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Rusia, la «malencarada»

Fuentes: Rebelión

«Malencarado», y con razón, estaría Vladimir Putin al anunciar, en una reciente reunión sobre la industria militar, que las instituciones pertinentes estudiarán cómo neutralizar los desafíos de seguridad que supone el emplazamiento del escudo antimisil de los Estados Unidos en Europa del Este. Y es que de tonto, ni un pelo peina el presidente ruso, […]

«Malencarado», y con razón, estaría Vladimir Putin al anunciar, en una reciente reunión sobre la industria militar, que las instituciones pertinentes estudiarán cómo neutralizar los desafíos de seguridad que supone el emplazamiento del escudo antimisil de los Estados Unidos en Europa del Este.

Y es que de tonto, ni un pelo peina el presidente ruso, quien no yerra al aseverar que la ampliación del ente -en realidad ofensivo (vox populi)- al Mediterráneo, Rumanía y Polonia pretende desatar una nueva carrera armamentista, como la que contribuyó a dar al traste con la al parecer inamovible Unión Soviética.

Por eso, subrayó, «no vamos a embarcarnos en esa [liza]. Lo haremos a nuestro modo. Vamos a trabajar muy cuidadosamente, sin rebasar nuestros planes de financiación y de rearme del Ejército y la Armada elaborado hace varios años».

Porque, en honor a la verdad, lucen letra muerta actos como la ratificación por la Organización del Tratado del Atlántico Norte de un pacto de no agresión firmado en 1977 con su contraparte, si tenemos en cuenta que 17 países participaron, hace poco, en el ejercicio Baltops, en la zona del mar Báltico de Finlandia, con 5.600 elementos, de 14 integrantes de la Alianza, además de naciones hasta ahora «apacibles» como Suecia.

Por cierto, conforme a agencias de prensa, el canciller Serguei Lavrov alertó acerca de que el Kremlin se verá en la obligación de dar una respuesta técnico-militar a ese inusitado cambio geopolítico. Aunque remarcó que en ningún caso se consideraría enemigo a ese territorio, tal vez lo correcto sería pedir la opinión de su pueblo sobre si desea integrarse a la Alianza. En tal sentido, reseña Prensa Latina, recordó el caso de Montenegro, cuyo Gobierno ignoró a la población, tras ser invitado al ingreso en la componenda.

Tras preguntarse qué puede añadir el Estado escandinavo a la OTAN en seguridad, Lavrov apuntó que en realidad esta trata de ocupar tanto espacio como pueda y sitiar a quienes no estén de acuerdo con la Organización. En este caso, la agresión del invitado de «alcurnia» podría provenir de objetivos de infraestructura: aeródromos, bases navales y centros de escucha radioelectrónica.

Y no importa que el inefable Jens Stoltenberg, secretario general del bloque, intentara dorar la píldora jurando y perjurando que «nuestro programa de defensa antimisiles [tan otanesco como yanqui] representa una inversión a largo plazo contra amenazas a largo plazo», según medios alternativos, tales Red Voltaire.

Ese mismo órgano que, a no dudarlo, se solaza en que «el estado mayor ruso ha encontrado el talón de Aquiles de los planes estadounidenses de ataque: los misiles de Estados Unidos no pueden interceptar ningún misil hipersónico en la mesosfera. Así que Rusia ha desarrollado nuevas armas hipersónicas y ha elaborado alrededor de ellas su nueva doctrina de defensa».

Pues el que EE.UU. haya desplegado en Europa y Asia un contingente relativamente limitado de soldados, incapaz de iniciar solo la invasión del rival -de hecho, tampoco podría hacerlo junto con los demás ejércitos de la OTAN-, coadyuva a que se concentre mayormente, desde hace siete décadas, en el predominio de las fuerzas navales, tres veces superiores a las del gigante euroasiático, capaces de intervenir en cualquier lugar del mundo, grupos y equipos de desembarco que se hallan bajo varias especies de corazas.

«Se trata del sistema naval AEGIS, armado con misiles SM-3 block 1B, que neutralizan los misiles balísticos en vuelo de crucero a altitudes entre 100 y 150 kilómetros. Ese sistema está instalado en los destructores y cruceros AEGIS, que se suman a los escudos antimisiles balísticos instalados en Polonia y Rumanía.

«Además, el sistema móvil THAAD, de las fuerzas terrestres, está encargado de defender los medios de desembarco. Esos sistemas deben derribar los misiles balísticos cuando estos inician su fase de entrada en la atmósfera, a altitudes entre 80 y 120 kilómetros. Agréguese a eso las baterías móviles de misiles antiaéreos de largo alcance, del tipo Patriot, dotados de capacidades antibalísticas contra los misiles que entran en la fase final de su trayectoria, a 35 mil metros de altitud».

Pero, insistamos, los gringos no pueden interceptar ningún aparato hipersónico en la llamada mesosfera (entre 35 mil y 80 mil metros). Por consiguiente, el antídoto son los de esa clase que se mueven en estas alturas, conforme descubrieron los retados.

Prosigue el sitio web: «La doctrina militar rusa prevé que el ataque contra la flota invasora estadounidense se ejecute en tres oleadas, con tres alineamientos, impidiendo así que los grupos navales expedicionarios logren posicionarse cerca de la costa rusa del Mar Báltico.

