Siete países sudamericanos han iniciado, o ya han oficializado, su proceso de retiro de Unasur, cerca de once años después de su creación en Brasilia en el 2008. El 22 de marzo se reunieron, en Santiago de Chile, los representantes de once países para presenciar el comienzo del Prosur, planteada como la nueva promesa para […]
Siete países sudamericanos han iniciado, o ya han oficializado, su proceso de retiro de Unasur, cerca de once años después de su creación en Brasilia en el 2008. El 22 de marzo se reunieron, en Santiago de Chile, los representantes de once países para presenciar el comienzo del Prosur, planteada como la nueva promesa para la integración de los países sudamericanos. Ambos acontecimientos marcan un punto de inflexión dentro de la extensa historia de integración en Sudamérica, abriendo, nuevamente, el debate sobre la forma de integración más conveniente para la región.
Este cambio, en el direccionamiento del regionalismo sudamericano, no es nuevo, en el sentido en que hacia mediados de la década anterior se evidenció un cambio en el proceso integracionista. Este se da con la creación del ALBA en 2004 y la Unasur en 2008. Estos organismos tienen su origen dentro del giro ideológico hacia la izquierda por parte de los gobiernos sudamericanos, que en aquel entonces lideraba el pensamiento del «Socialismo del Siglo XXI». Esto provocó que las organizaciones adoptaran una tónica de desafío al poder hegemónico, tal es el caso del regionalismo latinoamericano, donde se logra ver como en organismos como la CELAC se excluye a Estados Unidos y Canadá de la participación del foro. De esta forma se comprometieron hacia una integración política que les permitiera alcanzar mayor credibilidad y legitimidad en la región.
Sin embargo, ahora se presenta un panorama político completamente opuesto a aquel en el que se formó el multilateralismo sudamericano durante la primer década del siglo XXI. Este nuevo giro ideológico se lleva a cabo en el seno de una nueva serie de coyunturas: la crisis política/económica/humanitaria en Venezuela; el caso Odebrecht debido a la corrupción por parte de altos funcionarios; el auge de los populismos de derecha, además del debilitamiento de mecanismos multilaterales como el Unasur y la creación de su contraparte el Prosur. De ahí que exista la preocupación de replantear la cooperación Sur-Sur y cómo ésta afecta tanto el funcionamiento como su pragmatismo medido en resultados.
El efecto común en la política Sudamericana es que, con el cambio de la figura presidencial también se tranforma su política interna, generando transformaciones radicales. Tal es el caso de los presidentes más recientes en la región y su posición con respecto a la Unasur. Esto terminó por desestimar a un organismo cuyos cimientos se consideraban de agenda regional, al incluir temas de cooperación en otros ámbitos más allá del político. En sí el problema no radica en la creación de instituciones, ya que en un Sistema Internacional dinámico, con variantes continuas, la integración regional es esencial. La contrariedad está en la dificultad para reconocer esta misma diversidad y que, a pesar de las disconformidades ideológicas, los actuales gobiernos de izquierda o derecha van a seguir perteneciendo a la misma estructura geopolítica, con necesidades políticas y comerciales ya establecidas.
Un ejemplo claro de lo anterior es que Sudamérica no solo se está viendo afectada en el campo político/ideológico, sino que estas repercusiones escapan de sus fronteras, afectando la continuación de acuerdos (comerciales en su mayoría) con otras regiones del mundo. Tal es el caso de la inestabilidad del MERCOSUR, ya que al existir diferentes posiciones políticas entre los países que la componen, se pierde la renovación o revisión de las aristas multilaterales, debilitando la imagen y el marco de acción de la integración.
El mayor desafío del regionalismo radica en la reconfiguración multilateral sudamericana, esto se debe a la falta de legitimidad, el exceso de burocracia, y la carencia de una agenda común por las divergencias ideológicas. A nivel nacional, los retos trascienden las crisis políticas y económicas que experimentan algunos de los países en América del Sur, además de una tendencia a cooperar bilateralmente (los TLC con EEUU y China son un claro ejemplo), lo que genera un efecto negativo en temas como la gobernanza, el combate contra la corrupción y la seguridad nacional. Todo lo anterior está teniendo repercusiones en el entramado geopolítico/geoeconómico mundial actual. No hay seguridad de que la permanencia ideológica de la región sea la misma de Bolsonaro, Duque o Piñera en la próxima década, pero lo que sí es estimable es la urgente necesidad de flexibilizar los mecanismos de negociación y decisión institucional en Sudamérica, un organismo que no sea celoso de los cambios ideológicos y que posea suficiente estabilidad para plantear soluciones a las problemáticas regionales contemporáneas.
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