Recomiendo:
0

Naciones Unidas, Derecho Internacional y mundialismo… ¡Qué es lo que pasa ahí, ¿ah?!

Fuentes: Rebelión

 No conozco ninguna gran nación que esté intentando adueñarse del mundo… ¡pero quizás estoy equivocado! J. Stalin, Cumbre de Yalta, 1945   En Estados Unidos tenemos el 50% de la riqueza del mundo, aunque somos sólo el 5.3% de la población mundial… Nuestra tarea ahora es discurrir un esquema internacional que nos permita mantener esta […]

 No conozco ninguna gran nación

que esté intentando adueñarse del mundo…

¡pero quizás estoy equivocado!

J. Stalin,

Cumbre de Yalta, 1945

 

En Estados Unidos tenemos el 50% de la riqueza del mundo,

aunque somos sólo el 5.3% de la población mundial…

Nuestra tarea ahora es discurrir un esquema internacional

que nos permita mantener esta ventajosa situación.

George Kennan, Planificador del Plan Marshall, Washington, 1948

El 19 de junio Estados Unidos se retiró del Consejo de Derechos Humanos (CDH) de las Naciones Unidas, alegando que había demasiadas denuncias contra Israel por violación a los derechos humanos en Palestina. En conferencia de prensa, la embajadora ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, dijo que el CDH es un «pozo séptico de parcialidad política anti israelí». Poco después, el 5 de octubre, el propio Donald Trump confirmaba que su país desconoce en términos absolutos la validez del fallo unánime del Tribunal Internacional de Justicia que obliga a EE.UU. a cumplir términos del Tratado de Amistad con Irán (2015), aprobado por unanimidad por los gobiernos de China, EE.UU., Francia, Gran Bretaña y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania (Acuerdo 5+1).

Trump prometió aplicar tan fuertes sanciones que hará que «la comunidad internacional» deje totalmente aislado a Irán, y, enfatizando la decisión de Washington, el Consejero de Seguridad, John Bolton, anunció públicamente que el presidente Donald Trump ha resuelto revisar los términos de la Convención de Viena, que gobiernan las relaciones diplomáticas, y advirtió que su Gobierno rechazará todos los acuerdos que pudieran imponer obligaciones a su país a través de la Corte Internacional de Justicia (CIJ).

En realidad, Trump ya había expuesto abiertamente que bajo su gobierno, Estados Unidos rechaza las atribuciones «globalistas» de la ONU y la autoridad de «expertos de las Naciones Unidas, que han errado y fracasado una y otra vez, año tras año».

En su discurso ante las Naciones Unidas, en septiembre, el mandatario estadounidense anunció que, frente al globalismo internacional, EE.UU. levanta una ideología de «patriotismo», e instó a las demás naciones a adherir a un orgulloso nacionalismo, para que cada cual, en forma soberana, procure ganar su prosperidad por sus propios medios.

¿Forzar el momento a su crisis?

No es que Donald Trump haya leído a Jean Paul Sartre y a Michel Foucault, ¡claro que no! Su declaración de guerra contra la «globalización de atribuciones» de la ONU le brotó como un maquillado flujo hormonal. Pero, por la matemática arquitectura de las «casualidades causales» de la dialéctica, su estruendosa franqueza apretó el acelerador de una crisis latente que se mantenía con disimulo desde el primer día de su gestión. Podríamos llamarla: «la crisis mortuoria del neoliberalismo».

Inmediatamente después de la fatídica intervención de Trump en la ONU, la canciller de Alemania, Angela Merkel, pronunció un alarmado discurso ante su muy derechista partido Unión Cristiano-Demócrata (CDU), advirtiendo sobre el peligro inminente de destrucción o paralización de las Naciones Unidas. Concretamente, la jefe de Gobierno señaló que «ello puede destruir la paz mundial en un plazo mucho más inmediato de lo imaginable».

No se trataría de una guerra entre «orgullosos patriotas», encabezados por Donald. No. En realidad la guerra que se perfila sería el enfrentamiento entre dos «globalismos» antagónicos que puede haberse hecho inevitable desde la desintegración de la Unión Soviética.

De hecho, importantes analistas internacionales, incluyendo al Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, vinculan el propio derrumbe de la URSS a la acción de jerarcas de la «nomenklatura» oligárquica del Partido Comunista, interesados en poner fin a la Guerra Fría y la creación de un nuevo orden mundial netamente capitalista, encabezado por Estados Unidos, en el que las grandes corporaciones transnacionales, que son virtualmente apátridas, ejercerían el control absoluto.

