Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo .
Aunque Berta Cáceres murió hace algo menos de dos semanas, hace años que empecé a escribir su panegírico. Berta fue asesinada por escuadrones de la muerte con el respaldo del gobierno hondureño el 3 de marzo. Como muchos de los que la conocían y trabajaban con ella, yo era consciente de que esta mujer que luchaba por el poder de los pueblos indígenas, por los derechos de las mujeres y del colectivo LGBTQ, por la democracia real, por el bienestar de la Pachamama, por el fin de la tiranía del capital transnacional y el fin del imperialismo estadounidense, no viviría muchos años. Decía demasiadas verdades a los demasiado poderosos.
Berta echó los dientes con la revolución. Estaba marcada por las emisiones radiofónicas procedentes de Cuba y de la Nicaragua Sandinista que su familia escuchaba clandestinamente, alrededor de un pequeño aparato, con el volumen muy bajo. Esas emisoras estaban prohibidas en Honduras. Su madre, que siempre fue una comunista comprometida, enseñó a sus muchos hijos a creer en la justicia. Además de ama de casa, doña Berta (que puso a su hija más pequeña su mismo nombre) fue alcaldesa de su ciudad y gobernadora de su región cuando ninguna mujer lo era. Ella fue continua fuente de inspiración para Berta. De joven, Berta acudió en apoyo de la revolución salvadoreña, como muchas otras personas de la región que compartían sus convicciones.
En 1993, Berta, una indígena lenca, fue cofundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), en una época en la que ser indígena en aquel país no constituía motivo de orgullo ni por supuesto ningún poder. Berta creó el COPINH para estructurar la fuerza política de lencas, campesinos y otros sectores populares, con el fin de transformar una de las sociedades más corruptas, antidemocráticas y desiguales del hemisferio.
Bajo el liderato de Berta, el COPINH se convierte en fuerza política
A Berta le encantaba decir: «Nos tienen miedo porque no tenemos miedo». La intrepidez rindió frutos a lo largo de los años. El COPINH reclamó con éxito tierras indígenas ancestrales y ganó contra todo pronóstico títulos de tierras comunales; detuvo o paralizó la construcción de presas, de proyectos de deforestación y de explotaciones minares, por no mencionar los acuerdos de libre comercio. Evitó el expolio y la destrucción de multitud de lugares valiosos y sagrados.
A demás del notable liderazgo de Berta, los triunfos del COPINH han sido fruto del tamaño, la fuerza, la unidad y el compromiso feroz de la organización. Las comunidades han participado en cientos de protestas, tanto frente a sus respectivos ayuntamientos como desde la escalinata del Congreso Nacional. Han resistido la ocupación de multitud de espacios públicos, incluyendo algunas de las seis bases militares estadounidenses instaladas en su país. Han cortado la carretera a Tegucigalpa, bloqueando estratégicamente la llegada de productos a la ciudad. Han declarado el boicot a todas las organizaciones financieras internacionales en sus tierras. Han colaborado en la organización de 150 referendos locales para mejorar la participación democrática.
Voy a contaros una de las muchas historias que Berta narraba sobre sus estrategias y sus acciones. El telón de fondo de esta anécdota son las botas de goma -gruesas y sin ventilación- que emplean los campesinos hondureños, el grueso de los miembros del COPINH. Como dichas botas no permiten la transpiración, con el paso de las horas los pies adquieren un olor horrible, tan fétido que los campesinos las llaman «las bombas». Al inicio del COPINH como organización, un equipo del mismo acudió desde La Esperanza hasta Tegucigalpa para negociar con el gobierno una ley sobre títulos de tierras. La discusión se prolongó durante días. Berta contaba que, en las pausas para comer, la delegación del gobierno recibía almuerzos generosos ya preparados, pero los miembros del COPINH no tenían dinero, por lo que su lado de la mesa permanecía vacío. Al tener muchas menos conexiones en aquella época, el grupo carecía de un lugar donde dormir o ducharse, por lo que pasaban las noches en las calles. En determinado momento, las negociaciones se pusieron tensas y el equipo del COPINH empezó a dudar de su estrategia, por lo que solicitó un descanso; pero el gobierno se negó a ello. Entonces, uno de los miembros del COPINH hizo una señal discreta y todos los campesinos-activistas se quitaron las botas al mismo tiempo. El olor era tan tóxico que los representantes del gobierno abandonaron la habitación. El COPINH pudo reagruparse y elaborar una estrategia sorprendente. Los indígenas radicales ganaron la ley.
