Recomiendo:
0

Los grupos 'plancha' y una concientización que nos debemos

Una sociedad con síntomas disolventes

Fuentes: Argenpress

«Yo conocí siendo niñola alegría de dar vueltassobre un corcel colorado,en una noche de fiesta.»Antonio Machado. Hay elementos preocupantes en la realidad cotidiana que debieran merecer una atención especial de organismos específicos con el fin de emprender acciones en estrecha colaboración con las experientes ONG que trabajan en zonas de población marginada donde, tememos, hay […]


«Yo conocí siendo niño
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.»
Antonio Machado.

Hay elementos preocupantes en la realidad cotidiana que debieran merecer una atención especial de organismos específicos con el fin de emprender acciones en estrecha colaboración con las experientes ONG que trabajan en zonas de población marginada donde, tememos, hay grupos, los «plancha» y otros sin identificación posible, que han perdido los valores que son los que sustentan la convivencia en una sociedad constituida.

A nuestra mesa de trabajo llegan continuamente testimonios que dan cuenta de cómo, sin tapujos, grupos de jóvenes y no tan jóvenes, se vanaglorian de sus fechorías diurnas y nocturnas, de sus asaltos, de los robos que realizan a toda hora y, por supuesto, en la máxima expresión de su paroxismo, ostentan como galardones referencias a acciones más violentas como rapiñas, etc. Inclusive de enorgullecen de asesinatos, que para algunos son hechos que le otorgan prestigio.

Ejemplarizante fue la conversación mantenida por nuestro compañero de tareas, Antonio Ladra, con dos de los ocupantes de la Colonia Berro, uno de los cuales en primera instancia sostenía que había asesinado a dos policías, aunque se trataba – después se supo – nada más que una exageración del menor infractor que se sentía, al parecer, así afirmado en los valores que expresaba.

La masividad de estas situaciones es lo que preocupa, porque ya no se trata solo de alguna expresión aislada, sino una actitud absolutamente antisocial de sectores de la juventud que han perdido la mayoría de los parámetros, no existiendo en ellos las reservas éticas y morales que, en otros casos, son inculcadas desde la escuela pública. No hay nada, para ellos, que no sea posible dentro de su marginalidad. Son capaces de acciones de crueldad extrema, como arrebatar cualquier de valor, incluso a otros integrantes de su propio grupo humano, personas con sus mismas necesidades y quizás, también, problemática Son los que recorren los shopping y ven en las vidrieras de los comercios los símbolos de lo que aspiran. El lugar donde aparecen sus sueños más preciados, esos que se han roto. Algunos de ellos odian al resto, les repugna lo constituido, el orden y son los que también depredan.

El crimen del conductor de Raincoop que se produjo hace algunos días es un buen ejemplo. Un joven de 19 años fue capaz de asesinar a una persona sin ningún motivo que lo justificara, ni el monto del dinero que podía rapiñar, ni porque el trabajador fuera a oponer alguna resistencia, ni porque ocurrieran hechos desusados que justificaran tal acto. La inutilidad de una muerte sin justificación alguna, como han ocurrido también otras, y seguirán ocurriendo, mientras ciertas coordenadas de conducta sigan permaneciendo incambiadas entre esos grupos marginales.

Crimen horrendo que, quizás, no sea mal visto por cierto perfil de jóvenes uruguayos que se han declarado – sin entenderlo muy bien – enemigos de la sociedad en su conjunto, que la ven como un lugar de donde extraer su sustento, sea de la forma que sea, para lo cual se envalentonan con la «maldita» pasta base, y que tienen como objetivo el lograr para su consumo y lucimiento algunos atributos que aparecen en esas mismas vidrieras.

Son capaces de otros extremos insólitos – hay un ejemplo reciente – el asesinato de una persona joven por el solo hecho de negarse a entregar las zapatillas a la salida de un baile en la zona del centro. Parece una estupidez la magnitud de un asesinato con el objeto del robo, pero así están dándose las cosas dentro de los parámetros de grupos marginales que para lograr sus «sueños» son capaces de cualquier aberrante acción, inclusive las más crueles.

