En momentos en que nos aflige una situación adversa, la meditación, puede ser de gran ayuda. Después de desactivarse el movimiento popular de protesta sin lograr éxito político, ha quedado una sensación de fracaso propio y ajeno. Todo tiene una explicación y cada cual tiene la suya. El debate da para mucho, pero aprovecho este trance, para apelar a la reflexión.
En la concepción materialista, no hay nada que no sea producto procesal. Todo se mueve en conexiones múltiples infinitas. Esto, que suena tan sencillo e indiscutible, no lo es en el debate político. A la hora de interpretar los hechos, cada cual lo hace de distinta manera, sin reparar en los principios universales. Es aquí, donde ronda el peligro que puede conducir al desastre.
El debate tiene sus virtudes y vicios. Lo ideal es que, el intercambio de ideas, tenga la bondad de enriquecer los conocimientos y facilite conclusiones acertadas. Pero, la calidad de los debates depende de la capacidad cognitiva de los participantes y entonces tenemos debates de diversa calidad y rendimiento, según la preponderancia de opiniones.
El debate entre conocedores es distinto al debate entre desinformados, como lo es, entre estudiosos de las grandes ciudades y entre neófitos de pueblos marginados. En una reunión podría primar lo teórico sobre la experiencia práctica o, ser una combinación de ambos. La proporción de los planteamientos positivos y negativos es determinante para la productividad política. Hay debates fructíferos como también estériles, que conducen al vacío.
El Congreso de la República, gobierna el país emitiendo leyes. Pero su solvencia gubernativa, es reflejo de la calidad de los parlamentarios en el debate legislativo, los mismos que, son forjados en los debates de los partidos políticos. Entonces, cuando detestamos al Parlamento, por su mala gestión, lo estamos haciendo en el fondo, contra nuestros partidos allí representados. Repudiamos lo que hemos elegido.
Si seguimos las huellas en retrospectiva, vamos a encontrar las causas del deterioro de los partidos políticos, en muchos aspectos e insumos procesales. Si el debate doctrinario está sepultado por el debate especulativo, es porque el proceso de deterioro arroja ese resultado. Creer que la calidad del parlamento se arregla con nuevas elecciones, solo confirma precisamente nuestra distorsionada concepción.
La falta de fundamento en la interpretación de los hechos ocurre cuando el sentimiento nubla el pensamiento racional. Nos dejamos llevar por la emotividad impidiendo la reflexión. Así, tenemos una gran variedad de interpretaciones, según la concepción de los problemas, intereses, e intenciones de los dialogantes.
La gente piensa y actúa, según los conocimientos que maneja. En lo individual, como en lo colectivo, hacemos interpretaciones correctas, erróneas, realistas, especulativas, objetivas, subjetivas, profundas, superficiales, parciales, integrales, esclarecedoras, tramposas, etc. De ello, depende nuestra postura política y, la línea ideológica que imprimimos a nuestra organización.
Sucede que, en la toma de decisiones grupales, lo que prima no siempre es la interpretación correcta. Cualquiera de las variantes interpretativas mencionadas puede predominar y ese es el riesgo. Mientras todo quede en simple discrepancia democrática no habrá mucho riesgo. Pero si ello implica pasar a la acción, entonces el riesgo será mayor. Muchos proyectos políticos terminan en fracaso cuando se parte de conclusiones insensatas.
La reflexión, es el visado contra posibles errores. Con mayor razón si la acción a emprender es de gran alcance. Cuando el colectivo es de baja capacidad ideológica, corre el riesgo de ser manipulado por influencias extrañas que explotan la falta de claridad política de la agrupación. La intolerancia, cierra las puertas a la reflexión y su predominio puede conducir a la tiranía ideológica y terrorismo.
Por lo que he vivido en el Perú profundo, los campesinos no discuten lo que no saben, ni van más allá de su ámbito. En la defensa del agua están todos unidos, porque es algo concreto que conocen bien, pues es vital para sus existencias. En mi tiempo y espacio campesino, jamás se nos hubiera ocurrido dejar nuestras labores agrícolas, para ir a tomar aeropuertos de manera violenta. ¿Con qué objetivo?
