Al menos en un punto están de acuerdo apologistas y críticos de la nueva pastera: para que se instale, debemos resignar soberanía. Los apologistas argumentan, además, que si no resignamos soberanía otros lo harán, por lo que nos perderemos una millonaria inversión, de lo que se deduce que nadie, ni entusiastas, ni pesimistas, discute la […]
Al menos en un punto están de acuerdo apologistas y críticos de la nueva pastera: para que se instale, debemos resignar soberanía. Los apologistas argumentan, además, que si no resignamos soberanía otros lo harán, por lo que nos perderemos una millonaria inversión, de lo que se deduce que nadie, ni entusiastas, ni pesimistas, discute la pérdida de soberanía de los Estados ante el empuje de las grandes trasnacionales.
Cuando se nos hable de las virtudes de nuestra civilización conviene recordar esta merma de la democracia, del poder de la gente, ante las empresas que aseguran trabajo, y conviene insistir en esto, pues fue un logro de nuestra civilización la reconquista de la democracia (1) y el establecimiento de un conjunto de leyes escritas que todos debemos cumplir.
Con esto decimos que tenemos un conjunto de normas y leyes por las cuales, quien quiera instalar una fábrica o abrir un kiosquito, debe cumplir ciertos requisitos. Como un principio de estas democracias de occidente es el que informa que todos somos iguales ante la ley, al aceptar una importante excepción erosionamos ese principio, y aunque fuese necesario «sólo por esta vez», uno se pregunta si estamos tomando los recaudos suficientes para que esta excepción no se repita a futuro, si estaremos actuando de tal modo de evitar nuevas erosiones a la igualdad de las personas ante la ley, ese principio tan constitutivo de nuestra civilización, la «más avanzada que el mundo conoce».
Sospecho que hay un segundo punto en el que coinciden apologistas y críticos a la pastera: no existe una coordinación regional para encarar estas inversiones. Se supone que Brasil, Argentina y Uruguay se desesperan por conseguir la mejor carnada que ensarte al «gran pez», pues esta zona del mundo se ha mostrado bien adecuada para el rápido crecimiento de los eucaliptus, cuenta con agua en abundancia, tiene una considerable depresión salarial y es propensa a rescindir soberanía. Ya que la abundancia de agua, el rápido crecimiento de los eucaliptus y los sueldos bajos son un atractivo esencial para la instalación de pasteras, estos tres países podrían al menos coincidir en puntos tales que no nos obliguen a rescindir soberanía, lo que dejaría la competencia librada a otros asuntos.
Ahora bien, a pesar de nuestras ventajas aceptamos una negociación secreta. Para una democracia, salvo que estemos en guerra, lo cual sería harto entendible, una negociación secreta de nuestros representantes sería considerada un horror. Fue sorprendente, además, que la oposición exigiera saber qué se negociaba, aunque se apresuraba a decir que estaba de acuerdo con la instalación de la nueva planta. Es decir, le parecía mal que se negociara a escondidas, pero de antemano estaba de acuerdo con los resultados de la negociación.
Es indudable que la mayoría de la población está de acuerdo con la nueva planta, pero también es indudable que lo óptimo, para una democracia, es que se ventilen asuntos de esta naturaleza públicamente, pues acaso la oposición, los científicos, los productores rurales, las amas de casa, los periodistas y los anticuarios puedan decir algo interesante sobre un asunto que los afecta directamente. Al menos esa era la idea de la superior democracia que gozaríamos.
Uno se pregunta ¿a razón de qué UPM pide que se negocie en secreto? Se entiende que una licitación sea secreta, pero en este caso no hay licitación alguna, no hay ninguna competencia que pueda hacer mella en lo negociado. Las pasteras ya tienen, antes de negociar con nosotros, sus propios acuerdos, por los cuales se reparten el territorio nacional de tal manera de no subirse entre ellos los precios de la tierra.
Nuestro gobierno, inopinadamente, aceptó una negociación a espaldas de la democracia y por añadidura la llevó a cabo con la desesperación del principiante. Mujica viajó a Finlandia a pedirle audiencia a UPM y luego Vázquez a Finlandia viajó para a UPM pedirle audiencia y como si esto no alcanzara, querido lector ¡¡¡Sentaron a un representante de UPM en un consejo de ministros!!! y además a toda hora propalaban que las negociaciones iban viento en popa, que la nueva planta era fundamental para nosotros, que si no se instalaba nos tendríamos que arrancar los pelos y las barbas a puñados y que la semana que viene, y la otra, y la otra ya saldría el acuerdo y estábamos tan apurados que ni siquiera lo leímos bien antes de firmar, pues el documento establece que el ferrocarril cobrará «0,5 US$, cinco centavos de dolar por tonelada bruta/km», y no se sabe si cobraremos cinco centavos como dice la letra, o medio dólar como dicen los números. En suma, cuando UPM accedió, haciéndose la chica desganada, a negociar, sabía de antemano que estábamos entregados y por eso logró lo máximo que se puede lograr en un acuerdo, es decir, logró que la otra parte se comprometiera a una cantidad de cosas, aunque UPM no se comprometiera a absolutamente nada.
