Las 390 masacres y más de 40 mil muertos que se han dado en Honduras a partir del año 2009, demuestran que el país se encuentra en una guerra no declarada, en la que es incierto identificar enemigo o bando alguno. A partir del golpe de Estado impulsado por la administración Obama-Clinton, el narcotráfico acabó […]
Las 390 masacres y más de 40 mil muertos que se han dado en Honduras a partir del año 2009, demuestran que el país se encuentra en una guerra no declarada, en la que es incierto identificar enemigo o bando alguno.
A partir del golpe de Estado impulsado por la administración Obama-Clinton, el narcotráfico acabó de apoderarse de Honduras, país que suplantó a Guatemala como la bodega de estupefacientes en Centroamérica. La costa norte se convirtió en un feudo de los cárteles de la droga, los que fueron apoderándose paulatinamente de enormes franjas de territorio, además de municipalidades y registros de la propiedad.
La utilización de la violencia como una forma de control social y político, es lo que Achille Mbembe, filósofo oriundo del Camerún, denomina necropolítica, pesadilla que se ha sido oficializada en Honduras desde el 2009. Las estadísticas de las muertes son irrefutables, y han colocado a nuestro país deplorablemente como el más violento del planeta.
La fusión entre empresarios, políticos y narcotraficantes, ha dado lugar a lo que se puede denominar la república mafiosa. La endeble cutícula que separaba el crimen organizado de la administración pública se diluyó, al mismo tiempo que las fuerzas de seguridad fueron sucumbiendo ante los cañonazos de millones de dólares surgidos del pingue negocio del trasiego de estupefacientes.
Para el año 2012, la violencia llegó a su más alto nivel, al mismo tiempo que los «nacionalistas» emprendieron la subasta de franjas territoriales del país, bajo el nombre de ciudades modelo. A pesar que las estadísticas maquilladas emitidas por la administración de Juan Orlando Hernández tratan de minimizar el número de homicidios, en lo que va del año se han dado trece masacres y un sinnúmero de asesinatos selectivos, destinado a mantener la zozobra entre los hondureños.
La farsa de la guerra contra las drogas
Desde 1971, durante el mandato de Richard Nixon, los Estados Unidos asumió una guerra contra los estupefacientes que se remonta al Acta Harrison (1914), cuando el gobierno federal impuso restricciones a los opiáceos y la cocaína, sustancia que eran ampliamente utilizada en los medicamentos de consumo popular. Con el surgimiento de la contracultura en la década de los años 60 del siglo pasado, se dio inicio a una masificación del consumo de estupefacientes, situación que generó un enorme problema de salud pública al cual se le dio una respuesta militar.
Después de 40 años de guerra, miles de millones de dólares malgastados, las cárceles de Estados Unidos repletas de negros y latinos; los estupefacientes son de mayor pureza, menor precio y con el agravante del aumento descontrolado de acceso a la heroína. Estos hechos ponen en cuestionamiento la efectividad de la farsa de la guerra contra las drogas, que en América Latina ha implicado la ocupación militar de territorios en su mayoría indígenas y el desplazamiento de pueblos y comunidades.
El cinco de mayo del año 2012 apareció un artículo en el New York Times, intitulado «Lecciones de Irak ayudan a Estados Unidos en su guerra contra las drogas en Honduras». Unos días después helicópteros de la Drug Enforcement Administration (DEA) arremetieron contra un grupo de Miskitos, asesinando cuatro personas, entre ellas dos mujeres en estado de gravidez.
El repentino cambio de actitud de los Estados Unidos en relación al tráfico de drogas, no alteró la putrefacción estatal en Honduras. En las elecciones del 2013, las que fueron alabadas por la OEA y la embajada de Estados Unidos, se perpetró además de un descarado fraude, un asalto del crimen organizado a la gobernabilidad al apoderarse de muchas de las alcaldías del país, las que fueron ocupadas por siniestro personajes.
Para muchos, el contubernio que se ha dado entre la narco política y la estrategia de control imperial de los Estados Unidos, demuestra que realmente el trasfondo de la supuesta guerra contra las drogas va más allá de la supresión del trasiego de estupefacientes y el trasfondo es el control territorial. Basta Pensar en la relación del ex presidente colombiano Alvaro Uribe, señalado por la DEA como aliado de Pablo Escobar y posteriormente convertido en la mano derecha de Washington en Sudamerica.
La Desmilitarización del territorio Garífuna
El asesinato de dos jóvenes Garífunas en la barra de Iriona, acontecido en diciembre de 2015, conllevó a la OFRANEH a demandar una desmilitarización inmediata de nuestro territorio, ya que el ataque perpetrado a un grupo de Garinagus totalmente inocentes, forma parte de una estrategia para despoblar la costa Garífuna, donde ya de por sí el crimen organizado se apropió de algunas de las municipalidades El pueblo garífuna está convencido de la urgencia de impulsar nuevas estrategias en la problemática de las drogas, y reafirmar la importancia de los derechos humanos, haciendo en un enfoque de salud, abandonando la visión militar. Es urgente la desmilitarización de nuestras comunidades, evitando la criminalización de la población, al mismo tiempo que se erradique las estructuras de poder económico y político contaminadas por el narcotráfico, de las cuales las fuerzas de seguridad y agencias extranjeras poseen suficiente información.
Es por eso que nos plegamos a la Caravana por la Paz la Vida y la Justicia, que se encamina hacia Estados Unidos, para hacer escuchar nuestra voz en la reunión de la UNGASS, en las Naciones Unidas, donde los Estados debatirán el futuro de las nuevas estrategias sobre las drogas, reunión que se llevara a cabo entre los días 19 al 21 de abril próximo.
Organización Fraternal Negra Hondureña
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