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Prólogo al libro «Rusia: del socialismo real al capitalismo real»

Fuentes: El Militante

Publicamos aquí el prólogo de Alan Woods al libro de Ariel Dacal y Francisco Brown Infante que se acaba de publicar en Cuba por la editorial Ciencias Sociales. El libro es un interesante análisis de las razones y las consecuencias de la caída de la URSS. «Rusia: del socialismo real al capitalismo real» se va a presentar el próximo lunes 6 de marzo en La Habana.

El libro de Ariel Dacal Díaz y Francisco Brown Infante es de un interés considerable, no sólo para el lector cubano, sino para el público en general. Cubre un espectro muy amplio, desde la usurpación del poder por parte de la burocracia stalinista después de la muerte de Lenin, pasando por la evolución de la economía soviética, la crisis del sistema burocrático, la llamada perestroika, y la destrucción de la Unión Soviética. Éstas son cuestiones claves de la época en que vivimos, y es imposible entender lo que está pasando en el mundo actual sin comprenderlas.

Para los enemigos del socialismo, el derrumbe de la Unión Soviética representa la prueba definitiva del colapso del marxismo y de la imposibilidad del socialismo. Hablan del fin del socialismo, del comunismo, y hasta del fin de la historia. No obstante, el regocijo de la burguesía después del colapso del Muro de Berlín fue prematuro. Los acontecimientos de los últimos diez años son una prueba suficientemente contundente de que la historia no ha terminado. Por todas partes estamos presenciando una honda crisis del sistema capitalista, caracterizada por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Éste es el período más inestable desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Los autores llegan a la conclusión de que el marxismo no es culpable. Las ideas del marxismo nunca han sido más relevantes que hoy en día. El documento más moderno de que se dispone es El Manifiesto Comunista, de Marx y Engels, escrito hace más de 150 años. Los autores demuestran con una abundancia de citas y pruebas que lo que fracasó en la Unión Soviética no fue el socialismo ni el comunismo sino una caricatura burocrática y totalitaria del socialismo.

Para nosotros los marxistas, la Revolución de Octubre de 1917 es el acontecimiento más importante en toda la historia. Aquí, por primera vez, si excluimos aquel episodio glorioso pero breve de la Comuna de París, las masas lograron derrocar el viejo régimen de esclavitud e iniciar -por lo menos iniciar- la transformación socialista de la sociedad. ¡He aquí un logro importantísimo!

La Revolución Rusa demuestra que la revolución socialista es posible incluso en un país tremendamente atrasado, como era la Rusia zarista. No hay que olvidar que en ese país antes del 1917 sólo había alrededor de cuatro millones de obreros industriales, de una población de 150 millones, mayormente analfabetos. En otras palabras, la Rusia zarista era un país bastante más atrasado que Bolivia o Perú de hoy.

La transformación de la Unión Soviética desde un país super atrasado hasta ser la segunda potencia del mundo después de los Estados Unidos es uno de los fenómenos más extraordinarios de la historia del mundo. A pesar de todas las mentiras, distorsiones y calumnias de la burguesía, que intenta por todos los medios menospreciar y negar los logros impresionantes del país soviético, esta transformación sin precedentes en la historia del mundo, demuestra la superioridad de una economía nacionalizada y planificada sobre la anarquía capitalista. En un par de décadas la Unión Soviética construyó una base industrial muy fuerte, lo que permitió un florecimiento de la enseñaza, la ciencia y la cultura. Los logros de ese país en el terreno de la salud y la medicina fueron igualmente innegables. La Segunda Guerra Mundial demostró la enorme superioridad de la Unión Soviética en el terreno militar. La guerra en Europa se redujo a un combate titánico entre la Unión Soviética y la Alemania de Hitler, apoyada por los recursos de toda Europa. Los norteamericanos e ingleses, hasta el último momento, fueron meros espectadores.

Después de la guerra, la Unión Soviética, que sufrió la muerte de 27 millones de sus ciudadanos (la mitad del total de víctimas a escala mundial), y la destrucción de gran parte de las fuerzas productivas construidas con tantos esfuerzos por la clase obrera soviética, logró reconstruir la economía en unos pocos años. En la década de los años cincuentas y los sesentas, la Agencia Central de Inteligencia norteamericana reconoció la superioridad de la Unión Soviética en muchos terrenos incluida la exploración espacial.

