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Los pueblos Kolla de Salinas Grandes y Laguna Guyatayoc en Argentina defienden su cultura y su territorio de la mimería del litio

«No comemos baterías»

Fuentes: catarsimagazin.cat

Las comunidades indígenas Kolla de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc en la provincia de Jujuy, Argentina, han pasado todo el mes de febrero movilizados para protestar contra la amenaza que supone para la supervivencia de su territorio y su cultura ancestral la minería del litio. La demanda global de carbonato de litio para la […]

Las comunidades indígenas Kolla de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc en la provincia de Jujuy, Argentina, han pasado todo el mes de febrero movilizados para protestar contra la amenaza que supone para la supervivencia de su territorio y su cultura ancestral la minería del litio. La demanda global de carbonato de litio para la fabricación de baterías se ha disparado exponencialmente en la última década como resultado del giro digital -teléfonos celulares, computadoras, etc.-y de la inminente transición a una economía no dependiente del petróleo a través de la fabricación de vehículos eléctricos de todo tipo.

El territorio de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc es una gran extensión de tierra situada en la puna argentina, entre las provincias de Salta y Jujuy. La altura media de estas tierras oscila entre los 3,500 y los 4,000 metros de altitud. La dureza infinita de estos incomparables parajes está salpicada de salares, grandes lagunas de sal ricas en una multiplicidad de minerales (litio, potasio, boro, etc.), porque se formaron durante millones de años como resultado de la actividad volcánica que rodea estas cuencas cerradas de agua y salmuera. La naturaleza endorreica de estas cuencas es la que hace precisamente que los recursos hídricos estén interconectados y dependan de un delicado equilibrio que no permite extraer grandes cantidades de agua, como requiere la minería del litio, sin que los impactos se sientan en todo el territorio.

Los indígenas Kolla llevan habitando en estos territorios desde tiempos inmemoriales. De hecho, en muchos de los pueblitos que rodean la cuenca de Salinas Grandes -El Moreno, Lipán, Rinconadilla o San Miguel de Colorados, centro del conflicto actual-hay vestigios arqueológicos que dan fe de su pertenencia histórica al Tawantinsuyo o más específicamente al Coyasuyo, como denominaban los Incas a esta parte sur de sus dominios. Pero sobre todo siguen perviviendo en estos territorios formas de organización social, prácticas culturales y visiones del mundo que agrupadas simbólicamente bajo la Wiphala, la bandera de los pueblos indígenas del altiplano andino, señalan otros modos de organización económica y, muy especialmente, otra relación con la naturaleza.

El conflicto de las comunidades Kolla con las empresas mineras del litio tiene ya varios años, pero el incidente más reciente se remonta a principios de febrero de este año cuando miembros de las comunidades descubren que las empresas Ekekos S.A, de titularidad argentina y AIS Resources, de titularidad Canadiense, están perforando el centro de la Laguna Guayatayoc para explorar la extracción del litio, «afectando gravemente al suelo, la flora, la fauna y las napas de agua dulce en el centro de la laguna»[1].

Para empezar, este emprendimiento minero vulnera el kachi yupi (huellas de sal en quechua), un protocolo creado por las propias comunidades Kolla en 2015 para celebrar una consulta previa, libre e informada que autorice cualquier actividad en sus territorios. Por otro lado, los habitantes de la cuenca sienten el impacto de estas perforaciones en el corazón de la Laguna Guayatayoc como un «dolor» en su propio cuerpo, porque los pueblos Kolla consideran la laguna como un ser vivo, un familiar que pertenece a la Pachamama (madre tierra) y con el que mantienen un vínculo sagrado, al igual que lo hacen con las montañas, los ojos de agua o los camélidos con los que comparten el territorio.

Durante demasiado tiempo los occidentales tendimos a considerar esta forma de relacionarse con la naturaleza bien como un mito irracional, bien como una forma de «espiritualidad» exótica con la que identificarnos y de la que apropiarnos, pero como explica magistralmente la antropóloga peruana Marisol de la Cadena, estos «seres de tierra» como, por ejemplo, el Nevado del Chañi en la cuenca de Salinas Grandes, establecen vínculos ontológicos con las comunidades indígenas de maneras que son inconmensurables con la división tajante naturaleza/cultura que establece el mundo occidental [2]. En otras palabras, quizá no lleguemos nunca a entender del todo porque los pueblos Kolla sienten como un dolor la «ruptura de una vena de agua» en el salar, pero sí podemos romper la «colonialidad del poder» [3] e incluir esta diferencia en el campo de la historia y de la política para comprender que el rechazo a la minería del litio tiene que ver con el agotamiento de las fuentes de agua en un espacio de por sí árido, pero también con la amenaza de genocidio cultural que representa la transformación de estos territorios ancestrales en «zonas de sacrificio».

De momento -y lamentablemente quizá no sea ninguna sorpresa- tanto las empresas mineras como el gobernador de la provincia de Jujuy, Gerardo Morales, que se había comprometido a respetar el Kachi Yupi, han decidido darle la espalda a las 300 familias que viven en la cuenca de Salinas Grandes. Ante tal negativa las comunidades organizaron un corte de carretera entre las rutas 52 y 79 para protestar por la situación de vulneración legal en que se encuentran. Al ver que las faenas mineras seguían operando las 24 horas, el día 8 de febrero se dirigieron al emprendimiento minero y ellos mismos expulsaron a las empresas del salar. En su declaración conjunta al final de la jornada afirman que «no aceptaran más ninguna consulta previa e informada, ya que el gobierno utiliza este mecanismo de manera aparente para lograr el consentimiento de proyectos extractivos en el territorio» Y añaden: «que el gobierno sepa de una vez por todas que no vamos a aceptar ninguna exploración ni explotación minera del litio»[4]. La declaración termina con dos demandas: que el gobierno anule el concurso de oferentes N1/2018 para la prospección y licitación de extracción de litio en la zona y que declare la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc como patrimonio cultural y ancestral de los pueblos originarios libre de minería y proyectos extractivos que ocasionen graves daños a la pachamama.

