En los últimos años se multiplicaron los esfuerzos para generar una mayor integración entre los pueblos, los gobiernos y las economías de América Latina. La coordinación y construcción de alternativa por parte de los movimientos sociales del continente, a través de las cumbres de los pueblos que acompañan a los grandes encuentros intergubernamentales, o las […]
En los últimos años se multiplicaron los esfuerzos para generar una mayor integración entre los pueblos, los gobiernos y las economías de América Latina. La coordinación y construcción de alternativa por parte de los movimientos sociales del continente, a través de las cumbres de los pueblos que acompañan a los grandes encuentros intergubernamentales, o las brigadas internacionalistas, es hoy un elemento de gran envergadura en la región.
Varios gobiernos han comenzado a darle entidad y fomentar el desarrollo de esta nueva «diplomacia de los pueblos», aunque aún falte mucho trabajo para hacerse en ese sentido. Sin embargo, la irrupción de fuerzas populares en el escenario diplomático y económico de América Latina ha logrado fuertes transformaciones en los últimos 10 años.
La cancha parece estar ya marcada por los acontecimientos que en la última década dieron vida a la actual estructura de poder en América Latina. Tras el fracaso del proyecto neoliberal, representado por el rechazo al ALCA en 2005, se abrieron las puertas para la formación de una nueva institucionalidad regional que rompiera con la tradición sumisa de los gobiernos suramericanos frente a las grandes potencias. De allí la creación de Unasur y Celac, como ámbitos de integración que promueven nuevas lógicas de discusión acerca del futuro de la región.
Pero este proceso no está exento de disputas para establecer el camino a seguir. Se pueden resumir aquí tres grandes propuestas al respecto: la de los países del ALBA, con Venezuela a la cabeza; la de la Alianza del Pacífico, como bloque ligado a las viejas lógicas neoliberales; y un tercer bloque neodesarrollista encarnado por los países fundadores del Mercosur, Argentina, Brasil y Uruguay principalmente.
La muerte de Chávez, el sensible cambio de rumbo de la Revolución Ciudadana de Ecuador y los ataques constantes contra los gobiernos revolucionarios de los países del ALBA, lograron debilitar de alguna manera esta posición, que propone un nuevo acuerdo regional de construcción del socialismo del siglo XXI sobre base solidaria, desligada de las lógicas de acumulación que imperaron en el continente en las últimas décadas. Imprescindible para entender esta perspectiva es el concepto de Buen Vivir, basado en un desarrollo humano que incluya la relación con la naturaleza como factor de crecimiento, y no desde una perspectiva meramente instrumental.
Este debilitamiento trajo como consecuencia un mayor acercamiento de este bloque al que es protagonizado por los gobiernos progresistas del Cono Sur. La incorporación de Venezuela al Mercosur, sumado a la intención de hacer lo mismo explicitada por Bolivia y Ecuador, conforman un panorama de crecimiento en sentido progresista de un bloque cada vez más grande. Lo que une hoy a estas dos almas de la política latinoamericana es, entre otras cosas, la oposición a los ataques del capitalismo financiero especulativo. El caso de los fondos buitre en Argentina, el impulso del Observatorio sobre Transnacionales por parte de Ecuador y los ataques sufridos por el gobierno de Morales por parte del capital concentrado estimularon en los últimos meses el fortalecimiento del frente común con nuevas iniciativas.
Paradigmático es el caso del gobierno de Correa en este sentido. Desde sus primeros pasos impulsó la discusión por la creación de una nueva estructura financiera latinoamericana, que modifique el paradigma especulador dominante en las finanzas regionales, poniendo límites a la expansión del capital, dando a los estados y a las organizaciones regionales roles cada vez más importantes en la economía. Pero la propuesta quedó olvidada. Sólo los países del ALBA avanzaron en formas de integración económica basadas en lógicas cooperativas, como el establecimiento del SUCRE como forma de compensación de inversiones reciprocas o el impulso a Petrocaribe.
El resto continuó impulsando el modelo agroexportador y extractivista a ultranza hasta que los equilibrios internacionales los obligaron a pensar en nuevas alternativas. La crisis del sistema unipolar mundial llevó a los denominados BRICS a proponer nuevas estructuras financieras alternativas al FMI y el Banco Mundial, acordes con las necesidades de los países de América Latina, que reflotaron la iniciativa del Banco del Sur -dejada prácticamente sin aire desde hacía años por Argentina y Brasil- para estimular la cooperación con nuevas potencias emergentes.
En ese sentido se inscriben iniciativas como el recién confirmado nacimiento de Centro de Solución de Controversias en Materia de Inversiones de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), una cachetada a la arrogancia del CIADI, dependiente del Banco Mundial, cuestionado por fallar permanentemente a favor de las empresas transnacionales y contra los Estados latinoamericanos.
El paradigma neoliberal que encontraba su estructura en la OEA, el Banco Mundial y el FMI -todas hegemonizadas por los Estados Unidos-, se fue cayendo entonces tras las iniciativas de los gobiernos latinoamericanos para fomentar instituciones alternativas, como la CELAC, Unasur, el Fondo de los BRICS o el Banco del Sur. Un proceso largo que no está exento a tensiones inclusive internas.
La matriz política de los mismos países promotores del nuevo paradigma es muy diferente. Mientras gobiernos como Venezuela o Bolivia basan su desarrollo en la transición a nuevas formas de convivencia y producción en la sociedad -cristalizadas en sus respectivas reformas constitucionales- otorgando a la construcción desde las bases de poder popular real y concreto, otros como Brasil o Argentina continúan sosteniendo los mismos principios de acumulación capitalista buscando corregir ciertas desigualdades dadas por una desigual distribución de la renta.
Son todas estas variables las que protagonizan la discusión política latinoamericana en los últimos años. Y que influyen, a grandes rasgos, en los comicios que cierran en octubre el largo calendario electoral de 2014 para América Latina. El neoliberalismo encarnado en los gobiernos de la Alianza del Pacifico, siguen sumando espacio a partir de la pronta incorporación de nuevos gobiernos centramericanos, como Panamá y Costa Rica, una reedición fragmentada del ALCA que hoy intenta penetrar en Brasil de la mano del nuevo conservadurismo.
Un escenario que, en el plano regional, podría demorar las ya débiles aspiraciones de un nuevo rumbo para el continente.
Federico Larsen. Periodista y docente, conductor de L’Ombelico del Mondo, en Radionauta FM de La Plata y periodista internacional de Miradas al Sur y Notas, y medios internacionales.
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