Es ampliamente conocido por todos los latinoamericanos el hecho de que los golpes de Estado en la región siempre son impulsados por los Estados Unidos de América y su inmenso aparato de desestabilización en aquellos países que buscan desmarcarse de las líneas de su política hegemónica. En el caso de Honduras la situación no es […]
Es ampliamente conocido por todos los latinoamericanos el hecho de que los golpes de Estado en la región siempre son impulsados por los Estados Unidos de América y su inmenso aparato de desestabilización en aquellos países que buscan desmarcarse de las líneas de su política hegemónica. En el caso de Honduras la situación no es diferente, el imperio sigue activo tratando de «blanquear» el criminal Golpe contra la democracia en junio de 2009.
La estructura montada para la asonada militar que derrocó el gobierno constitucional de José Manuel Zelaya no es producto de la casualidad, sino un aparato bien organizado, operativo permanentemente y que se activa de manera cuasi automática ante signos de «desviación» ideológica, aun si no existen pruebas concretas de que esto suceda. Este mecanismo demoniaco cuenta con actores internos y externos que manipulan el país desde hace décadas.
Entender esta realidad en su justa dimensión es esencial para poder comprender la envergadura del colosal adversario que debemos enfrentar para ser libres. Aprender a encontrar los medios de multiplicar la consciencia del pueblo sobre la sustancia de los hechos, resulta una misión de importancia vital para poder determinar el camino a seguir, y presentar una resistencia coherente ante la agresión permanente de una clase dominante que controla toda la institucionalidad del Estado; que instrumentaliza con mucha eficiencia los guiones que les imponen la CIA, el Pentágono, la NSA y otros órganos de inteligencia del gobierno gringo y sus patrocinadores.
Muchas veces, caemos en las «tentaciones» que nos tira como anzuelo el imperio a través de sus «obreros» locales, y nos animamos a considerar ofertas de diálogos o a aceptar Comisiones de la Verdad que ni nos incluyen como víctimas de la dictadura, ni cumple con los requisitos mínimos aceptables por el mundo civilizado; también nos muerde constantemente el famoso «gusanito» electorero que siempre está disponible para alejarnos de los problemas centrales; cada vez que nos acercamos a estas trampas le hacemos un favor a quienes fraguaron todo este desastre que ya cuesta tantas vidas y seguramente planea cobrar muchas más.
Incluso en el caso de que le prestáramos el beneficio de la duda al régimen sobre sus intenciones, estaríamos fracasando lamentablemente si obviamos las relaciones del poder en el país, en las que el ejecutivo es apenas un apéndice de un sistema mucho más complejo y elaborado que produce y reproduce las condiciones de dominación que someten a nuestro pueblo al más terrible orden de cosas. En consecuencia, la ansiedad por llegar a cualquier arreglo, a cualquier costo, constituye un gravísimo error, que puede traer serias consecuencias para varias generaciones de hondureños y hondureñas.
Cada vez que trabajamos en la construcción de ideas, estrategias, y planes debemos tener como elemento «by default» la presencia constante de los intereses imperiales, tanto a nivel local como regional; nunca las acciones en Honduras han sido ejecutadas por la clase dominante sin el conocimiento previo del imperio, y, generalmente, han sido estructuradas con la activa participación e influencia de este.
Pensar que el Golpe de Estado es una cosa juzgada y que debe quedar archivado es una estupidez mayúscula, pues esta acción criminal de traición a la patria debe, contario sensu, permanecer para siempre en la memoria colectiva de nuestro pueblo, tanto para entender cada vez más los hechos, como para construir una nación que garantice que el bochorno no se repita nunca más, y nuestros hijos y nietos vivan conscientes de que es lo que la sociedad debe combatir a toda costa.
Indudablemente las bondades aparentes del mundo del dinero y el dudoso «prestigio» de poseer una visa gringa motivan intensamente a muchas personas; sin embargo, condicionar nuestra nacionalidad y nuestra identidad a estas dadivas resulta inmoral e indigno. Desde el momento en que fallamos deliberadamente en señalar al Estado yanqui como responsable directo de todas las calamidades que nos trae la actuación servil de esta oligarquía que hace el papel de carcelero con el pueblo, y de perro faldero con sus amos del norte, entramos en una profunda distorsión de la realidad, y legitimamos estúpidamente la interminable cadena de mentiras que utilizan para manipularnos.
Todo el esquema montado para generar crisis, ejecutar el golpe y posteriormente gratificarlo mientras se le condena, tiene su etiqueta «made in usa», por lo que todas las acciones del régimen tienen el mismo autor intelectual y patrocinador; esto implica que ni el dialogo es sincero, ni la Comisión de la Verdad busca cumplir con lo que el pueblo espera, y sus resultados estarán destinados en todo momento a justificar lo injustificable. Bajo las condiciones actuales, no deberíamos albergar ningún tipo de expectativa alrededor de este trabajo que el mismo Porfirio Lobo dijo «…buscará establecer la verdad alrededor de la crisis…», con lo que se trata de justificar el crimen en lugar de condenarlo, evitar las reparaciones del caso y dejar intactas las estructuras que lo ejecutaron, y, por lo tanto, condenar al pueblo una vez más a la impunidad sin límites.
Peor es el intento implícito de perdonar a los criminales; no existe ninguna opción de movernos hacia adelante si todos los crímenes que se han perpetrado desde el golpe contra el pueblo de Honduras se echan en un saco para provocar la amnesia colectiva. No solo es inmoral e ilegal, sino que condena a las generaciones más jóvenes a vivir durante décadas en incertidumbre y conflicto permanentes.
Todo esto se genera desde el plan de «normalización» diseñado cuidadosamente por laboratorios o «think tanks» del imperio que ven el «caso Honduras» como una movida de importancia crítica para su estrategia de contra ataque para recuperar la hegemonía en el continente.
Muchas veces los gringos evaden su responsabilidad diciendo que es «cómodo culpar de todo a los Estados Unidos», como si pudiéramos cerrar los ojos o hacernos los ciegos a la larga historia de sangre que llevan en sus anales, con más de 100 golpes de estado a lo largo del continente en un periodo de 100 años. Ninguna sociedad hegemónica de la historia, ha hecho tanto daño a los pueblos que le rodean, y nunca antes la humanidad sufrió tanto por culpa de los intereses de un solo despropósito.
Es pues muy importante señalar con firmeza la participación imperial en la tragedia hondureña; no hacerlo, distorsionará irremediablemente la verdad, y, por lo tanto, el futuro de nuestro pueblo. Esto no debe de ninguna manera significar que renunciemos a nuestra condición de protagonista fundamental de nuestra historia, o simplemente a «inmovilizarnos movilizándonos». Sin embargo, es imperativo organizarnos y llevar, trasladar luces a todos los rincones del país para entender que detrás de la dictadura funciona un aparato inmensamente más tenebroso y mortífero que los sirvientes que simplemente cumplen órdenes a cambio de llevar vidas onerosas.
Las acciones de los lideres deben ir orientadas a organizar, pero también a establecer esquemáticamente el proceso que nos ha traído hasta este punto, y que es necesario para seguir y conquistar mejores estadios para el pueblo hondureño, que es concretamente el protagonista de esta gesta, que ya posee connotaciones de heroísmo; nuestros líderes no deben quedarse cortos; por eso es tan importante trabajar duro desenmascarando permanentemente a los conspiradores y las alimañas que los apoyan en el país al tiempo que gestamos incansablemente la unidad necesaria para conquistar nuestros anhelos.
Sin verdad no hay paz, ni arreglo posible, pero la verdad no se encuentra pidiéndole a los criminales que la busquen.
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