Los debates internos, sobre todo los de carácter teórico y filosófico dentro del Frente Nacional de Resistencia Popular son, posiblemente, la generación de pensamiento más intensiva que se ha vivido en la historia hondureña; sin embargo, las debilidades del capitalismo dependiente han propiciado una notable falta de medios que nos permitiera estar en contacto con […]
Los debates internos, sobre todo los de carácter teórico y filosófico dentro del Frente Nacional de Resistencia Popular son, posiblemente, la generación de pensamiento más intensiva que se ha vivido en la historia hondureña; sin embargo, las debilidades del capitalismo dependiente han propiciado una notable falta de medios que nos permitiera estar en contacto con el desarrollo alcanzado en este sentido en otras partes del mundo. De ese modo, a pesar de la riqueza creativa, seguimos recurriendo a dogmas y visiones ajenas a nuestra realidad para tratar de interpretar el momento que vivimos.
Para el caso, padecemos de un desconocimiento profundo del capitalismo como formación socioeconómica, al tiempo que, aunque lo atacamos todos los días, no entendemos a ciencia cierta lo que es el neoliberalismo. Estas carencias nos hacen caer constantemente en errores de análisis, que, consecuentemente, impactan en los resultados que obtenemos en la lucha por la liberación de Honduras. Nuestra inclinación a sustentar nuestros argumentos en frases de pensadores cuya práctica revolucionaria se enmarcaba en realidades diferentes a la nuestra, y estaban condicionadas por estas.
En muchos casos nos encontramos afirmando nuestra adhesión a cuerpos de pensamiento, como el marxismo, o el leninismo, sin atender hechos concretos sobre los mismos: por ejemplo, todo el desarrollo metodológico marxista se da en el marco de la dialéctica, concepto que citamos mucho pero comprendemos poco. En cualquier caso, es impensable que la dialéctica, que postula el cambio permanente, se negara a sí misma, quedando como una doctrina inmóvil, «pétrea». En cuanto a las visiones de Lenin, Grossi, Rosa Luxemburgo, Mariátegui y el mismo Che, pretendemos darles carácter cuasi premonitorio, que, usualmente, les hace perder su valor conceptual.
El imperialismo concebido por Lenin dista mucho de las formas que el mismo ha adquirido con casi un siglo de desarrollo; tampoco sea escapado al paso del desarrollo teórico la visión del Estado-Nación el que, aceleradamente, se convierte en un apéndice mínimo del capital especulativo. El capitalismo busca incesantemente el rompimiento de las estructuras que le estorban al mercado, las fronteras entre ellas, especialmente en aquellos países que no muestran una dinámica favorable a la dinámica del sistema.
El hombre nuevo del Che, no era un concepto antojadizo; al contrario se trata de un ser humano con características distintas al que ha sido forjado por casi medio siglo de enajenación transnacional, que nos indica que el éxito y el dinero son la misma cosa; que debemos «informarnos» pero no formarnos; que el problema del vecino es asunto suyo, y que nuestro objeto sobre el planeta es consumir sin ningún tipo de restricción, siendo esta la mayor expresión de nuestra libertad. Comenzar por superar los intereses personales en beneficio de la colectividad, algo que tanto cuesta en nuestros países.
No cabe duda que muchos y muchas se sintieron desconcertados cuando se declaraba el fin de la historia, y el reino del mercado, quizá por mil años. La construcción de nueva expresiones de resistencia ante el régimen surgieron para mantener viva la reivindicación, aunque con muchas dudas ideológicas, y con propósitos más limitados. La cuestión del poder, esencial en la lucha del pueblo, igual que su partido de clase, paso a un segundo plano, y, de un modo extraño pasamos a ser parte del sistema. Todo este desarrollo, aunque dialéctico, no pudo ser previsto por pensadores centrados en las realidades de su tiempo.
Los movimientos sociales en varios países latinoamericanos optaron en principio por convertirse en contra poder, una especie de fuerza moral, sin incidencia actual para frenar la voracidad del modelo, tampoco apta para enfrentar las crisis que este sistema produce en su propio seno. Sin embargo, la lección más importante que conseguimos de estos pueblos hermanos es su cambio de posición frente al poder, frente a la clase dominante, y la comprensión acertada de la correlación de fuerzas al interior de sus sociedades. En ese momento, los movimientos sociales recobran su función principal que es política; el sistema no se cambia con contra poder, el poder popular tampoco es contra poder.
