Hace tiempo pensamos que cualquier propuesta en relación a la deuda pública necesita de un análisis que vaya más allá del «número titular» según el cual la deuda bruta del sector público global asciende a la cifra de 33.184 millones de dólares (en adelante mmd.). Nos parece que a fin de plantear alternativas a la […]
Hace tiempo pensamos que cualquier propuesta en relación a la deuda pública necesita de un análisis que vaya más allá del «número titular» según el cual la deuda bruta del sector público global asciende a la cifra de 33.184 millones de dólares (en adelante mmd.). Nos parece que a fin de plantear alternativas a la política actual es necesario afinar el estudio de la deuda. Importa, por supuesto el número global citado, pero también lo hacen las monedas en que está denominada y, sobre todo, quienes son los acreedores de la misma. Tenemos claro que en el actual contexto político el tema de la deuda prácticamente no existe. En plena campaña electoral no recordamos que alguien se haya molestado en mencionarlo. Esto es absoluto para los voceros y candidatos de los cuatro partidos con representación parlamentaria. Para estos es un «no tema». La dinámica de pagar vencimientos de capital e incluso intereses mediante la emisión de nueva deuda a plazos mayores ha sido aceptada y considerada no discutible. Entre responsables de las formaciones sin representación parlamentaria o aquellas que no aspiran a la misma el tema ha sido reducido a menciones programáticas más o menos vagas que van desde el «moratoria y auditoría» hasta el simple «no pago».
Por ahora la política llevada adelante por el conjunto del sistema político que se sienta en el parlamento con el completo acuerdo del mundo empresarial y financiero nacional e internacional se muestra satisfecho con el manejo de la deuda pública. Y es que las condiciones internacionales han sido extraordinariamente favorables al tipo de política adoptada por el país para salir de la crisis en 2003. La alta liquidez internacional, las históricamente bajas tasas de interés, la afluencia de capital de la mano de aquellas así como de los relativamente altos precios de los commodities de exportación en conjunto con políticas de apertura, desregulación y medidas varias para favorecer, mediante generosos estímulos fiscales, la inversión nacional, pero sobre todo extranjera, provocaron una elevada (para los parámetros históricos nacionales) tasa de inversión. Tanto nacional cuanto extranjera. Y de esta última tanto «en cartera» (la que se vuelca, precisamente, a títulos de deuda sobre todo públicos) como en los sectores de infraestructura, comercio o productiva. En este contexto la deuda pública simula desaparecer como «problema». Algo muy parecido sucedía en los años 90. En menor escala, ya que la actual situación es mucho más favorable, pero tampoco en aquella época se hablaba de la deuda pública. Salvo honrosas excepciones dentro de la izquierda (que entonces incluía a parte del frente amplio).
La dura realidad se descerrajó con toda violencia apenas las condiciones cambiaron. Igual que ahora todo era color de rosa hacia fines de los 90.
Nuestra tesis es que los parámetros básicos sobre los cuales funciona la economía del país no han cambiado. Por lo tanto en algún momento futuro los mismos problemas reaparecerán. La deuda pública volverá a estar en la palestra como lo que realmente es: una brutal hipoteca sobre el bienestar de la nación. Esperemos que entonces los trabajadores y el pueblo logren imponer una solución de acuerdo a sus intereses fundamentales y no los de la burguesía nacional y extranjera.
En referencia al trabajo cuya primera parte vio la luz hace algunos días, un querido compañero nos hace llegar los siguientes comentarios.
«Querido William: Muchas gracias por tus reflexiones. Comento rápidamente: 1) No sé si no deberías también haber calculado la diferencia de cotización del dólar en Pesos en 1969 y su cotización actual en Pesos (incorporando la difícil «traducción» de los sucesivos Pesos habidos desde entonces, con reducción de ceros y demás), para incorporar ese dato a tu comparación en la deuda hipotética de mil dólares. 2) Si se paga al acreedor en Pesos, parece ventaja hacerlo en una moneda que el país emite, aunque sea reajustando por las UI (ahora, si hay que cambiar a dólares para pagar, ahí la cosa es diferente, pues se sigue atado al dólar). 3) Te pregunto cuáles son las condiciones efectivas del pago de la deuda uruguaya (por ejemplo, por lo que oí, Argentina puso en el contrato de sus Bonos de 2004 y 2010 el pago en un banco de New York, y me pregunto también si no aceptó juridicción yanqui para diferendos; de ahí el actual lío creado por el juez Griesa; cuáles son las condiciones de la deuda uruguaya?).»
