La agenda ambiental muchas veces queda supeditada a los temas económicos y/o políticos, al escándalo del momento; o a la pelota en este Uruguay futbolero, un país agropecuario exportador de materias primas, de tierra fértil, de un puerto que es entrada y salida para el continente.
Un país que fue concebido de esa manera: pradera, puerto y frontera. A pesar de que el gobierno neoliberal de Luis Lacalle ha creado el Ministerio de Medio Ambiente, no significa que se preocupe más por dicha materia o existan cambios significativos en materia ecológica. Todo lo contrario.
Vivimos en un mundo donde se debate sobre el calentamiento global, donde los desastres naturales acechan cada vez más seguido y existe preocupación ya por un riesgo civilizatorio de desaparición como especie. Donde el petróleo, el litio, el agua, las energías renovables son codiciados por las grandes potencias y corporaciones trasnacionales y son objeto de discusiones en foros internacionales, mientras la huella de carbono se lleva los reflectores.
Uruguay, esa pequeña esquina en el rincón sur de América Latina, no escapa a la crisis ecológica ni a las mezquinas pretensiones de gobiernos y grandes capitales que ponen por encima de la vida, las propias ganancias.
La autopercepción política del Uruguay como excepción del continente se traslada al ámbito ecológico. Pero eso poco coincide con proyectos como el Neptuno que inicia el proceso de privatización del agua, el secretismo de contaminación que vienen dejando las pasteras de celulosa de las trasnacionales UPM y Stora Enso -incluso forestando tierras que están encima del Acuífero Guaraní-; el glifosato en el agua y más agrotóxicos.
O el incomprensible proyecto presentado por el ministro de Ambiente, Adrian Peña, donde se pretende tomar agua potable del Río de la Plata, financiado por el Estado y usufructuado por privados. Estas son solo algunas puntas de este Uruguay no tan natural.
Contexto
La comunidad científica ha alertado en más de una ocasión que la temperatura promedio del planeta no debe aumentar más de 1,5 grados para mantenernos dentro del contexto climático que conocemos. Para lograr dicho objetivo, los países deben reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en forma drástica, incluyendo, entre otras medidas, moratorias a nuevas explotaciones de carbón o petróleo, o deteniendo la deforestación.
Los gobiernos han asumido repetidos compromisos con esa meta, y Uruguay se sumó a ello. Pero continúa la tala o la quema de bosques, casi que indiscriminada, que tiene consecuencias sobre toda la cuenca del Río de la Plata, por ejemplo en su régimen de lluvias, y esos efectos alcanzan a todos.
La cuenca del Río de la Plata recibe los efluentes urbanos de muchas de sus ciudades, los metales pesados de los desechos de mineras, o los derivados de sus agroquímicos, lo que desemboca en el estuario. Aún más cerca, los efluentes del área metropolitana de Buenos Aires también se lanzan sobre las aguas platenses.
Los científicos estiman que llegaremos a 2,8 grados de aumento de temperatura, lo que significa el derretimiento de enormes masas polares, la elevación de más de 10 centímetros en el nivel de los océanos, unos 1.700 millones de personas padeciendo olas de calor extremo, 61 millones sufriendo sequías y una cascada en la pérdida de la biodiversidad.
Muchas regiones se desertificarán y se modificarán severamente las áreas agropecuarias y la provisión global de alimentos. ¿Y Uruguay?
A nivel mundial se producen 400 millones de toneladas de plásticos por año, se lanzan a las aguas de 300 a 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes y otros derivados industriales, y los derivados de los fertilizantes contaminan ríos, lagunas y costas.
Los derivados del plástico, convertidos en diminutas partículas, invaden el aire, los suelos y las aguas. Se considera que cada persona ingiere indirectamente más de cien mil partículas de plástico por día y ya han sido hallados en nuestra sangre. Lo mismo ocurre con otras sustancias: el agroquímico glifosato y sus derivados, de uso masivo en Uruguay y en otros países, han sido encontrados en alimentos, leches maternizadas, cervezas o tampones femeninos
Un análisis de Oxfam con el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo descubrió que las emisiones per cápita de alguien del uno por ciento más rico son 100 veces más altas que las de alguien del 50 por ciento más pobre, y 35 veces más altas que el objetivo mundial para 2030.Desde 1990, el 5% más rico fue responsable de más de un tercio del crecimiento de las emisiones totales.
Uruguay es uno de los países que menos aporta al efecto invernadero. Sin embargo, será de los más afectados por este fenómeno a nivel continental, según proyectan estudios internacionales. Aportar poco no significa no aportar, y la ganadería está en la mira como una de las actividades que más contribuye a la contaminación ambiental
A fin de cuentas, preocuparse de la crisis ambiental y ecológica es cuestionar el modelo de desarrollo imperante que es el que nos ha llevado a este punto. Enrabarlo con otras causas y luchas con visión estratégica es menester para que las próximas generaciones puedan subsistir en un mundo que promete ser más apocalíptico que las películas que conocemos hasta el momento.
Nicolás Centurión. Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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