Su campaña y victoria parcial más reciente fue también la causa más directa de la muerte de Berta: la paralización del proyecto de embalse en Agua Zarca, sobre el río sagrado de los lencas. La comunidad COPINH de Río Blanco -todos ellos: ancianos, niños, madres lactantes- formaron una barricada humana y bloquearon la construcción de la presa. Mientras tanto, Berta, otros miembros del COPINH y compañeros nacionales e internacionales presionaron al Banco Mundial y a la compañía de construcción de presas mayor del mundo (Sinohydro, propiedad del Estado chino) para que abandonaran el proyecto. El bloqueo de la comunidad de Río Blanco no duró un día, ni una semana. Duró más de un año. Continuó hasta que ganaron. Consiguieron que los intereses financieros más poderosos del mundo se retiraran del proyecto. Desgraciadamente, al haber otros intereses acechando el botín, la presa se sigue construyendo. Y hay otras 48 planificadas o en construcción en sus tierras.
Berta creía en la participación comunitaria y esa creencia impregnaba profundamente su práctica diaria. Siendo la líder inigualable del COPINH y dada la enorme laguna entre su nivel educativo y su experiencia política y la de la inmensa mayoría del grupo, para ella habría sido sencillo actuar por su cuenta. Sin embargo, en ningún momento dejo de rendir cuentas ante las comunidades para las que trabajaba.
Yo fui testigo de cómo funcionaba ese nivel de compromiso una noche en que Berta llamó por teléfono a Utopía, el centro de reuniones de las comunidades rurales del COPINH, y pidió hablar para todo el mundo. Unas quince personas se juntaron rápidamente alrededor del teléfono móvil situado sobre la endeble mesa de madera cercana a la única fuente de iluminación, una vela. Berta explicó una propuesta bastante formal que había recibido de una oficina de la administración y pidió una respuesta. Cuando hubo terminado, preguntó al grupo de campesinos prácticamente analfabeto: «¿Cheque sí, o cheque no?». Todos levantaron el pulgar hacia el pequeño teléfono móvil y gritaron, «Sí». No les había pedido que tomaran una decisión conjunta, y sin embargo había logrado el consenso.
Eso es transparencia y rendición de cuentas ante el grupo.
La mujer detrás del mito
Berta era una mujer serena. Se mantenía en calma en mitad del caos y tenía una visión estratégica frente al desastre. Mantenía el tipo frente a los soldados y los matones cuando lera agredida o agredían a otros y les echaba en cara lo que estaban haciendo.
Berta era infatigable y trabajaba todo el día sin quejarse. Cuando no estaba viajando por Honduras o por el mundo en busca de apoyos para la lucha, se levantaba temprano e iba directamente a su escritorio para ponerse al día de las últimas novedades, con frecuencia los últimos ataques a miembros del COPINH, en cuyo caso procedía a escribir artículos de condena, todo eso antes incluso de tomar la primera taza de café. Luego se metía en su descacharrada furgoneta amarilla para recoger a otros miembros del COPINH y se dirigían juntos a dondequiera que se necesitara su presencia, para participar en alguna acción o investigación.
Me asombraba que Berta condujera esa furgoneta tan llamativa a todas partes sin protección y que viviera en una casa cuyo único elemento de seguridad era un pequeño candado y un par de perros amistosos. Entonces me di cuenta de que no importaba mucho cuál fuera su nivel de seguridad. El gobierno y las compañías a las que se oponía casi siempre sabían dónde encontrarla (Berta también pasó algunos periodos oculta) y cómo llegar hasta ella cuando estuvieran listos para matarla.
Berta solo se tomo dos breves periodos de descanso en su vida. El primero fueron unas vacaciones de dos semanas con un amigo en un país vecino, el segundo tres meses de semi-reposo en mi casa en Alburquerque, pero incluso entonces, dedicaba la mayor parte de sus días a trabajar en un boicot de ámbito continental al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo.
Al mismo tiempo que servía a su comunidad, Berta aumentó su influencia a lo largo del último decenio hasta convertirse en una representante internacional de su pueblo. Para muchos movimientos globales, Berta era una heroína, una actriz fundamental en múltiples luchas, una oradora clave en múltiples acontecimientos. Recibía consultas de las autoridades gubernamentales, de las redes internacionales e incluso, hace unos meses, del propio Papa Francisco.
