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Un gran elefante en un bazar

Obama, petróleo y guerra

Fuentes: Tiempo

A pesar de las denuncias y el prolongado desgaste de sus fuerzas en Afganistán, el Congreso acaba de aprobar el presupuesto solicitado por Obama para luchar contra el terrorismo islámico y a favor de la industria bélica. Las graves denuncias que se filtraron en Internet -en el sitio WikiLeaks− sobre delitos de lesa humanidad cometidos […]

A pesar de las denuncias y el prolongado desgaste de sus fuerzas en Afganistán, el Congreso acaba de aprobar el presupuesto solicitado por Obama para luchar contra el terrorismo islámico y a favor de la industria bélica.

Las graves denuncias que se filtraron en Internet -en el sitio WikiLeaks− sobre delitos de lesa humanidad cometidos en Afganistán por tropas estadounidenses y sus aliadas, lo tienen a Obama preocupado. Más por advertirle a la prensa vía email que no consideren objetivos los 92 mil informes que revelan delitos y graves hechos cometidos en el territorio del país asiático, que abocado a dirimir la disyuntiva en la que se encuentra su gobierno tras una década guerrerista signada por graves violaciones a los Derechos Humanos cometidas contra la población civil afgana.

Casi paralelamente a este episodio, se produce la acusación contra Venezuela de proteger a las FARC colombianas por parte del saliente presidente colombiano, Álvaro Uribe, el mejor alumno en el Plan Colombia. Situando, otra vez, en la órbita pública un secreto a voces: la implacable ambición de los Estados Unidos de avanzar sobre el petróleo venezolano y de paso quebrar el proyecto político bolivariano. El nuevo episodio que volvió a distanciar a Colombia y Venezuela, no es más que la peligrosa y condescendiente despedida de Álvaro Uribe del sillón presidencial de Bogotá, pegado con cemento al Plan Colombia, mientras las banderas norteamericanas flamean sobre las siete bases militares hambrientas de acción no sólo en Venezuela. Aunque el puesto 9 en el escalafón mundial de países productores de petróleo la convierta en un blanco preferido en el marco de la estrategia que tiene reservada para la región el país del norte.

Contrariamente a la minimización que mereció por parte de Obama la difusión de los contenidos de documentos secretos en el caso de Afganistán, el Departamento de Estado, a la vez que calificó como una respuesta «desafortunada» de Venezuela la ruptura de relaciones, afirmó que la presencia de 1500 guerrilleros refugiados en el vecino país en decenas de campamentos, denunciada por Uribe y sin pruebas fehacientes, deben ser tomada «muy en serio».

La presencia de los EE UU en Colombia y Afganistán no es casual. Ambos países, son los mayores productores de cocaína y heroína, respectivamente. Y como lo señaló recientemente Fidel Castro, «es lógica, dado que el país creador de mercados y promotor del consumo de estupefacientes es los Estados Unidos, lo que demuestra el nivel de irresponsabilidad de ese país al no poder controlar sus intenciones de dominio».

Pero a Obama no le tiembla el pulso y lo prometido es deuda. A pesar de las graves denuncias y el prolongado desgaste de sus fuerzas en Afganistán, el Congreso acaba de aprobar el presupuesto por él solicitado para luchar contra el terrorismo islámico y a favor de la insaciable industria bélica. Mientras el mandatario estadounidense, aún tomando distancia de la explosiva denuncia, expresa también «preocupación» por los «daños colaterales», según gusta renombrar la Casa Blanca a los delitos de lesa humanidad, los recursos liberados se incrementaron en 33 mil millones de dólares (25 mil millones de euros) con motivo de los costos adicionales que impone el envío de 30 mil soldados al país asiático y cumpliendo con la nueva estrategia que había anunciado el mismo Obama el año pasado.