El gobierno, aparentemente (¡¿?!), olvidó que UPM hace años manifestó su interés por instalar una nueva planta y luego dio pasos irreversibles en ese sentido, al acaparar y forestar miles de hectáreas en el centro del país. Las ventajas de nuestro suelo brindan un eucaliptus de rápido crecimiento y más barato y en suma, y he aquí la clave de las claves, las pasteras que instala UPM acá son más rentables que las de Europa. Cada trabajador del resto del mundo le genera una ganancia de 27.400 US$ anuales, y cada trabajador de Uruguay le genera una ganancia de 983.000 US$ anuales. UPM ya anunció a sus inversionistas, para atraerlos y contentarlos, que pretende instalar una nueva planta aquí y esa información debe haber sido tomada por los astutos inversionistas con gran alborozo, de igual forma que los uruguayos tiraríamos cuetes si el gobierno nos informara que pretende invertir en un país que acepta desesperado lo que fuere, y donde cada trabajador de ese cuarto mundo nos genera 39 veces más dinero que uno nuestro.
El gobierno cedió en impuestos, cedió en control ambiental, cedió al aceptar tribunales internacionales en caso de diferendo, cedió al aceptar que la empresa intervenga en nuestros planes de estudio, cedió en que intervenga en el diseño de la obra ferroviaria, cedió al comprometerse a evitar ocupaciones y piquetes y cedió al aceptar todo eso cuando UPM no se compromete a nada, y ese es el peor error imaginable en una negociación, pues luego de que invirtamos los mil millones, vía engrosamiento de la deuda externa, UPM, con toda certeza, nos exigirá más cosas.
Así que de este contrato que es cualquier cosa menos un contrato, podemos sacar al menos tres conclusiones harto preocupantes.
1- El gobierno, la oposición y el país todo carece de un plan de desarrollo que vaya desde un reparto democrático de esa generadora de riquezas que es la tierra, hasta un plan de industrialización. Sin este plan estamos dando palos de ciego y actuando en función del beneficio de las trasnacionales, que ellas sí planifican las cosas (hace treinta años impulsaron la ley de zonas francas y el subsidio a las forestaciones). Estos planes de las trasnacionales no necesariamente nos benefician, pues estamos en ese problemilla del escaso valor agregado a nuestras exportaciones y esto nos empobrece y nos subdesarrolla y por lo que se ve, la inversión extranjera que se ha apoderado de más del 40% de nuestra tierra no ha reportado grandes beneficios, ni tampoco la extranjerización de la soja, los frigoríficos, el arroz, la madera, la cerveza, los grandes supermercados y para sintetizar, la mayoría de los rubros claves de nuestra economía.
2- El PIT-CNT cacareará contra el acuerdo inconsulto que lo involucra, pero a la postre, póngale la firma el lector, bajará la cerviz pues que venga lo que sea con tal que brinde trabajo inmediato; los militantes del FA, a lo sumo, juntarán firmas para que el tren no genere problemas en su acceso a Montevideo y la oposición no hará nada, pues reconoce la paternidad de la criatura. Nos regimos, como dice Enrique Viana, bajo un régimen de partido único y el partido único no advierte, o si lo advierte no le interesa, la agresión que sufre nuestra democracia.
Estamos viviendo un retroceso de la civilización, y en este retroceso una poderosa escoba llamada progreso barrerá una tras otra una serie de instituciones al basurero de la historia. Podemos aspirar a un plan de desarrollo nacional, una especie de utopía, pero antes que nada debemos aspirar a conservar lo que tenemos, como el derecho a establecer nuestros planes de estudio y a decidir en qué nos conviene endeudarnos al invertir mil millones de dólares, y para eso es necesario aspirar a conservar la libertad de expresión, el estado de derecho, la república y la democracia. La democracia no es un régimen asegurado a futuro y esta negociación secreta y su acuerdo oscuro son otra prueba de su fragilidad.
3- Como vemos, se llama «oposición» a gentes que apoyan en los temas sustanciales al gobierno; «izquierda» a un partido que lleva adelante los designios del gran capital, con el movimiento sindical amañado; «contrato» a la viva negación de un contrato; «república» a un lugar donde se establecen beneficios escandalosos para los más poderosos; «democracia» a un régimen donde las trasnacionales llevan a cabo sus designios; «odontólogos» a los dentistas; «no videntes» a un conjunto de ciegos; «personas con capacidades diferentes» a los retrasados mentales y de todo ello vemos que no sólo carecemos de un plan de desarrollo nacional, no sólo tendremos que despedirnos de la democracia y demás instituciones de ese tenor, sino que incluso, para peligro no ya de la civilización, sino de la humanidad toda, debemos irnos despidiendo del lazo de la palabra con aquello que nombra. La palabra es el fuego de Prometeo que nos hizo humanos, es nuestra memoria y tradición más preciosa y esta tradición preciosa viene sufriendo un ataque que cuando logre su propósito, nos quitará el último recurso que nos quedaba para evitar el desastre.
Alguien podrá exigir un mensaje menos pesimista, pero no se trata aquí de optimismos ni de pesimismos, se trata de entender que los cambios son tan rápidos y nuestra capacidad de entenderlos tan lenta, que podríamos demorarnos demasiado en advertir que con urgencia, aquellos que nos consideramos revolucionarios, debemos actuar inmediatamente como conservadores.
Nota:
(1) Decimos reconquista de la democracia pues la democracia no fue un logro de occidente. Hasta el nacimiento de las clases sociales y los Estados, muy recientes en cuanto a perspectiva histórica, durante miles de años las comunidades humanas vivieron en un régimen de democracia directa.
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