En palabras de León Trotski -el hombre que, junto a Vladimir Ilich Lenin, fue uno de los dos principales arquitectos de la Revolución de Octubre-, el socialismo había demostrado su superioridad, no en el lenguaje de la dialéctica sino en el lenguaje del acero, el cemento y la electricidad. Esto es algo tremendamente importante y tenemos que explicarlo a la nueva generación, combatiendo las calumnias y mentiras de la burguesía que quiere enterrar la Revolución de Octubre, como la burguesía inglesa enterró la memoria de Oliver Cromwell debajo de una montaña de perros muertos.

No obstante, la cuestión de la Unión Soviética es algo contradictorio. Hoy la gente tiene el derecho de preguntar: si había socialismo en la Unión Soviética, ¿por qué colapsó? A esta pregunta, los stalinistas y los autodenominados «amigos de la Unión Soviética» no tienen ninguna respuesta. Y realmente la pregunta no tiene respuesta si aceptamos que el régimen que había en ese país era socialismo de verdad. En realidad, el problema fue resuelto hace mucho tiempo por Lenin, que explicó muchas veces que lo que había en Rusia no era socialismo sino un régimen de transición, un régimen entre el capitalismo y el socialismo.

Lenin dijo que Rusia era un estado obrero («la dictadura del proletariado») y, en contesta a Bujarin, añadió honestamente «un estado obrero con deformaciones burocráticas.» Este no es el lugar para ahondar en esta cuestión. Baste decir que Lenin y el Partido Bolchevique comprendieron muy bien la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país, y mucho menos en un país atrasado como la Rusia de aquel entonces. Lenin y Trotski jamás concibieron la Revolución de Octubre como un acto aislado, un «camino ruso al socialismo», sino como el primer acto en la revolución mundial. Lenin repitió esta idea una y otra veces en centenares de artículos y discursos.

La derrota de la revolución en Alemania y en otros países condenó a la Revolución Rusa al aislamiento. El ascenso de la burocracia stalinista fue la consecuencia del aislamiento de la Revolución en condiciones de atraso espantoso. La derrota del ala leninista («trotskista») del Partido Bolchevique y el triunfo de la fracción burocrática, encabezada por Stalin, fue un reflejo del cambio en la correlación de fuerzas de clase en Rusia como resultado de este aislamiento (agotamiento y desorientación de la clase obrera, aumento de confianza de los burócratas que se sentían dueños de la situación). Poco a poco, la burocracia subió por encima de la clase obrera, y reclamó una serie de privilegios que rompieron con las tradiciones igualitarias y democráticas de Octubre. La última etapa fue la liquidación del partido de Lenin en una guerra civil unilateral: las notorias purgas de Stalin.

Como muy bien explican los autores: El socialismo soviético posterior a Lenin, matriz del socialismo real, no fue nunca una alternativa válida, articulada y viable frente al sistema predecesor. La sustitución cultural no llegó, entendiendo que el socialismo es, sobre todo, un proyecto que se sustenta sobre una nueva cultura, pues la nueva sociedad se ve como aquella que crea las condiciones para poder pensar de un modo diferente al que ha predominado históricamente. Por tanto, la resultante no fue «una sociedad socialista (tampoco capitalista, es cierto), sino una nueva forma -estatista, burocratizada- de dominación y explotación, opuesta a la naturaleza emancipatoria, justa y libertaria del socialismo».

Hacia los años treintas ya no quedaba nada de las tradiciones democráticas del bolchevismo. La burocracia había liquidado a la democracia obrera. Pero no estaban satisfechos; no se sentían seguros. Eran conscientes de la contradicción flagrante entre las ideales socialistas de la Revolución y sus privilegios -legales e ilegales-. Marx explicó hace mucho tiempo que el único ingreso que correspondería a los funcionarios en un estado obrero sería el sueldo normal de la administración. La burocracia de la Unión Soviética, y especialmente su estrato más alto, tenía privilegios y prebendas escandalosos: altos salarios, pisos lujosos y limosinas con chóferes, tiendas especiales, etc. Vivían totalmente separados de la clase obrera; y la diferencia entre las condiciones de vida de los funcionarios y la clase obrera, lejos de disminuir, tendía a aumentar continuamente.

Trotski explicaba que la burocracia no estaría satisfecha con sus privilegios, sino que sus miembros terminarían convirtiéndose en capitalistas privados. A pesar de sus privilegios y su poder no podían transferirlos a sus hijos. Para garantizar el derecho a la herencia era necesario convertir la propiedad estatal en propiedad particular. Al final, la Revolución Rusa no fue derrotada por enemigos externos sino por enemigos internos, el ala procapitalista de la propia burocracia.

