Traducido por Àlex Tarradellas
Me llamaron la atención por la falta de un texto sobre Timor Oriental aquí en el blog (http://blogdosakamoto.blig.ig.com.br/) tras el atentado contra el presidente José Ramos-Horta, ganador del Nobel de la Paz en 1996, debido a su lucha por la independencia de esa pequeña nación enclavada entre el Índico y el Pacífico. El mismo día 11 de enero, fue frustrado otro ataque, esta vez contra el primer ministro y héroe de la independencia, Xanana Gusmão. El líder rebelde, el mayor Alfredo Reinado, murió durante la acción contra el presidente.
Estuve en el país en 1998 para hacer un reportaje sobre la lucha del pueblo maubere por la autodeterminación. Después, apasionado por la isla y su pueblo, defendí un máster sobre las causas del suceso de la resistencia timorense. Voy a hacer algunas consideraciones generales, no sobre la tentativa de desestabilización del gobierno promovida por insurgentes, sino sobre la historia y la situación social en Timor.
Quien reduce los conflictos de Timor a disputas étnicas, regionales o religiosas y se olvida del difícil proceso político que ha representado la fundación del Estado timorense y la miseria que sufre la mayoría de la población está engañado. Timor Oriental es uno de los países más pobres del mundo, entregado a la propia suerte durante la ocupación indonesia (1975 y 1999), y transformado en icono internacional de la libertad. Hoy, pasado algún tiempo de la conmoción por la independencia, ha sido prácticamente dejado de lado en la pauta de la comunidad internacional, justamente cuando vive su fase más delicada. Sólo reaparece en casos como éste, el atentado contra el presidente.
Buena parte del pueblo maubere posee pocas perspectivas de un futuro mejor, los sistemas de protección social son incipientes, grupos políticos en el poder no se han entendido sobre la mejor forma de hacer desarrollar el país y faltan recursos para inversiones. Además, la riqueza del petróleo (el mar de Timor posee una de las 20 mayores reservas del mundo) aún no ha llegado a la población. Brasil, que dio la espalda durante décadas a un posicionamiento en el caso timorense y se adhirió a la causa a última hora, poco contribuyó con el proceso de mejoría de la calidad de vida en el país. Envió a profesores, técnicos, profesionales para capacitar a Timor, pero aún no ha hecho ninguna inversión económica representativa.
Los conflictos entre diferentes grupos timorenses (que existían incluso antes de la ocupación portuguesa y se remontan a la época del comercio de sándalo con dinastías chinas del siglo XV) se acomodaron durante la lucha por la independencia, pero han vuelto a aflorar. La identidad reactiva -el enemigo de mi enemigo es mi amigo- creada contra el invasor indonesio se ha enfriado. Sin embargo, la violencia surge porque la mayor parte de la sociedad timorense se encuentra en situación de miseria y la poca riqueza no consigue ser distribuida de forma equitativa. Los más pobres corren para refugiarse en las montañas en momentos de conflicto, repitiendo lo que sucedió en otros momentos de la historia.
Y la historia de esa mitad de la isla enclavada en Indonesia y encima de Australia no es simple. Fue escrita a través de un gran derramamiento de sangre de su pueblo, de las guerras contra la ocupación portuguesa, pasando por el exterminio causado por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial hasta el genocidio indonesio, sin contar con las disputas internas entre rivales. Pese a ser pequeña (19.000 Km²), ¡ésta posee cerca de 30 grupos etnolingüísticos diferentes!
El día 30 de agosto de 1999, el 78’5% de la población de Timor Oriental votó a favor de su autodeterminación y contra la integración definitiva con Indonesia -el auge de 24 años de resistencia a la dominación y guerra por la independencia. La ocupación mantenida por la fuerza por el gobierno del general Suharto causó uno de los mayores genocidios del siglo XX, con más del 30% de timorenses muertos directa o indirectamente por el conflicto -teniendo como base el número de habitantes de 1975. Una ola de violencia invadió el país al acercarse ese plebiscito, cuando grupos paramilitares armados por Indonesia esparcieron el terror entre los timorenses.
La lucha por la independencia creó bases necesarias para la formación y, principalmente, la manutención de un Estado libre y autónomo. La resistencia de la población maubere a la anexión con Indonesia hizo posible que diferencias que bloqueaban la consolidación de la unión nacional fueran dejadas de lado en pro de un objetivo único. Al mismo tiempo, creó y fortaleció símbolos de una identidad timorense -que antes no existían.
