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Un tercio de la humanidad celebra esta noche la llegada del Año del Perro

Fuentes: Rebelión

 Cuadro en tinta china del pintor surcoreano Ki Hong Chug, titulado el El Perro, que lo ha cedido gentilmente para esta crónica.  Un tercio de la humanidad (unas 2.500 millones de personas) celebra esta noche en Asia la llegada del Año del Perro (animal que simboliza la lealtad, nobleza y solidaridad). El nuevo ciclo comenzará […]

 
Cuadro en tinta china del pintor surcoreano Ki Hong Chug, titulado el El Perro, que lo ha cedido gentilmente para esta crónica.
 

Un tercio de la humanidad (unas 2.500 millones de personas) celebra esta noche en Asia la llegada del Año del Perro (animal que simboliza la lealtad, nobleza y solidaridad). El nuevo ciclo comenzará en el minuto sesenta de la Hora de la Rata (23:00-01:00), cuando forzudos personajes o «celebridades» golpeen doce veces con mazas en ciclópeas campanas de bronce (1).

La gente también dice adiós a su predecesor, el Año del Gallo, «reyezuelo», tirano, que reencarnó el «ego gigante», el narcisismo, el espíritu matón, etc., manifestaciones de una prepotencia que provocó grandes tragedias en 2017, especialmente desde que llegó a la Casa Blanca Donald Trump.

Mientras que los occidentales liban las doce campanadas tomando uvas, los asiáticos degustan unos raviolis con forma de orejas, llamados «Jiaozi», cuyo significado hermenéutico es -si nos dejamos llevar por lo que sugiere la fonética que desprende el vocablo: «El encuentro con la Hora de la Rata».

La costumbre de tomar esos raviolis se remonta a la época del mítico médico chino Zhang, Zhong-Jing (150-219 d.C), del que, -se dice- que al llegar un día de invierno a una aldea, vio como todos los campesinos tenían las orejas congeladas. Este sabio, considerado el Hipócrates de la Medicina China, gastó todo su dinero del viaje en preparar en una gran olla esas «empanadillas», que se rellenaron con carne de cordero, plantas aromáticas y hierbas curativas.

Los comensales pronto recuperaron el color de sus mejillas y de sus orejas que, al calentarse, derritieron el hielo. Zhong-Jing dejó para la posteridad: «El Tratado sobre la Enfermedad Fría», texto que aún se estudia en las actuales escuelas de medicina.

Nada más llegar el Año Nuevo, estallan tronantes castillos de fuegos artificiales, petardos, cohetes, tambores, etc. lo que fecunda el cielo de Asia (China, Japón, Corea, Taiwán, Singapur, Hong Kong etc.) con relampagueantes abanicos de arcoíris y, el espectáculo se convierte en una catarsis colectiva, cuyo objetivo es ahuyentar lo malo y atraer lo bueno.

Esa tradición tiene sus raíces en una leyenda antiquísima que trata de la malvada Bestia Xi. Esa fiera abandonaba los bosques nevados y entraba en los poblados donde devoraba a los niños, ovejas, vacas, etc. Xi siempre estaba de muy mal humor. Tenía la cara roja, como en llamas, y un cuerno sobre la cabeza. Sus andanzas sangrientas terminaron un día, cuando una niña inteligentísima preparó proyectiles con cañas de bambú. Llenó las oquedades de estas plantas con un compuesto mágico y, luego, las prendió fuego creando tales explosiones (2) que la bestia huyó despavorida y nunca se la volvió a ver el pelo. (Posiblemente esta historia se originó con el ataque de tigres, lobos, etc. a las aldeas, en los inviernos siberianos, y los subsiguientes estragos que hacían en sus incursiones).

En las jornadas previas al Año Nuevo, se pagan todas las deudas (siempre que se pueda), se adecenta la casa, se ordena todo, se eliminan los objetos y prendas en desuso, etc. Pues la ley de oro es iniciar una nueva etapa con «Claridad, Orden y Limpieza».

Durante la primera noche del año está prohibido dormir, pues los héroes y heroínas que aguanten en vela hasta la salida del Alba, gozarán del don de la longevidad, y los que se dejen vencer por el sueño podrían acortar su vida. Los niños son los que más disfrutan, pues los mayores suelen regalarles el ansiado «sobre rojo» que lleva dentro dinero.

En las puertas de las casas se colocan linternas rojas de papel y tiras con poemas dedicados al Dios Taoísta de la Fortuna (Caishen). En Pekín la gente visita el primer día de Año Nuevo el templo taoísta de La Nube Blanca, donde hay esculturas en piedra de los doce animales del zodíaco, y los monjes pasean por los patios con vestimentas milenarias.

Las celebraciones continuarán este año hasta el 2 de marzo, día en el que se escenifica en las calles la Danza del Tigre y la Danza del Dragón y por la noche se celebra la procesión de las linternas de papel, con todas las formas inimaginables de animales reales y mitológicos.

El Año del Perro concluirá -según el calendario lunar- el 4 de febrero del 2019, día en el que se dará la bienvenida al Año del Cerdo.

Cuando Buda presentía que iba a morir llamó a todos los animales de la Tierra para despedirse de ellos. Se acercaron a él, por orden de llegada, La Rata (que hizo todo el viaje montado en un buey y, cuando divisó al Iluminado, dio un salto para llegar el primero). Tras el Roedor, llegaron El Buey, El Tigre, El Conejo, El Dragón, La Serpiente, El Caballo, La Cabra, El Mono, El Gallo, El Perro y El Cerdo. En agradecimiento, Buda, que los recibió debajo de un árbol y sentado en la posición del loto, los inmortalizó concediendo a Los Doce el honor de que los años, los meses y las horas llevaran su nombre in perpetuum.

Notas

-1- En el cómputo del calendario chino (zodíaco) una hora consta de 120′, no de 60′ como en Occidente. Por lo tanto, una hora china, equivale a dos de las nuestras. La Hora de la Rata tiene, en esta ocasión, 60′ en el Año del Gallo y otros 60′ en el Año del Perro.

-2- Los chinos inventaron la pólvora.

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.