Imaginemos que la situación hubiera sido al revés. Que hubiera sido Hugo Chávez el que le hubiera intentado hacer callar al rey de España. ¡La que se habría montado! A mí, de todos modos, me parece muy bien que al ciudadano Juan Carlos les salga la flema borbónica y la escupa delante de las […]
Imaginemos que la situación hubiera sido al revés. Que hubiera sido Hugo Chávez el que le hubiera intentado hacer callar al rey de España. ¡La que se habría montado!
A mí, de todos modos, me parece muy bien que al ciudadano Juan Carlos les salga la flema borbónica y la escupa delante de las cámaras, porque así se muestra como lo que es, con luces y taquígrafos. Pedir que se calle al presidente de un país, guste o no, elegido demócraticamente (como el venezolano se encargó de recordar -y también que el otro implicado en el rifirrafe no puede decir lo mismo-), o levantarse indignado y a abandonar la sala cuando Daniel Ortega hacía uso de la palabra (sin, que se sepa, llamar fascista ni descalificar a nadie) a mí me parece impresentable, pero debe ser un ejercicio de alta política, a juzgar por lo que uno lee los periódicos patrios o ve cuando enchufa la televisión y se encuentra una y otra vez con la imagen del Borbón fuera de sí y a los periodistas haciéndole la ola, que solo les falta decir «olé tus huevos».
Al rey de España lo que le pasa es que ha estado demasiado acostumbrado a reverencias y adulaciones, y no soporta que nadie se le desmande, sobre todo si ya se le ha desmandado alguna vez. Esas cumbres iberoamericanas, de hecho, siguen destilando un tufo neocolonialista. ¿Por qué, por ejemplo, mientras los demás países acuden con un jefe de estado a la cabeza España lo hace con dos? (bueno, tal vez la pregunta correcta sería, ¿por qué en España hay dos jefes de Estado). ¿Y por qué el rey tutea a Chávez mientras todos hablan entre sí de usted? Ah, sí, que es muy campechano.
Para redondear la jugada, Zapatero, al que, la verdad, se le veía algo incómodo con el iracundo Borbón al lado, esgrime un argumento a lo Sarkozy (que sólo unos días antes se había mostrado dispuesto a regresar a Chad por dos ciudadanos franceses, hubieran hecho lo que hubieran hecho) cuando horas después del incidente entre Chávez y el rey de España, asegura que si a un compatriota se le ataca hay que defenderlo. Esperemos que a nadie se le ocurra por ahí fuera decir que Antonio Anglés es un asesino despiadado porque pondrá a nuestro presidente en un compromiso.
Un episodio, en definitiva, que tampoco es para tanto, discusiones como ésa suceden todos los días en bares, oficinas, platós de televisión y patios de colegio (tú te callas, y tú eres un facha, pues ahora me pico y me voy, ¡hala!), pero que tal vez ha sido tan recurrente, como tantas otras veces, para no ir al fondo del asunto y no reponder a algunas preguntas. Por ejemplo, a la de «¿Por qué no te callas?».
¿Por qué no se calla Hugo Chávez? ¿Qué hay de cierto en las acusaciones que hace a los José Marías, Aznar y Cuevas?. ¿Qué en las reclamaciones del nicaragüense Daniel Ortega, o del presidente argentino (y es que al final al rey de España en esta cumbre no sólo se le ha desmandado Hugo Chávez, que como es grandote y canta rancheras y le llama Fidel por el móvil cuando está en la tribuna, se le ve mucho). Más preguntas: ¿También espetó Juan Carlos de Borbón a los espadones golpistas su ‘¿por qué no os calláis?’ el 23-F?… Los juancarlistas y los demócratas de toda la vida aseguran que sí, ése es su argumento principal (por no decir el único) para defender al rey, así que quizás haya que empezar a plantearles la cuestión de otro modo. ¿Una democracia que presenta como elemento aglutinador, como el pegamento Imedio para todas sus brechas, algo tan anacrónico y discriminatorio como una monarquía -es decir, un jefe de Estado designado de un modo totalmente antidemocrático, por voluntad divina, o «porque sus anteapasados se lo montaron divinamente»- no resulta una democracia, realmente, algo pachucha?