Hace un poco más de cuatro meses, mientras observaba el enorme barraje propagandístico que medios de prensa guatemaltecos y occidentales desataban contra el presidente de esa nación, Álvaro Colom, al que acusaban de ser responsable de un asesinato político, no dudé de que se fraguaba un golpe de Estado en esa ensangrentada nación centroamericana. Sucedía […]
Hace un poco más de cuatro meses, mientras observaba el enorme barraje propagandístico que medios de prensa guatemaltecos y occidentales desataban contra el presidente de esa nación, Álvaro Colom, al que acusaban de ser responsable de un asesinato político, no dudé de que se fraguaba un golpe de Estado en esa ensangrentada nación centroamericana.
Sucedía que un conocido abogado guatemalteco aparecía en un video (al estilo de los que en un tiempo se hicieron populares con hombres secuestrados por supuestos miembros de la organización Al-Qaeda), en el que el plagiado, Rodrigo Rosenberg, afirmaba que si veían esa película era porque el presidente Colom lo había mandado matar.
Todo aparecía muy confuso en una nación donde los traficantes de drogas gozan de enormes influencias y de grandes contactos dentro de la policía y los militares.
Rosenberg, perfectamente vestido con traje y corbata, hablaba, no muy audible, ante una cámara de aficionado y como trasfondo una tela oscura.
Los medios de comunicación lanzaron una fuerte campaña de difamación y presión contra Colom. Recuerdo una entrevista en la que Patricia Janiot, catalogada como una de las estrellas de la televisora CNN, trataba de acorralar al presidente con preguntas insidiosas y agresivas, mientras Colom, locuaz y paciente, las rechazaba. La maniobra mediática inducía a la teleaudiencia a que el presidente guatemalteco era un asesino.
La entrevista fue retransmitida en numerosas ocasiones por los noticieros de la televisora, pero también apareció por Telesur otra realizada por la periodista Patricia Villegas, mucho más profesional, y que daba margen al presidente para demostrar su inocencia. Nuevamente Telesur sacaba la cara a favor de la verdad.
Ahora, cuatro meses después, las autoridades arrestaron a una pandilla bajo sospechas de ser asesinos a sueldo que cumplieron órdenes de quieres planearon el asesinato.
Rodrigo Rosenberg fue ultimado a balazos mientras montaba en bicicleta por un elegante barrio de la capital el Día de las Madres. La Comisión en Contra de la Impunidad en Guatemala (CICIG), un grupo de investigaciones respaldado por las Naciones Unidas, anunció los arrestos el pasado 11 de septiembre.
La noticia de las detenciones indica que el crimen organizado y los militares siguen siendo aliados en Guatemala.
Seis de los 10 sospechosos son policías o ex agentes, entre ellos el jefe de la pandilla, William Gilberto Santos Divas, antiguo miembro de la Policía Nacional conocido como «El Comisario». Otro de los acusados, Edwin Idelmo López, fue un especialista militar hasta el 2005, según las autoridades.
Pero la situación en Guatemala, llena de bandas de narcotraficantes aliados al ejército y a la policía, no era la mejor para que el Pentágono estadounidense apoyara un golpe de Estado en ese momento, sin embargo, Honduras contaba con todas las condiciones para eliminar las reivindicaciones nacionalistas que surgen por toda Centroamérica.
Colom solo había anunciado integrarse al convenio de PETROCARIBE, auspiciado por Venezuela y que suministra petróleo compensado a las naciones del área, pero el presidente hondureño Manuel Zelaya había ido más allá y representaba un inminente peligro para que Estados Unidos mantuviera su tradicional hegemonía en la región.
Zelaya había integrado a su país, el tercero más pobre del hemisferio, a la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA), organización creada por Venezuela y Cuba para contrarrestar la versión estadounidense del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA).
Zelaya integró su país a PETROCARIBE, visitó varias veces Venezuela y habló públicamente contra el bloqueo que durante más de 50 años Estados Unidos ha mantenido contra Cuba.
Eran cosas imperdonables que no se podían aguantar. Además, Washington contaba con un control general sobre los militares hondureños, todos entrenados por asesores estadounidense; tiene una gran base militar en esa nación, la de Palmerola (a la que fue llevado Zelaya tras el golpe de Estado) y también mantenía una gran influencia sobre los empresarios y familias ricas de ese país.
Otro de los puntos que favorecían el golpe, era que podrían contar con un aliado permanente de Estados Unidos desde tiempos de la Revolución Sandinista en Nicaragua, el presidente costarricense Oscar Arias, que a finales de los años 80 y principios de los 90 ayudó a desmontar ese gobierno progresista, que adversa a Washington. Arias sería el oportuno mediador de la Casa Blanca para edulcorar la asonada militar.
Estas fueron algunas de las razones por las que se detuvo el golpe contra Álvaro Colom, pues la carta Zelaya resultaba mucho más beneficiosa para los intereses del Pentágono y la ultraderecha estadounidense.
Los desmanes y represiones que ha desatado la cúpula que tomó el poder en Tegucigalpa cuentan con el apoyo de Washington, lo que ha quedado demostrado desde que ocurrió el golpe. No por gusto el presidente de facto, Roberto Micheletti ha enfatizado con una amplia sonrisa ante los medios de comunicación que «los yanquis son nuestros amigos y ellos nos apoyan». Los comentarios huelgan.