Una forma despectiva de tratar al pueblo en Honduras, que se generalizó en la mayoría de los medios de comunicación escritos y hablados, en los años setenta, ochenta y a lo largo de la década de los noventa del siglo recién pasado, es conferirle al pueblo pobre el sustantivo medio adjetivo de «Juan Pueblo», dotándolo […]
Una forma despectiva de tratar al pueblo en Honduras, que se generalizó en la mayoría de los medios de comunicación escritos y hablados, en los años setenta, ochenta y a lo largo de la década de los noventa del siglo recién pasado, es conferirle al pueblo pobre el sustantivo medio adjetivo de «Juan Pueblo», dotándolo a éste en el espacio de la ficción, de un carácter de defensor de los desprotegidos, de ese superman con capa deshilachada que salva a los huérfanos y a las viudas desamparadas de los males sociales, como formas estereotipadas de confrontar con un mal natural, sin conexión ni social ni cultural. Esto se suscitó gracias a que los sectores que marcaban la línea de la conflictividad social, por su ausencia en la palestra pública, constelaban con ripios sardónicos sin vinculaciones reales ni alternativas coherentemente estructuradas, dejando a los actores de la iniquidad política solos en una isla de la fantasía y del derroche.
Ante la voracidad de un poder solitario y sin detractores, nació en los aparatos ideológicos del Estado, la idea de crear un oposición imaginaria que en forma convencional y caricaturesca, y plagiada de paso indecentemente, a un humilde hombre llamado René Valladares, atacara el alza de los huevos aunque el valor de estos estuviera abajo, se pronunciara en contra el alza de la leche y de nuestra mala suerte económica y se quejara de la baja en los salarios, como formas arregladas de protestas sociales, y de soluciones light que pretendían adecentar un sistema que cumpliendo con estos mínimos requerimientos, llegaría a los estadios de una sociedad ideal.
Juan Pueblo fue el signo de la defensa civil y de la desobediencia artificiosamente creada en los centros de poder de los medios de comunicación, y el hazme reír de las élites que gozaban con ese personaje bobalicón, quien sin ningún reparo político aceptaba las exclusiones sociales y la limosna, y, sobre todo, las relaciones de poder que fundaban las jerarquías en todos los órdenes de la vida.
Pero la vida tiene sus paradojas, y las burlas de los dueños del poder se han convertido en miedo, y casi pánico, ante la encarnación de ese personaje de ficción en una persona de nervio y hueso y de carácter, que ha crecido de forma aparentemente inofensiva y ha creado recelos tanto en la derecha, tomando en consideración la significativa presencia ubicua que tiene el poder para dirigir sus ataques, a través de sus mecanismos de control social, y de los métodos que utiliza para silenciar la verdad y para difundir la mentira como el pan envenenado de cada día en la mesa de los comensales de opinión pública; como también en una seudoizquierda que ha renunciado al análisis coyuntural y se ha decidido por descalificar personas y vulgarizar el debate en el terreno de la envidia, porque les resulta absurdo que el pueblo decida posiciones que están en contra de sus formas de interpretar la realidad, estos como los de la derecha subestiman al pueblo y creen que éste no piensa y no están dispuestos a someterse disciplinadamente a la decisión de las mayorías.