Las preguntas que formula son bien importantes. En primer lugar: no me pareció tan relevante mencionar el factor por el cual se ha depreciado el peso uruguayo, tanto cuanto al tipo de cambio en relación al dólar cuanto al costo de una canasta de bienes y servicios de amplio consumo. Esto último se conoce como índice de precios al consumo (ipc).
De todas formas accedemos a la solicitud: a) el ipc se multiplicó-depreció 1,1 millones de veces entre 1969 y 2014. b) el dólar se apreció casi 99.000 veces. La división entre ambos números nos da aproximadamente 12. De allí surge nuestra afirmación «Dicho de otra forma, entre 1969 y 2014 la inflación marchó 12 veces más rápido que la devaluación.» Para el lector más curioso tenemos a disposición la planilla de la cual surgen estos números.
En segundo lugar: el compañero afirma lo siguiente: Si se paga al acreedor en Pesos, parece ventaja hacerlo en una moneda que el país emite, aunque sea reajustando por las UI (ahora, si hay que cambiar a dólares para pagar, ahí la cosa es diferente, pues se sigue atado al dólar)
Este planteo nos impone en siguiente comentario: efectivamente, si realmente la deuda emitida en pesos se pudiera pagar en esa moneda ello sería positivo desde el punto de vista del país. La realidad es que esto no es así. Veamos: de los 33.184 mmd (millones de U$S) que componen el total de la deuda bruta del sector público global (que incluye gobierno central, banco central del Uruguay, empresas públicas, intendencias, etc) 14.644 (el 44%) está nominado en dólares. El resto (18.538 mmd, el 56%) lo está en pesos.
De estos últimos 13.006 mmd (un 70%) está, en realidad constituido por unidades indexadas (la gran mayoría) o unidades reajustables. Esta última es una unidad de cuenta que reajusta de acuerdo al índice medio de salarios que durante los últimos 10 años lo ha hecho a un ritmo bastante más rápido que la inflación. De todas formas su incidencia en el total es insignificante.
El resto, 5.532 mmd (30% del total de la deuda nominada en pesos, 17% del total de la deuda pública global del sector público) son pesos no reajustables.
Para calibrar adecuadamente el punto que señala el compañero y cuya importancia es indudable es necesario agregar otra información: el lugar de emisión de la deuda y su jurisdicción.
17.892 mmd están emitidos, de dos formas, fuera del país. La mayoría en títulos cuyo lugar de emisión varía (Londres, Luxemburgo, etc.) y cuya jurisdicción en caso de controversia está fijada en los tribunales del Estado de Nueva York. Sí, el mismísimo lugar donde se está ventilando el actual diferendo entre Argentina y los «fondos buitre» con resultados más o menos conocidos por todos. Integran también este gran total los préstamos internacionales (banco mundial, fmi, bid, etc.), las deudas con proveedores, los «depósitos netos» y «otros».
Para el caso de la parte mayor (la emitida en títulos llamados «globales») en lo que respecta a los nominados en pesos se establece específicamente en los prospectos respectivos que el acreedor no sólo podrá (y generalmente así lo hace) integrar su participación directamente con dólares que serán canjeados por pesos a los efectos de la contabilidad al tipo de cambio interbancario vigente en el país un par de días antes de la operación, sino que podrá, a su arbitrio, optar por recibir al vencimiento o al pago de intereses su participación en pesos o en dólares. Dicho en castellano simple: los bonos están realmente emitidos en dólares. Su nominación en pesos responde exclusivamente a fines de contabilidad.
Queda un «resto»: los títulos emitidos en pesos en el mercado local. Tanto para aquellos que lo han sido en moneda reajustable cuanto para los que lo han sido en moneda no reajustable se cumple una regla. En un marco de completa libertad para el movimiento de los capitales cualquier modificación brusca en el ingreso o salida de los mismos tendrá efectos en el tipo de cambio. O sea, supongamos que mañana se produce un vencimiento importante (cientos de millones de dólares) de un título nominado en pesos, tanto da si estos son reajustables como si no lo son. Agreguemos que dicho vencimiento responde a una emisión en el mercado local. Teóricamente el organismo deudor (bcu, tesorería o empresa pública) tiene la facultad de utilizar para la cancelación pesos emitidos por el bcu (la famosa «maquinita») ese mismo día. Y esto es así, salvo por un pequeño problema: dicha emisión brusca tendrá un efecto, si no se compensa ese mismo día por la venta de nuevos títulos del Estado que sean aceptables para los acreedores, de presionar fuertemente al alza el tipo de cambio. O, lo que es lo mismo, provocar un fuerte aumento del precio del dólar. Para evitar los efectos nocivos del mismo la autoridad monetaria (u otro organismo público) deberá volcar al mercado una gran cantidad de dólares. En los hechos será lo mismo que haber cancelado la emisión con dólares.
