En esos mismos tiempos en que yo caminaba por la Fazenda Anonni para ver el comienzo de la rebelión de los «sin tierra», y el campo de Brasil de inundaba de ojos, en Uruguay los ojos estaban prohibidos de mirar… Las paredes agobian su pensamiento, lo estrechan. Caminan por sus ojos y se hacen fantasmas. […]
En esos mismos tiempos en que yo caminaba por la Fazenda Anonni para ver el comienzo de la rebelión de los «sin tierra», y el campo de Brasil de inundaba de ojos, en Uruguay los ojos estaban prohibidos de mirar…
Las paredes agobian su pensamiento, lo estrechan. Caminan por sus ojos y se hacen fantasmas. Dentro de ella, no hay nada que reviva el mundo en la sangre de las venas. Todo parece vaciarse. La realidad se derrite en la memoria que, se pasea mil veces por su mente. Memoriar, llorar, rabiar y hasta putear, son los verbos que forman parte de este mundo tras los fierros. Qué puta vida tiene la poesía. Qué solo es el rumbo de la mirada. Qué ciego es el mundo de sus ojos, cuando la piel no toca nada.
Ese lugar que ella habita desde hace diez años es la mugre golpeando las entrañas, ensuciando la realidad, torturando el alma de los sueños que, supieron crecer alguna vez, con sonrisa crecieron, creyendo que la brisa refrescaba el rostro hasta el amanecer. Pero, ¿dónde quedó el amanecer? ¿Es un fantasma de la mirada o solo un sueño que no quería soñar? Es una realidad que, no quería construir otros sueños más dulces y certeros que este, tan aprisionado y roto, tan maltratado por la falta de una caricia y, el ruido de las llaves del carcelero.
Sin embargo, los ojos de ella presienten otros ojos que miran desde afuera. Su pensar imagina que las palomas guiñan al azar y, se ríen de las estatuas. Imagina que caminan por toda las calles, rodean la ciudad y asaltan los edificios. Imagina dormidos ojos de colores; brillantes ojos de agua fresca que, atraviesan la celda. Imagina lágrimas serenas de ojos húmedos, ojos que ya no se queman en la arena, ojos de agua, ojos sonrientes y pintados de circos caminantes.
Ella piensa una consigna, se la imagina todavía pegada en alguna pared de Montevideo. Piensa en los tiempos de sembrar. Piensa en algún tango. Pero las paredes que ve no están libres en alguna vereda de la ciudad. Las paredes son muros grises queriendo apoderarse del futuro. El mundo se desangra en su garganta y, los tiempos ya no alumbran nada. ¿Qué hacer con tanto sueño destruido? ¿Qué amar cuando la vida se desgrana? ¿Qué voz para quebrar tanta nostalgia? ¿Qué futuro, cuando son diez años sin mirada?
* Este texto pertenece al libro «Carta a un hermano (retazos de la memoria)», que aparecerá próximamente en varios países de América.