Mientras observábamos como crecía la estatura de Berta como líder global, nuestro buen amigo y colega Gustavo Castro me comentó: «Espero que nunca pierda su humildad». Nunca lo hizo.
Una vez pregunté a Berta cómo se decía «integrity» en español. Ella lo tradujo como «coherencia», coherencia entre los principios que uno afirma tener y las acciones que realiza, coherencia entre todas las partes de la vida de una persona. Berta era coherente.
Ella criticaba duramente a los estadounidenses por nuestra falta de coherencia. En una ocasión dirigió un taller contra la opresión para una organización que yo entonces dirigía, en la que nos pidió que reflexionáramos sobre si éramos césares o artesanos. ¿Nuestra práctica -no solo nuestras afirmaciones- nos alineaba con los opresores o con los oprimidos? ¿Estábamos intentando conseguir el liderazgo para nosotros o para nuestras comunidades? Durante mucho tiempo después de eso, la puerta de la nevera que compartíamos Berta y yo mantuvo su boceto de una sandalia romana. En otra ocasión me comentó que el problema de los estadounidenses era nuestro apego al confort.
La propia Berta rehuía las comodidades. Vivía en la modesta casa en la que creció, donde cuidaba de su anciana madre. Dormía en una habitación con el suelo de cemento, más de la mitad de la cual había transformado en oficina, almacenando sobre su escritorio montañas de documentos junto a su ordenador portátil. Su estilo de vestir característico -independientemente de con quién se reuniera- era pantalones vaqueros, zapatillas y una camisa de algodón. Nunca iba de compras, ni asistía a restaurantes de moda, ni tomaba un avión si podía ir en autocar.
Además del COPINH y la lucha por la justicia, Berta tenía un fuerte compromiso con sus cuatro hijos y su madre. Recuerdo el profundo orgullo que mostraba su cara cuando una de sus hijas, entonces de unos siete años, recitó el poema «Las margaritas» ante un grupo de visitantes extranjeros; era una expresión completamente diferente a la que le conocía habitualmente. Su orgullo creció al tiempo que lo hacían sus tres hijas y su hijo, todos ellos enarbolando la bandera de la justicia. Tras la muerte de Berta, sus hijos y su madre dieron a conocer un comunicado en el que decían: «Sabemos con certera claridad que los motivos de su vil asesinato fueron su resistencia y lucha en contra de la explotación de los bienes comunes de la naturaleza y en defensa del pueblo lenca. Su asesinato es un intento de acabar con la lucha del pueblo lenca en contra de toda forma de explotación y despojo. Un intento por cortar la construcción de un nuevo mundo».
«La lucha de Berta no era solo por el medio ambiente sino por el cambio de sistema, en contra del capitalismo, del racismo y el patriarcado».
Cuando el gobierno de Honduras acusó formalmente a Berta de sedición en 2013 (una de sus innumerables iniciativas para silenciarla), alguien preguntó a su madre si temía por su hija. Berta nos contó entre risas la respuesta de su madre: «En absoluto. Ella hace exactamente lo que tiene que hacer».
El humor de Berta era legendario. Suavizaba los momentos más tensos con alguna broma y su risa cantarina nos daba a muchos de nosotros fuerzas para seguir, aunque ella nunca quitara importancia a la gravedad de la situación. El jesuita hondureño radical Ismael «Melo» Moreno ha hecho circular esta semana por las redes sociales una de sus bromas. En una ocasión en que acompañó a Berta a Río Blanco, alguien les hizo una foto juntos. Al mirarla, Berta se echó a reír y dijo a Melo: «A ver cuál de los dos se va primero».
En otra ocasión, cuando contemplaba una actuación de las Raging Grannies (Abuelas Furiosas), un grupo de señoras mayores vestidas con ropas extravagantes que cantaba alegres canciones de protesta en manifestaciones y eventos en Alburquerque, me dijo: «Nunca he querido vivir lo suficiente para convertirme en anciana. Pero ahora me apetece». Acaban de arrebatarle esa posibilidad.
Represión tras la muerte de Berta
Una persona presenció el asesinato: Gustavo Castro Soto, coordinador de Otros Mundos/Amigos de la Tierra-México, coordinador del Movimiento Mesoamericano contra el Modelo Extractivo Minero (M4), cofundador y miembro de la junta directiva de Other Worlds. Amigo íntimo y aliado de Berta, Gustavo estaba durmiendo en su casa la última noche de su vida para acompañarla e intentar evitar la violencia contra ella, algo que docenas de nosotros hemos tenido que hacer a lo largo de los años. Gustavo recibió dos disparos y simuló estar muerto. Berta murió en sus brazos.