No obstante, hemos tenido que lamentar la muerte de decenas de jóvenes irreflexivos sin madurez política, durante el movimiento popular de protesta en el verano pasado. Tanto sacrificio, para no lograr nada concreto, resulta desalentador. Todavía hay quienes siguen defendiendo lo indefendible de un gobierno deshonesto y torpe, como si fuese culpa de la derecha. La fobia ya resulta patológica.
La experiencia de este proceso es aleccionadora, y debería ser valorada en sus resultados, y diversos aspectos. Los juicios serán diversos, por las razones antes dichas, pero aquí también necesitamos la eficiencia en las conclusiones, para mejorar nuestro desempeño, evitando insensateces. Lo importante no es “llorar sobre leche derramada”, sino aprender de nuestra experiencia para impulsar nuestro caminar.
Se ha derramado mucha bilis y queda todavía mucha emotividad. Pero es parte del proceso histórico que nos ha tocado vivir. Es en esta visión, que tenemos que proyectarnos, teniendo en cuenta las condiciones del proceso histórico mundial y nacional, pues ellas determinan las situaciones, económicas, sociales y políticas en que nos encontramos.
Podemos proponernos muchos planes teóricos, pero si no hay las condiciones necesarias para lo ello, sería estar desubicados. No llueve en invierno, ni las auroras son nocturnas, aunque invoquemos divinidades. Lo que sí podemos hacer es, aprovechar las condiciones favorables que se presenten, para avanzar lo más que se pueda en nuestro rumbo, mientras lo permitan las condiciones contextuales.
De allí la necesidad de contar con conductores sociales con habilidades estratégicas. Sin dirección organizada la lucha es ciega. Despotricar y azuzar es propio de agitadores, pero no de conductores. Si se confunden los roles, habrá desastre. Los primeros pueden generar condiciones subjetivas, pero son las condiciones materiales u objetivas, las que definen la factibilidad de nuestros propósitos.
Hace más medio siglo que las agrupaciones de izquierda vienen intentando la unidad orgánica de todas sus vertientes, sin lograr este anhelo. Es que las condiciones no han sido propicias y por más que insistamos, ello no será posible en la medida que subsistan dichas condiciones. La aglutinación política proviene de la identificación popular con los ideales que propugna la agrupación y, de la credibilidad que genera el comportamiento político directriz.
En el actual escenario político, la correlación de fuerzas entre partidos gobernantes, es de 8 derechistas contra dos de izquierda en proceso de deterioro, siendo FP la bancada más numerosa. Esta es la predominancia objetiva, aunque no la aceptemos. En la perspectiva, hay 18 partidos políticos en condiciones de competir en próximas elecciones, pero solo dos son de izquierda, que han perdido credibilidad.
En estas condiciones, plantear iniciativas legislativas sin considerar la correlación de fuerzas es golpearse contra la pared. Tampoco tiene factibilidad para lo que deseamos, propugnar una asamblea constituyente en una correlación de fuerzas adversas. Una nueva constitución será el reflejo de esta predominancia en la correlación de fuerzas y eso, no es lo que queremos.
Solo contando con una mayoría de votos es que otros países han logrado aprobar una constitución acorde con los ideales populares. En nuestro caso, si esa predominancia, está determinada por las condiciones del régimen político, es a este, al que hay que apuntar, para eliminar los obstáculos de acceso popular. Aceptar como democracia lo que no es, y someterse al fraude, solo nos hace cómplices de una injusticia social.
La propiedad universal de la predominancia en los procesos, en los sucesos, en los acontecimientos, en los sentimientos, etc., define el carácter de los mismos. Vemos la preponderancia de color en el mar, en los bosques, pero no la preponderancia de fuerzas en el escenario político.
Las jornadas de protesta popular han demostrado que hay condiciones para la preponderancia popular a nivel local. Las autoridades políticas locales deberían ser reflejo de esa predominancia popular. Sobre esto, se debería trabajar en una primera etapa, a fin de que el estado reconozca el derecho de democracia directa.
Corolario: Para cambiar la situación política que afrontamos tendremos que ganar preponderancia a costa de reducir la que tienen nuestros adversarios. Generar consciencia de esta disyuntiva es crucial para forjar la preponderancia popular.
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