Cuando uno camina un sendero, siempre y en cualquier momento tiene que hacer una pausa. Los pies descansan. El sudor de la jornada cae por nuestros cuerpos, y el cansancio nos hace jadear, con un coro uniforme de quejas por el tórrido sol que hace desfallecer nuestras fuerzas o por la senda indescifrable que falta […]
Cuando uno camina un sendero, siempre y en cualquier momento tiene que hacer una pausa. Los pies descansan. El sudor de la jornada cae por nuestros cuerpos, y el cansancio nos hace jadear, con un coro uniforme de quejas por el tórrido sol que hace desfallecer nuestras fuerzas o por la senda indescifrable que falta aún por transitar.
¿Quién sin una buena dosis de amnesia o restándole los números a los verdaderos nombres o haciéndole montajes al reino de la imagen, se puede olvidar de esas marchas gloriosas en que con la convicción de estar construyendo una nueva patria, muchos compañeros fueron duramente golpeados por la fuerza del orden, otro(a)s con el amor acumulado por la hermandad que comporta la lucha, y apostándole a las transformaciones sociales necesarias, no tuvieron otra alternativa que entregar el don invalorable de sus inimitables vidas?
Eso ha dolido muy fuerte, y el dolor no desaparece por más que nuestra marcha hacia la verdadera democracia no detenga su paso. Cada paso dado es un réquiem y un tributo a ellos. Cada decisión adoptada está transida por un afán de no renunciar a sus auténticos sueños y a sus más grandes aspiraciones.
Esto es la marcha. Esto es la lucha. Ni la marcha es irracional ni la lucha careció en algún momento de significado. El poder político y económico no quería aceptar la evidencia, y desde sus micrófonos oficiales y desde las pantallas rectangulares de sus televisores, pretendían imponer verdades inaceptables, y construir mentiras a fuerza de balas y odios, contra los que nunca hemos renunciado a nuestros sueños.
De la lucha constitucional nació el Frente Nacional de Resistencia. Del corazón del pueblo con hambre de justicia y con sed de reivindicación popular partió la lucha. A las élites les estorban los líderes populares y sus decisiones. Por ejemplo, a las inversiones sociales les llaman gasto y a la gente humilde, chusma. A los Presidentes que trabajan por los pobres les llaman populistas. A los Presidentes que trabajan por los ricos les llaman estadistas. Al pueblo que legítimamente protesta por la justicia le dicen revoltosos, a los que defienden los intereses de las élites, patriotas. Todo dominan y creen que el idioma es de ellos, y que los adjetivos son propiedad privada y que los sustantivos tienen que inscribirse en su dudosa institucionalidad para adquirir valor.
El Frente Nacional de Resistencia se ha ganado su propio sustantivo que no está hecho solo de letras y de relaciones. En ese nombre caben, los hombres y mujeres que en barrios, aldeas, pueblos, caseríos, ciudades, y en muchos países del mundo han embargado su tiempo y sus esfuerzos por dotar de contenido no solamente a la reacción contra la violación del orden constitucional que supuso el Golpe de Estado, sino también por conferirle al movimiento social su carácter permanente y ubicuo en una realidad desde siglos secuestrada, por quienes no han tenido reparos en lesionar, asesinar y desaparecer cualquier tentativa de utopía social seriamente estructurada.
El carácter revolucionario es el adjetivo que se le ha adjudicado a la lucha, nuestras bases así lo han decidido en asambleas altamente democráticas, con debates de altura, con diversas posiciones sometidas al ejercicio dialéctico de la discusión, con un reconocimiento humano a la heterogeneidad como fundamento inexorable de la riqueza cultural, y de la diferencia legítima de las cosmovisiones que se han depuesto por comportar artificios de la gramática. La diferencia no es signo de debilidad ni la uniformidad por sí misma es señal de triunfo, porque la diferencia construye y enriquece la discusión y la uniformidad es solamente la síntesis que adopta la forma del consenso, y que en ningún modo pierde la brújula popular y revolucionaria.
Las formas pueden tener muchos colores, el fondo es innegociable, y el fondo de nuestra lucha lleva inscrita en su sello, la utopía histórica de la liberación integral de los hombres y de las mujeres oprimidas por un sistema que los niega y los golpea, y para el que solo existimos como porcentajes de la estadística de la pobreza, y de los informes oficiales que se elaboran para obtener préstamos que llenarán sus bolsas privadas e hipotecarán mas temprano que tarde el futuro de la patria.
La reflexión popular ha sido rigurosa. La inquietud del pueblo ha descubierto a su paso a legítimos interpretadores de nuestra realidad, que nunca han tenido ni tendrán espacio ni sitio en la prensa oficial y privada. Los contenidos de conciencia se han enriquecido, y en cualquier lugar de Honduras existen auténticos interlocutores. El analfabetismo cultural y político ha desaparecido, esto inquieta a las élites de la oligarquía, porque ellos aceptan que tengamos cabeza, pero que solamente la utilicemos para otras cosas, menos para pensar.
Es precisamente esa reflexión, la que nos permite vislumbrar que los contextos sociopolíticos cambian, y que la respuesta de coyuntura debe estar fundada en el interés popular. Hasta hace poco tiempo, las bases del Frente Nacional de Resistencia fundando sus decisiones en amplias y numerosas asambleas democráticas, desconocieron de forma temporal la vía electoral, no por ilegítima sino porque la institucionalidad existente no daba evidentes garantías de transparencia, de lealtad y de igualdad de armas.
Al reconocer la existencia de un cambio de perspectiva popular, éste no se produce porque la percepción sobre la institucionalidad haya cambiado, sino porque el poder público existente con un amplio margen de ventaja en la legislatura, solo y sin competencia en la adopción de las grandes decisiones que empeñan el futuro de nuestro país, ha actuado con superlativa prepotencia, hasta el punto de pretender desconocer nuestras más legitimas conquistas sociales que constitucionalmente son irrenunciables. Esto nos ratifica que el Golpe de Estado no fue un asunto estrictamente personal o una simple reacción contra un particular enfoque de administrar el país, sino una planificación estructural de pretender eliminar con fuerza y con fusiles lo que el pueblo conquistó con sudor y sangre.
El Frente Nacional de Resistencia apuntó como núcleo aglutinador de fuerzas sociales a la creación de un frente amplio, que no renunciando a su naturaleza revolucionaria, se decantara por la toma del poder político, utilizando las formas y los métodos que decida la asamblea popular, incluyendo entre esas formas y procedimientos la vía electoral, la que le ha otorgado legitimidad a las democracias sociales de América del sur, y desde ese ámbito se han producido grandes y deseables transformaciones que tienen su fundamento en los derechos humanos de tercera generación por la adopción de un constitucionalismo social.
La decisión está, no nos cabe duda que la democracia, la inclusión y el ejercicio legítimo del debate han privilegiado en los espacios asamblearios, como siempre ha ocurrido, y que las resoluciones adoptadas, han marcado el presente y marcarán el futuro de nuestros pasos.
Después de la pausa de la reflexión, el camino espera nuestras huellas y el horizonte seduce nuestro compromiso interminable. Ni la marcha finaliza con la victoria parcial ni la lucha termina con la entrada triunfal y digna de nuestro Presidente Manuel Zelaya Rosales. Él y el pueblo comprenden que esto es solo el inicio de la marcha por una auténtica democracia, porque al final de todo ninguna senda se queda en pausas y ningún camino existe sin los postreros pasos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.