Para que esto no fuera así se debería dar una de dos condiciones posibles: a) que no existiera libertad para el movimiento de capitales y los cambios de moneda, en cuyo caso los acreedores no tendrían más remedio que aceptar los pesos y quedarse con ellos. b) que el peso uruguayo fuera aceptado masivamente como moneda de reserva y ahorro. Esto último sucede con unidades tales como el dólar de EEUU, el euro y el yuan (en China, claro). Pero no lo ha hecho nunca con el peso uruguayo.
En suma: en el actual contexto de política monetaria y cambiaria poca es la diferencia práctica entre emitir deuda en moneda nacional y extranjera. El endeudamiento en aquella está seriamente limitado por la aceptabilidad del mercado de capitales. Sería inimaginable un endeudamiento del tamaño que tiene el país en moneda nacional no reajustable, salvo que las tasas de interés fueran siderales.
El tercer punto que nos plantea el compañero; relativo a la jurisdicción de la deuda lo hemos contestado en las consideraciones anteriores. Cabe agregar que, en realidad, todo el endeudamiento está sometido de una u otra forma a jurisdicción extranjera. Veamos: los préstamos internacionales lo están por su misma naturaleza. Las consecuencias de cualquier incumplimiento son conocidas: la expulsión del sistema financiero internacional. En cuanto a la deuda emitida localmente, los acreedores seguramente están integrados en gran parte por bancos y otras empresas extranjeras protegidas por tratados de protección de inversiones que explicitan jurisdicciones foráneas para la dilucidación de diferencias.
No podemos dejar de mencionar, cuando cuantificamos la deuda pública, que a la cifra total hay que deducirle 1.951 mmd que están en poder de organismos públicos. O sea, la deuda pública total real es de 33.184 mmd menos la cifra anterior, o sea, 31.233 millones de dólares.
A los efectos de considerar políticas en relación a la deuda pública no debemos olvidar, tampoco, que un cuarto (7.831 mmd.), de la misma está en manos de las administradoras de fondos de aportes previsionales (afap). Una reestatización de estos fondos provocaría una reducción automática de la deuda pública en ese monto. Esto no significaría una «expropiación de los fondos de los trabajadores» como pretende hacernos creer la propaganda oficial. Sucede que en realidad el responsable último del pago de jubilaciones y pensiones no es otro que el Estado nacional. En efecto, cuando un trabajador aportante a una afap se jubila el dinero pasa al asegurador responsable del pago de su jubilación que no es otro que el Banco de Seguros del Estado. El resto de las jubilaciones las paga directamente el Banco de Previsión social. La gran estafa que representan las afap proviene de las abultadas comisiones y seguros que se le descuentan a los aportes de los trabajadores en el momento en que estos se producen, o sea, mes a mes. Descuento que en el caso de las privadas que controlan algo menos de la mitad de dichos aportes alcanzan a un 20% de los mismos. Y ese dinero queda en manos de los bancos propietarios de la afap. En el caso de afap República (cuyos accionistas son el bps, el brou y el bse, o sea, el estado) los descuentos, sensiblemente menores, quedan de todas formas en manos de una entidad que funciona bajo derecho privado. Rinde poca o ninguna cuenta de sus gastos y gran parte del mismo va a costos que no tienen nada que ver con los intereses de los trabajadores aportantes; publicidad, sueldos de jerarcas, etc.
Sintetizando: sumando los 1.951 mmd. De la deuda pública en manos del propio estado, más los 8.000 mmd. En manos de afap, concluimos que la deuda pública en manos de agentes privados monta 23.402 mmd. De ellos, a su vez, unos 17.892 mmd, o sea, el 76% pertenecen a acreedores del exterior. En este rubro hemos incluido los siguientes grupos, tal cual los define el bcu: títulos en poder de agentes externos, préstamos internacionales, proveedores, depósitos netos y otros.
En nuestro programa de radio (Fénix, los lunes a las 21 horas) planteamos que la única deuda realmente soberana es la que no existe. Una afirmación un tanto radical que consideramos esencialmente cierta.
Todo este asunto de la deuda pública nos remite a temas más amplios. Si bien es, no sólo posible sino también necesario analizarlo como un tema en sí, a poco que lo hagamos tropezaremos con unos límites bien estrechos. Y es que el tema de la deuda pública no es más que un aspecto del conjunto de la política económica. Para quienes sostenemos la necesidad de una transformación radical del conjunto de las relaciones de producción las políticas alternativas respecto a la deuda pública no tienen sentido sin definir aquellas.