Tras esta declaración y ante la convocatoria de nuevos cortes de ruta para protestar por la negativa a retirar los proyectos mineros el Gobernador de la provincia de Jujuy decidió militarizar el conflicto y enviar a la policía y a las tropas de infantería para defender a unas empresas mineras que, según él, cuentan con los permisos pertinentes. Tras el palo vino la zanahoria y el gobernador trató de convocar a los líderes de las comunidades indígenas a una reunión en la sede del gobierno provincial. Los lideres replicaron que la reunión debía celebrarse en el territorio de las Salinas Grandes, frente al salar, las montañas y los ojos de agua que, según la epistemología descrita arriba, deben ser participantes activos de la negociación, sujetos de derecho. El Gobernador Morales no pudo o no quiso entender por qué es importante celebrar la reunión en el territorio y emitió un comunicado trufado de lugares comunes y en el que subrepticiamente se llama a las comunidades a «evitar la interferencia de sectores, personas o instituciones interesadas en el conflicto y en consecuencia dispuestas a utilizar para beneficio propio la causa de los pueblos originarios» (20/02/19 El tribuno de Jujuy)

Ni siquiera la autonomía política está dispuesto Morales a conceder a los pueblos originarios de la Salina, retratados como «buenos Salvajes» manipulados por fuerzas y agentes exteriores. La respuesta es lamentablemente muy poco original y entronca con una tradición de violencia colonial tristemente conocida para los pueblos Kolla de Jujuy y cuyos episodios más notables incluyen por supuesto las prácticas genocidas de los conquistadores españoles, pero también episodios de represión por parte del Estado Argentino como la Batalla de Quera a finales del siglo XIX en la que fueron masacrados centenares de pobladores Kolla que luchaban por sus tierras o el Malón por la Paz, una marcha a pie organizada por líderes del pueblo Kolla en 1946 para convencer a Perón de que les devolviera las tierras usurpadas por los terratenientes criollos que generó amplia cobertura mediática, pero termino con los líderes del pueblo kolla confinados en un sanatorio y más tarde deportados a Jujuy contra su voluntad.

Por eso, es importante que los ojos del mundo estén puestos en la cuenca de Salinas Grandes, para evitar otra tragedia, otro destierro más en la larga noche colonial que han sufrido y resistido los pueblos indígenas del noroeste argentino. El modelo extractivo intensificado que impulsa el presidente Mauricio Macri en la Argentina aparece intrínsecamente ligado a las cadenas de dependencia que produce el consumo de baterías eléctricas en el norte global. A medida que las economías de la Unión Europea establecen plazos para eliminar los vehículos que funcionan con combustibles fósiles por vehículos eléctricos propulsados por energías renovables, es esencial pensar en los impactos medioambientales y humanos que estas nuevas energías producen en lugares del sur global como la cuenca de Salinas Grandes. Nadie en su sano juicio puede disputar la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de dióxido de carbono, pero los pueblos indígenas de las Salinas Grandes no tienen porque pagar el precio de nuestros patrones de consumo energético o nuestra incapacidad de buscar soluciones realmente efectivas.

La aceptación dócil de la llamada «economía verde» es peligrosa, porque obedece al mismo patrón que cualquier otra economía extractiva, es decir, agota los recursos naturales en función de los márgenes de beneficio de las empresas y gobiernos, sin atender a los pasivos medioambientales ni a las potenciales soluciones más eficientes. La industria petrolera, por ejemplo, no piensa renunciar a extraer todo el crudo del suelo para obtener el máximo beneficio, aunque ya existan otras tecnologías para generar energía. De modo similar, la industria del litio no piensa renunciar a extraer el litio, aunque existan soluciones potencialmente menos dañinas como las baterías de hidrógeno o el desarrollo del trasporte público.

«El progreso es un tren sin frenos» y los pueblos indígenas de la puna lo entendieron antes que el filósofo alemán Walter Benjamin, como muy bien explica uno de sus eslóganes –«no comemos baterías». Por lo tanto sus territorios ancestrales no deben ser transformados en «zona de sacrificio» para la llamada «nueva economía digital» o para los nuevas formas de transporte «limpio» en el norte. La comunidad internacional debe prestar atención a los efectos que produce nuestro modo de vida en lugares como la cuenca de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc y presionar al gobierno de Jujuy y de Argentina para que establezca un dialogo honesto y claro con las comunidades Kolla que les permita mantenerse en sus territorios ancestrales en libertad y en contacto con la memoria viva de sus salares, sus montañas, sus antepasados, sus animales y plantas.

Notas

[1] Comunicado de la asamblea de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc 11/02/19.

[2] Marisol de la Cadena. Earth Beigns: Ecologies of Practice Accross Andean Worlds. Durham: Duke University Press, 2015

[3] El concepto de «colonialidad del poder» fue originalmente acuñado por el sociólogo peruano Anibal Quijano para referirse a los modos en que el que las epistemologías occidentales se presentan como únicas y universales para naturalizar el proyecto colonial que hace posible la modernidad capitalista eurocentrada.

[4] Comunicado de la asamblea de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc 11/02/19

Fuente: https://catarsimagazin.cat/no-mengem-bateries/