Recomiendo:
0

Un golpe que no es precisamente una caricia

Fuentes: Rebelión

Miles y miles de manifestantes se han volcado en Tegucigalpa a las calles para apoyar al usurpador presidente Roberto Micheletti, y a las fuerzas armadas de Honduras y de paso repudiar el esfuerzo de la comunidad internacional por devolver al poder al presidente legitimo José Manuel Zelaya Rosales. Es normal que salgan a las calles, […]

Miles y miles de manifestantes se han volcado en Tegucigalpa a las calles para apoyar al usurpador presidente Roberto Micheletti, y a las fuerzas armadas de Honduras y de paso repudiar el esfuerzo de la comunidad internacional por devolver al poder al presidente legitimo José Manuel Zelaya Rosales.

Es normal que salgan a las calles, y es hasta cierto punto comprensible, porque durante la administración del presidente Zelaya, los miembros de la elite que organizan la marcha se tuvieron que tragar con rostros compungidos y lagrimas de magdalena el incremento al salario mínimo que el gobierno aprobó en favor de los trabajadores, que si no restó sustancialmente a sus bolsillos por lo menos creó la posibilidad nada incierta de que si la justicia social llega la ganancia personal mengua.

Es lógico que no acepten a un presidente que envió un proyecto de decreto para que las trabajadoras domésticas tuvieran acceso al seguro social, el que si hasta la fecha no ha sido aprobado fue por la acción heroica del que antes era presidente del poder legislativo, y hoy por hoy es el presidente usurpador de Honduras. Es normal que se lo agradezcan.

Porque, ¡como aceptar a un Presidente que se unió con los países pobres y harapientos del Alba y abjuró de su amistad con Estados Unidos el país mas rico del mundo de donde vienen las modas! ¡Como tolerar a un presidente que rebajó la tasa de interés a las usureras instituciones bancarias! y finalmente, como aceptar a un presidente que sin el más mínimo sentido de urbanismo se reunía con gente pobre, y recibía en el despacho presidencial a las etnias más olvidadas de Honduras para preguntarles sin intermediaciones protocolarias cuales eran sus necesidades.

Hay razón de que salgan a las calles, y hay suficientes motivos de que se quejen de este presidente que soslayó sin ningún escrúpulo los intereses económicos de su clase. Por eso es aceptable que llamen al usurpador y a las fuerzas armadas sus héroes nacionales y al golpe una insignificante caricia.

Paradójicamente en estas marchas, el ejército va a la par, quizás para envanecerse de aplausos y de lisonjas. La televisión al servicio del golpe trasmite a tiempo completo hasta los ademanes más intrascendentes. En el otro frente, menguado por los golpes, acorralado por las amenazas y por toques de queda el pueblo organizado clama el retorno de presidente Zelaya. Aquí las fuerzas armadas y la policía no marchan a la par, reprimen, y asestan golpes al estado físico de los manifestantes, porque advierten con inaudito asombro y pedantería como los éstos los llaman /golpistas/ cuando ellos se reconocen como héroes nacionales. Aquí nadie transmite. Aquí nadie acompaña, porque es una mal ejemplo para la gente del interior de país, y sobre todo porque se quiere enfatizar con fusiles y tanques el golpe fonético de la palabra /calma/ al tiempo que la palabra /crisis/ se apodera de las escuelas y colegios vacíos, de radioemisoras cerradas, de canales censurados y nerviosismo generalizado que incita a la compra en las farmacias de turno de calmantes y ansiolíticos.

El mundo puede apreciar la oscuridad de esta pequeña provincia en manos de una generación senil de cabezas cuadradas, los que en una acción muy parecida al comportamiento en las leyes físicas de las estrellas fugaces, está lanzando al mundo su postrer brillo despampanante para que se conozca por última vez sus paranoias gerreristas, que décadas atrás se incubaron genéticamente en el golpe de Estado a Arbenz en Guatemala, donde prestaron nuestro territorio para que despegaran aviones estadounidenses, que llamaron a la guerra con nuestros hermanos Salvadoreños emborrachando de patriotismo al pueblo, y que prestaron vergonzosamente el suelo nacional para que tropas mercenarias combatieran a la Nicaragua de los Sandinistas.

El pulso está echado. Es el mundo contra la senilidad generacional y paranoica de unos cuantos hombres de ésta pequeña y amada provincia de América. Si gana el mundo ganará Honduras y la Democracia. Si ganan estos soldados de plomo perderá Honduras, la Democracia y el mundo, pero sobre todo perderá el grito ahogado de tantos hondureños reducidos al silencio, que en el anonimato clamamos por la libertad y la justicia. Y el golpe asestado a las instituciones públicas se convertirá en una caricia lisonjera, que impunemente puede emocionar el fervor gerrerista de otros ejércitos, los que hibernando en el hielo constitucional forzoso de sus obediencias debidas, buscarán conquistar por los golpes vueltos romances y caricias el corazón sangrante de otras naciones.