Cuando escribimos sobre un aspecto parcial del problema (la falsedad del concepto de «pesificación») no debemos olvidar ni un sólo instante que la deuda es esencialmente ilegítima. Cabe a tales efectos transcribir un fragmento de un texto esencial que los revolucionarios parecen haber, en su gran mayoría, olvidado: «La deuda pública se convierte en una de las palancas más vigorosas de la acumulación originaria. Como con un toque de varita mágica, infunde virtud creadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin necesidad de exponerlo al riesgo ni al esfuerzo inherentes a la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del Estado no entregan nada, pues la suma prestada se transforma en títulos de deuda pública, fácilmente transferibles, que en sus manos siguen desempeñando el mismo papel de dinero en efectivo. Pero, aún prescindiendo de la clase de rentistas ociosos así creada y de la riqueza improvisada de los financieros que hacen de intermediarios entre el gobierno y la nación, así como de los arrendadores de contribuciones, comerciantes, fabricantes privados, a quienes una buena parte de los empréstitos del Estado le sirve como un capital llovido del cielo, la deuda pública ha hecho surgir las sociedades anónimas, el comercio de efectos negociables de todo tipo, en una palabra: el juego de la bolsa y la bancocracia moderna.»
Se trata de «El Capital» de Carlos Marx y Federico Engels1.
Michael Hudson, un autor que no es marxista pero que analiza con lucidez los eventos económicos y políticos internacionales a la luz de ideas antimperialistas, afirma en una entrevista dedicada al tema de Ucrania pero que no dista de describir aspectos esenciales del conjunto del funcionamiento del capitalismo global:
«Lo que está en cuestión es quien va a gobernar el mundo.
RT: ¿podría usted resumir para nosotros los pasos ya conocidos que conducirán desde los préstamos del fmi hasta que los mejores activos de Ucrania terminen en manos occidentales (el «rompe rodillas» del fmi como usted lo llama)?
Michael Hudson: el principio básico para tener en mente es que las finanzas son, hoy, guerra por medios no militares. El objetivo de logra endeudar a un país es obtener excedente económico, liquidando sus propiedades. Las propiedades más importantes son las que producen exportaciones y generan divisas extranjeras.»2
La historia de nuestros países latino americanos formalmente independientes es la historia de la deuda pública de los mismos. Prácticamente ya desde su inicio las repúblicas se endeudaron con la entonces principal potencia capitalista: Inglaterra.
Uno de estos países se negó a hacerlo: Paraguay. Lo que sucedió a continuación es conocido: tres de sus vecinos, naciones supuestamente hermanas (Brasil, Argentina y, tristemente, Uruguay) lo invadieron. Casi toda la población adulta masculina fue exterminada en la formidable guerra de resistencia que su pueblo, bajo la dirección del mariscal López llevó adelante.
La deuda sigue, mientras tanto, creciendo. No haremos aquí un análisis detenido de su evolución desde la última crisis que se desarrolló entre 1999 y 2003. En estos años el país se encontró en una coyuntura extraordinaria: a los elevados precios de sus productos de exportación se sumó unas no menos excepcionalmente bajas tasas de interés internacionales. Esto habilitó un crecimiento económico extraordinario mayor al 60% en términos de pbi. Lo cual no fue óbice para que la deuda pública siguiera creciendo en términos nominales. El crecimiento del producto permitió una cierta remisión de la relación deuda/pbi desde aproximadamente 100% a alrededor de 60%. Por ahora la liquidez internacional se mantiene abundante y los precios relativos, (exportaciones versus importaciones) si bien ya no alcanzan los extremos a que llegaron en algunos momentos, siguen siendo favorables.
Dichas condiciones van a cambiar con seguridad en algún futuro no distante. Ya se perciben algunas señales preocupantes, en particular, a pesar de la verdadera obsesión de todo el pensamiento económico dominante con la inflación, ésta no cede y orilla, aún con los presuntamente manipulados números oficiales, en el entorno del 9% anual. El déficit fiscal alcanza el 3,4% del pbi. Un valor históricamente elevado (la última vez que se produjo fue en 2003 muy cerca del apogeo de la crisis). El crecimiento económico se desacelera hasta niveles sensiblemente inferiores.
Y la deuda pública sigue allí, expectante, cual espada de Damocles pronta a descargarse con violencia cuando las condiciones empeoren. Hasta tanto pocos hablaremos de ella y sus variantes. Salvo quienes lo hagan como exégetas de un orden tan injusto cuanto inviable.
Notas:
1 El Capital: libro I tomo III edición Akal, página 248.
2 Michael Hudson entrevista de Russia Today 9 de julio de 2014
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.