Este sábado 19 de marzo, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, tres naciones de archiconocida tradición imperialista, iniciaron sus ataques militares contra Libia. Así como contra los talibanes y Sadam Husein, se apeló a la defensa de los derechos humanos y a la protección de los ciudadanos libios que se oponen al presidente Muamar […]
Este sábado 19 de marzo, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, tres naciones de archiconocida tradición imperialista, iniciaron sus ataques militares contra Libia. Así como contra los talibanes y Sadam Husein, se apeló a la defensa de los derechos humanos y a la protección de los ciudadanos libios que se oponen al presidente Muamar el Gadafi.
Hoy, martes 22, el presidente estadounidense Barack Obama visitará El Salvador, como parte de una gira por varios países de América Latina. A diferencia de Brasil o Chile, con quienes el país del Norte tiene negocios importantes, en El Salvador la cuestión central son ciertos acuerdos militares disfrazados de lucha contra el narco. Del lado guanaco, es posible que no se repare en las implicaciones de esto, pues se tiene puesta la atención en los millones de salvadoreños que viven en USA, sobre todo en aquellos sobre los que planea ominosa la sombra de la deportación, un gran grupo en perenne crecimiento.
¿Cómo hay que recibir a Obama? ¿Deberíamos escuchar a quienes llaman al «pragmatismo», pensando en que nuestros hermanos lejanos estarían protegidos si continuamos con una larga tradición de servilismo criollo? ¿Tendríamos que manifestar un claro repudio a las acciones imperiales, entre las que se encuentra este último ataque a un lejano país del norte de África? ¿Deberíamos expresar una inédita posición de autodeterminación, reclamando la salida de los yanquis de nuestro Comalapa?
La cuestión que plantean estas preguntas es muy seria, pues compete a lo que somos y lo que queremos ser. A muchos salvadoreños les gusta que a su país le llamen «el varón de Centroamérica» e incluso muchos creen que este chovinismo vulgar es garantía de honorabilidad. Incluso reaccionamos violentamente si se cuestiona nuestro valor, nuestra valentía. Pero es dudoso que sea valor la propensión a mostrarse bravucón con los débiles y sumiso ante los que son más fuertes que nosotros.
¿Hay alguien que aún cree que a la nueva «coalición internacional» le interesa el pueblo libio? Deberíamos saber que detrás de la expresión «respeto de los derechos humanos» se esconde lo que mueve de verdad: los «derechos de propiedad» sobre los recursos, sobre las reglas comerciales y los negocios que son rentables (como la misma guerra). Las potencias occidentales no están inventando nada con ello, sino que únicamente siguen siendo fieles a aquellas férreas creencias en que les instruyera John Locke, el «Gran Liberal» para quien la expansión de la civilización burguesa justificaba la violación de todo derecho humano: los «derechos humanos» se instauran matando o esclavizando a los que no se someten a dicha expansión (Franz Hinkelammert).
Mientras en Libia caen los Tomahawk, el «reino» de Bahrein respira la paz que proporciona el irrespeto sistemático de los derechos de muchos de sus ciudadanos, pero acompañado en esta ocasión del acuerdo total con los derechos de propiedad de los lacayos de Occidente. Eso hace la auténtica diferencia entre que te tiren bombas o te aplaudan por no haber causado más de unas decenas de muertos.
¿No «autorizó» la ONU esta acción militar sobre Libia? Efectivamente y con esta resolución suma una nueva payasada con consecuencias mortales, una raya más en su apestosa y sucia piel. Casi diez años después de los rotundos fracasos en Afganistán e Irak -que no han llevado ninguna democracia, pero sí cegaron millones de vidas-, la ONU vuelve a mostrar con claridad a quiénes obedece.
Es preciso que comprendamos la decepción y confusión de muchos defensores profesionales de los derechos humanos, creyentes y humanitarios sinceramente comprometidos. Parece que los derechos no son tan claros ni tan puros cuando se acompañan del nuevo «humanitarismo de invasión». El espectáculo de los derechos humanos a sangre y fuego requiere mucho hígado sano o al menos un estómago fuerte. Esto es más evidente cuando vemos a unos pueblos que quizás no están preparados para tanta felicidad cayendo en forma de bombas o misiles, sobre guarderías y hospitales que fueron construidos «por error» al lado de algún cuartel. Cientos de miles de civiles masacrados en cada sitio por el que pasan los Cruzados del Atlántico Norte son elocuente testimonio de que la «precisión quirúrgica» sólo existe en los quirófanos, pero nunca en las guerras.
¿Por qué no podemos decir una palabra digna al genocida en potencia que viene a nuestra casa? Tenemos miedo, está clarísimo. Nuestro miedo es el mismo de aquel a quien le han secuestrado un familiar, el del chantaje que puebla nuestras pesadillas: «Tú me dejas poner unas bases y yo no expulso a tu padre, a tu hermana, a tu primo…» Sabemos los riesgos de negociar con terroristas de esta calaña, y aún así seguimos pensando que es lo único que podemos o debemos hacer. Es triste decirlo, pero esto no es más que radical desesperanza.
No siempre fuimos así. Algunos de los mejores hijos e hijas de este país entregaron generosamente sus vidas por la justicia. Muchos lucharon contra la pandilla de criminales que cuidaban los intereses de quienes consideraban a este país como su finca particular y no temieron aun cuando tuvieron que enfrentarse a la maquinaria económica y militar de aquel actor de tercera que fuera Ronald («Rambo») Reagan. ¡Recobremos el valor que tuvimos un día y hagamos que la estancia del actual presidente gringo sea inolvidable! Este 22 de marzo, armémonos de dignidad y solidaridad, y salgamos a recibir a Obama, no de cualquier manera, sino como se lo merece el nuevo verdugo del pueblo libio.
Carlos Molina Velásquez. Académico salvadoreño y columnista del periódico digital ContraPunto
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