En esa perspectiva se puede entender cómo, después del derrumbe soviético, en la Rusia reducida a la miseria aparecieron decenas de súper millonarios rusos en la lista de la revista Forbes con la élite mundial de los 500 personajes más poderosos y ricos del planeta.

Riqueza es poder, y aquella élite ya había alcanzado el control prácticamente total del poder político en EE.UU. a través del financiamiento de las campañas electorales (cada vez más monstruosamente caras) y de una industria de «lobby» o «gestión» sobre los parlamentarios, el Poder Judicial, los funcionarios de gobierno y las estructuras del duopolio político de los partidos Demócrata y Republicano.

Pero la consolidación de ese poder en manos privadas exigía reducir aún más, y a nivel mundial, la intervención del Estado en el manejo de la economía. Es decir, demandaba restar progresivamente a los gobiernos la posesión de empresas estatales y su capacidad de imponer regulaciones sobre la actividad económica. Exactamente, la fórmula neoliberal.

Neoliberalismo global

Demócratas y Republicanos bajo los gobiernos de Jimmy Carter, Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, siguieron la doctrina y la corriente llamada «neoliberal», permitiendo tanto la concentración de la riqueza financiera como la globalización de la economía a través del traslado de capitales hacia países subdesarrollados que aceptaban dócilmente todas las exigencias de los inversionistas.

Ya durante la campaña presidencial de 2016, las precandidaturas del demócrata-independiente Bernie Sanders y del republicano Donald Trump mostraron similitudes incomprensibles, particularmente en el campo del control político sobre la actividad de las grandes empresas transnacionales. Ambos denunciaron cómo la economía neoliberal estaba llevándose sus inversiones a otros países donde los trabajadores estaban obligados a aceptar salarios desmesuradamente bajos junto a precarias condiciones laborales. En momentos en que el salario básico en EE.UU. era de 7 dólares por hora, en otros países preferidos por los inversionistas, como Vietnam, el salario básico llega sólo a 25 centavos por hora. De ahí que, desde el año 2000 hasta ahora, se perdieron tres millones 400 mil puestos de trabajo del sector industrial mejor remunerado en EE.UU., y se trasladaron principalmente al sudeste asiático. Por eso ambos programas de gobierno coincidieron en propuestas anti-neoliberales y se opusieron duramente a los Tratados de Libre Comercio como el del Atlántico, con Canadá y la Unión Europea (UE), el Tratado Trans Pacífico o TPP, y el Nafta, en América del Norte.

A esto se debe el que ambas candidaturas fueran brutalmente atacadas por el establishment o mayoría formal de los partidos que, por cierto, estaban ya comprometidos con el globalismo neoliberal. En el caso de Bernie Sanders, el aparato partidista lo bloqueó en favor de Hillary Clinton, pero en el caso de Donald Trump, pese a la enconada resistencia de otros precandidatos, una mayoría de las bases trabajadoras se hizo sentir con suficiente fuerza hasta hacer que sus rivales optaran por aceptarlo a regañadientes.

Es decir, Trump desde el primer momento se definió como opuesto a la globalización. Y, quizás por estrechez mental, no logró darse cuenta de que hay otra globalización que en gran medida tiene como centro a las Naciones Unidas.

Derechos Humanos, Derecho Internacional y derechos retorcidos

Desde mucho antes del enunciado de los Derechos Humanos, los gobiernos de Europa avanzaban en tentativas de establecer algún sistema menos caro que la guerra para resolver al menos algunos casos de conflictos internacionales. Pero fue el presidente de EE.UU., Thomas Woodrow Wilson, quien se encontró en la secuencia de situaciones críticas internacionales que lo llevarían de ser un agresivo belicista a convertirse en Premio Nobel de la Paz y fundador de la Sociedad de las Naciones.

Su filosofía política, conocida como «idealismo wilsoniano», justificó la intervención armada en los países latinoamericanos, bajo la figura de sostener en el poder a políticos que EE.UU. considere «buenos», esto es, convenientes para los intereses estadounidenses, incluso en casos en que no tuvieran respaldo democrático en su propio país. Al mismo tiempo, demostró con brutalidad estar dispuesto a emplear la fuerza militar para resguardar el dominio de Washington sobre América Latina. En 1914, envió una escuadra de 75 buques de guerra a apoderarse del puerto mexicano de Veracruz, que fue heroicamente defendido por los cadetes de la Escuela Naval de México, quienes tuvieron que rendirse abrumados por el bombardeo en que perecieron 300 defensores. La invasión fue parte de una operación destinada al derrocamiento del general Victoriano Huerta y su reemplazo por el dócil político Venustiano Carranza.