No es un opúsculo de culto a la personalidad, porque ni el que recibe nuestra mención pretende eso, ni sus ideales se postran ante la demagogia del mérito personal, puesto que sus luchas han sido colectivas y no de ahora, y jamás se han movido en el febril, fugaz y facilón esnobismo de la bohemia. Sin embargo, es necesario nombrarlo para que quede constancia histórica, y decir enfáticamente que ese personaje de dibujo bobalicón y con parches en sus ropa, que apenas esbozan una silueta inconfundible de paria urbano, se ha transformado en un ser de carne y hueso, y nervios y templanza, y con cara de indio cobrizo, y con una barba encanecida de luchas, que deletrea parsimoniosamente su nombre de pila, revestido de una inteligencia popular que ya la quisieran los hijos advenedizos de la imprenta siquiera para dominguear:
Juan Barahona. Su solo nombre irrita a la derecha, y a un puñado de seudointelectuales que todavía piensan que la inteligencia es gramatical, y que desde sus posiciones paternalistas al calor de un café burguesamente digerido, tienen el derecho ganado de dirigir al pueblo que para ellos no sabe y nunca sabrá nada
Juan se ha forjado en los combates contra el orden, ha sido un hombre paciente. El junto con Carlos H reyes, han aguantado los azotes de las fuerzas de seguridad, ha sufrido persecución, y no ha claudicado en momento alguno, y cuando se han suscitado decisiones, se ha sometido disciplinadamente al veredicto de las bases. Al contrario de lo que opinan muchos, la uniformidad más que señal de ausencia de debate es un signo claro de confianza en los lideres y una flexión que comporta el cambio de posturas cuando la coyuntura experimenta un cambio, Esa es una ley de la dialéctica. Todo cambia y no podemos bañarnos dos veces en el mismo rio que planteó bellas utopías pero en el reino del idealismo y no de la praxis. Ante ello, la crítica aviesa y denostadora de nombres y ademanes, se vuelve hueca, y el lenguaje procaz es una fuente primaria para llenar los espacios que deja reservado la derecha para el circo de la traición. Me imagino a Renato Álvarez y Armando Villanueva apuntando los nuevos nombres en sus agendas para que remocen los rostros agrietados de los Juan Ramones Martínez y de los Orteces Colindres.
Manuel Zelaya Rosales ha sido igualmente denostado por un grupo de seudointelectuales cuyas elucubraciones mentales e ideológicas no pasan de lo virtual, y para llegar a ellos es necesario trasponer el laberintico espacio de las direcciones y arrobas y puertos y teclas y redes sociales.
En eso estriba la diferencia de Juan Barahona, que no han ocupado de estas mediaciones electrónicas para llegar al pueblo, y el pueblo que es sabio no puede dejar de reconocer que este conductor, pese a haber tenido posibilidades de acomodamiento se ha jugado la vida en el campo de la lucha, como lo han hecho miles y miles de hondureños sin recurrir a poses doctorales, y que nos han regalado gracias a su conducción, un lugar para la utopía y un espacio legitimo en que tienen cabida nuestras aspiraciones y sueños. Negar eso es padecer de ceguera, y adoptar con claras contradicciones ideológicas, una paciencia cristiana de esperar más de dos mil años hasta que se produzca otro nuevo apocalipsis social en Honduras.
Juan un hombre humilde, sin dotes ni aires de intelectual, ha leído con la intrepidez del sabueso y con la sabiduría popular que se forja al margen de las letras y al calor de la rica tradición oral de los pueblos, que la lucha tiene diferentes caminos y que el electoral es legitimo como legitimo ha sido en Venezuela, como legitimo ha sido en Bolivia, como legitimo ha sido en Ecuador, Paraguay, Uruguay, Argentina, y en Perú, y se vuelve una alternativa con fundamento, en un izquierda mexicana que se decantó por la auto convocatoria y que solamente encontró en ella nada más que indiferencia y apatatia, porque la ingenua creencia que a la alteridad, la podemos sustituir con análisis sociopolíticos abstractos, ha caído por su propio peso y esta lección los ha orillado a decidirse nuevamente por el camino electoral
Juan Barahona ha elegido personalmente como ente individual que es, pero como subcoordinador ha dejado que Juan pueblo también decida, y a ese pueblo no se le puede despreciar bajo los argumentos de la uniformidad previamente consensuada. Las bases conocen a sus líderes y saben sobre todo que todas las decisiones que se adopten o los actos que se generen en el Frente, son nada más que un eslabón en la cadena de un proceso que ya tiene preocupados a las elites y desencantado a los tibios.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.