El maniqueísmo es una tentación porque simplifica, si no la realidad, al menos su visión.
El con razón admirado Carlos Quijano, figura destacada del antiimperialismo dentro de nuestro país (Nota del editor: Uruguay), junto con muchos otros créditos políticos, como haber resistido la estampida febrerista y peruanista que arrastró a casi todo el Frente Amplio en febrero de 1973, tuvo empero, otros enfoques que merecen una reflexión crítica, que nos sirva de aprendizaje.
En 1944, cae finalmente en Guatemala la dictadura de Jorge Ubico, catalogado por el inolvidable maestro Julio Castro −cobardamente asesinado por los militares de la dictadura uruguaya de 1973−, como la más abyecta de las atroces dictaduras latinoamericanas que infestaron el siglo XX (Castro pertenecía al grupo político cofundador del inolvidable semanario Marcha dirigido por Quijano).
Ubico fungió como lugarteniente “extraterritorial” y extratemporal de Theodor Roosevelt, el forjador norteamericano de “la política del garrote” para tratar a las sociedades al sur del río Bravo, con la cual comenzara Roosevelt el siglo XX. Una aplicación pragmática de la geopolítica imperial de EE.UU. para con la América no sajona, de aquella voluntad de apropiación expresada por James Monroe como “América para los americanos” (1823). La presidencia de Theodor Roosevelt terminará en 1909, pero el garrote seguirá vigente por décadas…
Pero no para siempre. La resistencia desde el sur creció y con la crisis y caída de Ubico, pareció también llegada la hora de una nueva política desde EE.UU., ya no la del garrote, sino una “de buena vecindad”, a cargo de otro Roosevelt, Franklin Delano (1933-1945; el presidente con más años como tal en EE.UU.).
Desde nuestro país, quienes tenían una visión crítica hacia el intervencionismo estadounidense –las intromisiones reiteradas en incesantes incursiones (México, Colombia, América Central)−, como Quijano y el grupo forjador de Marcha, saludaron con enorme alborozo el derrumbe de tamaña dictadura y el advenimiento de una nueva camada política, cívico-militar, con Juan José Arévalo, Jacobo Arbenz, Jorge García Granados y otros. Todos blancos, de origen europeo.
Guatemala, junto con Bolivia, son los únicos llamados países “latinoamericanos” que cuentan con mayoría de población indígena (así como Haití, incluido en ese mismo grupo, tampoco cuenta con mayoría de población europea; su tronco étnico principal no es nativoamericano sino africano; Haití también fue repoblado por el colonialismo, inicialmente el francés).
Aquella mayoría originaria le dio a Guatemala uno tinte político especial: la minoría blanca, los herederos de la colonización y el genocidio consiguiente español, mantuvieron su dominio de un modo más férreo, cruel, que los engendrados en proyectos políticos, también coloniales, también abusivos para con los originarios, pero que gozaron y se aprovecharon de mayorías demográficas, como los países platenses, por ejemplo.
Guatemala es así uno de los estados americanos donde más ancha ha sido la brecha entre “pobres y ricos”, brecha que pasa lo más cerca posible de los orígenes étnicos.
Ironías de la historia: Guatemala irá cosechando, con la nueva dirección política de 1944, progresista, una alianza creciente con el flamante Israel fundado por sionistas, divorciándose de la vieja colonia judía palestina (el Antiguo Yishuv). Ese sionismo, que apenas si reconoce a los judíos semitas, hablantes de árabe o castellano (antiguo), proviene de Europa Oriental, y son hablantes de yiddish.
Israel lleva adelante un plan de segregaciòn, persecución, desnaturalización, erradicación y, junto con el enrarecimiento político y social que provoca la acción sionista, de exterminio de la poblacion palestina oriunda.
El asentamiento y el consiguiente dominio blanco-europeo sobre los oriundos mayas en Guatemala tiene cierto paralelismo con la colonizacion sionista de Palestina. Tiene, sí, una diferencia fundamental: en tanto los blancos guatemaltecos tienen interés en explotar a la poblacion originaria (y, fundamental, apropiarse de su territorio), los sionistas no quieren ni siquiera explotar a los palestinos (o hacerlo “apenas” como un mal necesario); en todo caso, eliminarlos si no se los puede ahuyentar. Ésa ha sido la política israelí desde 1948 y la sionista aun sin estado israelí, desde décadas antes.
