Contra aquellos que nos gobiernan, un texto de principios del siglo XX del gran novelista rusa, ha sido publicado recientemente por Errata Naturae Ediciones en traducción de Aníbal Peña. No es necesario recomendarlo, está en la agenda de todas y todos. En el capítulo VII, Tolstói describe su posición central sobre lo que llamamos civilización […]
Contra aquellos que nos gobiernan, un texto de principios del siglo XX del gran novelista rusa, ha sido publicado recientemente por Errata Naturae Ediciones en traducción de Aníbal Peña. No es necesario recomendarlo, está en la agenda de todas y todos.
En el capítulo VII, Tolstói describe su posición central sobre lo que llamamos civilización y el mundo del trabajo, la situación social de los trabajadores, en los términos siguientes:
«Se trata de un discurso [el de los hombres de ciencia, de cultura, las gentes «civilizadas»] que, a mi juicio, es perfectamente contrario al que debieran emplear los hombres inteligentes que practican las leyes de la fraternidad y la solidaridad. La luz eléctrica, los teléfonos, las exposiciones universales, todos los jardines de la arcadia con sus conciertos y sus diversiones, los cigarros y las cajas de cerillas, los tirantes y hasta los automóviles… todo eso me parece muy bien, pero que desaparezcan para siempre todas esas cosas juntas con los ferrocarriles y las fábricas de telas y de paños, si para hacer perdurar todos esos manantiales de placeres y de comodidades, en provecho de una minoría privilegiada, el novena y nueve por ciento de la humanidad debe permanecer en la esclavitud y continuar muriendo por millones a consecuencia del trabajo que se le impone. Si para que Londres y Petersburgo aparezcan iluminados por la electricidad, si para que se eleven los magníficos pabellones de una exposición o para que podamos admirar bellos colores y finas telas, se precisa que algunas vidas humanas se destruyan o se abrevien o se echen a perder, alúmbrense Londres y Petersburgo con gas o aceite, que no haya más exposiciones, que no se fabriquen telas preciosas. Si algo importa verdaderamente es que sobre la Tierra no quede rastro de la esclavitud que ha consumido tantas vidas humanas. Los hombres verdaderamente civilizados preferirán siempre viajar a caballo en lugar de servirse de las vías férreas, que causan tantos muertos porque sus propietarios estiman menos costoso pagar indemnizaciones a las familias de esas víctimas que variar el trazado de sus vías. La divisa de los hombres verdaderamente civilizados no será: Fiat cultura, pereat justicia, sino: Fiat justicia, pereat cultura.. Con que los hombres comprendan únicamente que no pueden sacrificar la vida de sus semejantes para satisfacer sus propios deseos, sabrán aplicar todos los progresos de la industria a salvaguardar, en vez de comprometer, tantas existencias preciosas, y para conservar el poder adquirido sobre a naturaleza hasta donde es compatible con la emancipación humana» (pp. 52-53).
Nosotros no somos entonces seres verdaderamente civilizados [«Por lo demás, la cultura verdaderamente útil no desaparecerá. Suceda lo que suceda, los hombres no se verán reducidos a remover la tierra con estacas ni a alumbrarse con candelas de resina. Los progresos técnicos que se han realizado a costa de una dolorosa esclavitud no desaparecerán»]. Ni incluso simplemente civilizados.
No se trata de la iluminación responsable de Londres y Petersburgo-Leningrado sino de algo muy distinto, alejado de cualquier idea demediada de necesidad humana, básica o no tan básica. Se trata de la celebración de un mundial de fútbol, disparatado desde cualquier perspectiva que se precie o distinga por no abonar cegueras, negocios o presiones corporativas, mundial a celebrar en las calles, ciudades y campos de uno de los Estados más desiguales, antihumanistas, explotadores e injustos del mundo. Los sindicatos internacionales han calculado que competirán en el mundial de 2022, a no ser que pongamos remedio a este nuevo acto de barbarie, menos jugadores que los trabajadores -de India, Bangladesh y otros países empobrecidos- fallecidos (es decir, asesinados) en la construcción de estadios e infraestructuras en unas condiciones que bordean, igualan o superan en ocasiones la esclavitud, situación que no puede provocar sino la indignación, la rabia y la protesta de cualquier ser humano sea cual sea su condición, su nacionalidad o su cosmovisión filosófica.
¿Podemos llamar a todo este escenario infernal cultura o civilización occidental? ¿No habría que promover desde ahora mismo un boicot al Mundial de Qatar de 2022 a no ser que cambien radicalmente las condiciones de trabajo en el país que financia a clubs de fútbol que, hasta el momento, no han sido capaces de emitir crítica alguna sobre lo que ya está sucediendo como el Paris Saint-Germain o el Barça-és-més-que-un-club?
PS. No se pierden el cierre editorial del libro. Contra aquellos que nos gobiernan, se señala en la última página del volumen junto a un excelente dibujo del gran novelista ruso, es el 18º libro de la colección «La muchacha de dos cabezas». Está compuesto en tipos Dante, se terminó de imprimir en unos talleres de Madrid por cuenta de la editorial, en enero de 2014, «ciento doce inviernos después de aquel [1902] en que el documentalista Burton Holmes y el senador Albert J. Beveridge se abrieron paso entre tormentas de nieve e ideología para visitar a Lev Tolstói en su remota casa de Yásnaia Poliana, donde conversaron, bebieron sbiten con miel bien caliente y grabaron el encuentro en una cámara de 60 mm cuya película fue destruida poco después por los asesores del político norteamericano que pensaron que eso de reunirse con un escritor ruso, barbudo y libertario no iba a proporcionarle muchos votos en su carrera a la presidencia».
En su barbarie, en su locura político-cutural, los asesores del político institucional norteamericano no anduvieron desencaminados.
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