Mientras escribo veo imágenes de la manifestación convocada por la dictadura en 1975 en Madrid para apoyar el asesinato de cinco militantes antifascistas. El dictador se asoma a la balconada y con él está, entre otros, Juan Carlos Borbón, el mismo que hace unos días espetaba eso de «¿por qué no te callas?» al presidente […]
Mientras escribo veo imágenes de la manifestación convocada por la dictadura en 1975 en Madrid para apoyar el asesinato de cinco militantes antifascistas. El dictador se asoma a la balconada y con él está, entre otros, Juan Carlos Borbón, el mismo que hace unos días espetaba eso de «¿por qué no te callas?» al presidente venezolano. El caudillo pronuncia un discursillo tan patético como asqueroso, pero Borbón no le interrumpe. La muchedumbre reunida ruge fieramente. No han tenido suficiente con la sangre derramada, y eso que aún resuenan los ecos de las descargas de los fusilamientos, pero Borbón sigue ahí. Ni se indigna, ni se retira.
Borbón no interrumpe a Franco nunca. No lo hizo cuando era un crío y el gran asesino vigilaba su «educación». No espetó nada a Franco cuando éste lo puso a prueba preguntándole por la lista de los reyes godos. Tampoco lo hizo cuando el principal responsable del baño de sangre desatado tras 1936 lo convirtió, a dedo, en sucesor a la jefatura del Estado. Veo ahora las imágenes del No-Do y en ellas Franco, en las Cortes, se felicita -entre los aplausos entusiastas de los asistentes- por el nombramiento del sucesor. Borbón no sólo no interrumpe su discurso, sino que contesta apelando a la legitimidad del 18 de julio. No son situaciones excepcionales. Borbón crece a la sombra del dictador rodeado por sus hombres fuertes. No rompe con Franco pese que éste realiza una pirueta con la línea sucesoria para dejar en dique seco a su padre. Incluso en los últimos momentos de la vida de Franco, cuando el por fin moribundo pide a su heredero político que preserve la unidad de España, Borbón escucha con respeto, ni le corta la palabra ni abandona el lugar irritado.
Dime qué te indigna y te diré quién y qué eres. Toda una vida de silencios mansos ante el dictador ha quedado subrayada con ese arranque de nervio frente a Chávez. El monarca español ha tenido muchas ocasiones para indignarse y para reclamar silencio, pero no lo ha hecho, y por eso, atado y bien atado quedó su papel como jefe del Estado. ¿A qué viene ahora este numerito?