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Entrevista a William I. Robinson

Nicaragua, un reto para la izquierda internacional

Fuentes: TRNN

El pasado 7 de noviembre, el presidente nicaragüense Daniel Ortega se aseguró un cuarto mandato consecutivo en la reciente ronda electoral nacional junto a Rosario Murillo, la esposa de Ortega, que repite como vicepresidenta.

Antes de su actual ejercicio de la presidencia, que alcanzó por primera vez en 2007, Ortega ya había encabezado el gobierno a lo largo de la década de 1980, primero en la Junta de Reconstrucción Nacional, después de que el Frente Sandinista de Liberación Nacional derribara la dictadura de derechas de Somoza en 1979, y posteriormente como presidente de 1985 a 1990. La autoridad electoral de Nicaragua ha informado de que la participación en las últimas elecciones ascendió al 65 % y de que la Alianza Sandinista de Ortega obtuvo alrededor del 75 % de los votos emitidos.

EE UU lidera actualmente un coro internacional que rechaza la legitimidad de las elecciones y condena el gobierno de Ortega-Murillo, al tiempo que el presidente Joe Biden amenaza con actuar contra Nicaragua. “Lo que el presidente nicaragüense Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, han orquestado hoy ha sido una pantomima de elección que no ha sido libre ni imparcial, y desde luego nada democrática”, dice la declaración oficial de Biden. “EE UU –añade-, en estrecha coordinación con otros miembros de la comunidad internacional, empleará todos los instrumentos diplomáticos y económicos que están a nuestra disposición para apoyar al pueblo de Nicaragua y reclamar responsabilidades al gobierno de Ortega-Murillo y a quienes facilitan sus abusos.”

La agresividad y las amenazas de sanciones (o peor) del presidente Biden siguen el camino trillado de la prepotencia imperialista, de la intervención política e incluso militar y de las definiciones autocomplacientes de la democracia que EE UU ha blandido a menudo contra gobiernos de izquierda a lo largo y ancho de América Latina. En respuesta, gentes de izquierda de distintas coloraciones de Norteamérica y más allá han denunciado la amenaza de Biden y afirmado que las acusaciones de fraude electoral en Nicaragua o las dudas sobre las credenciales de izquierda del gobierno de Ortega están del todo infundadas.

Sin embargo, en este terreno hay que sacar a relucir mucho más contexto, y hacerlo desde un punto de vista históricamente honesto y antimperialista es crucial para comprender la crisis política real que vive Nicaragua.

En esta entrevista, el editor responsable de The Real News Network, Maximillian Alvarez, habla con el profesor y especialista en Latinoamérica William I. Robinson, sobre el contexto histórico más profundo que rodea las elecciones nicaragüenses, la crisis política real que mucha gente no ve y la necesidad que tiene la izquierda internacionalista de oponerse al imperialismo estadounidense y evaluar seriamente los abusos del gobierno de Ortega-Murillo. […]

Maximillian Alvarez: Les doy la bienvenida a The Real News Network. Me llamo Maximillian Alvarez, soy el editor responsable de esta entidad, The Real News. Es un gran placer tener aquí a todas y todos ustedes con nosotros. […]

Realizamos esta emisión inmediatamente después de las elecciones en Nicaragua, cuando la autoridad electoral de Nicaragua acaba de informar de que la participación electoral ha ascendido al 65 % y de que la Alianza Sandinista de Ortega ha obtenido alrededor del 75 % de los votos escrutados. Se han planteado dudas sobre la legitimidad de la elección desde fuentes previsibles, incluido EE UU. […] Sin embargo, en este terreno hay que sacar a relucir mucho más contexto, y hacerlo desde un punto de vista históricamente honesto y antimperialista es crucial para comprender la crisis política real que vive Nicaragua. En la primera parte de su análisis a fondo del alineamiento político y económico del gobierno de Ortega-Murillo, escrito para el Congreso Norteamericano de América Latina, el profesor William Robinson inicia su comentario con estas palabras:

Tres años después de que el gobierno y el presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, reprimieran violentamente una revuelta popular masiva, matando a varios cientos de personas y enviando a decenas de miles al exilio, Nicaragua protagoniza una vez más titulares internacionales en un momento en que el país se hunde en una crisis política renovada en la antesala de las elecciones generales del 7 de noviembre.

En los últimos meses, el gobierno ha detenido y encarcelado sin cargos a siete candidatos presidenciales de la oposición y a varias docenas de otros líderes de la oposición al amparo de una legislación draconiana en materia de seguridad nacional, decretada a comienzos de 2021, que suspendió el habeas corpus. Entre las personas detenidas u obligadas a esconderse o a exiliarse desde que comenzó la última oleada represiva figura una serie de líderes revolucionarias históricas, como las legendarias comandantes guerrilleras Dora María Téllez y Hugo Torres. Una y otro participaron en 1978 en la toma del Palacio Nacional que obligó a la dictadura de Somoza a poner en libertad a 60 presos políticos. Torres también participó en 1974 en la temeraria incursión en una fiesta de Navidad que forzó a Somoza a excarcelar a Daniel Ortega.

