Según datos de los organismos financieros internacionales, en el año 2009, con el Gobierno de José Manuel Zelaya, Honduras había logrado obtener los mejores resultados económicos de los últimos 40 años de su historia. Había alcanzado un crecimiento sostenido de casi 6%, inflación, y devaluación contraladas, los combustibles más baratos de Centroamérica, subsidios al transporte […]
Según datos de los organismos financieros internacionales, en el año 2009, con el Gobierno de José Manuel Zelaya, Honduras había logrado obtener los mejores resultados económicos de los últimos 40 años de su historia. Había alcanzado un crecimiento sostenido de casi 6%, inflación, y devaluación contraladas, los combustibles más baratos de Centroamérica, subsidios al transporte público, los intereses bancarios más bajos, el rescate para el Estado de las empresas de energía y telecomunicaciones; educación pública priorizada con matrícula gratis, merienda escolar, respeto a los derechos y salarios de los docentes; transformación de la Policía Nacional en una Policía Comunitaria.
Además, crecía aceleradamente el turismo en la misma proporción que la inversión pública y privada, pero lo más importante era que después de 20 años de gobiernos que hicieron crecer permanentemente la pobreza, por fin se logró reducirla significativamente. Se otorgó un histórico incremento al salario mínimo, duplicándolo y en general el nivel de vida del pueblo mejoró mucho. Todo esto lo logró Zelaya sin endeudar al país, y sin establecer un solo nuevo impuesto o contribución al pueblo, con su lema cero impuestos.
Los cambios también llegaron en lo Social, con una Ley de Participación Ciudadana, que propició los mecanismos de democracia directa, y el presidente recorría semanalmente el país, en asambleas públicas de municipio en municipio escuchando al pueblo, y por ello se le denominó el Gobierno del Poder Ciudadano.
Con una política exterior independiente y soberana, Honduras se incorporó activamente a PETROCARIBE y a la ALBA con proyectos como Vivienda solidaria, bombillos ahorradores, tractores para el pueblo. Se siguió el principio del respeto a la autodeterminación y no intervención en los asuntos de otros estados, y una diplomacia de puertas abiertas a todos los pueblos y gobiernos del mundo.
Se redujeron las indebidas ganancias de las trasnacionales del petróleo, se prohibió la minería a cielo abierto y se destinaron fondos de PETROCARIBE para construir el nuevo Aeropuerto de la Capital en Palmerola, lugar donde durante más de cincuenta años había funcionado la Base militar más importante de USA en Centroamérica.
Todo esto fue demasiado para los halcones del Pentágono de USA, acostumbrados a tener en los gobiernos de Honduras sus más fieles, incondicionales y obedientes servidores, y precisamente utilizando a los sectores más conservadores y oscuros de la política vernácula, y a unas Fuerzas Armadas educadas por ellos mismos en el anticomunismo más fundamentalista, entrenados en la doctrina de la seguridad nacional, procedieron a derrocar al Presidente Zelaya con un Golpe de Estado eufemísticamente llamado cívico-militar.
Con Honduras se iniciaba la era de los «Golpes Suaves». El pueblo hondureño reaccionó y escribió una hermosa página histórica de resistencia civil y cotidiana en las calles de Tegucigalpa y de toda Honduras, que todavía ahora no ha podido ser sofocada. Otra vez, la intervención del Departamento de Estado de USA decidió el futuro de Honduras, y se practicaron a sangre y fuego, unas elecciones entre los candidatos que ejecutaron la tumba de la democracia, sin participación de la resistencia popular, ni del Gobierno derrocado en oposición, y así se pretendió lavar el golpe al constitucionalismo democrático.
Con el golpe de Estado, Honduras no retrocedió, porque definitivamente fue destruida y sus responsables como aves de rapiña, se disputan los despojos con indecencia y descaro.
Juan Orlando Hernández y su partido, los protagonistas y los más beneficiados con el Golpe de Estado, continúan destruyendo y apropiándose del país, en un reparto sin precedentes, y regalando nuestros recursos y soberanía a intereses extranjeros sin ningún escrúpulo.
Toda la historia de la infamia los migrantes la saben. Comprenden la tragedia de esta Patria que no existe, y por eso es que huyen de este apocalipsis en que han convertido el terruño, huyen con su único tesoro, huyen con lo único que les ha dejado esta devastación, huyen cargando en sus espaldas la única esperanza: sus hijos.
