Nicaragua vive la crisis política y social más violenta de los últimos 40 años. Se desató el 18 de abril, cuando las protestas contra una reforma del gobierno de Daniel Ortega se convirtieron directamente en un reclamo urgente de renuncia del presidente. Desde ese entonces, la represión de los manifestantes ha dejado entre 322 y […]
Nicaragua vive la crisis política y social más violenta de los últimos 40 años. Se desató el 18 de abril, cuando las protestas contra una reforma del gobierno de Daniel Ortega se convirtieron directamente en un reclamo urgente de renuncia del presidente. Desde ese entonces, la represión de los manifestantes ha dejado entre 322 y 448 muertos, según el conteo de distintas organizaciones civiles.
Con el objetivo de denunciar estas muertes y otras violaciones a los derechos humanos, se creó la Caravana de Solidaridad Internacional con Nicaragua, que en estos días camina por América del Sur. Uno de sus integrantes es el activista Yader Parajón Gutiérrez, que forma parte del Movimiento Madres de Abril desde que su hermano fue asesinado en mayo por las fuerzas del gobierno en la Universidad Politécnica de Nicaragua.
En diálogo con la diaria, el activista de 27 años habló de la constante persecución que sufren los familiares de las víctimas , insistió en la necesidad de que Ortega deje el poder para que el país pueda transitar «hacia una democracia» y advirtió sobre la posibilidad de que la crisis nicaragüense afecte a los demás países del continente.
-¿Cómo surgió y en qué consiste la Caravana de Solidaridad Internacional con Nicaragua?
La caravana surgió de la necesidad de informarle al mundo sobre la situación que vivimos en nuestro país, y tiene diferentes misiones. Tocamos las puertas de medios de comunicación, partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil de los países que visitamos. En algunos momentos, también, hemos tenido que contactarnos con cancillerías para ver qué opciones de solidaridad y de apoyo podían aportar para la salida de Ortega.
El objetivo de esto no es sólo generar empatía sino también que puedan ver que Nicaragua -o cualquier otro país que tenga esta misma crisis- podría provocar a mediano o largo plazo una desestabilización en el continente. En ese sentido, es una campanada de alerta. Hay una situación humanitaria crítica que no se puede seguir permitiendo, y todos los países del continente tienen que tomar acciones.
-¿Quiénes integran el Movimiento Madres de Abril y qué reclaman?
Somos familias de las víctimas asesinadas por el gobierno de Daniel Ortega y [su esposa, la vicepresidenta] Rosario Murillo. Desde la directiva provisional, de la que soy parte, venimos trabajando en varios aspectos. El primero fue la denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos [CIDH] para que se contaran nuestros muertos. Un segundo paso fue ver qué mecanismo de acompañamiento nos iba a dar el Meseni [Mecanismo Especial de Seguimiento para Nicaragua], propuesto por la CIDH en junio. Ahora, nosotros exigimos la salida inmediata de Daniel Ortega. Además de organizar marchas con este fin, estamos impulsando una campaña para exigir justicia, porque no queremos que más familias sigan engrosando nuestras filas. No queremos que más familias nicaragüenses sean parte de nuestro dolor. Esto lo vamos a conseguir sólo si Ortega se va del poder. Porque no es que la gente quiere que se vaya Ortega porque lidera un Estado fallido: Ortega no puede seguir gobernando por cuestiones de seguridad de la población. Hay una cacería, hay más de 200 presos políticos. Ortega está apresando más muchachos para que, en una posible salida, él pueda negociar su amnistía. Pero nosotros no consideramos ningún espacio de impunidad.
-Usted ha denunciado en varias ocasiones que desde el asesinato de su hermano su familia ha sido «revictimizada» y sufre persecución. ¿De qué manera?
