El nuevo presidente del Perú, José Pedro Castillo, quien asumió sus funciones el pasado 28 de julio (2021), es el último gobernante latinoamericano acusado de “comunista” y, desde el primer día, la gran prensa del país, en manos de un puñado de grupos económicos, se ha lanzado contra él.
Un titular del diario “La Razón”, con letras agigantadas dice: “Empieza festín comunista”. Desde luego, no ha sido el único. En América Latina contemporánea se ha tildado de “comunistas” a Evo Morales, Néstor Kirchner o Lula da Silva; imposible que falten en la lista Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. En Ecuador, durante la época democrática iniciada en 1979, las derechas han acusado de “comunistas” a los presidentes Jaime Roldós, Osvaldo Hurtado, Rodrigo Borja y Rafael Correa.
En el “Manifiesto del Partido Comunista”, escrito por K. Marx y F. Engels y publicado en 1848, la primera frase que aparece es “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del Comunismo”. Pero en América Latina de aquellos tiempos las confrontaciones políticas esenciales eran entre liberales y conservadores, centralistas y federalistas, caudillos nacionales y regionales, militares y civiles, sectores populares y oligarquías regionales.
Si bien en Argentina se fundó el Partido Socialista más antiguo (1896), los partidos Comunistas latinoamericanos surgen en el siglo XX, alentados por el triunfo de la Revolución Rusa (1917), primera en instaurar la “dictadura del proletariado” y prácticamente todos se subordinaron a la III Internacional Comunista o Komintern (1919) fundada por V.I. Lenin. Si en Europa el “fantasma comunista” ya había avanzado provocando el susto universal, en América Latina el ataque de “comunista” empezó a usarse contra quienes denunciaban las condiciones humanas creadas por las dominaciones oligárquico-burguesas. Hubo quienes vieron en la Revolución Mexicana al “comunismo” y atacaban así a su Constitución de 1917, pionera en inaugurar los derechos sociales y laborales. Los gobernantes del “populismo” clásico (Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas) también eran “comunistas”, término con el que igualmente se atacaron a los códigos laborales. Se trató de ataques históricamente aislados, al compás de las luchas políticas y sobre la base del desconocimiento o tergiversación de lo que ocurría en la Unión Soviética (URSS) o de las obras de Marx, Engels y Lenin. Paradójicamente, entre la intelectualidad y los artistas, tanto como entre los profesores y profesionales latinoamericanos, era muy prestigioso identificarse con la izquierda y con el “socialismo”.
El panorama cambió con la guerra fría, una vez concluida la II Guerra Mundial (1939-1945). A fin de preservar la seguridad continental, los EEUU encabezaron la contención del “comunismo” en América Latina. Los principales instrumentos para esa estrategia fueron la OEA (1948), en el campo diplomático, y el TIAR (1947), en el campo militar, pues gracias a éste, las fuerzas armadas latinoamericanas empezaron a contar con “asesoría técnica” que encubrió la penetración ideológica para el anti-comunismo. Con el triunfo de la Revolución Cubana (1959) el anti-comunismo “macartista” se convirtió en política total y radical de los EEUU en el continente, sin admitir una sola disidencia gubernamental, por lo cual, desde la década de 1960, cada país latinoamericano tiene suficientes experiencias históricas para referir sobre golpes de Estado, intervenciones, acciones encubiertas y gobiernos que priorizaron la guerra contra el “comunismo”. En Ecuador, una Junta Militar (1963-1966) nacida de las acciones directas de la CIA, decretó fuera de la ley al comunismo, acogió el programa Alianza para el Progreso e inauguró la vía desarrollista que incluyó la reforma agraria (1964) que puso fin al sistema hacienda. Los grupos de poder económico acusaban a esa Junta de “comunista”.
Los brutales alcances del irracional anticomunismo fueron experimentados en América Latina. A Cuba se le impuso un bloqueo que continúa hasta el presente a pesar de la condena mundial; en Nicaragua el triunfo sandinista (1979) fue considerado como un peligro para Centroamérica y se lanzó la guerra interna para derrocarlo; en Chile el “comunismo” de Salvador Allende (1970-1973) fue liquidado por la dictadura de Augusto Pinochet, una de las más sanguinarias y terroristas en la historia de la región, cuyos métodos siguieron dictaduras similares en Argentina, Bolivia, Uruguay y Brasil, amenazando con el “Plan Cóndor” en todos los países, con desapariciones de personas, torturas, asesinatos y todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Otra paradoja histórica: mientras eso ocurría en aquellos países, en Perú, con el general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y en Ecuador, con el general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976), se tuvo, en cambio, gobiernos reformistas y desarrollistas (en Perú se definió como “socialista”), que despertaron acusaciones de ser “comunistas”, por el simple hecho de afectar algunos de los intereses de las burguesías oligárquicas.
El derrumbe del socialismo en la URSS y en los países de Europa del Este, quitó piso histórico al anti comunismo. De hecho, las izquierdas marxistas y sus partidos se vieron seriamente afectados. En las décadas de 1980 y 1990 el neoliberalismo globalizador desplegó sus triunfos, que en América Latina sirvieron para recortar derechos sociales y laborales, desatender a enormes mayorías, condenar al desempleo, el subempleo y la miseria a millones de habitantes y enriquecer a elites y clases empresariales carentes de todo sentido de responsabilidad social.
Bajo ese ambiente, lentamente surgieron en América Latina nuevas fuerzas identificadas con propuestas anticapitalistas, opuestas al neoliberalismo y al imperialismo. Este proceso explica el desarrollo de amplios sectores de izquierda, democráticos y progresistas, que pasaron a ser el sustento histórico de los gobiernos del primer ciclo progresista en la región, al comenzar el nuevo milenio. Esos gobiernos ejecutaron políticas de Estado distintas al neoliberalismo, afectaron intereses de las elites del poder económico, político y mediático, y definieron sus acciones en favor de las grandes mayorías nacionales. Desde luego, esas elites del poder no perdonaron semejante irrupción, de modo que en varios de los países que tuvieron gobiernos progresistas lograron retornar gobernantes con proyectos neoliberales. Sin embargo, la existencia de un amplio y variado sector de las izquierdas no se ha detenido y ha logrado un segundo ciclo de gobiernos progresistas en Argentina, Bolivia, México y ahora Perú, demostrando, además, un crecimiento impresionante en Chile. Va quedando en claro que en América Latina confrontan dos proyectos de economía y sociedad, en una cada vez más visible “lucha de clases” lanzada por las elites del poder, con apoyo imperialista.
Bajo este nuevo contexto histórico renacen los ataques de “comunista” contra todas las figuras políticas o fuerzas y partidos que desean superar definitivamente el camino conservador y los modelos empresariales neoliberales en América Latina. Como siempre, los acusadores carecen de la más mínima idea sobre lo que es el comunismo y sobre las propuestas de Marx y Engels. Pero es lo que menos importa. Simplemente se oponen a la creación de economías sociales con alcance popular, que fortalezcan las capacidades del Estado frente al mercado y garanticen un mínimo de servicios públicos universales y gratuitos (atención médica, seguridad social, educación, vivienda y trabajo con derechos), redistribuyan la riqueza, apliquen fuertes impuestos directos a las capas ricas y sujeten los intereses privados a los intereses nacionales, bajo principios de soberanía e independencia. Para las elites del poder solo esto ya es “comunismo”.
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