La revolución de la década de 1980 que dirigió el Frente Sandinista de Liberación Nacional inspiró a progresistas de todo el mundo. La crisis genera ahora profundas divisiones en el seno de la izquierda estadounidense e internacional. Como ya ocurrió tras las manifestación de 2018, una parte significativa de esta izquierda sigue insistiendo en que Nicaragua está experimentando un nuevo proceso revolucionario bajo el liderazgo de Ortega-Murillo, y en que EE UU se dispone a derrocar el régimen.

Sabemos que el público de Real News se plantea muchas cuestiones sobre lo que ocurre en Nicaragua en estos momentos, así que trataremos de analizar los hechos de manera que tengan ustedes el contexto necesario para comprender lo que están viendo y también lo que no están viendo. Para comentar esto, tengo el honor de contar a mi lado con nada menos que William Robinson. Se trata de un destacado profesor de Sociología, Estudios Globales y Latinoamericanos en la Universidad de California en Santa Barbara. Colaboró en Managua con la Agencia de Noticias de Nicaragua y el ministerio de Exteriores de este país en la década de 1980 y fue miembro del claustro de la Universidad Centroamericana de Managua hasta 2001.

Profesor Robinson, muchas gracias por estar hoy aquí conmigo.

William Robinson: Gracias por invitarme. Es un placer estar aquí.

Maximillian Alvarez: Bueno, he de decir que su obra ha sido un recurso valioso para mí, y sé que también para otras muchas personas, cuando tratamos de diseccionar no solo lo que tiene que ver con las elecciones que acaban de celebrarse, sino también de presentar el necesario contexto histórico del gobierno de Ortega. Y lo que me parece muy importante, para determinar lo que se supone que es el punto de vista al respecto de la gente de izquierdas fiel a los principios, internacionalista y antimperialista.

Quisiera cederle ahora la palabra y saber si podríamos sentar unas bases y analizar los resultados de las elecciones. Después podemos mirar el retrovisor para presentar un resumen del año que ha culminado con estas elecciones. Para quienes acaban de captar las elecciones nicaragüenses en su radar político la semana pasada, ¿ podría usted diseccionar los acontecimientos de la semana pasada y los resultados electorales?

William Robinson: Por supuesto. Pero antes de ir al grano, permítame decir que hay dos supuestos en este terreno que orientan el pensamiento de mucha gente de izquierda. Espero que en la entrevista podamos comentarlos. El primero es el supuesto de que de alguna manera el régimen de Ortega-Murillo… Por cierto que Daniel Ortega, unos días antes de las elecciones, declaró que su esposa, Rosario Murillo, quien también es vicepresidenta, en adelante sería copresidenta. En efecto, tenemos dos copresidentes en Nicaragua tras esta votación. Pero en cuanto a los dos supuestos, el primero pretende que este régimen de Ortega-Murillo es realmente de izquierda. Esto lo discuto, y de hecho no hay nada que pruebe que defienden un proyecto de izquierda que merezca el aplauso de la gente de izquierdas de todo el mundo.

El segundo supuesto es que EE UU, más allá de su retórica, como la declaración de Biden que ha citado usted, ha emprendido una campaña encaminada a derribar al gobierno nicaragüense. Tampoco hay ninguna prueba que lo corrobore, y espero que más adelante examinemos estas dos cuestiones más amplias, que a mi juicio constituyen el telón de fondo de lo que la gente de izquierda ha de plantearse con respecto a Nicaragua y estas elecciones.

Los datos oficiales: el gobierno declaró anoche que ganó las elecciones y dijo que Daniel Ortega obtuvo aproximadamente el 75 % de los votos y que en las elecciones participó el 67 % de la población. La oposición había llamado al boicot, y una fuente independiente, [nombre en lengua extranjera], que significa más o menos sondeo abierto, aportó datos que dicen que el 80 % de la población se abstuvo. Tan solo el 20 % de las personas con derecho a voto acudieron a las urnas. Si Daniel Ortega obtuvo el 75 % de esos votos, esto significaría que alrededor del 15 % del electorado real le votó. No estuve en Nicaragua en la jornada electoral, estoy aquí en Los Angeles, California, pero durante todo el día y hasta esta mañana he estado recibiendo noticias de mis amistades y mis colegas y de otras fuentes de todo el país, y los colegios electorales estaban desiertos. En las calles no había nadie. Pienso que está claro que la gran vencedora de estas elecciones ha sido la abstención masiva. Y en este caso, la abstención es un voto en contra del régimen de Ortega-Murillo.

Asimismo, las elecciones tuvieron lugar en un ambiente de miedo, represión e intimidación. Como ha señalado usted en la introducción, siete candidatos presidenciales fueron detenidos y mantenidos [incomunicados], sin juicio. El golpe represivo actual comenzó en mayo y se ha prolongado hasta la víspera de las elecciones. De hecho, la noche antes de los comicios detuvieron a otra docena de figuras de la oposición de todo el país. Además, no estaban permitidas las reuniones públicas. La ley electoral estipula que no debe haber más de 200 personas congregadas en cualquier lugar del país durante la campaña electoral y que ninguna actividad electoral puede durar más de 90 minutos. Se vetó la entrada en el país de personas extranjeras que se identificaran como observadoras electorales.