Para muchos resulta chocante el hecho de que la gran mayoría de los dirigentes del antiguo Partido Comunista de la Unión Soviética se convirtieran de la noche a la mañana en capitalista y businessmen. ¡No es para menos! Comparado con esto, la traición de los dirigentes de la Segunda Internacional en 1914 fue un mero juego de niños. Pero los que siguen insistiendo en que el régimen que había en la Unión Soviética era «socialismo real» tendrán que contestar la siguiente pregunta: Si en la Unión Soviética había socialismo de verdad, si el Partido Comunista era un partido comunista de verdad, ¿cómo es posible que de la noche a la mañana, la aplastante mayoría de los dirigentes de ese partido se pasase al capitalismo, con la misma facilidad que un hombre se traslada de uno vagón de fumadores a uno de no fumadores en un tren? La auténtica razón nos la proporcionan los autores del libro, cuando explican que el derrumbe de la Unión Soviética no fue un mero accidente, como un rayo que cae de un cielo azul. Se trataba de un largo proceso de degeneración burocrática que apartaba a la revolución de sus auténticas tradiciones proletarias, democráticas e internacionalistas. Quien no entienda esto nunca será capaz de contestar a la pregunta más fundamental: ¿Por qué fracaso el «socialismo real»?

En última instancia, la burocracia minó y destruyó la economía nacionalizada y planificada. León Trotski explicó en una ocasión que una economía nacionalizada y planificada necesita la democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno. Ni qué decir que Trotski no se refería a la caricatura de la democracia que existe en Occidente, en la que una pequeña minoría de parásitos ricos son los dueños de la tierra, los bancos y los monopolios. Se refería a la auténtica democracia soviética instalada en Rusia tras la victoria de 1917.

En La revolución traicionada, Trotski advierte: «La caída de la dictadura burocrática actual, si no fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, significaría, también, el regreso al sistema capitalista con una caída catastrófica de la economía y de la cultura.»

Estas palabras han sido corroboradas por los acontecimientos de la última década. El período de la transición al capitalismo en Rusia (la llamada «reforma de mercado») se caracteriza por el colapso más terrorífico de las fuerzas productivas en toda la historia. En sólo seis años la economía rusa experimentó una caída de más del 60 por ciento. Esta cifra no tiene precedentes en la historia de la economía política. Si queremos trazar un paralelo histórico, tenemos que buscarlo no en las crisis económicas sino en una derrota catastrófica en una guerra.

Comentan los autores: Los aspectos distintivos de la primera etapa de tránsito (1991-1999) fueron el caos, el desorden, la incoherencia en las transformaciones, la depredación de los bienes del Estado, el robo, la concentración en pocas manos de los medios de producción, la inestabilidad política (constantes cambios de gobiernos), las crisis permanentes entre el presidente y el Parlamento, el empeoramiento ascendente de las condiciones de vida de las grandes masas, y una lucha desmedida contra cualquier señal de la otrora sociedad.

Pero la implantación del capitalismo en la Unión Soviética no significa el fin de la historia. Marx explicó hace mucho tiempo que la viabilidad de un sistema socioeconómico determinado depende en última instancia de su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas. La restauración del capitalismo en Rusia, lejos de progreso, representa una regresión histórica terrible en todos los sentidos de la palabra. Este hecho significa que el capitalismo ruso se parece a la cabaña con patas de gallina del folklore ruso.

La aparente estabilidad del presidente Vladimir Putin es una ilusión, producto de una coyuntura económica favorable (alto precio del petróleo) y la inercia temporal de la clase obrera. En la medida en que no hay un partido auténticamente marxista-leninista, capaz de ofrecer una alternativa revolucionaria, los obreros rusos agachan la cabeza y esperan mejores tiempos. Se trata, pues, de un equilibrio inestable que se puede romper en cualquier momento.

Al seguir ciegamente la «lógica del mercado libre» el gobierno pretende eliminar progresivamente todos los logros sociales del pasado. Esto, inevitablemente, provocará explosiones en un momento determinado. En las últimas semanas hemos visto impresionantes manifestaciones de pensionistas en Rusia que protestan contra una ley injusta que pretende recortar sus pensiones, ya bastante miserables. Esto es una advertencia de lo que se está gestando debajo de la superficie.