En 1915 invadió Haití, asegurando la instalación de empresas estadounidenses, y en 1916 hizo lo mismo sobre República Dominicana, a la que mantuvo bajo ocupación hasta el fin de su mandato en 1921, cuando cedió el gobierno a su sucesor que extendió la ocupación hasta 1924.

Al estallar en Europa la Primera Guerra Mundial, Wilson se mantuvo neutral durante los primeros tres años de conflicto, en los que exportó productos industriales, carbón y armas a los contendientes de ambos lados. En 1917, aprovechando el impacto emocional por el hundimiento del barco Lusitania, que llevaba pasajeros civiles a la vez que material de guerra a los ingleses, Wilson pidió al Congreso autorización para intervenir militarmente contra Alemania. Tras haber obtenido la autorización, tardó todavía nueve meses más en presentar al Congreso sus célebres 14 puntos para finalizar la guerra y asegurar la paz.

De esos puntos, los más relevantes fueron: primero, imponer que las negociaciones diplomáticas fuesen públicas y sin secretos. Segundo, garantizar la libertad absoluta de navegación en todos los mares. Tercero, reducir al mínimo las barreras comerciales y los impuestos a las operaciones financieras internacionales. Un sexto punto disponía que se retirasen del territorio ruso las tropas internacionales que habían invadido en apoyo de los rusos blancos contra el Gobierno soviético.

Y, por último, el punto 14 disponía la creación de una Sociedad General de las Naciones, mediante tratados internacionales, formando un foro de negociaciones y acuerdos con garantías recíprocas de independencia política y territorial, en términos de igualdad entre países grandes y chicos.

Sobre esos 14 puntos de Wilson, y con la aprobación del Congreso, se elaboró el Tratado de Versalles de 1919, en que la rapacidad de los vencedores, especialmente Francia y el Reino Unido, desembocó finalmente en la Segunda Guerra Mundial.

Paralelamente, en la Conferencia de París (1919) se estableció la Sociedad de las Naciones con participación de 45 Estados, bajo la dirección de un Consejo de Seguridad de cuatro miembros permanentes (Francia, Italia, Japón y Reino Unido) y cuatro temporales. La Sociedad de las Naciones tenía como organismo asociado al Tribunal Internacional de La Haya, que desde 1902 venía actuando como Tribunal de Arbitraje para solución pacífica de conflictos internacionales.

EE.UU. no fue miembro de la Sociedad de las Naciones, pues el Congreso se negó a ratificar los acuerdos que pudieran afectar su absoluta soberanía.

Si bien la Sociedad de las Naciones no pasó más allá de ser un intento débil y defectuoso que finalmente fue consumido por la guerra, fue también un ensayo útil para el desarrollo práctico de conceptos de organización, derecho internacional y procedimientos alternativos que posteriormente se aplicarían en las Naciones Unidas.

Las Naciones Unidas

Creada a partir de las cumbres de Yalta y Postdam, por el buen acuerdo entre los líderes Josip Stalin, de la Unión Soviética, y Franklin Roosevelt, de Estados Unidos, se incorporó también al primer ministro británico Winston Churchill. Y, desde el momento mismo de la fundación de la ONU en San Francisco, quedó marcada por la célebre frase de Churchill: «Una Cortina de Hierro ha caído dividiendo al mundo».

Era el comienzo de la Guerra Fría, pero, contra los malos augurios, fue precisamente el equilibrio estratégico de Oriente socialista y Occidente liberal lo que generó un fructífero campo intermedio para el desarrollo de posturas alternativas en que las naciones débiles o en vías de desarrollo pudieron formar grupos extraordinariamente creativos, bajo las figuras de El Tercer Mundo y los Estados No Alineados. Y en ese espacio fue igualmente posible que importantísimas iniciativas, programas y doctrinas de derecho internacional se aplicaran a las ciencias, las artes y las disciplinas político-sociales.

Organismos y comisiones de las Naciones Unidas como la Unesco, la FAO, la Unicef, la Organización Mundial de la Salud, entre tantas otras, produjeron un efecto civilizador asombroso, que incluyó la obra titánica de compatibilizar los muy diversos y a veces contradictorios modelos de justicia, moralidad y legitimidad. Gracias a ello, los conceptos básicos de jurisprudencia y procedimientos sobre derechos humanos pudieron llegar a prácticamente los últimos rincones del planeta.

