¿Podemos las masas dominadas recuperar la conciencia? ¿Hay remedio contra nuestra esclavitud mental? Podemos hacer mucho.
Primero, recordar que somos herederos de hombres y mujeres libres, y que valen tanto para defendernos. Segundo, que cada centímetro es trinchera de resistencia. Si las máquinas simpatizantes del restaurador del populismo, no leen ni piensan, parte de nuestra resistencia es leer y pensar, mientras aun hay tiempo para organizar mejor nuestros proyectos. Pero no leer a paupérrimos escritorzuelos al servicio de la mediocridad, que justo ahora ganan certámenes nacionales y centroamericanos, apadrinados por sus amigos jurados. Tampoco nos referimos a la lectura de best sellers, cuyas ochocientas páginas de nada leemos en cuarenta vacíos minutos. Son, además, la pastilla somnífera, que nos ofrecen, por ejemplo, los cubos biblioteca del señor gobierno actual. Regresemos a los clásicos escritores que descubrieron a través de la vivencia y el análisis de su contexto, la forma actual que tomarían algunos problemas universales. Leamos, por ejemplo, cuentos como “El matadero”, del argentino Esteban Echeverría, testimonio certero de una época muy parecida a la nuestra.
Las encuestas del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de 2020 nos acreditan para asegurar que el ancla principal de la simpatía popular por este gobierno de cara a las elecciones de 2021, son los paquetes de alimentos y el bono de $300.00, de fugaz existencia. A ello se suman 252 casas de la constructora Salazar Romero que se entregó a damnificados por las lluvias, el pasado 19 de diciembre de 2020, bajo condiciones poco transparentes. Semejante manipulación mediática culmina con el terror al COVID-19, cuyo manejo mundial ni siquiera líderes de izquierda se atreven aun a cuestionar públicamente. Sin embargo, estos hechos aumentan el soporte persuasivo del respaldo al profundizador de la estupidez. Saben muy bien que pueden comprarnos por el estómago o por las entrañas. No falta este valor burgués en la educación salvadoreña: muchos docentes enseñan que hay que venderse siempre al mejor postor: no baratos, siempre caros. Sus discípulos lo aprenden muy bien. Aunque nos parece mejor no tener precio, ni estar a la venta, a gente acostumbrada al hambre, no podemos culparla de que otros saquen provecho de ella. Menos aún, si nunca recibieron educación de calidad.
Si el sistema educativo no cambió para formarnos dignamente, somos las masas quienes tendremos que educarnos. A menudo, los activistas políticos de izquierda, verdaderos educadores de masas, carecen de tiempo suficiente para leer, para formarse, para estudiar, tarea difícil en los tiempos que corren. Y quienes se dedican a leer, a estudiar, a formarse, deberán también apropiarse de un papel más activo en esta resistencia contra el populismo fascista.
Escritores como Esteban Echeverría, comprendieron que la brutalidad y el embrutecimiento de las mayorías contra lo que se considera oposición política, en un momento dado, se debe en parte a la acción de iglesia y gobierno. En el caso salvadoreño, las iglesias evangélicas son el auténtico ejemplo de esa manipulación mental y cultural para programar a la población contra la conciencia y el criterio autónomo. Cada pastor, diácono, diaconisa, madre y padre de familia se vuelven el arma fatal contra la libertad de hombres, mujeres y jóvenes. En una colonia populosa, han proliferado al menos quince iglesias de este tipo; extrañamente el fenómeno pandilla se expande con la misma efectividad en el mismo sitio, confirmando sus nexos con el liderazgo evangélico.
El discurso de odio contra los derechos humanos, que tan bien reproducen nuestros niños y adolescentes, lo aprendieron en la iglesia y en la escuela, por no mencionar los hogares cristianos de donde provienen. Por ello ideas como aquella de que, si “el supremo señor que ocupa hoy Casa Presidencial es el enviado de los cielos, ¿quién contra él?”, son tan populares. La oposición parece otra cara del demonio. Como los unitarios en el texto de Echeverría, contra quienes valía la pena aplicar los más sanguinarios castigos. Ningún opositor político actual, incluyendo a quienes somos insignificantes antípodas del discurso dominante, se libra del ataque inaudito de los simpatizantes celestes. Si tuvieran el poder total al que aspiran, seguramente más de alguno de nosotros moriría despedazado por aprendices de los paramilitares del pasado, llamándonos “ratas”, como hacían los nazis con las víctimas del holocausto de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque debemos respetar las religiones, los opositores necesitamos cuestionar el poder que el fanatismo religioso (político, por lo tanto) sigue ejerciendo al infundir la represión y la imbecilidad entre las y los salvadoreños. Por ello, en los pocos espacios de discusión política, no deberíamos dejar que esta perspectiva refrende nuestras ideas, planes y acciones. Ningún Dios ha bajado en los últimos mil años para liberarnos de la cruda realidad, y no lo veremos en los próximos meses, defendiendo nuestros pellejos de la jauría de fanáticos del presidente.
Hasta hoy, el criterio realista combinado con fe en la humanidad, la lectura, el estudio de la materia, la historia y la memoria histórica, el libre pensamiento y la dignidad nos confieren carácter liberador. Los asesinos suelen ser religiosos y ciegos, seguros de seguir a líderes nada infames. No hay diferencia, en este sentido, entre un pastor, un pandillero o un presidente. No hay diferencia, entre un funcionario que ayuda a ocultar la corrupción y un ladrón de cuello blanco: ambos hacen funcionar la gran máquina. Actúan bajo su propio interés. En cambio, las víctimas de ese interés, se caracterizan por la ingenuidad, la ignorancia, la angustia y la desesperanza de no emerger de los abismos donde las han arrojado fuerzas para ellas, desconocidas. Los pocos que sospechamos el origen de nuestra miseria, debemos elegir el poder del saber, posible a través de nuestra educación. Cuestionar es también un acto de resistencia. Hay entre nosotros, hombres y mujeres ilustrados, olvidados por sus propios compañeros de izquierda, a quienes hay que escuchar. Otros, de forma traicionera, se atiborraron de nuestros esfuerzos anteriores para abrazar al adversario y atacarnos con todo su odio. No obstante, podemos salir del atolladero, y sacar a otros de él. Dos horas diarias de lectura y la práctica liberadora en nuestra vida familiar, privada, laboral y académica, nos devolverían dignidad.
Si somos honestos, reconozcamos nuestra ignorancia y nuestra necesidad de saber, que es también vocación por la vida. Así recuperaremos para otros, espacios que ningún poder supremo podrá dominar. Eso es leer: escuchar las voces de otros, que conocieron el valor, la felicidad, la tolerancia, el amor colectivo, el saber universal, incluso, entre extraordinarias carencias.
El ser humano pleno puede enfrentar el miedo; así concluye el joven opositor que muere en brutales circunstancias en “El matadero”, de Esteban Echeverría: “Prefiero [que el tigre me despedace] a que, maniatado, me arranquen como el cuervo, una a una las entrañas”. No escasearán mañana hombres y mujeres que prefieran el conocimiento científico para tratar las pandemias futuras, por encima del encierro injustificado que mata de miedo, por parte de un gobierno corrupto y fanático.
Seamos amantes de la liberación, y, algún día no tan lejano, vendrá alguien a ofrecernos oro para comprar nuestra simpatía y les responderemos con una carcajada, porque solo la alegría merece compartirse y solo la risa nos hace más rebeldes en este mundo que no tiene por qué ser un valle de lágrimas.