Gustavo fue inmediatamente detenido por el gobierno hondureño en condiciones física y psíquicamente inhumanas y el arresto se prolongó varios días para su «interrogatorio». Los días posteriores parecen sacados de una mala película de espías: finalmente recibió permiso para salir del país, pero cuando llegó al control de emigración del aeropuerto, las autoridades hondureñas se apoderaron de él y le llevaron hasta la embajada mexicana, donde supuestamente le dejaron en custodia para su protección, hasta que volvieron a llevarlo a la fuerza a las autoridades hondureñas, que le trasladaron de nuevo a la ciudad de La Esperanza, otra vez con la excusa de «interrogarle». El gobierno hondureño acaba de declarar que Gustavo tiene que permanecer en territorio hondureño por 30 días. Su protección corre a cargo de Los Tigres, las sanguinarias «fuerzas especiales» financiadas y entrenados por EE.UU.
Lo más espeluznante es que, según del Departamento de Estado, Estados Unidos está colaborando con los investigadores hondureños. Una nota enviada desde el exterior de su lugar de detención por un colega próximo a Gustavo la semana pasada afirma que en la sala de interrogatorios está presente un equipo de «individuos con aspecto FBI». El papel desempeñado por Estados Unidos en la tentativa de destrucción de los movimientos sociales en Honduras es enorme. Se puede trazar una línea directa desde Washington hasta el asesinato de Bertha. Pero eso será tema para otro artículo.
Gustavo continúa en una situación de máximo peligro bajo la custodia de las autoridades hondureñas, ya que al ser testigo del asesinato de Berta constituye un claro impedimento para la intención del gobierno de culpar del mismo al propio COPINH. En una nota para algunos amigos escrita el 6 de marzo (3 días después del asesinato), Gustavo afirma que «los escuadrones de la muerte ya saben que no me mataron y estoy seguro de que querrán completar su tarea».
Tras el asesinato de Berta, el gobierno hondureño encarceló también durante dos días al dirigente del COPINH Aureliano «Lito» Molina, «sospechoso de haber cometido un crimen pasional». Se encuentra asimismo interrogando a otros de sus dirigentes, Tomás Gómez y Soterro Chaverria, a los que no ha permitido estar acompañados de un abogado. Todo ello forma parte del intento de criminalizar a los miembros del COPINH. En estos momentos, la organización necesita más que nunca protección y apoyo para continuar con el legado que Berta contribuyó a edificar.
¡Berta vive!
Berta llegaba al alma de todas aquellas personas que la conocieron y de muchas otras que nunca llegaron a conocerla. Mi hija pequeña es una de estas. La mañana en que Berta murió, escribió: «Bev me ha contado que su gran amiga Berta murió anoche. Quedé anonadada. ¿Cómo puede alguien matar a una persona que solo intentaba hacer lo correcto? Entonces recordé que también mataron a Martin Luther King y a Malcolm X. Si yo muriera por hacer lo correcto eso querría decir que puse mi grano de arena en este mundo. Como Berta».
Cuando Berta recibió el Premio Goldman en 2015, el más prestigioso galardón internacional para defensores del medio ambiente, ella lo dedicó a la rebelión, a su madre, al pueblo lenca, a Río Blanco al COPIN y «a los mártires que dieron su vida en defensa de la riqueza natural».
Ahora, Berta es una de esas mártires.
Berta, Gustavo y yo fuimos cofundadores de la red Convergencia de Movimientos de los Pueblos de las Américas (COMPA) y hemos continuado como miembros activos de la misma. En la madrugada de la terrible mañana del 3 de marzo, una lista de distribución del COMPA hizo estallar la noticia del asesinato de Berta. Cuando leí el mensaje, me fijé en el correo justo anterior, fechado el 24 de febrero. Era de Berta. Decía simplemente: «¡Aquí estoy!»
Ella está aquí. Que viva muchos años, en los corazones, las mentes, las pasiones y las acciones de todos nosotros. Que todos los hombres y las mujeres se comprometan para hacer realidad la visión de transformación, dignidad y justicia por la que Berta vivió y murió.
¡Berta Cáceres, presente!
Beverly Bell es fundadora de Other Worlds y miembro asociado del Institute for Policy Studies.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y a Rebelión como fuente de la misma.