La contraofensiva de las masas es inevitable. Se daría antes, y de una forma bastante más organizada y eficaz, si el Partido Comunista luchara bajo la bandera de Octubre, y tomara como bases en las ideas de Lenin. Pero con o sin una dirección adecuada, las masas lucharán, y tarde o temprano redescubrirán las auténticas tradiciones e ideas del bolchevismo, las ideas revolucionarias de Lenin y Trotski.

Lo que ha pasado en Rusia tiene lecciones evidentes para el pueblo cubano. Tras la desaparición de la Unión Soviética, el mundo se encuentra bajo la dominación de una superpotencia que no tiene paralelo en la historia del mundo, pero esta superpotencia es un coloso con pies de barro. A pesar de su inmenso poderío militar y sus enormes reservas de riqueza, el imperialismo norteamericano se encuentra atrapado en Iraq. La criminal ocupación de este país está costando por lo menos mil millones de dólares cada semana, además de un número creciente de víctimas en ambos lados.

El imperialismo norteamericano está empeñado en destruir la Revolución Cubana porque su existencia constituye una grave amenaza para sus intereses en América Latina. Es la misma razón por la que quiere destruir la Revolución Venezolana. Pero los estrategas de Washington saben muy bien que no pueden intervenir militarmente -por lo menos de una manera directa- en estos momentos. Se ven obligados a utilizar otros métodos.

La amenaza de la contrarrevolución en Cuba es real. Pero el mayor peligro no viene de las presiones externas, sino de las contradicciones internas. El ejemplo de Rusia demuestra que el mayor peligro reside en sectores del propio aparato del estado que quieren la restauración del capitalismo, especialmente entre aquellos sectores que tienen contacto directo con el capital extranjero.

Estos sectores, de una manera más o menos oculta, tienen ambiciones de convertirse en dueños de las fuerzas productivas; he aquí el peligro más grande. Pero los elementos pro burgueses chocan con un obstáculo muy grande en la persona de Fidel Castro, que se opone rotundamente al capitalismo y supone un baluarte contra las tendencias contrarrevolucionarias y que se apoya constantemente en las masas.

Para defender a la Revolución Cubana es absolutamente necesario unir las fuerzas revolucionarias en un frente común anticapitalista. En este frente las tendencias comunistas pueden debatir libremente sus diferentes ideas y programas mientras luchan hombro a hombro para defender los logros de la revolución contra los elementos burgueses.

Es necesario combatir la burocracia y la corrupción, el terreno donde las tendencias pro burguesas pueden echar raíces y crecer. Hay que fortalecer la vanguardia proletaria y fiarse de los instintos revolucionarios de las masas. No se puede luchar contra la burocracia con métodos burocráticos.

En el mundo entero la Revolución Cubana ha sido una tremenda fuente de inspiración para la clase obrera y la juventud. La defensa de la Revolución Cubana es el deber elemental de cualquier obrero o joven consciente. Tenemos que movilizar a la opinión pública mundial contra los intentos escandalosos del imperialismo de intimidar, aislar y estrangular a la Revolución.

El problema central de la Revolución Cubana consiste en su aislamiento. En última instancia, el destino de la Revolución Cubana depende de la extensión de la revolución al resto del mundo, empezando con América Latina. Los grandes avances de la Revolución Venezolana representan un faro de esperanza. En la medida que esta revolución se consolide y se convierta en una revolución socialista encontrará un eco en todo el continente. La perspectiva de Che Guevara de una revolución internacional estaría al alcance de la mano.

A pesar de todo, el colapso de la Unión Soviética no ha significado la desaparición del socialismo, que hoy es más necesario que nunca. El capitalismo -ese sistema corrupto, injusto y caduco- sólo ofrece a la humanidad un futuro de guerras, miseria, hambre y degradación. La Revolución Cubana -al igual que la Revolución de Octubre- abrió ante la humanidad una nueva perspectiva: un mundo de armonía, fraternidad y libertad bajo el socialismo. Esta sigue siendo nuestra perspectiva y bandera, la única causa por la que merece la pena luchar y morir en la primera década del siglo xxi.

El filósofo norteamericano George Santayana escribió una vez: «Quien no aprende de la historia estará condenado a repetirla.» Este libro es un intento de transmitir algunas de las más importantes lecciones de la historia contemporánea a la nueva generación. Merece la pena ser leído por el mayor número posible de personas. Al fin y al cabo, no queremos repetir la historia sino hacerla de nuevo.