Pero ese arco que se sustentaba sobre los pilares opuestos de EE.UU. y la URSS se derrumbó en la última década del siglo XX. Se dice que el presidente de Rusia, Mikhail Gorbachov, le comentó a su colega Ronald Reagan: «Lo siento. Te dejé sin enemigo».

El Proyecto del Nuevo Siglo Americano

La desintegración de la Unión Soviética provocó una euforia desmesurada en la clase política estadounidense, que resolvió creer, como acto de fe, que se trataba de la victoria total del capitalismo y la derrota del socialismo en todas sus formas, es decir, incluyendo los partidos políticos socialdemócratas que estaban en el poder en gran número de países europeos. De hecho, en Gran Bretaña, el célebre Partido Laborista desvió su rumbo político bajo la conducción de Tony Blair a través de una reforma doctrinaria que llamaron «La Tercera Vía» que, entre otras cosas, eliminó de los estatutos del partido toda mención de carácter socialista.

En EE.UU. la euforia llevó a que el politólogo Francis Fukuyama elaborara la tesis de «El Fin de la Historia», según la cual ya el sistema liberal habría llegado para siempre y el futuro ya no tendría más cambios que los aportes que surgieran de la tecnología.

En 1997, un grupo heterogéneo de teóricos y políticos, apoyado por los partidos Republicano y Demócrata, y por la organización sionista Aipac (American Israel Public Affairs Committee), presentó un proyecto visionario para generar a nivel planetario un «Nuevo Orden Mundial», bajo el benevolente poderío imperial de EE.UU. Fue llamado «Proyecto del Nuevo Siglo Americano», y en él se replanteó con vehemencia la facultad de la gran potencia soberana de hacer la guerra en cualquier lugar del mundo cada vez que lo estime necesario, al amparo del concepto de «guerra preventiva», para preservar la paz. Para esto sería necesario que EE.UU. aumentara su capacidad militar hasta alcanzar a ser más poderosa que la suma de todos los demás ejércitos en una guerra simultánea.

El proyecto, que inicialmente tuvo carácter reservado, casi secreto, se filtró hacia las bases políticas demócratas, provocando indignación y acusaciones de fascismo contra sus autores.

Los participantes del proyecto se replegaron muy discretamente, aunque muchos de sus personeros siguieron actuando en el seno de gobiernos sucesivos, incluyendo el de Barack Obama. Y si bien el documento dejó de ser nombrado, el desarrollo de la política internacional de Estados Unidos exhibe prácticamente todos los elementos que se mencionaban allí.

La otra globalización

El célebre periodista y escritor Thierry Meysan, director de la Red Voltaire, explica que el fenómeno del neoliberalismo llegó a crear una enorme concentración de dinero, de poderío financiero, que se apoderó del control casi absoluto de toda Europa, a través de la organización burocrática de la UE, así como de las economías y los aparatos de gobierno de países tan relevantes como Japón y Australia.

Formado en la dialéctica marxista, Meysan considera que, como lo expusieron Marx y Lenin, el imperialismo mundialista necesita ser antipolítico y antidemocrático, arrastrado por una libre competencia que sólo responde a la avidez de lucro de sus directorios. Sin atender a los costos sociales y ambientales, y al agotamiento de los recursos naturales, ya no puede detenerse.

El análisis de Meysan resalta que la estrategia de dominación mundial por las megaempresas transnacionales incluye la compra y operación de prácticamente todos los más grandes medios de comunicación, información y entretenimiento, y pasan a ser los grandes operadores de Internet y las redes sociales, redes de estaciones de radiodifusión y de canales de televisión, así como de las principales agencias noticiosas.

Pero, más allá de su alcance, otra propuesta de globalización está siendo planteada desde Rusia y China mediante una fórmula diametralmente opuesta a la del «Nuevo Siglo Americano»: la globalización que ahí se plantea parte de la base de una poderosa organización centrada en la ONU, con capacidad de conducir el desarrollo económico y social y a la vez impedir que cualquier potencia intente desplegar su poderío económico y militar por encima del poderío de las demás.

Ello exige una profunda reforma en la organización, estructura y normas de la ONU, incluyendo un empoderamiento real de la Asamblea General, y una reforma democrática en la constitución y las facultades del Consejo de Seguridad.

Es esa nueva globalización la que está captando juventudes e inteligencias que se preparan para un enfrentamiento mayor y más fecundo que lo que el «patriotismo» de Donald Trump pudiera siquiera sospechar.

Ruperto Concha es analista internacional

Fuente: Publicado en la revista mensual La Correo No. 80, Noviembre de 2018 / www.lacorreo.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.