La persecución no es sólo a mi familia, es a todos los familiares de las víctimas. Ortega no nos deja vivir nuestras vidas. En mi caso, mi casa fue marcada con una equis, un símbolo que ya se había visto en otros casos en Nicaragua en lugares que después fueron asaltados por civiles armados que pertenecen a la Juventud Sandinista [JS]. El miércoles 13 de junio tuvimos que salir de mi casa porque las turbas entraron a nuestro barrio a hacer desastres, hirieron a muchos muchachos, y por entonces ya había una campaña de desprestigio en mi contra en Facebook: decían que yo pertenecía a una mara y que prácticamente era un desestabilizador del país.
Logramos salir y fuimos a unas casas de seguridad. Nuestros amigos y vecinos nos escribían a diario para decirnos que dos motorizados encapuchados se apostaban en nuestra casa y permanecían ahí todas las noches. Hubo un momento en que dos amigos que tienen negocios cercanos a mi casa, en diferentes cuadras, nos avisaron que habían preguntado por nosotros. En uno, se presentaron dos motorizados con cascos que nunca se quitaron, no se identificaron y directamente preguntaron: «Y los Parejones, ¿qué se hicieron?». En el otro comercio, también sin identificarse y con la cara súper tapada, preguntaron si nosotros todavía estábamos en el país. Entonces no podemos volver a casa. Y así hemos sido revictimizados todos. Hay personas, brazos políticos de Ortega, que se infiltran en las marchas contra el gobierno, te toman fotos y te hacen un seguimiento hasta tu casa de seguridad. Después tú vas al súper y, cuando sales, te agarran y te llevan. Todo esto está premeditado, hay un trabajo de inteligencia maquiavélico. Las familias que integran nuestro movimiento han tenido que salir hacia Costa Rica, España, o a otras regiones de Nicaragua. Hay que estar en movimiento constante para que no te ubiquen. Se llegó al punto de que las turbas interrumpieron a muchas familias mientras enterraban a sus integrantes asesinados, obligándolas a un entierro inmediato para poder salir huyendo y evitar que los mataran. Porque uno de los objetivos de Ortega es asesinar a todas las familias de los ya asesinados por él para que callemos, para que no exijamos justicia, porque somos una gran presión social y moral.
¿Quiénes integran estas «turbas» a las que hace mención?
En Nicaragua, constitucionalmente, hay dos fuerzas armadas: la Policía Nacional y el Ejército. Cabe señalar que quienes murieron en estos meses han sido asesinados con armas a las que sólo tiene acceso el Ejército. Llamamos turbas a los terceros armados, que son jóvenes civiles -hombres y mujeres- que pertenecieron en un primer momento a la JS, como brazo político del sandinismo, y que hoy Ortega ha armado.
-¿Por qué son los estudiantes los que tomaron el liderazgo de las protestas que se desataron el 18 de abril?
Los universitarios que se alzaron en contra del gobierno ese 18 de abril han venido protestando desde hace mucho tiempo contra las reformas electorales, reformas al seguro social, a la ley orgánica de la Policía y al Ejército y, en general, a los diferentes poderes del Estado. Los muchachos vienen creciendo ante una serie de violaciones a los derechos humanos que también llegaron a otros niveles. Por ejemplo, son muy pocos los universitarios que tienen un trabajo y, cuando lo tienen, trabajan de lunes a viernes para sustentar el estudio del sábado. Sólo tres de cada diez nicaragüenses tenían trabajos formales, y quienes los tenían debían pagar las cuotas patronales, así como más dinero por su seguro social. Hoy lideran las movilizaciones porque como estudiantes nunca han tenido una empatía y una apertura con el gobierno. Entonces, a lo largo de estos diez años, se fueron creando disidencias. ¿Por qué? Porque todo se hacía mediante manipulación. Vos como estudiante no podías postularte a una beca del Estado o de una universidad privada si no pertenecías a la JS. No podías postularte a un trabajo del Estado si no tenías una carta firmada por miembros del partido de gobierno. Los muchachos consideraron que la realidad ya era inaceptable. Ese día, se protestó para presionar al gobierno a que derogara la ley de reforma de la seguridad social. Eso tomó cuatro días. Desde el primer momento, Ortega apostó a la política del plomo, a matar a la gente, entonces, aunque después derogó la ley, no hubo vuelta atrás. Los movimientos consideraron que un muerto ya era inconcebible, se solidarizaron con esa familia, y dijeron: de acá no vamos a salir hasta que Ortega se vaya.
