Mar del Plata 2005: cuando líderes, movimientos sociales y sindicatos sellaron la derrota del proyecto de libre comercio
El 5 de noviembre de 2005, la ciudad costera argentina de Mar del Plata se convirtió en la tumba del —hasta entonces— proyecto de recolonización del continente más ambicioso de Estados Unidos: el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Tras un largo proceso que se había extendido por casi una década, los jefes de Estado de todo el continente viajaron a Argentina para participar en la IV Cumbre de las Américas —con la excepción de Cuba, excluida de la OEA—. La Cumbre se presentaba como la oportunidad para que el entonces presidente estadounidense George W. Bush (hijo) acelerara la entrada en vigor del acuerdo.
El ALCA había sido presentado oficialmente en 1994, durante la primera Cumbre de las Américas celebrada en Miami, en el contexto del auge del Consenso de Washington, tras la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) —mediante el cual se estableció un área de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México— que había entrado en vigor ese mismo año.
Durante aquella primera reunión, los jefes de Estado de 34 países americanos se comprometieron —sin contar con ningún tipo de consenso de las organizaciones de la sociedad civil de sus respectivos países— a que el acuerdo debía entrar en vigor “a más tardar en 2005”.
Impulsado por Estados Unidos, el proyecto del ALCA pretendía crear una gran zona de libre comercio que abarcara todo el continente americano, con excepción de Cuba. Para ello, los países debían eliminar impuestos o aranceles sobre bienes y servicios, suprimir subsidios y barreras antidumping, y modificar las regulaciones para la inversión extranjera, entre otras medidas.
Por aquellos años, en que los flujos migratorios se aceleraban producto de las consecuencias de las políticas neoliberales, se proponía que la apertura de fronteras rigiera sólo para la circulación de mercancías y capitales, pero no para las personas. Asimismo, el acuerdo no contemplaba los diversos impactos sociales y ambientales que traería consigo, como la pérdida de empleos derivada de la destrucción de las cadenas productivas locales y regionales, así como los efectos ecológicos provocados por la desregulación de las legislaciones nacionales en materia de protección de los bienes comunes.
De esta manera, con la entrada en vigor del ALCA, los países del continente perdían la posibilidad de proteger sus industrias y controlar sus recursos naturales, mientras que Estados Unidos aseguraba un enorme mercado para sus productos y un vasto control sobre los recursos de la región. Se trataba de un intento por extender y profundizar lo que Washington había ensayado con el TLCAN a todo el continente.
A pesar de las demoras lógicas, en buena parte producto de las dificultades para implementar un proyecto de tal envergadura, durante toda la década de los noventa la consolidación del ALCA parecía inexorable. Sin embargo, en paralelo, las resistencias sociales también habían empezado a extenderse por el continente.
La primera resquebrajadura a nivel gubernamental ante el avance del acuerdo se produjo en 2001. En medio de violentas represiones policiales, la III Cumbre de las Américas sesionó en Quebec, Canadá, en edificios completamente aislados para que los manifestantes no pudieran acercarse. Todos los presidentes allí reunidos aceptaron votar a favor de la declaración final —la única excepción fue Venezuela, bajo el mando de Hugo Chávez, quien firmó expresando su desacuerdo con el ALCA.
Resistencias sociales
La derrota del ALCA fue el resultado de un largo proceso de acumulación de luchas sociales y aprendizajes colectivos que, en coordinación con diversos gobiernos de la región, permitió consumar una de las gestas populares más importantes del continente.
Si, para Washington, el TLCAN había representado un antecedente inmediato mediante el cual se ensayó una ingeniería de subordinación económica, las resistencias sociales al TLCAN —con sus debates y aprendizajes— sirvieron de referencia para que los movimientos sociales del continente articularan una agenda común de rechazo y lucha contra el ALCA, pero también para ensayar alternativas de integración regional.
Durante la segunda mitad de la década de los noventa —en medio de una reconstrucción de la movilización popular—, movimientos sociales y sindicatos de todo el continente fueron paulatinamente comprendiendo que se trataba de un intento de recolonización de América Latina y el Caribe, al tiempo que iban incorporando distintas perspectivas y repertorios de lucha.
Hacia fines de la década, de manera prácticamente solitaria, el comandante Fidel Castro fue uno de los pocos jefes de Estado en alertar sobre los peligros de recolonización que el ALCA representaba para la región.
“Estados Unidos desea tragarse enterita a América Latina y el Caribe, a través del llamado ALCA, Acuerdo de Libre Comercio de las Américas”, había advertido Fidel a un grupo de jóvenes militantes durante un encuentro con la Unión Nacional de Estudiantes, celebrado el 1 de julio de 1999 en Belo Horizonte.
Fue en ese contexto de crecientes luchas sociales que Fidel encargó a un grupo de organizaciones de la sociedad cubana —como la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y el centro ecuménico de inspiración cristiana Centro Martín Luther King (CMLK), entre otros— la creación de un encuentro de organizaciones sociales del continente para articular las luchas contra el tratado de libre comercio.
En noviembre de 2001 nacía así el Primer Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA, consolidando un espacio de protagonismo popular. Desde entonces, el encuentro se replicó cada año en La Habana.