Si nos remontamos al mes de diciembre, ese mes y luego a comienzos de año, el régimen promulgó una serie de leyes sumamente represivas, por decreto. Una de ellas trata de los delitos cibernéticos y estipula que no puedes utilizar las redes sociales ni internet para cosas que el gobierno considere un delito. Esto se ha utilizado para silenciar e intimidar a periodistas y a la gente en general que pretende expresar tan solo su opinión. Otra ley trata de lo que el gobierno llama delitos de odio, un concepto que en EE UU tiene un sentido diferente. Lo que entienden ellos por delito de odio es cualquier acto que el gobierno considere odioso o que genere odio en la población, es decir, toda crítica al gobierno. Quiero decir con ello que las elecciones fueron una farsa de manual.

Quiero recalcar ahora de nuevo que el supuesto en este ámbito es que Ortega y Murillo representan una opción popular revolucionaria para el pueblo de Nicaragua y, en segundo lugar, que esta revolución ha despertado la ira  de EE UU, que trataría de derribarla y destruirla. Esta es la idea que ha avanzado el propio régimen. Ortega ha demostrado que es muy diestro en el uso de una retórica de izquierda y antimperialista, sabiendo que en el extranjero, entre quienes viven fuera de Nicaragua y no están al tanto de lo que ocurre bajo la superficie, se sentirán muy emocionados al escuchar esa retórica. Sin embargo, no se corresponde con ninguna realidad.

Maximillian Alvarez: Ha planteado usted dos cuestiones realmente importantes que es preciso analizar y que creo pueden ayudarnos a contextualizar los resultados electorales. Empecemos por ahí, porque esto es, creo, lo que buena parte del público de Real News estarán escuchando en estos momentos. De alguna manera está claro que no puedo culpar a nadie. Quiero decir que la gente de EE UU y la gente que ha sido víctima de EE UU, conoce muy bien la clase de imperialismo que practica EE UU. Hemos conocido muchos ejemplos claros de cómo EE UU ha estado mostrando músculo, como al poner en entredicho la legitimidad democrática de cualquier gobierno que considera opuesto a sus intereses políticos y económicos.

Así que la gente contempla a simple vista lo que EE UU la ha estado haciendo a Cuba, vio bajo la presidencia de Trump un intento de golpe en Venezuela, y pienso que la gente da por supuesto que esto es lo mismo que lo que sucede en Nicaragua. Claro que las declaraciones de Biden echaron leña a este fuego a los ojos de un montón de personas que creen que de hecho el objetivo último de EE UU es deponer a Ortega-Murillo. ¿Podemos ampliar lo que ha dicho usted al respecto y comentar por qué esto es, de hecho, más complicado que lo que cree la gente?

William Robinson: Desde luego. Debo decir, en primer lugar, que EE UU nunca ha querido ver a Ortega de presidente. Es algo que siempre ha incomodado a EE UU. Sin embargo, desde que Ortega volvió al cargo en 2007, EEUU no solo se ha acomodado a la situación, sino que ha colaborado estrechamente con el nuevo gobierno. Desde 2007 ha estado elogiando a Ortega por cooperar con el Comando Sur, que es el mando militar estadounidense para toda América Latina, con la Agencia Antidrogas [DEA], con las autoridades de inmigración. Nicaragua ha bloqueado todo intento de inmigración a EE UU que pasara por su territorio. Ambos gobiernos mantienen en realidad relaciones cordiales.

La gente que defiende a Ortega apunta que la Agencia para el Desarrollo Internacional [AID] ha entregado varios millones de dólares a organizaciones civiles, políticas y periodísticas de oposición. Esto es cierto, se han canalizado fondos a través del National Endowment for Democracy [Fondo Nacional para la Democracia], y yo personalmente condeno todo lo que hace el National Endowment for Democracy en cualquier parte del mundo. La sigla es NAD. He escrito los dos primeros libros describiendo y denunciando lo que hace el NAD en todo el mundo. EE UU no tiene nada bueno que hacer en Nicaragua, nada bueno que hacer en América Latina, nada bueno que hacer en cualquier lugar del mundo. Pero veamos los detalles por un momento.

La AID, que ha entregado varios millones de dólares a la oposición ‒comentaré dentro de un momento el destino que se ha dado a estos fondos‒, dio varios cientos de millones de dólares al gobierno de Ortega entre 2007 y 2018. La AID solo suspendió la entrega de esos fondos después de la represión contra la revuelta masiva en 2018. Vaya esto por delante. Ha ayudado al gobierno de Ortega. En segundo lugar, ¿cómo recuperó Ortega el poder? Primero cerró un pacto con la clase capitalista nicaragüense. La clase capitalista está organizada en el Consejo Superior de la Empresa Privada y ambas partes se sentaron a una mesa antes de las elecciones y pergeñaron un pacto de cogobierno. Ortega y su círculo más cercano dijeron que iban a controlar el Estado, tendremos el poder político. No nos amenacéis con esto, es nuestro poder político. Pero vosotros vais a controlar la economía y podréis sacar todo lo que queráis de la economía.

