo de una auténtica ciudadanía.
Nace la lucha política
Cuando en los últimos treinta años del siglo XIX en Uruguay se desarrollaba un rápido proceso de modernización, y nacían las primeras formas de ciudadanía y participación política de las masas, incorporando al país no sólo las mejores técnicas productivas sino las instituciones culturales y de derecho civil que las fuerzas progresistas ni siquiera estaban logrando imponer en Europa, en Brasil seguían prevaleciendo relaciones de sumisión heredadas del esclavismo.
Si durante el período del primer batllismo, por lo menos hasta fines de la década del 20, el país pudo dar grandes pasos en su proceso civilizatorio, con el crecimiento de la educación, la apropiación por parte del Estado de algunas empresas públicas claves, y el desarrollo de una legislación laboral y civil de tono avanzado y hasta progresista, fue porque en las entrañas de la sociedad había madurado el viejo impulso democrático e igualitario y ya existía una clase obrera y una clase media que pesaba en el curso de decisiones del Estado.
Desde entonces y a lo largo del siglo XX, con algunas interrupciones y enlentecimientos, Uruguay se siguió desarrollando bajo las pautas del liberalismo político, el laicismo, el proteccionismo estatal y ciertas dosis fluctuantes de igualitarismo.
Como lo han demostrado numerosos investigadores marxistas brasileños, la situación de semiesclavitud padecida por los campesinos, ese atraso secular, no resultó incompatible con el progreso espectacular de la industria en algunas regiones. Más bien que el atraso de unos era funcional al vertiginoso crecimiento de otros. No es de ahora sino desde hace muchos siglos que Brasil es una de las sociedades con más desigualdad del planeta.
Mientras en Uruguay las organizaciones obreras, las capas medias y la Universidad lograban conquistas con su lucha , con organizaciones independientes, pesando de un modo u otro en la relaciones de fuerza, en Brasil eran duramente reprimidas o, más tarde, bajo el ‘Estado Novo’ fundado por Getulio Vargas, los sindicatos fueron transformados en apéndices del Estado, una pirámide nombrada de arriba abajo por el gobierno y a cuya cabeza se encontraba el Ministro de Trabajo. Y la elite política quedó reducida a una pequeña elite.
Mientras en Uruguay existía un sindicalismo independiente y combativo que se desarrolló, culminando en 1964 con la CNT, con entera independencia del Estado, en Brasil fue necesario esperar a la acción de Lula y sus compañeros del PT hacia 1980 para que naciera la primera central obrera independiente del Estado, la CUT.
A partir de Pacheco y de la dictadura, al pueblo uruguayo se le intenta arrebatar las conquistas de los siglos anteriores. Libertades, calidad de vida, alimento en abundancia, cultura propia, sentido de la dignidad nacional.
Quieren arrebatar las conquistas, y en gran parte ya lo han hecho
La dictadura y el neoliberalismo procuran quitar lo que ya era patrimonio del pueblo. Si no hubiera habido resistencia popular, si no hubiera habido FA y CNT, estaríamos como Brasil en el siglo XIX.
Arrebatar una conquista ya obtenida como en Uruguay es bien distinto a no otorgar una conquista que para el pueblo es desconocida como en Brasil.
El que llega a una favela del campo cruel y hambreador, aunque parezca paradoja ha mejorado su existencia.
La familia obrera que vivió en el Paso Molino o en la Unión, que conoció el derecho a la salud y a la educación y supo esgrimir un sindicato como arma defensiva, arrojarlo con violencia silenciosa al barrio Borro o al 40 Semanas es un despojo criminal y un drama que tiene que ser reparado sin la menor demora.
Así veo la diferencia entre los desafíos que tienen planteados Lula y Tabaré.