Que Carlos Quijano apostara políticamente a esa renovación indudable de la dirección política guatemalteca en 1944, se entiende porque nuestro intelectual economista no hizo jamás eje en los originarios de nuestro país (invisibilizados con su escasísima cuantía).
La manifestación más prístina de progresismo latinoamericanista se expresará en el papel de Guatemala en la legitimación de Israel, fundado desde la ONU, en 1948. Y Uruguay, en la misma comisión onusiana –UNSCOP (Comisión Especial de la ONU sobre Palestina, por su sigla en inglés)−, cumplirá el mismo papel. La progresía guatemalteca, ciega a su población originaria, mayoría en el país (decisiva diferencia con Uruguay), al abordar la situación palestina, el diferendo israelopalestino, ni siquiera llega a distinguir judaísmo de sionismo.
La modernización del ’44 implicaba cierta vida política civil, cierto menoscabo al poder omnímodo del mundo empresario que hacía sus negocios en el país –fundamentalmente los la United Fruit−, resultó excesiva para ese mundo de los negocios que acabó con el interregno democrático mediante una invasión al estilo paleocolonial, con 500 hombres armados y despachados desde EE.UU.; un miniejército privado al mando de Castillo Armas, que, sin embargo, tuvo dificultad en imponerse, mostrando que Guatemala no era “pan comido”.
Liquidado el paréntesis del Roosevelt “democrático” con esa invasión de Castillo Armas, y su propio asesinato, a mediados de los ’60 Guatemala es introducida en una espiral de violencia que no logra extirpar la guerrilla guevarista ni la maísta y menos todavía los paramilitares patrocinados desde el Hermano Mayor, dedicados a incrementarla.
Durante buena parte de ese período de opresión extrema y terror –segunda mitad del s xx y estas primeras décadas del xxi− Guatemala ha seguido siendo estrecho aliado con Israel (y con EE.UU.). Durante los atropellos bestiales a los derechos humanos de sus habitantes, Israel ha “cooperado” en varios planos, desde asesores en las más abominables torturas hasta comercio de armas que el régimen guatemalteco pagó y empleó en sus matanzas de guerrilleros y/o de refractarios a las numerosísimas violaciones a una convivencia democrática. Todo bajo auspicios del gobierno norteamericano.
Y cuando el Estado de Israel avanza con sus planes de israelización de Palestina que implica obviamente la negación de los palestinos que la configuran, e invita a los demás estados a emplazar sus embajadas ya no en Tel-Aviv, la capital sionista de 1948, sino en Jerusalén, violando las propias resoluciones de la ONU, Guatemala está entre los primeros estados en la mudanza.
Con la condena terminante contra Efraín Ríos Montt y todos sus atropellos, a fines del s xx, Guatemala fue ingresando en aguas políticas más suaves, restaurando instancias democráticas. Los mayas sufrieron la peor mortandad por cantidad de habitantes de toda la ola represiva de la América al sur del río Bravo. Guatemala conserva, empero, cordialísimas relaciones con Israel.
En 2017, un partido nuevo, con perfil socialdemócrata y vínculos con progresía norteamericana, apareció en el firmamento político guatemalteco.
Y en 2023 un hijo de Juan J. Arévalo, el presidente elegido en 1944, nacido en su exilio en nuestro Montevideo, Bernardo Arévalo, egresado universitario, 65 años, resulta elegido para la presidencia de Guatemala. Para asombro y escarnio de la sociedad “blanca” entronizada.
¿Por qué asombro y escarnio? Porque la sociedad “blanca” guatemalteca se ha puesto nerviosa con la prédica decisiva de Arévalo; lucha radical contra la corrupción.
Se produce una suerte de “segundo tiempo” y con el mismo apellido, nada menos. La sociedad dominante, heredera de la implantacion colonial (ya no solo hispana sino cada vez más estadounidense), se había descansado en varios candidatos que parecían llevarse “el premio presidencial” como el partido Prosperidad. [¡sic!]