Desde 2007 hasta 2018 hubo un pacto de cogobierno entre la clase capitalista y Ortega, y el 96 % de la economía de Nicaragua está en manos de la clase capitalista nicaragüense y transnacional. Ortega abrió las compuertas al saqueo del país por parte de las empresas transnacionales. El sector agrario, la industria, los servicios, el sector financiero, todo está dominado por el capital transnacional y sus homólogos nicaragüenses, la clase capitalista y una nueva burguesía sandinista. El círculo más cercano a Ortega-Murillo se ha enriquecido fabulosamente. Han invertido cantidades importantes en las maquilas, esas empresas donde se sobreexplota a la gente. En la agroindustria, en el sector financiero, en el comercio exterior, en el sector turístico. Este círculo íntimo que ahora gobierna el país se ha integrado en la élite nacional, en la clase capitalista del país. Algunas de las personas más ricas de Centroamérica son ahora Ortega y quienes le rodean.

La misma familia de Ortega también constituye un régimen nepotista. No es únicamente el hecho de que la esposa de Ortega sea vicepresidenta y ahora copresidenta, según Ortega, sino que también están sus ocho hijas e hijos, que poseen un vasto imperio empresarial y ocupan cargos de asesoría a la presidencia. Es el surgimiento de una dinastía familiar.

Pero quisiera volver a la cuestión de si EE UU desea derrocar el gobierno nicaragüense. Tenemos cero pruebas de ello. Es cierto que se han entregado cinco o seis millones de dólares a grupos de oposición a través del National Endowment for Democracy. Pero lo que no dicen quienes apoyan al régimen es que el mismo National Endowment for Democracy financia organizaciones en más de 100 países de todo el mundo. La gran mayoría de esos países son estrechos aliados de EE UU. Ha dado más dinero a Honduras y Guatemala que a Nicaragua, para ceñirnos a Centroamérica, y esos países son estrechos aliados de EE UU. El mayor receptor de financiación del National Endowment for Democracy en América Latina es Colombia, una dictadura brutal y la más íntima aliada de EE UU.

Así que el mero hecho de que se hayan entregado varios millones de dólares a la oposición civil nicaragüense no significa que estos fondos se dedicarán a derrocar al gobierno. Con este argumento también tendríamos que decir entonces que EE UU trata de derribar el gobierno colombiano, el guatemalteco, el hondureño, etcétera. Es un falso argumento.

Un aspecto más a este respecto es sin duda la revuelta masiva de 2018, que no estuvo controlada por la oposición tradicional. Permítame decir algo sobre el panorama político en Nicaragua. Está lo que queda del Frente Sandinista de Liberación Nacional, la organización que dirigió el derrocamiento de la dictadura de Somoza en 1979 y después gobernó y lideró la revolución hasta 1990. El FSLN, que es la sigla de esta organización, ahora no es más que el cascarón de lo que fue. La gran mayoría de militantes y dirigentes del partido lo han abandonado desde hace tiempo o han sido expulsados por el grupo de Ortega. Lo que queda ahora de aquel régimen, no tiene nada de izquierdista.

¿Cómo recuperó Ortega el poder en 2007? Aparte del pacto de cogobierno con la clase capitalista, con vistas a las elecciones de 2007 también pactó con el Partido Liberal Constitucionalista [PLC] de Arnoldo Alemán, de extrema derecha. Alemán fue presidente de 1996 a 2002. Y ambos partidos, el PLC de extrema derecha y el FSLN, cogobernaron hasta la víspera de las elecciones de 2006. De hecho, cogobernaron porque cada uno consiguió algo. Los liberales, uno de los dos partidos de la derecha tradicional, partidos oligárquicos, lograron compartir el poder y la riqueza asociada a este poder. Ortega logró que se cambiara la constitución para que pudiera proclamarse presidente con tan solo el 35 % de los votos. Obtuvo un 38 % en su primera elección. Así es como volvió al poder. Nunca ha obtenido la mayoría en esas elecciones.

Pero permítame que concluya retomando la cuestión de si EE UU trata de derrocar el gobierno nigaragüense. Las relaciones fueron cordiales hasta 2018. Ese año hubo una revuelta popular masiva en Nicaragua. No fue instigada por la clase capitalista en Nicaragua ni por los partidos conservadores tradicionales. Estos se sintieron igual de alarmados ante este levantamiento espontáneo iniciado por estudiantes, ecologistas, feministas, la clase trabajadora, el campesinado que fue expulsado de sus tierras, etcétera. Fueron estos sectores los que impulsaron la revuelta y que se autodenominan los automovilizados. La [palabra extranjera], que significa que nadie les dijo que salieran a la calle en esta protesta masiva.

Esto marcó el comienzo de la crisis política nacional y la degeneración del régimen para convertirse en dictadura, y no es hasta ese momento que Washington rompe su estrecha relación con el gobierno y se deshace el pacto de cogobierno. Pero ni siquiera entonces, ni en los últimos tres años, ha decretado Washington sanciones comerciales contra Nicaragua, y los negocios florecen entre los dos países. EE UU es el principal socio comercial de Nicaragua y este hecho no se ha visto afectado para nada por la retórica antisandinista que emana de Washington. EE UU no ha bloqueado los créditos internacionales a Nicaragua. De hecho, desde 2018, desde después de la revuelta masiva de 2018, el Banco Centroamericano de Integración Económica ha proporcionado al régimen créditos de más de 2.000 millones de dólares. Tan solo en 2020 y 2021, los dos últimos años, el Fondo Monetario Internacional [FMI], el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han concedido al régimen varios cientos de millones de dólares de ayudas. Washington no ha bloqueado ninguno de ellos ni tiene problemas con alguno.