«-La primera oleada de armas supersónicas derivadas del planeador espacial Yu-71, instaladas en los submarinos rusos de propulsión nuclear que maniobran en pleno Atlántico, puede hacer frente a los portaviones, los portahelicópteros, los submarinos de ataque, los navíos de carga o de protección de los grupos navales expedicionarios en cuanto esas unidades inicien el cruce del Atlántico hacia Europa.

«-La segunda oleada de armas hipersónicas sería lanzada sobre los grupos navales estadounidenses cuando estos últimos se encuentren a mil kilómetros de la costa este del océano Atlántico. Ese ataque se lanzaría desde los submarinos rusos desplegados en el mar de Barents o desde la base de misiles estratégicos de Plesetsk, situada cerca del círculo polar y del mar Blanco.

«-La tercera oleada de armas hipersónicas sería lanzada sobre los grupos navales enemigos cuando estos alcancen el estrecho de Skagerrak (paso del mar del Norte al mar Báltico). Ese ataque se realizaría con misiles hipersónicos 3M22 Zirkon, propulsados por motores Scramjet y lanzados desde los aviones rusos Zirkon a una velocidad de Mach 6.2 (seis mil 500 km/h), a una altitud de crucero de 30 mil metros, y la energía cinética del impacto con el blanco sería 50 veces más elevada que la de los misiles aire-mar y mar-mar existentes hoy en día».

Y no es lo único.

Claro que esta no deviene la única variante desarrollada, solo que pecaríamos de prolijos -y llovería sobre mojado- al detallar con la fuente lo que para Occidente se erige en una preocupación tirante, con motivos suficientes, pues el «oso Misha» acaba de mostrar sus garras en los precisos ataques contra los terroristas que infestan a Siria, haciendo estimar a más de uno que el Ejército del Tío Sam no compite ya con el de su rival.

Con la inteligencia añadida de que una retirada parcial súbita, como la arremetida, no solo ha demostrado las intenciones de que los socios asuman por sí mismos la liberación de su suelo, sino que, dados los frutos de los bombardeos contra los fundamentalistas, han sido conminados a ponerse contra estos, abiertamente, muchos de los que en su momento los auparon en detrimento de una Damasco que, por su posición antimperialista, se había convertido en una suerte de espina en la garganta para los poderes fácticos del orbe actual.

Harto escuece a esas elites que la expansión hacia el este de la OTAN y los propósitos de enclavar tropas y tanques cerca de las fronteras hayan impelido a Putin a modificar la doctrina militar. Diversos analistas ponen énfasis en que, en medio de la creciente confrontación, Rusia lleva adelante un ancho programa de rearme y, lo principal, meses atrás proclamó y fundamentó su derecho a usar los resguardos nucleares.

La cancillería, por intermedio de Mijaíl Ulianov, director general de No Proliferación y Control de Armamentos, detalló las dos condiciones que tienen que darse para que Moscú recurra a su arsenal. La primera es en legítima respuesta a una agresión con iguales artilugios contra la Federación o sus aliados y, en sí, tiene vigencia ímplicita desde que se impuso la política de disuasión atómica, después de la Segunda Guerra Mundial, conforme a la cual el uso de artefactos de destrucción masiva se equipara con un acto suicida, porque garantiza el exterminio del propio atacante.

Como ha resumido Juan Pablo Dutch, corresponsal de La Jornada, aunque siempre inherente, la segunda circunstancia ahora está incorporada con todas sus señas, y se refiere, en palabras de Ulianov, a «una agresión contra Rusia con armas convencionales, cuando se trate de un peligro para la existencia misma del Estado ruso».

Después, acota el colega, llegó el turno de actualizar la doctrina militar marítima, texto de 46 páginas, contentivo de cuatro grandes capítulos, que se refieren a tareas y funciones propias de la Armada, a su transporte, a la ciencia del mar, y a la explotación de recursos naturales en el fondo de este.

«Rusia, que aspira a convertirse en potencia naval, anuncia su intención de desplegar sus buques de guerra en ´seis vertientes regionales´, que de hecho abarcan todo el planeta: los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, el mar Caspio, el Ártico y la Antártida».

En calidad de miembro de la comisión que revisó la doctrina, Dimitri Rogozin, viceprimer ministro a cargo de la industria castrense, explicó a la prensa que «se puso especial énfasis en reforzar la presencia nacional en dos regiones: el Atlántico y el Ártico», afirmando que «se debe a que la OTAN continúa acercándose a nuestras fronteras» y «para proteger nuestro derecho a explotar los recursos naturales».

Dutch complementa su nota recalcando que Rogozin, responsable de renovar las embarcaciones y el equipamiento de la Marina -que pronto obtendrá cerca de medio centenar de nuevos barcos- mencionó como prioridad «restablecer las posiciones estratégicas en el mar Negro», tarea que adquiere particular significado tras la anexión de Crimea, donde tiene su sede una de las más importantes flotas propias.

Lo cierto es que, en la práctica, pifiaron los que pensaron -desconociendo la praxis histórica- que la vuelta de campana al capitalismo de la URSS que fue, la Federación que es, vulneraría esa costumbre hasta hoy inexorable de reparto del globo; y fallaron los incautos que no previeron -alguien lo hacía notar- la carrera desenfrenada en la que la OTAN y Washington avanzan mancomunadamente, con el propósito de lograr al menos la paralización de un emergente pilar económico, político y militar.

Entonces, ¿quién osaría criticar a Putin, a Rusia toda, por «malencarados»?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.