Y por aquello de que si hay pobreza que no se note, recordemos que también fueron asignados, como parte del presupuesto de este año, algo así como 46 millones de dólares para mejorar la instalación en Palanquero en Colombia, con el propósito de apoyar la «Estrategia de Postura de Teatro» del Comando Combatiente, y «dar una oportunidad única para operaciones de amplio espectro en una subregión crítica de nuestro hemisferio, donde la seguridad y estabilidad está bajo la constante amenaza de insurgencias terroristas, gobiernos antiestadounidenses, la pobreza endémica y las frecuentes desastres naturales», según consta en el informe de la Fuerza Aérea de los EE UU de 2009. Tema, este, que por estos días vuelve a colocar a la Unasur a partir del conflicto Colombia-Venezuela frente a un desafío de carácter estratégico y de fina y compleja diplomacia. Por lo pronto será un tema central en la reunión de cancilleres de este organismo regional previsto en Quito, Ecuador por estos días. Como también lo fue en las reuniones mantenidas por el presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos y el canciller Maduro de Venezuela esta semana con la presidenta Cristina Kirchner. Como ya se ha difundido, el secretario de la Unasur, Néstor Kirchner, ha sido propuesto como mediador del conflicto entre Venezuela y Colombia, desplazando, de este modo, la histórica mediación que asumían los Estados Unidos para estos casos.

El cuadro de situación no es alentador para «el premio Nobel de la Paz 2009», pero tampoco para el resto del mundo: o Afganistán sigue siendo ocupada por sus fuerzas, lo que parece ser su postura a la luz del aumento en recursos bélicos y fuerzas, situación que lo responsabiliza por darle continuidad a delitos de lesa humanidad, comprobados fehacientemente. O decide retirarse del territorio afgano enfrentando en su propio país a los sectores de «derecha» o halcones ( definición política que ya queda por debajo de lo que se suele interpretar políticamente) que, aunque parezca increíble, ven en Obama el peligro de «una salida socialista» ante la crisis que aqueja a los Estados Unidos y que exporta con más guerra. A pesar de que la guerra en Afganistán ya excede los gastos que provocó la invasión a Irak, el descubrimiento de reservas de minerales por un valor calculado en un billón de dólares (hierro, cobre, cobalto, oro y sobre todo litio), suma a los factores geopolíticos una nueva justificación para la rapiña de sus recursos naturales, y la permanencia de las fuerzas americanas en el país asiático, muy lejos del objetivo tan mentado −como tan poco logrado− de «luchar contra el terrorismo».

En el caso de la Región Latinoamericana, Centroamérica y Caribe, no escapa a nadie que el primer punto de preocupación de la Unasur es la creciente militarización de la región tras la instalación de nuevas bases militares estadounidenses en distintos países de Latinoamérica, siendo la cabeza de playa de esta política del país del norte, Colombia. Por eso, la reciente provocación del saliente presidente colombiano, Álvaro Uribe debemos interpretarla en este contexto.

Mientras tanto, varios analistas internacionales siguen de cerca el posible ataque armado de fuerzas estadounidenses a Irán y Corea del Norte. Un tema sobre el que ha hablado en los últimos meses y en forma recurrente y puntualmente Fidel Castro y al que califica de «ineludible», tornando mucho más sombrío el panorama mundial, donde la paz es un objetivo cada vez más lejano.

La voracidad por los recursos naturales ajenos, sumado al negocio imparable de la guerra está haciendo estallar en mil pedazos la vida y el futuro de millones de seres humanos en la superficie de la tierra, y también en la profundidad peligrosa de las plataformas petroleras, como la de Deepwater Horizon, que el pasado mes de abril produjo por responsabilidad e irresponsable ambición del gobierno de los Estados Unidos el mayor desastre ecológico del que se tenga conocimiento hasta hoy. En tanto, el presidente Obama frente a todo esto envía correos a los periodistas para que no se fíen de algunas informaciones y dice «estar preocupado», mientras camina como un elefante en el bazar del petróleo y la guerra.

Fuente original: http://tiempo.elargentino.com/notas/gran-elefante-bazar

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.