En la Honduras de hoy nadie tiene garantizada la vida, por el contrario, la inseguridad obliga a vivir el riesgo inminente de la muerte. Cotidianamente, se vive al filo de la navaja, y con el cañón de la violencia apuntando al azar y a pulso, esperando que no engrosemos por aquello de los números que se precisan las cifras de las víctimas.
La pobreza extrema se ha incrementado escandalosamente alcanzando al 68% de la población. Se ha profundizado el desempleo y el subempleo, y simplemente no hay trabajo, sobre todo para los más jóvenes y esto no se refleja solamente en cifras o análisis cuantitativos que recogen los ciencistas sociales o los magos de las finanzas, se vive todos los días en los barrios bajo el nombre de hambre, y los migrantes la han sentido cuando el pan reniega a visitar sus destartaladas mesas.
La descomposición social se ve incrementada porque nadie confía en las instituciones, en Honduras no existe la justicia, sombríos magistrados y jueces, nombrados a través del Congreso Nacional bajo el sistema de lealtades personales, y designados directamente por el dictador y sus cómplices, dictan sentencias a la carta, y bajo el menú de carniceros avorazados, ejecutan sin piedad sentencias de sicariato con que asesinan la esperanza y proscriben a los enemigos políticos. la Corte Suprema de Justicia es una escuela de impunidad, y los migrantes también lo saben y han sentido el peso del derecho penal diseñado exclusivamente para pobres.
El Congreso Nacional no representa los intereses de la sociedad, con una mayoría mecánica del Partido de gobierno, ha aprobado las más oprobiosas leyes, otorgando amnistías y pases de cortesía a la impunidad a criminales a través de leyes que hacen desaparecer la moral y la transgresión a la norma. Han vendido el territorio y la soberanía, decretando exagerados impuestos, devolviendo favores a las trasnacionales, entregando y destruyendo las empresas públicas, dictando leyes que dan secretividad a lo público, privatizando los puertos y las aduanas, entregando la inversión y las políticas públicas en manos particulares (su mismo grupo), concediendo derecho de peajes a favor de empresas particulares en las carreteras públicas construidas con fondos públicos. El Congreso Nacional pues es un templo de mercaderes, una escuela del crimen y los migrantes lo saben muy bien.
Finalmente, después de habernos despojado de todo, los mismos que fueron responsables del golpe de Estado, nos quitaron lo único que nos quedaba, la esperanza de que esto cambie. Después de tanto sufrir, resistir y soportar, el pueblo hondureño se volcó a las urnas votando en contra de Juan Orlando Hernández y dándole un contundente apoyo a la Alianza Opositora Contra la Dictadura con su candidato Salvador Nasralla, triunfador indiscutible como lo recogió el conteo inicial de votos, hasta que el Tribunal Electoral, controlado por el Dictador, hizo que colapsaran las computadoras a la media noche, y el retornar el sistema «milagrosamente» ganaba Juan Orlando Hernández.
Este escandaloso fraude electoral fue repudiado por toda la comunidad internacional, hasta que nuevamente los Estados Unidos de América y una Unión Europea medieval al servicio del señor de la Gleba, reconocieron y dieron la orden a sus «aliados» de reconocer el «triunfo» del Dictador. En Honduras el pueblo no tiene derecho de elegir a sus gobernantes, y los migrantes lo saben.
Después de haberlo perdido todo, y teniendo la sobrecogedora certeza de que no habrá cambios, es decir al haber perdido la esperanza, y sin posibilidades de una vida digna, en su patria, los hondureños y hondureñas de la caravana de la miseria, y consideran un deber de sobrevivencia para con sus hijos, huir de Honduras. Esta es nuestra tragedia.
El gobierno usurpador de la soberanía popular, el gobierno del Dictador Juan Orlando Hernández, le ha incomodado la trascendencia mundial de este éxodo masivo, de esta crisis humanitaria que ha creado su gobierno impopular; y ha financiado campañas para desacreditar a la oposición y atribuirle la organización de estas mareas humanas de inconformes, pero este dictador tiene que entender, que el que siembra golpes al rostro de la dignidad nacional cosechará inmigrantes.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.