De hecho, mi análisis, y el de quienes comparten mi punto de vista, es que Washington se siente muy incómoda por tener que apuntarse a esa retórica virulentamente contraria a Ortega, pero no tiene otra opción. Está de espaldas contra la pared. En la semana anterior a las elecciones, el Congreso de EE UU aprobó la ley RENACER, cosa que aducen algunas personas de izquierda en EE UU como prueba de que el gobierno va a por Ortega. La ley RENACER obliga al ejecutivo, a Biden, a sancionar a individuos que estén implicados en violaciones de los derechos humanos y en actos de corrupción. En estos momentos, varias docenas de altos cargos sandinistas, miembros del círculo íntimo, han sido objeto de tales sanciones. Estas consisten en congelar sus cuentas bancarias en EEUU. Me pregunto cómo es que supuestos revolucionarios tienen cuentas bancarias de millones de dólares en EE UU. La ley RENACER también obliga a Biden a evaluar si se produce un menoscabo continuo de la democracia, en cuyo caso Nicaragua debería ser expulsada de los Acuerdos de Libre Comercio Centroamericanos. Finalmente, obliga a Biden a evaluar si EE UU debería bloquear la financiación internacional a favor del régimen.

Ahora bien, en 2017 se aprobó una ley muy similar, llamada ley NICA. Es idéntica, la ley RENACER no es más que una versión más nueva de la misma ley. A pesar de que esa ley reclamaba lo mismo, Washington nunca bloqueó el crédito internacional, nunca impuso sanciones comerciales, siguió colaborando con Nicaragua en materia de inmigración, en la DEA y en el Comando Sur.

Termino. Sé que son muchos datos para exponer aquí, pero el gobierno ha aplicado políticas  neoliberales, las mismas políticas neoliberales que condenamos en toda América Lagtina y en todo el mundo. Ha sido alabado por el FMI y el Banco Mundial como ejemplo de políticas neoliberales. Recordemos que la chispa que encendió el fuego de la revuelta masiva de 2018 fue la decisión del gobierno, acorde con las indicaciones del FMI, de rebajar las pensiones de jubilación de los y las trabajadoras y de incrementar las cotizaciones que debían pagar. En un país que ya se tambalea por la pobreza masiva y en que toda la política económica del gobierno ha consistido en pagar cuantiosos subsidios y abrir las puertas a la clase capitalista local y a los capitalistas internacionales, a expensas de la clase trabajadora y la gente pobre.

Esto desató la protesta popular. Y una vez iniciada la protesta, la policía y unidades paramilitares abrieron fuego y en la primera jornada mataron a 35 jóvenes. Ahí comenzó la crisis actual. Fue entonces cuando comenzó la retórica antisandinista más virulenta procedente de Washington, una retórica que, repito y concluyo, no se ha visto secundada por ninguna acción concreta. Max, estoy hablando mucho de una sola cuestión, pero permítame que añada una cosa más. Eso es lo que dicen muchas personas de izquierda: cómo se atreve EE UU ‒eso es imperialismo‒ amenazar con sanciones a Nicaragua.

Pero la gente de izquierda nos movilizamos masivamente en 1978 y 1979 para que EE UU sancionara a Somoza. No tuvimos éxito, EE UU nunca sancionó a Somoza, pero nos movilizamos y exigimos que Washington impusiera sanciones a Somoza debido a sus graves violaciones de los derechos humanos. Lo hicimos en 1978 y 1979, para que lo sepan las personas más jóvenes del público, que supongo que son muchas, y que tal vez no sepan que la insurrección se hizo con la victoria el 19 de julio de 1979. Pero entre 1978 y 1979 hubo la crisis y los preparativos del derrocamiento de la dictadura de Somoza. También exigimos que EE UU bloqueara la financiación del FMI y otras fuentes internacionales a favor de Somoza. No lo logramos, pero exigimos esas sanciones.

Ahora la gente dice: oh, ¿cómo os atrevéis a pedir sanciones contra otra dictadura? La izquierda internacional exigió sanciones contra la dictadura de Pinochet. Exigimos que EE UU dejara de financiar la dictadura de Pinochet y bloqueara los créditos internacionales a favor de Pinochet. Exigimos sanciones contra la Sudáfrica de la apartheid. Ahora mismo exigimos sanciones contra Israel dentro de la campaña de boicot, desinversión y sanciones contra Israel.

