Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En el primer nombramiento de importancia de su gobierno, el presidente electo Barack Obama ha designado jefe de gabinete al congresista Rahm Emanuel, ciudadano israelí y veterano del ejército israelí, cuyo padre, según el periódico israelí Haaretz, fue miembro de las fuerzas del Irgún de Menachem Begin durante la Nakba y bautizó a su hijo según un «combatiente del Lehi [«Luchadores por la Libertad de Israel»], es decir miembro de la Banda Stern, terroristas responsables por, aparte de atrocidades contra palestinos [como el baño de sangre de Deir Yassin, N. del T.], del famoso atentado contra el Hotel Rey David y del asesinato del enviado de paz de la ONU, conde Folke Bernadotte.
En una rápida reacción ante esta noticia, el editorial en Arab News (Jeddah) del día siguiente llevaba el título: «No esperen demasiado de Obama – Emanuel es su jefe de gabinete y eso envía un mensaje.» El editorial se refiere al Irgún como «organización terrorista» (una opinión subjetiva) y concluye: «Lejos de cuestionar a Israel, puede resultar que el nuevo equipo sea tan pro-israelí como el que reemplaza.»
Qué así sería fue siempre probable. Obama prometió repetidamente su lealtad incondicional hacia Israel durante su campaña, del modo más memorable en un discurso ante la convención nacional de AIPAC, que el activista israelí por la paz Uri Avnery caracterizó como «un discurso que rompió todos los récords de servilismo y adulación», y que EE.UU. eligiera un día a un presidente negro siempre ha sido más fácil de imaginar que el que algún presidente estadounidense declarara la independencia de su país de la dominación israelí.
A pesar de todo, una de las mayores ventajas para EE.UU. al elegir a Barack Hussein Obama era la perspectiva de que los más de 1.000 millones de musulmanes del mundo, que ahora ven a EE.UU. con un aborrecimiento y un odio casi universales, quedaran deslumbrados por la elocuencia, la biografía, el color de la piel y el segundo nombre del nuevo presidente, volvieran a pensarlo con amplitud de ideas y dieran a EE.UU. una posibilidad de redimirse ante sus ojos y corazones – y no a propósito, se redujeran drásticamente las largas filas de candidatos a yihadistas ansiosos de sacrificar sus vidas para golpear al imperio del mal.
La profunda aversión y odio del mundo musulmán hacia EE.UU., que siempre han tenido sus raíces en el apoyo incondicional de EE.UU. para las injusticias infligidas, y que todavía son impuestas, a los palestinos, pueden ser considerados objetivamente como el núcleo de los problemas primordiales de política exterior y de «seguridad nacional» que ha enfrentado EE.UU. en los últimos años. ¿Por qué habrá decidido Obama, un hombre de indudable brillantez, enviar un mensaje tan despectivo al mundo musulmán con su primer nombramiento de importancia? ¿Por qué podría querer desengañar al mundo musulmán de sus esperanzas (por modestas que hayan sido) y darle una bofetada a la primera oportunidad?
Se rumorea que sobrevendrá otro mensaje desafiante – la designación como «Enviado para la paz en Oriente Próximo» de Dennis Ross, el tristemente célebre propugnador de ‘Israel ante todo’ quien, durante los 12 años de los gobiernos de Bush Primero y Clinton, aseguró que la política estadounidense hacia los palestinos no se desviara un milímetro de la política israelí y que no se hiciera progreso alguno hacia la paz, y quien ha dirigido desde entonces el ‘think-tank’ vástago de AIPAC, el Instituto para Política de Oriente Próximo de Washington.
A pesar de todo, ya que es casi siempre constructivo buscar algo de luz en las nubes más oscuras, es posible encontrarla y citarla. Durante décadas, la dirigencia palestina ha estado «esperando a Godot» – esperando que el gobierno de EE.UU. termine por hacer lo correcto (aunque sea por su obvio interés propio) y obligue a Israel a cumplir con el derecho internacional y las Resoluciones de la ONU y le permita tener un mini-Estado decente en una ínfima porción de la tierra que otrora fuera suya.
