En concordancia con una tradición que se remonta desde los comienzos de su historia, Uruguay parece encaminar su horizonte político en la misma dirección que los países gigantes que lo limitan. Estado tapón entre Argentina y Brasil, nacida como un producto de la prematura ceguera de la burguesía porteña en el trazado de un destino […]
En concordancia con una tradición que se remonta desde los comienzos de su historia, Uruguay parece encaminar su horizonte político en la misma dirección que los países gigantes que lo limitan.
Estado tapón entre Argentina y Brasil, nacida como un producto de la prematura ceguera de la burguesía porteña en el trazado de un destino autónomo y del papel de Brasil como operador de los intereses coloniales correspondientes al imperio inglés, la historia de la antigua Banda Oriental acusó siempre el impacto del desarrollo de sus vecinos. Así, desde sus comienzos, padeció el enfrentamiento y desgarro ocasionado por las luchas internas como continuación del enfrentamiento entre unitarios y federales en la orilla Argentina del Río de la Plata. Posteriormente, su pacificación interior y su organización siguieron el trazado que el Imperio inglés, con eje en Buenos Aires, impuso en esta región del Sur.
En definitiva, Uruguay desarrolló gran parte de su historia como un pequeño espejo de hechos y situaciones sucedidas fuera de sus orillas. Claro está, con especificidades propias que le dieron una identidad fácilmente identificable que no se agota en el marketinero mate bajo el brazo «made in Uruguay», sino que se reconoce en una cultura con rasgos propios muy definidos, expresados en la música, en la literatura y en la forma de actuar e interpretar la política. En la actualidad, el «efecto espejo» se prolonga con el anunciado triunfo de la coalición «izquierdista» encabezada por el Frente Amplio para las elecciones presidenciales del mes de octubre, que prometen extender los vientos «progresistas» de Brasil y de Argentina en el país rioplatense.
Progresismo a la uruguaya
Si bien al realizar una caracterización de conjunto, corresponde adscribir a un futuro gobierno del Frente Amplio a la corriente que lideran Lula y Kirchner (con similares límites y perspectivas parecidas), el caso uruguayo presenta particularidades que conviene tener en cuenta a los efectos de favorecer el análisis político. Una primera aproximación relaciona a los tres proyectos dentro de una sola estrategia determinada por la sujeción a los planes fondo monetaristas, el sostén del orden liberal y el concepto de democracia acuñado por el Departamento de EEUU. No obstante, el proceso uruguayo presenta similitudes y diferencias que pueden marcar distintivamente su devenir.
La coalición de izquierda, núcleo fundamental de una alianza más amplia con sectores escindidos de los derechistas partidos Colorado y Nacional, en la actualidad poco y nada tiene que ver en su programa con las consignas levantadas en el año 1971, año de su debut electoral. Aquel trazado programático se definía como anti-imperialista y planteaba entre sus puntos salientes varias nacionalizaciones (la banca, el comercio exterior) y la reforma agraria. Sin proclamarse socialista, se reconocía como iniciador del recorrido de la llamada vía pacífica hacia el socialismo, cuyo paradigma se desarrollaba en el Chile de la Unión Popular y que en la derrota terminó de derrumbarse como alternativa política.
En el presente, aquella vía pacífica al socialismo fue reemplazada por definiciones y proclamas de la dirigencia frentista que irónicamente podrían denominarse «vía pacífica al capitalismo». Los dirigentes del Frente Amplio se han lanzado a la conquista de la gran burguesía uruguaya, prometiendo que con ellos se podrá desarrollar un capitalismo competitivo y así superar todos aquellos traumas que provocaron el descenso de la otrora «Suiza de América» a los infiernos del tercer mundo.
A modo de ejemplo alcanza con rememorar la calurosa bienvenida que recibió el candidato presidencial Tabaré Vásquez en una reciente visita a Buenos Aires, donde en el lujoso auditorio del Hotel Alvear se dieron cita José Martínez de Hoz, el banquero Wherteim (no por nada sindicado aquí también como burgués nacional por la corte kirchnerista) y el anfitrión del encuentro, el presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Uruguaya, intervenciones que no ahorraron elogios ante las garantías de negocios y negociados ofrecidas por el futuro presidente uruguayo.
Con peregrinajes constantes a Washington y después de protagonizar el bochorno de competir con el derechista partido Nacional en el intento de seducción a Enrique Iglesias, presidente del BID, para proponerlo como ministro de Economía, el futuro gobierno parece empeñado en agotar (antes de asumir) las expectativas y deseos de cambio que habitan en los sectores populares de Uruguay un país con tasas de crecimiento prácticamente nulas desde hace treinta años, y una desocupación en permanente crecimiento.
De expectativas y frustraciones
Aunque todo parece indicar una segura frustración de las ilusiones que provoca en el pueblo uruguayo el hipotético triunfo de un gobierno al cual consideran propio, la conformación de la coalición gobernante (con fuerte prominencia de los partidos Socialista, Comunista, y los antiguos Tupamaros) encierra la posibilidad de contradicciones: entre las bases que después de una construcción de muchos años no permitirán que se altere fácilmente lo que ellas sienten como una alternativa real de cambio, y una cúpula dirigente que cada vez se aleja más de esas intenciones.
La dictadura militar, los miles de presos y exiliados, la larga proscripción, cimentaron la mística que nutrió al grueso de la izquierda uruguaya, símbolo de resistencia y de lucha. La importancia del pasado y el rol jugado en éste por la izquierda, (en un país que hace del culto a los tiempos idos un fundamento de su ser), son motivos donde rastrear y explicar la sorprendente inmovilidad y ausencia de luchas de la clase obrera uruguaya, que soportó y soporta en el gobierno que está por finalizar los más terribles ataques y la pérdida de las más mínimas condiciones de dignidad.
Es precisamente en esta clase obrera uruguaya con su historia de luchas forjadas en el clasismo, con el antecedente de haberse opuesto a través de una huelga general de quince días al golpe militar, con el surgimiento de sindicatos clasistas en la ilegalidad en medio de la dctadura, con el enfrentamiento a los embates de la ola neoliberal que hizo de Uruguay un país que resistió a las privatizaciones, en dónde este progresismo uruguayo en ascenso puede encontrar un fuerte obstáculo al desarrollo de su limitado programa político.
Si desde las organizaciones más radicales que habitan el F.A. se posterga toda disputa hasta la obtención del gobierno, entendiendo éste como el terreno donde presentar la batalla sobre el rumbo a seguir, igual lógica se emplea desde el movimiento social, lo que en los hechos significa una real subordinación hacia el objetivo de una victoria electoral sin garantías de réditos a futuro.
De la observación sobre el desarrollo de gobiernos progresistas como el de Lula (2 años) o Kirchner (un año) y los nulos resultados en cuanto a satisfacción de las necesidades populares, deberán extraer los desposeídos uruguayos las enseñanzas que guíen el rumbo a seguir. Seguramente no es otro que el de la organización, movilización propia e independiente del nuevo gobierno para la imposición de un programa que dé respuesta a sus urgentes necesidades.