Se debe recordar que, además de las diferencias etnolingüíticas, el posicionamiento ideológico ponía fracciones de la población en desavenencia antes de la ocupación. Un observador de finales de la década de los 70 diría que una coalición entre la Fretilin [1], a la izquierda en el espectro político, y la UDT [2] era inviable, debido al gran número de puntos divergentes entre esos partidos que nacieron del proceso de descolonización portuguesa en la década de los 70.
Sin embargo, los resentimientos de la imposición de una política oficial de desigualdad que favorecía a los inmigrantes indonesios que se mudaban a Timor y la total falta de respeto a los derechos fundamentales de los timorenses dio fuerzas para los que mantenían el deseo de crear un país en el que los habitantes nativos participaran efectivamente en su administración. La negación de todo lo que representase la integración al invasor se hizo sentir en toda la isla, de la misma manera que el crecimiento de símbolos que exteriorizaran y canalizaran la insatisfacción popular. Como el catolicismo y la lengua portuguesa, incipientes durante el periodo colonial lusitano.
La guerrilla, más que un ejército para la reconquista del territorio, se convirtió en un símbolo de la lucha tanto para los propios timorenses como para la comunidad internacional. Su manutención, a pesar de las adversidades, representaba por encima de todo el deseo de la población en obtener la independencia. La población, a través de la utilización de sus tradicionales redes de parentesco y otras redes sociales, garantizó la estructura a la guerrilla y a los otros grupos de la Resistencia.
Las Falintil [3], la guerrilla timorense, al contrario del discurso de aquellos analistas a los que les gusta tachar a los ejércitos de liberación nacional posteriores a la Guerra Fría como grupos mercenarios, no validaban el pillaje, el robo y la dominación territorial. Hasta porque la guerrilla estaba considerada como las fuerzas armadas de Timor, que servía para la defensa de un proyecto nacional y no para el favoritismo de un grupo u otro, o de una ideología específica. Estaba compuesta por individuos de diversos grupos étnicos de todas las regiones de la isla.
La posición de la sociedad civil, principalmente de los estudiantes insatisfechos con la dominación, también fue fundamental para la continuidad de la lucha. Una nueva generación, creada bajo el bahasa indonesio (la lengua oficial de aquel país), al contrario de lo que Yakarta esperaba, no aceptó la presencia de los javaneses en su tierra.
La coyuntura internacional tras la Guerra Fría, con la disminución de la importancia estratégica de Indonesia para los Estados Unidos, y la crisis económica del Sudeste Asiático a finales de la década contribuyen un poco a explicar el suceso de la resistencia a través del debilitamiento del gobierno de Suharto. No obstante, el mayor peso internacional vino de los grupos de presión, abastecidos de informaciones generadas por la Resistencia timorense en el exilio, que hicieron campaña para que sus gobiernos intervinieran junto a Indonesia por una solución para el caso timorense.
El día 20 de mayo de 2002, Xanana Gusmão asumió el cargo de primer presidente de la República Democrática de Timor Oriental, en una fiesta que reunió a los jefes de Estado y de gobierno de todo el planeta. La posesión tenía un significado más grande porque, al mismo tiempo, los mauberes recibían de las Naciones Unidas la administración total de su territorio.
Ante una situación de tierra arrasada, muchos se preguntaron en su momento si el Estado timorense conseguiría mantenerse frente a los desafíos económicos, sociales y políticos sin la tutela de las Naciones Unidas.
Además del petróleo y del cultivo de café, que practica hace tiempo, el país desarrolla su agropecuaria, fomenta el turismo, que trae excelentes ingresos a otras islas de esa región de confluencia entre los océanos Índico y Pacífico. En la época de la independencia, se creó un Plan Estratégico de Desarrollo que, implantado paulatinamente en los próximos 25 años, debería orientar la reconstrucción y el crecimiento de Timor. Uno de los principales objetivos del gobierno es llevar a la población a ser partícipe de las decisiones del país. Sin embargo, la reconstrucción físico-material sería más rápida si hubiera una mayor participación de la comunidad internacional.
No obstante, lo más importante en este proyecto es la implantación de las instituciones democráticas. El nuevo gobierno necesita el debate amplio y crítico con la sociedad, garantizar una administración transparente y educación a las generaciones más jóvenes para hacer posible la continuidad de ese trabajo a largo plazo. Infelizmente, no ha conseguido cumplir todo con la velocidad que Timor necesita. Durante los festejos de 2002, el mundo vio al país como un caso sin solución, cuando en verdad sólo estaba empezando una nueva batalla. Es necesario acomodar los diferentes grupos que representan al pueblo timorense, repartiendo la riqueza (difícil de hacerse con pocos recursos en las manos).