Si resumimos, nuestra búsqueda del poder, por medio de un partido del pueblo es un proyecto concreto, una línea estratégica definida. Nuestras tácticas deben estar destinadas a cambiar la correlación de fuerzas de tal modo que las fuerzas hegemónicas tradicionales, estructuradas alrededor de oligarquías plutocráticas, sean desplazadas por una fuerza hegemónica nueva, democrática y revolucionaria. Cualquier otra visión de nuestra misión nos aleja de la posibilidad real de cambiar estructuralmente.
La pretensión de transitar aceleradamente hacia la redefinición de las relaciones de producción, así como la redistribución súbita de los medios productivos, luce ingenua, y muestra una falta de claridad sobre el escenario local e internacional en que vivimos. Es imperativo entender que nuestro enfoque principal debe estar dirigido al Estado Nación, a su recuperación, a la recuperación perdida por este frente al avance neoliberal. A la derogación de las leyes que afectan la soberanía del pueblo sobre ejes centrales del desarrollo. Una primera etapa de nuestro proyecto debe estar dirigida necesariamente a la recuperación soberana de la salud, la educación, los recursos naturales, la energía, y otros sectores estratégicos que hoy son secuestrados por grupos de poder económico.
El desmantelamiento de la superestructura, el aparato coercitivo y represivo del Estado es una tarea compleja que puede ser abordada únicamente con la participación del pueblo organizado. Entidades como las Fuerzas Armadas requieren de un proceso de cambio profundo, sin olvidar que, por ahora, ellas son un pilar fundamental de la defensa del sistema, y de la clase dominante. Es imperativo someter las Fuerzas Armadas al poder popular, entendiendo a este como la expresión de poder real del pueblo organizado. Una alternativa confrontativa presupone que estamos en capacidad de entrar en un conflicto, y este no parece ser el caso.
Mucho se habla acerca del severo atraso que tienen la fuerzas productivas en relación a los medios productivos, lo que, desde un punto de vista meramente eurocéntrico, haría imposible pensar en transformaciones estructurales del capitalismo dependiente. Sin embargo, es nuestra misión primaria organizar políticamente al pueblo, de modo que participe activamente en la construcción de un sistema democrático real, y un modelo socialista que responda a la realidad de nuestro país. Ese, y no otro, es el mayor desafío que enfrentamos hoy. El papel de los movimientos sociales, en cuantas formaciones políticas, será clave, si logramos entender que muchos de los problemas subyacentes que afectan de diversas formas a sectores de la población son parte integral del proceso, pero que no cambian súbitamente. Estamos, por ejemplo, en contra de la discriminación de género, el maltrato a la mujer, y su marginación en todos los ámbitos de la sociedad, pero seriamos sumamente ingenuos si creyéramos que el machismo, arraigado por siglos en nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestros prejuicios y hasta nuestras supersticiones, cambiara de una vez.
Creer que un proceso electoral por sí solo cambia a una nueva sociedad automáticamente, es un craso error de quienes así lo piensen; como también es un error grave marginarse de la posibilidad de utilizar esta vía como una alternativa de lucha. Por esa razón, es que el debate no debe centrarse en las elecciones como fin, sino que debe ver hacia la conformación de una estrategia integral de lucha que incluya la posibilidad de luchar en el campo adversario, bajo sus reglas, pues no existe manera racional de pensar que estos crearan condiciones objetivas y subjetivas para perder lo que tienen, y entregárnoslo a nosotros.
Es de vital importancia, elevar el nivel de nuestros debates, y eliminar el canibalismo que hasta ahora ha caracterizado este permanente desencuentro, para transformarlo en una plataforma de liberación nacional, creíble, consciente, fuerte. Hoy el mandato es debatir, organizando, movilizando, haciendo uso de todas las expresiones del pueblo. Cada rincón del país debe estar dentro del proceso, cada individuo, cada célula que formemos, suma a una lucha que tiene varios escenarios posibles. La inmovilidad es lo único que está prohibido, si lo que queremos es alcanzar las metas de nuestra gesta. No olvidemos que la lucha ha sido y sigue siendo de todos, aprendamos a unirnos trabajando, ese es el camino, no lo perdamos de vista.
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