Así que en todos estos casos, cuando hay situaciones de graves violaciones de los derechos humanos por parte de dictaduras o de regímenes represivos, la izquierda exige que Washington imponga sanciones. Hay una hipocresía total cuando algunos critican que se reclame que Washington imponga ahora sanciones a otra dictadura que ha demostrado que viola los derechos humanos del pueblo nicaragüense, que se ha convertido en una dinastía familiar, que no es de izquierda, que se ha enriquecido, etcétera. Se aplica aquí un doble rasero. De hecho, no pido sanciones comerciales contra Nicaragua, si bien sería un medio de presión, porque perjudicarían a una población que ya está sumida en la pobreza. Pero pienso que toda persona de izquierda que plantee la exigencia de que se impongan sanciones es coherente con lo que ha hecho siempre la izquierda en todo el mundo. Quien califique esto de traición a la posición antimperialista no es más que un hipócrita.

Maximillian Alvarez: Sí, creo que plantea usted una cuestión realmente interesante. Porque pienso que hablo desde el punto de vista de esa generación más joven, creo que el pozo está tan envenenado por lo que la gente ha visto que se da por supuesto que cuando EE UU enseña músculo de cualquier manera, sea en el terreno militar o en el económico mediante sanciones, el resultado final será que golpeará a la gente trabajadora de todo el mundo y esto atenderá a las necesidades del capital. Realmente no se plantea como opción política porque creo que la gente, en general con razón, ha visto lo que han hecho las sanciones para la clase trabajadora en Cuba, o en Irán, y se da cuenta de que este es el único resultado al que pueden conducir.

Pero lo que ha dicho usted, en mi opinión, es fascinante, y ha de mover a nuestro público a sentarse y pensar sobre todo el contexto importante que describe, tratando de especificar lo que significa realmente una postura de izquierda en cualquiera de estas cuestiones. Cuáles son tus compromisos, las palabras de quién las interpretas por lo que significan, y qué cosas seleccionas realmente para analizar. Quisiera partir de esto, porque ya hablamos en 2018, o lo ha mencionado usted un par de veces. Pero pienso que vale la pena centrarnos en esto porque nos proporciona una lente a través de la que contemplar las legítimas credenciales de izquierda del gobierno Ortega-Murillo.

Como ha señalado, uno de los criterios por los que la gente juzga si el régimen de Ortega es o no es un gobierno de izquierda, consiste en saber si EE UU pretende derrocarlo. Si es así, probablemente se deba a que es un régimen de izquierda. Ha explicado cómo, de hecho, la relación de EE UU con Nicaragua no es unidimensional, sino más bien lo contrario. Hasta 2018, como ha dicho usted.

El otro criterio que a mi juicio suele aplicar la gente cuando evalúa si el de Nicaragua es o no un gobierno de izquierda que sigue los principios y cumple las promesas de la revolución sandinista, consiste en comprobar qué ha hecho este gobierno para su pueblo. Como escribe usted en el Congreso Norteamericano sobre América Latina, la gente menciona algunas inversiones en programas sociales, un periodo de mejora de la calidad de vida que durante la última década se ha deteriorado realmente, dilapidando aquellos avances y más o menos se ha perdido. Quisiera plantear que nos centráramos en 2018 como ejemplo para evaluar si el gobierno de Ortega es o no ese faro de socialismo, ese faro de izquierda, internacionalista y antimperialista que algunas personas consideran que es.

William Robinson: Por supuesto. Antes de ir al grano, permítame decir una cosa. En cualquier parte del mundo, EE UU desechará a un aliado cuando este deje de representar sus intereses. No me refiero ahora a Nicaragua. Pero la lógica que dice que si EE UU no te estima, significa que eres bueno y revolucionario, es completamente absurda. Había un dictador en la República Dominicana, Rafael Trujillo, uno de los dictadores más estrafalarios y brutales de la historia universal del siglo XX, estrecho aliado de EE UU, que lo aupó al poder y le ayudó a conservarlo hasta que dejó de servir a los intereses estadounidenses. Estaba generando una oposición masiva, que amenazaba realmente con convertirse en una revolución. Así que la CIA lanzó una vasta campaña de desestabilización para derribar a Trujillo, cosa que ocurrió en 1961. Esto solo lo menciono porque el hecho de que EE UU trate de derribar un gobierno no significa que ese gobierno sea revolucionario. Fue una dictadura de derechas brutal y estrafalaria, la de Trujillo. Pero de hecho, EE UU no trata de derribar a Ortega. Solo quiero exponer las falacias de esa lógica.

Veamos lo que ha ocurrido aquí. No podemos negar que hubo algunos elementos positivos en el régimen de Ortega cuando recuperó el poder [en 2007]. Renacionalizó la sanidad e incrementó significativamente las inversiones en este ámbito. Se abrieron clínicas y hospitales. La población lo aplaudió en los primeros años. Me refiero al periodo que va de 2007 a 2011, 2012 o 2013. También renacionalizó la educación e incrementó significativamente el presupuesto dedicado a la educación. Esto hay que reconocérselo al gobierno, y la población mostró su satisfacción. También se emprendieron inversiones en infraestructuras, en la mejora de carreteras y del suministro eléctrico.