Nunca fue una esperanza realista. No ha sucedido, y nunca sucederá. Así que es perfectamente posible que más valga no desperdiciar ni ocho días más (y ni hablar de ocho años más) ni permitir que nos manipulen y que nos tomen por tontos mientras más tierras palestinas son confiscadas y construyan más colonias judías y carreteras de circunvalación sólo para judíos en esas tierras, aferrándonos a la falsa ilusión de que el encantador míster Obama, por admirable que pueda ser en tantos otros aspectos, termine (aunque sólo sea en un segundo período, cuando ya no tenga que preocuparse por la reelección) por ver la luz y haga lo correcto. Hace tiempo que los propios palestinos debieran haber tomado la iniciativa, poniendo a cero la agenda y declarando un nuevo «juego aceptable para todos.»
Además, en febrero, Israel elegirá un nuevo Knesset [Parlamento]. Bibi Netanyahu, quien, según sugiere la mayoría de los sondeos y de los cálculos sobre la formación de una coalición, es el que tiene la mayor probabilidad de emerger como el próximo primer ministro, tiene una (aunque sea la única) gran virtud. Es absolutamente honesto al no expresar ningún deseo (por poco sincero que sea) de considerar la creación de un «Estado» palestino (sea decente o de naturaleza inferior a un Bantustán) o de involucrarse ostensiblemente en alguna conversación (por interminable y fraudulenta que sea) sobre esa posibilidad. Su vuelta al poder cerraría definitivamente la puerta a la ilusión de una «solución de dos Estados» en algún sitio en un horizonte que cada vez se aleja más.
Ese hecho constituiría una bendición y una liberación para las mentes palestinas y las aspiraciones palestinas. Su(s) dirigencia(s) podrían entonces volver, después de un desvío costoso y doloroso, a los principios fundamentales, a dedicarse al objetivo de un Estado democrático, no-racista y no-sectario en todo Israel/Palestina con igualdad de derechos para todos los que vivan allí.
Este justo objetivo puede y debe ser perseguido por medios estrictamente no-violentos. Si el objetivo es convencer a un movimiento colonial de asentamientos, determinado y poderoso, que quiere apoderarse de tu tierra, colonizarla y conservarla (terminando por limpiarla de tu persona y de los otros nativos), de que debe cesar, desistir e irse, las formas no-violentas son suicidas. Si, sin embargo, el objetivo fuera obtener plenos derechos de ciudadanía en un Estado democrático, no-racista (como fue el caso en el movimiento por los derechos civiles en EE.UU. y el movimiento contra el apartheid sudafricano), la no violencia es el único método viable. La violencia sería totalmente inadecuada y contraproducente. El método moralmente impecable sería también el tácticamente efectivo. El camino ético sería el único camino.
Ningún presidente estadounidense – menos que nadie Barack Obama – podría apoyar fácilmente el racismo y el apartheid y oponerse a la democracia y a la igualdad de derechos, especialmente si la democracia y la igualdad de derechos fueran reivindicadas por medios no-violentos. Nadie podría hacerlo con facilidad. Sería obvio lo que ocurriría, y se acabaría el tiempo para el gastado juego de un «proceso de paz» perpetuo como excusa para retardar eternamente decisiones (mientras se crean más «hechos en el terreno»).
La democracia y la igualdad de derechos no llegarían rápida o fácilmente. Pasaron cuarenta años desde que, en la noche antes de su asesinato, el doctor Martin Luther King exclamó había estado en la cima de la montaña y había visto la tierra prometida, hasta la elección de Barack Obama como presidente de EE.UU. (La Biblia sugiere un período similar de espera con Moisés en el desierto.) Cuarenta y seis años pasaron desde la instalación de un régimen formal de apartheid en Sudáfrica hasta la elección de Nelson Mandela como presidente de una «nación de arco iris» plenamente democrática y no racista.
Aunque podría esperarse que la transformación fuera mucho más rápida en Israel/Palestina, es obvio que muchos que ya pueden ser considerados como «ciudadanos mayores» no vivirán para ver la tierra prometida. Sin embargo, si la tierra prometida de un Estado democrático con derechos iguales para todos es percibida correcta y claramente y buscada persistente y pacíficamente, hay amplios motivos para confiar en que un día Israel/Palestina vivirá un día la emotiva exaltación de un «Momento Mandela» o un «Momento Obama», que restaure la esperanza en el potencial moral de una nación y de la humanidad, y en que judíos, musulmanes y cristianos que viven en ella terminen por llegar a su tierra prometida.
————-
John V. Whitbeck, abogado internacional que ha asesorado al equipo palestino en negociaciones con Israel, es autor de «The World According to Whitbeck».