Cuando Xanana Gusmão era presidente, la figura del primer ministro era representada por Mari Alkatiri, líder de la Fretilin, partido entonces dominante en el parlamento. En los inicios del gobierno, había diferencias entre ellos de cómo la administración debía ser conducida. Mari y la Fretilin defendían el gobierno representativo, con las decisiones tomadas en el parlamento por los diputados electos por el pueblo. Xanana Gusmão ya consideraba que se debe prestar importancia a la participación directa de la población, tanto en la sugestión de formulación de políticas públicas o en la definición del presupuesto, como en la utilización de plebiscitos.
En el origen de los conflictos que han tomado a Timor Oriental independiente en los últimos años estaban las reclamaciones por parte de los revoltados con el comportamiento del primer ministro Alkatiri y de su gabinete, que estaría siendo incapaz de hacer avanzar el gobierno y el proceso de estructuración del estado. Los ministros del Interior y de Defensa dimitieron, Xanana Gusmão exhortó a la población a dialogar y restaurar la paz. Él, el carismático héroe de la independencia, era la única figura que continuaba respetada y oída por todo el país. Con eso, él tuvo que asumir una función semejante a la que desempeñó durante los años de la ocupación, zurciendo la reconciliación de la sociedad, mientras las instituciones y el desarrollo del país estuvieron en proceso.
Las crisis llevaron a la caída de Alkatiri, Ramos-Horta asumió su lugar. Después de las elecciones, los papeles de invirtieron, con Ramos-Horta presidente y Xanana Gusmão primer ministro.
Timor Oriental afronta un periodo tenso. No es una crisis aislada, sino un rosario de éstas. Sin embargo, si pudiera unirse nuevamente en torno a un mismo enemigo -la pobreza- también conseguiría liberarse. Las guerras por las cuales ha pasado Timor a lo largo de su historia y, principalmente, contra el invasor indonesio, además de forjar la nación, desarrollaron la capacidad del pueblo maubere de juntar fuerzas ante las adversidades. Hay una generación entera, hijos de la ocupación, que luchó para obtener la independencia y, con eso, desarrolló una fuerte cultura de participación política. Ese capital acumulado será muy útil para afrontar esos desafíos de los primeros años de libertad para asegurar, en fin, la consolidación de la democracia.
Entrevisté al líder revolucionario, después al presidente y primer ministro Xanana Gusmão en dos ocasiones -la primera en la penitenciaría de Cipinang, en Yakarta, capital de Indonesia, cuando cumplía pena por intentar hacer de Timor un país libre, y la otra en São Paulo, durante su visita a Brasil. Optimista en cuanto a esas diferencias, decía que esas no debían ser ignoradas, pero que eran tomadas en cuenta para el desarrollo del país.
«Pregúntame si superamos las diferencias. Permíteme que responda que espero que no. Este momento es el momento de la vivencia de las diferencias. Es en la diferencia que vamos a crecer y a madurar. Es en la diferencia que vamos a aprender el respeto democrático y a enriquecer nuestro debate y las opciones tan difíciles que tenemos que hacer en estos primeros años de independencia. En lo que es fundamental y estratégico para el futuro del país, las diferentes fuerzas políticas y de la sociedad civil están en acuerdo. Creo que este acuerdo es esencial… Además, la diferencia no sólo es deseable sino que también saludable.»
Notas:
[1] Fretilin – Frente Revolucionária de Timor-Leste Independente
[2] UDT – União Democrática Timorense
[3] Falintil – Forças Armadas da Libertação Nacional de Timor-Leste
Fuente: http://blogdosakamoto.blig.ig,com.br/
* Leonardo Sakamoto es periodista y Doctor en Ciencias Políticas en la Universidad de São Paulo. Cubrió la guerra por la independencia en Timor Oriental y la guerra civil angoleña. Fue profesor de la licenciatura de Periodismo de la ECA-USP y trabajó en varios medios de comunicación, habiendo recibido premios en el área de periodismo y derechos humanos, como el Vladimir Herzog y el Premio Combate al Trabajo Esclavo. Emprendedor social Ashoka, es coordinador de la ONG Repórter-Brasil y representante en la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Esclavo (Conatrae).
Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.