Pero ¿de dónde salieron los recursos que utilizó el gobierno para hacerlo? En primer lugar, está lo que en América Lagtina llamamos el boom de los commodities [inaudible]. Los precios a la exportación de las materias primas en América Latina se dispararon en los primeros años del siglo XXI, incluida Nicaragua. Hubo un excedente de divisas extranjeras gracias a las exportaciones del país. En segundo lugar, hubo un influjo masivo de inversiones de empresas transnacionales. ¿Por qué hubo un influjo? Porque Ortega declaró que las empresas transnacionales son bienvenidas para explotar los recursos agrícolas del país, sus recursos mineros, su turismo, sus finanzas. Abrió las compuertas a las inversiones de las empresas transnacionales, y esas inversiones generaron un miniboom en los primeros años del gobierno de Ortega. Este fue el segundo factor.

El tercero y más importante de todos es que Venezuela, con su generosidad en el marco del programa ALBA, entregó 4.000 millones de dólares al gobierno de Ortega. De esos 4.000 millones, una porción simplemente desapareció. Ahora sabemos, gracias a una documentación, que buena parte de ella acabó en el bolsillo de Ortega y su círculo íntimo. De todos modos, esos fondos permitieron al comienzo financiar los programas sociales.

Dicho sea de paso, hubo un sondeo de opinión de Sid Gallup una semana antes de las elecciones, que reveló que Ortega contaba entonces con el apoyo del 19 %. Que el 80 % de la población pensaba que el país iba en el rumbo equivocado. O sea, un apoyo del 19 %. Ese sondeo de Sid Gallup, que realiza todos los años encuestas de opinión política, dio a Ortega un apoyo máximo del 54 % en 2011, en pleno apogeo de aquel boom y de las inversiones en servicios sociales y una mejora real de las condiciones materiales de la población.

Pero lo que ocurre a partir de 2011 y hasta 2018 es, en primer lugar, que Venezuela entra en crisis y ya no puede aportar sus subsidios. Ya no viene dinero de Venezuela. En segundo lugar, y esto afectó a toda América Latina, no solo a Nicaragua, hubo la recesión mundial y el declive de los precios de las materias primas. Así, Nicaragua dejó de ingresar tantas divisas extranjeras. Y en tercer lugar, también cayeron las inversiones de las empresas transnacionales. Por todas esas razones, la economía nicaragüense empezó a entrar en crisis en 2014, 2015. Esto fue tres años antes de la revuelta de 2018. El gobierno siguió invirtiendo en sanidad y educación e infraestructuras, pero al mismo tiempo impulsó políticas neoliberales en todos los demás aspectos. Subsidios al capital, desregulación de la economía, apertura del campo al agronegocio, cediendo las minas a compañías mineras transnacionales, etcétera.

Pero entonces la economía empieza a deteriorarse en 2015. No solo no pueden mantenerse los programas sociales, las inversiones sociales, sino que lo más significativo es que el gobierno intensifica las políticas neoliberales. De nuevo muchas políticas neoliberales, y esto culmina con la reducción de las pensiones y el crecimiento de los fondos de pensiones. Este fue entonces el detonante de la explosión de la revuelta masiva.

También quiero decir que la gente que trabaja en las maquilas, unas 120.000 personas, en gran parte mujeres jóvenes, ha intentado organizar sindicatos independientes. Allí donde lo han intentado, el gobierno se lo ha impedido. Hicieron huelga por aumentos salariales en 2014 y 2015, fueron reprimidas violentamente por la policía y el ejército. El gobierno otorgó una concesión a un multimillonario de Hong Kong para construir un canal seco a través de Nicaragua, una concesión que estipula que pagará cero impuestos al gobierno durante 50 años, prorrogables a otros 50 años. Cuando comenzaron a planificar este canal a través de Nicaragua, se vio que iban a desplazar a decenas de miles de campesinos de sus tierras. Estos protestaron y fueron reprimidos violentamente por la policía y el ejército. Es un patrón que se repite.

En el norte del país hay importantes yacimientos de oro. Las minas de oro se han concedido a compañías mineras transnacionales de Canadá, EE UU, Brasil y otros países. Cuando las poblaciones locales protestaron por esos regalos a empresas transnacionales y los desplazamientos previstos para abrir esas minas, también fueron reprimidas por la policía y el ejército. Eso se repite por todo el país a lo largo de esos años, especialmente desde 2011 o 2012 hasta 2018. Hay una acumulación de agravios y está claro que el modelo consiste en que mediante redes clientelares el gobierno cederá algún beneficio material a la población, especialmente a quienes le apoyan, pero al mismo tiempo no tolerará ninguna protesta, ninguna oposición, y no hará nada para abandonar su pleno apoyo a políticas neoliberales y a la clase capitalista.

Este fue el detonante de la revuelta de 2018. Esta estalló el 18 de abril y se prolongó hasta finales de julio. En ese momento, el gobierno anunció una vasta campaña de represión, con intervención de  paramilitares, la policía y el ejército. La represión fue masiva: murieron 350 personas. La gran mayoría de ellas eran miembros de la oposición que estaban manifestándose pacíficamente. También murieron algunos policías y algunos sandinistas.