Los encuentros hemisféricos desempeñaron un papel central tanto en la evaluación como en la reflexión sobre los contenidos de la propuesta colonizadora del ALCA. Estos espacios, junto con el Foro Social Mundial, permitieron articular una gran diversidad de actores con agendas disímiles que, junto con extensas campañas de educación popular, confluyeron en la III Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, constituyéndose en un punto clave —junto a la acción coordinada con varios gobiernos de la región— en la derrota que los pueblos del continente infligieron a las ambiciones neocolonizadoras de Estados Unidos.
La batalla de Mar del Plata
Durante los primeros días de noviembre de 2005, Mar del Plata era un verdadero hervidero.
Escenario de enormes movilizaciones, bajo las consignas “No a Bush” —quien ya era considerado un criminal de guerra tras la invasión estadounidense a Irak— y “No al ALCA”, los actos políticos y las intervenciones culturales se multiplicaban en cada rincón de la ciudad.
Mientras George W. Bush, acompañado por los presidentes Vicente Fox (México), Martín Torrijos Espino (Panamá) y George Maxwell Richards (Trinidad y Tobago), presionaba para acelerar la firma del acuerdo, movimientos sociales, sindicatos y activistas de todo el continente se congregaban en la III Cumbre de los Pueblos: una anti-cumbre desde la cual se exigía a los gobiernos el rechazo del tratado, considerándolo una entrega total de la soberanía nacional y una amenaza a la autonomía económica y social de los países.
Durante esos días, Mar del Plata —ciudad que, durante la primera mitad del siglo XX, había sido el balneario de las clases dominantes del país y que luego, durante el peronismo, se transformó en símbolo de las conquistas de la clase obrera al convertirse en destino de vacaciones sindicales— se convirtió en el escenario de una de las pulseadas políticas más importantes del continente.
El 4 de noviembre, bajo una persistente lluvia y horas antes de que comenzara oficialmente la reunión presidencial en el lujoso Hotel Hermitage, una multitud encabezada por las Madres de Plaza de Mayo marchó por las calles de la ciudad.
Decenas de miles de personas —campesinos, pueblos originarios, sindicalistas y militantes de movimientos sociales— llegadas desde distintos puntos del continente colmaban el Estadio Mundialista para participar en el acto central de la Cumbre de los Pueblos. Allí, una inmensa delegación cubana, vestida con ropa deportiva de la selección nacional, se hizo presente encabezada por Ricardo Alarcón, por entonces presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba.
El discurso principal estuvo a cargo de Hugo Chávez, acompañado por Diego Maradona —quien había viajado a la ciudad en un tren repleto de manifestantes—, Hebe de Bonafini y el entonces líder social y candidato presidencial boliviano Evo Morales.
Durante su intervención, Chávez aseguró que cada uno de los presentes había llegado a Mar del Plata con una pala de enterrador, porque en esa ciudad estaba la tumba del ALCA. Su discurso se extendió por casi dos horas y media, mientras a tan solo unos kilómetros de allí ya transcurría la cumbre gubernamental.
El acto alternó la voz del locutor Quique Pesoa, quien presentaba a los participantes, con las interpretaciones de Silvio Rodríguez, Daniel Viglietti y Vicente Feliú, entre otros, en un concierto donde la música se mezclaba con los cánticos de la multitud que gritaba “¡No al ALCA!” y “¡ALCA al carajo!”, mientras un inmenso estandarte con el retrato de Ernesto “Che” Guevara dominaba el estadio.
La encargada de leer las conclusiones de la III Cumbre de los Pueblos fue la escritora y dirigente indígena ecuatoriana Blanca Chancoso, de nacionalidad kichwa-otavalo, quien saludó a la multitud primero en quechua y luego en castellano.
Pasadas algunas horas, luego de solicitar que se hicieran copias del documento del encuentro para entregárselo a los presidentes, Chávez anunció que se dirigía a la otra cumbre para llevar las palabras de los pueblos y afirmó que había llegado la hora de la segunda independencia de América Latina.
Al día siguiente, en medio de las inmensas movilizaciones que habían tomado la ciudad, el presidente Lula da Silva fue uno de los primeros en intervenir en la reunión de mandatarios, señalando que el ALCA limitaba la posibilidad de implementar políticas industriales y tecnológicas en los países, lo que provocó un cruce con el presidente Fox.
Durante varias horas de debate, los presidentes Lula, Néstor Kirchner (Argentina), Tabaré Vázquez (Uruguay) y Hugo Chávez (Venezuela) encabezaron un bloque de rechazo al ALCA. Según la crónica del periodista Eduardo Barcelona, tras mostrar su hartazgo frente al debate, Bush habría manifestado no entender por qué se había generado tanto revuelo si —en sus palabras— se trataba simplemente de construir una “defensa frente a China”.
Finalmente, los países del Mercosur, junto a varias naciones del Caribe, declararon que no existían las condiciones para lograr un acuerdo de libre comercio hemisférico. La derrota del ALCA abrió así una década inédita en la historia del continente, marcada por avances significativos en la integración regional.
Veinte años después de aquella epopeya popular, resuenan las palabras del comandante Chávez, quien en su mítico discurso advertía que la batalla del ALCA, como bien decía Hebe de Bonafini, sin duda había sido ganada, aunque aclaraba: “¡Cuidado! Eso es solo una de tantas batallas pendientes que nos quedan para toda la vida”. Chávez insistía en que existía una doble tarea: por un lado, enterrar el ALCA y el modelo económico imperialista y capitalista; por otro, “nos toca, compañeros y compañeras, ser los parteros del nuevo tiempo, los parteros de la nueva historia, los parteros de la nueva integración”.
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