-En este panorama, ¿cómo está actuando la oposición política?
Hoy la oposición política es la sociedad civil. Sin partidos, sin diferencias políticas, económicas o religiosas, nuestra única bandera es la nacional. Esa es la concertación más grande que se opone al régimen de Ortega. O sea, somos 85% de la población que estamos exigiendo su salida inmediata, no sólo por corrupto, sino por asesino.
-¿Cuál es el plan por el que apuesta esta concertación si Ortega deja el poder?
Hay una «ruta de la democracia», que propone la llamada Articulación de los Movimientos Sociales y Organizaciones de la Sociedad Civil, integrada por campesinos, feministas, comunidades LGBT y otros sectores. Lo primero que hay que hacer después de la salida de Ortega es una Junta de Gobierno que esté acompañada por algún sector como la iglesia, que es la única entidad creíble a nivel social en el país. Esa Junta de Gobierno deberá crear una Asamblea Constituyente para disolver la Asamblea Nacional -que hoy es el brazo político de Ortega- y preparar el camino a unas elecciones transparentes que se celebrarán de forma adelantada. Esa Junta de Gobierno podrá ejercer funciones durante un año, en el que tendrá que reflexionar sobre quién puede liderar sus intereses. La única condición es que los miembros de esta junta, que tiene que ser multisectorial, no podrán participar en las elecciones adelantadas, porque es justamente lo que hizo Ortega cuando se presentó a las elecciones de 1984.
-¿Qué análisis hace de la evolución que ha tenido el gobierno de Ortega?
Él se vendió como de izquierda y progresista y al final no lo es. El primer hito fue cuando penalizó el aborto. Lo hizo para poder manipular a ciertos sectores de Nicaragua, un país muy religioso. Para venderse como un hombre nuevo, utilizó a Miguel Obando y Bravo, que en su momento era arzobispo de Managua y cardenal de la iglesia católica, y armó la Comisión de Paz y Reconciliación de gobierno. Usó personajes que en ese entonces eran idolatrados por la sociedad. En el caso de Obando y Bravo, era el primer cardenal de Centroamérica y eso tiene mucho sentimentalismo religioso. Entonces lo puso a presidir esa comisión y en agrado a él y a la iglesia penalizó el aborto. El segundo hecho que marcó el cambio es que el combustible empezó a subir desde que él asumió la presidencia, no había una estabilidad en los precios. De hecho, desde que llegó al gobierno, hay una total inestabilidad económica. Un tercer momento es cuando comenzó a hacer tratados con empresas transnacionales de minería que están terminando con la naturaleza del país. Un cuarto momento es cuando empezó a desplazar a las comunidades indígenas, a punta de plomo, de la reserva Indio Maíz y de otros sectores de la zona del Caribe. La conservación de la naturaleza por parte del Estado es nula. Otro punto es que también ha vendido nuestra soberanía a un empresario chino. Entonces no podés decir que el gobierno es progresista. ¿Dónde está esa izquierda que proclamaba?
-¿Identifica algún punto de quiebre en esta evolución?
Yo considero que el quiebre se dio cuando pactó con José Arnoldo Alemán [que fue presidente de Nicaragua de 1997 a 2002]. Porque pactó con la derecha, con el gobernante de turno, que era el más corrupto de la región, a cambio de que el porcentaje necesario para poder ganar las elecciones pasara de 50% a 35%. Como él sabía que su techo electoral era de 38%, jamás iba a volver al poder, a menos que hiciera una alianza. En ese pacto con la derecha, Ortega vendió toda su «izquierda».