Quisiera decir algo más, desde un punto de vista político, sobre aquella revuelta, a saber, que en aquel momento la oposición antisandisnista tradicional de derechas, la oligarquía tradicional y la clase capitalista, que gobernaba al amparo del pacto de cogobierno, rompió con el gobierno. Sin embargo, al mismo tiempo la élite tradicional estaba aterrorizada por esa revuelta masiva que no controlaba, de manera que al reprimir violentamente la revuelta de los movimientos sociales, surgida desde abajo, el gobierno creó las condiciones que permiten a la oposición de derechas hacerse con la hegemonía en la oposición al gobierno. Así, ahora nos hallamos en una situación en que no hay una alternativa de izquierda en Nicaragua. Están los movimientos sociales, que están atemorizados ante la represión y prácticamente funcionan en la clandestinidad, y esa oposición tradicional de derechas, y luego está el régimen.

La población está atenazada entre la espada de la dictadura represiva de Ortega-Murillo y la pared de la derecha tradicional y la hegemonía capitalista en el seno de la oposición. Eso es lo que ve la izquierda internacional. Ve una oposición de derechas y el régimen de Ortega-Murillo.

Maximillian Alvarez: Bueno, profesor, nos ha dicho tantas cosas en qué pensar. Está claro que tendremos que volver a traerle al plató para hablar de todo esto en mayor profundidad. […] Sin embargo, profesor Robinson, quisiera retomar, para terminar, lo que acaba de decir usted sobre el supuesto vacío que se ha creado, en el que no existe ninguna alternativa de izquierdas sobre el terreno en Nicaragua, aparte del autoproclamado heredero de la revolución sandinista en forma del gobierno de Ortega. Creo que esto forma parte del contexto de las elecciones que ahora escuchamos y que la gente ignora. Puede que mucha gente, inclusive izquierdistas bienpensantes, vea el proceso electoral y diga: está muy bien desde mi punto de vista.

Pero como ha dicho usted, lo que mucha gente no ve es que hay personas que han sido empujadas fuera del país y que son de izquierdas y ex sandinistas que tal vez estén en el exilio, que han sufrido la represión, por no hablar ya de la generación joven que fue tratada en 2018 con una violencia tan devastadora, como ha comentado usted. Quisiera preguntarle si puede profundizar un poco en ello para hablar del ámbito de la izquierda, tal como se halla, y si la izquierda internacionalista, antimperialista, puede y debe adoptar una postura al respecto.

William Robinson: Bueno, la tragedia de Nicaragua es que no existe una izquierda organizada. Hay un pequeño partido orientado a la izquierda, el Movimiento de Renovación Sandinista, que hace poco cambió de nombre por el de Unión por la Renovación Democrática. No tienen una base masiva y, de hecho, toda su dirección se halla actualmente en prisión, sin juicio e incomunicada. Por lo demás, no hay ninguna izquierda organizada en el país y esto se debe a que la idea de izquierda y derecha no tiene arraigo entre la población nicaragüense. El sondeo de Sid Gallup que he mencionado antes indica que el 79 % de la población no se siente representada por ningún partido político ni ninguna organización política. Esto es lo trágico de la situación, en que hay una población depauperada que se ha abstenido en un 80 % en las elecciones, y que refleja una postura contraria a Ortega. El 79 % no se siente representada por ninguna organización política.

Creo que en estas condiciones, el pueblo nicaragüense tiene que labrarse su propio futuro. Tiene que elaborar algún tipo de proyecto alternativo en su propio interés. No pueden hacerlo ahora mismo, porque cuando alguien dice lo que sea en contra del régimen, de inmediato le cae encima el palo de la represión. La gente de fuera del país no se da cuenta, pero uno no puede desplegar la bandera de Nicaragua en público. Es delito. De inmediato vienen paramilitares y policías y le detienen. ¿Por qué? Porque la oposición ha tomado la bandera del país y ha dicho que es el símbolo de la resistencia. Uno no puede caminar por la calle y despotricar contra el gobierno, hay que tener mucho cuidado en las redes sociales porque existe esa ley del ciberdelito. O sea, no se pueden utilizar las redes sociales para hacer oposición.

En estas condiciones, la izquierda internacional está en la cuerda floja. Pero eso no justifica, ni mucho menos, que se apoye a un régimen represivo que viola sistemáticamente los derechos humanos y que representa un proyecto de desarrollo capitalista en Nicaragua. Hemos de hacer lo que estamos haciendo en todo el mundo: exigir el respeto de los derechos humanos. Hemos de solidarizarnos con los movimientos sociales en Nicaragua, con la clase trabajadora, con el campesinado, las feministas, las y los estudiantes, tal como hacemos en todas partes.

La única justificación que esgrime supuestamente la izquierda para no hacer esto es, como hemos analizado en la entrevista, que Ortega es un revolucionario que está implementando un proyecto de izquierda, cosa que no es cierta. Y que EE UU trata de derrocar este régimen, cosa que no hay ninguna prueba de que sea verdad. Como señalo en mis últimas publicaciones, no solo el artículo de NACLA, Nicaragua constituye un reto para la izquierda internacional. Pero no solo con respecto a Nicaragua, sino con respecto a lo que son nuestras posiciones fundamentales en todo el mundo. […]

Fuente: https://therealnews.com/nicaragua-presents-a-challenge-to-the-international-left

Traducción: viento sur