La favorita Sandra Torres (Unión Nacional de la Esperanza) no alcanzó el porcentaje para ser designada en primera vuelta y en el balotaje perdió con el segundo, Bernardo Arévalo a la cabeza del Movimiento Semilla (la apuesta a la derecha dura de la hija del pesadillesco Ríos Montt, alcanzó un menos que mediano sexto puesto, identificada con Bukele y su realización carcelaria).
No alcanzaron todas las zancadillas legales presentadas, por ejemplo, por la fiscal general de la nación, Consuelo Porras, suspendiendo la personalidad jurídica de Semilla primero y en otra instancia, impugnando ya no la elección presidencial pero sí los nombramientos parlamentarios de Semilla, para dejar al candidato triiunfante sin apoyo legislativo.
Semilla cuenta en su plana mayor, junto al “montevideano” Arévalo, con dos dirigentes de origen norteamericano (EE.UU. y Canadá) y con una de la etnia mayoritaria aborigen.
Las trabas y los impasses reglamentarios de la asunción prevista para el 14 enero 2024, a las 17 hs., terminaron de allanarse hacia la medianoche de ese día. El motor decisivo de ese triunfo parece haber sido la promesa radical y muy enérgica de Bernardo Arévalo de acabar con la corrupción, tan íntimamente ligada al dominio de la casta blanca en Guatemala. Para tomar la posta de su padre, se valió, como él, del apoyo de “otros” EE.UU., el EE.UU. democrático, que nos parece mentira, pero también existe. Y de ese modo, podríamos decir que Semilla “repite” la apertura democrática de 1944.
Una diferencia tal vez sustancial con aquel 1944 es que la presencia indígena es ahora mucho más real y políticamente vigorosa. Las redes de la Guatemala maya y kiché se mantuvieron inicialmente más bien ajenas a la brega presidencial, pero terminaron apoyando a Semilla. Porque conocen el daño que han sufrido a manos de quienes se opusieron tanto al ascenso de Semilla. Y el Ministerio Público jamás los ha reconocido.
Pese a que en la dirección del partido vencedor hay únicamente una originaria, lo cual traduce el verdadero tono de la agrupacion Semilla; el de un universo blanco europeo socialdemócrata que de todos modos se desmarca de las viejas pretensiones de dominio omnímodo.
Como sostiene Illamná Ollantay, Semilla no apuesta a la plurinacionalidad en un país tan multicultural como Guatemala. Semilla no gana por hacer causa común con los originarios sino por emprender una lucha sin cuartel contra la corrupción.
Hay un problema con esa lucha: que es y ha sido a menudo encarnada por corruptos. O por privilegiados.
Grosso modo, se visualizan así tres “actores” enfrentados entre sí: la vieja oligarquía hispanista que tiene mucha conciencia de su diferencia radical y de sus redes de privilegios respecto de la población maya, kiché; los indígenas que están movilizados, luchando por ampliar sus derechos, enfrentados a la vieja oligarquía, enfrentando la violencia con la que se les quiere arrebatar sus tierras. Para los mayas y kichés el enemigo mayor, exterminador, es la vieja oligarquía antes hispanista ahora pronorteamericana. Y el tercer “actor” ahora protagonista es el movimiento Semilla, enemigo jurado de los primeros. ¿Y de los segundos?
Un analista de la publicación Ojalá dice: “Semilla representa una fracción de la clase media alta y mestiza.”
Una prueba decisiva para Semilla será ver cómo se ubica ante la plurinacionalidad reconociendo (o sustrayéndose a) la igualdad radical de todos y todas.
Otra prueba significativa aguarda a Semilla: su relación con Israel. Un estado ahora abiertamente genocida y colonizador, que ya no emplea método alguno “por las buenas”, ni siquiera “por las malas”, porque está desembozadamente aplicando “las peores”: erradicación forzosa con decenas de miles de muertos; miles de bebes incluidos. Un estado que extermina a “sus” mayas.
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