Cuando el subsecretario del Interior, hoy ministro interino, Juan Faroppa, habla de que no hay que exagerar y que no se cambiarán «al grito» las leyes sobre la minoridad, etc., entendemos su planteo, pero el mismo nos parece que está vinculado con una expresión de evidente impotencia, que no es solo de ese Ministerio, que tiene a su cargo la Policía, sino también de otros que tienen asignado el objetivo de trabajar para tratar de mejorar la situación de los sectores más menesterosos en base al «ingreso ciudadano» que hoy bordea los 75 mil subsidios, o el que maneja la alimentación, etc.

Ni hablar del fracaso estrepitoso de la enseñanza que, en general, no ha logrado que infinidad de niños y adolescentes pasen por las aulas, elemento fundamental para su socialización. Y los que ingresan, no pueden ser tampoco retenidos, porque existen elementos que centrifugan a los niños y los introducen en otra gama de valores, de obtener algo que siempre se les ha negado, a cualquier costo. No importa cual.

Mientras se discute a nivel de la dirección de la enseñanza la importancia de la enseñanza del inglés, o la informática, no se logró – a nivel elemental – atraer a los niños de sectores marginales a concurrir a la escuela pública, en donde – más allá de los elementos de la enseñanza misma – aparecen los valores generales, el compañerismo, la amistad, los objetivos comunes, etc. Y, por sobretodo, se socializa a la persona, se quiebra su individualismo y su pertenencia solo a grupos marginales que actúan – como todos sabemos en el caso de los delincuentes menores de edad – en una negativa impunidad.

Es evidente – es algo en que tiene razón Faroppa – que no se debe legislar «al grito», porque la tribuna no siempre actúa con corrección y generalmente reclama medidas urgentes cuando es golpeada y conmocionada por hechos puntuales. Es necesario, por supuesto ir a fondo, pero mientras tanto ocurre lo del barrio Colón donde las mismas bandas de menores asaltan una, dos y diez veces a los mismos comercios declarándose la propia Policía impotente, porque de nada vale detener a estos delincuentes, que serán liberados de inmediato por la Justicia al no existir legislación adaptada a las necesidades de la época.

Nadie tiene la responsabilidad en la situación, pero los hechos se suceden. Parecería que la sociedad se encuentra indefensa contra muchos tipos de delincuentes marginales, que delinquen «para la diaria», pero que no tienen capacidad para otra cosa que el pequeño robo, la rapiña en la calle, el quebrar vidrieras para llevarse elementos de uso cotidiano. Delitos aparentemente menores pero que tienen como aditivo y como característica una, cada día, mayor violencia.

Salidas las hay pero todas exigen recursos. Esos recursos que son necesarios para actuar de manera permanente y severa en contra la marginación, para establecer allí formas de vida más acordes con el resto de la sociedad, que haga salir a los grupos «plancha» de esta guetización brutal que convierte a esos jóvenes uruguayos en potenciales delincuentes, que logre inculcarle valores de convivencia, abriéndoles a quienes ven solo el día a día alguna luz de esperanza.

Por supuesto, como siempre dicen nuestros gobernantes, los recursos son escasos, porque el esfuerzo que hace el país ahorrando, empobreciendo a todos e impidiendo que se cumplan labores esenciales, tiene como objetivo cubrir con el superávit previo (ese maldito 3.5% del PBI) el monto de gigantescas obligaciones internacionales a que fuimos sometidos por la irresponsabilidad del gobierno anterior que hipotecó al país en el peregrino intento – durante la crisis del año 2002 – de salvar la banca nacional. Ese objetivo no fue logrado y hoy la deuda asciende a 20 mil millones de dólares computando el capital más los intereses, cifra que es porcentualmente la mayor que tiene un país en el mundo.

Y ahí está una de las contradicciones de la actual realidad. Mientras los números de la llamada macroeconomía son aplaudidos y nuestro ministro Economía es galardonado como «el mejor del mundo», la sociedad uruguaya tiene sectores con síntomas de desintegración, campeando la violencia y el delito, haciendo cada vez más difícil la convivencia.

La vida misma.