Un golpe de estado en un país latinoamericano es hoy inviable: produciría la muerte instantánea de la OEA, que respira con pulmones artificiales. De haber aceptado Zelaya una renuncia obligada, las cosas quizás hubiesen sido más fáciles para los que en definitiva añoran su derrocamiento. Pero algunos no acaban de entender que los tiempos son […]
Un golpe de estado en un país latinoamericano es hoy inviable: produciría la muerte instantánea de la OEA, que respira con pulmones artificiales. De haber aceptado Zelaya una renuncia obligada, las cosas quizás hubiesen sido más fáciles para los que en definitiva añoran su derrocamiento.
Pero algunos no acaban de entender que los tiempos son otros. No sé si la relación del embajador estadounidense con las fuerzas opositoras a la legalidad en Honduras avanzó más de lo que Obama deseaba, pero lo cierto es que ese es el camino equivocado.
Los gobernantes de facto en Honduras no pueden permitirse un rompimiento masivo con sus pares latinoamericanos, sin el apoyo de Estados Unidos. Y Estados Unidos no puede dar ese apoyo. Eso me hace deducir que la institucionalidad será restablecida en Honduras y que Micheletti (Goriletti, como lo llama Chávez) será otro Pedro el Breve.
A pesar de ello, la CNN ha montado su show mediático sobre viejos rieles: habla de tránsito forzoso de gobierno en Honduras, trata a Zelaya de ex presidente, y se permite ironías e irrespetos imperiales. Porque el asunto no se cierra con el posible regreso de Zelaya. Los medios de desinformación han insinuado que el presidente hondureño desconocía la legalidad constitucional de su país.
EFE, la agencia oficialista del gobierno español (que apenas se ha pronunciado, al igual que el resto de los estados europeos), acogida a una falsa objetividad, divulga el argumento golpista de que la «destitución» es el resultado de «reiteradas violaciones» a la Constitución, a las leyes y sentencias judiciales por parte del gobernante destituido.
Pienso que lo que se propone ahora el imperialismo es negociar el regreso de Zelaya, no solo en cuanto al posible perdón de los implicados en el golpe, sino, sobre todo, de cara a una eventual moderación política del presidente hondureño que se ampare en lo que llaman ya «una reconciliación nacional».
En realidad, estamos ante una prueba de fuerza: Estados Unidos, que cuenta con la recomposición de facto de los poderes en Honduras y con toda la maquinaria propagandística de sus medios, de una parte; de la otra, una fuerza desconocida, para sí y para los demás, que es la nueva América Latina, lo que dicho en palabras de Chávez, «es una batalla continental entre las fuerzas retrógradas y las fuerzas del alba, y no me refiero exactamente a la alianza bolivariana (para las Américas), sino a (los países que representan el) amanecer».
Esa es la batalla que hoy libran en Managua los presidentes del ALBA y que mañana enfrentarán los centroamericanos. Esa batalla definirá el destino de Nuestra América.